Por: Rosa Cortez - Paola Siesquén - Martín Cabrejos Fernández
Rocca
(1985), indica que con la llegada de los esclavos negros se dio una división del
trabajo. Un sector de esclavos se dedicó a las actividades al interior del
núcleo urbano desarrollando labores domésticas y de servicio para los amos
españoles y otro sector mayoritario fue destinado para trabajar en los
trapiches, ingenios o haciendas azucareras. Se podría decir que el grueso de la
mano de obra negra principalmente fue destinado para trabajar en cañaverales.
El mercedario Murúa también se refiere a la gran riqueza azucarera de la región
Lambayeque, llena de ingenios que trabajan muchísimos negros esclavos.
Los esclavos negros
trabajaron en el área urbana en construcciones y servicios; mientras en el área
rural, trabajaban básicamente en trapiches e ingenios azucareros.
Las mujeres esclavas
trabajaban en la ciudad y en el campo cumpliendo diversas funciones. Entre las
tareas que cumplían en las casonas urbanas y en las casas haciendas tenemos:
§ Trabajos de cocinas.
§ Nanas o nodrizas, cuidados de
niños.
§ Servicio doméstico, cumpliendo
mandados.
§ Limpieza de la casa y la lavado ropa.
La
vida de las esclavas era diferente según la zona en que residía (la ciudad o el
campo). En el campo hacían diversas tareas. Además de encargarse de cocinar,
servicios domésticos y cuidado de parturientas y niños, trabajaban también en
tareas productivas.
Según
informes de Kapsoli (1975), cada año les entregaban ropa a las esclavas. Se les
da un faldellín cocido con sus cintas de
reata, dos varas y media de dicha para reboso, cuatro varas de tocuyo en corte
con sus diez hebras de pitas para camisa o justan, un paño para la cabeza.
Las
mujeres dormían en los galpones conjuntamente con los varones. La vida de la
mujer esclava en el campo era más dura que en la ciudad. En la ciudad había,
con más frecuencia, compra y venta de mujeres esclavas; era también notoria la diferencia
en su vestimenta con relación a las mujeres esclavas en las zonas rurales o
campiñas. Ello se debe a que la nobleza urbana prefería tener presentables a las
esclavas que las acompañaban.
Ramírez
(1991), indica que los esclavos negros, que probablemente constituían unas de
las fuerzas laborales más caras, tanto en capital inicial, como en el coste
anual de mantenimiento, se adquirían y entrenaban sobre todo para realizar
trabajos especializados en las manufactura de azúcar y jabón; los hacendados
preferían a los indios para las faenas agrícolas pesadas, para ahorrárselas a
los negros. Sustituir a un indio por otro indio les costaba muchos menos que
comprar un esclavo; la división del trabajo se hacía con criterios raciales.
Numerosos esclavos se ocupaban de fabricar jabón y curtir los cueros; mitayos y
jornaleros trabajaban como mano de obra no cualificada o semi calificada.
Ubicación de la población
urbana y rural en Lambayeque (castas y negros).
La
provincia de Zaña en el siglo XVIII, en la época, que colinda con Piura y Trujillo,
tenía una amplia extensión y abarcaba las poblaciones de los valles del rio la Leche,
del rio Lambayeque, del río Zaña y del río Jequetepeque. (Ver anexo 03).
Esta
provincia de Zaña abarcaba 20 poblados en
cada uno de los cuales funcionaba un curato, los poblados eran los siguientes:
Zaña, Chérrepe, Santa Lucía, San Pedro, Santa Catalina, San Roque, Jequetepeque,
Chiclayo, Mocupe, Mochumi, Ferreñafe, Jayanca, Yllimo, Reque, Monsefú, San
Pedro De Lloc, Ingenios, Chepén, pueblo nuevo. Asimismo referente a las castas que se
encontraban en dichos espacios se ha tomado como referencia el manuscrito “Estado que demuestra el número de Habitantes
del Obispado de Trujillo con distinción de castas formado por su actual obispo
(Martínez de Compañón)” (Ver anexo 04).
Del cual solo se ha extraído la parte que nos interesa para el presente
estudio, respetando, en el cuadro, la ortografía del manuscrito original.
En
el referido manuscrito se evidencia que la población total de la provincia de
Zaña era de 32 188 que representa al 100% de la población total. Asimismo
tenemos que el mayor número de habitantes son indios con 19 751, representando
el 61.4%; en segundo lugar encontramos a los mixtos con 4843 personas lo que
representa al 15%; luego encontramos a los pardos con un total de 3 152, lo que
equivale al 9.8%. Los españoles eran 2533 siendo el 8.8 % de la población
total mientras que la suma total de
negros es 1 760 lo que significa el 5.5%. También podemos observar que la mayor
cantidad de negros se encuentran en los
siguientes curatos: Santa Lucia 338 (19%), Ingenios 319 (18%), Chepén 308
(18%), Santa Catalina 305 (17%) (Ver anexo 05).
Es
digno de resaltar que en el documento original de Martínez Compañón y Bujanda,
en la columna que refiere las cantidades totales, en el total de pobladores del
curato de Santa Lucía en la Provincia de Saña (o Zaña) se ha encontrado el
siguiente error: se consigna como suma total la cantidad de 3 016 pobladores,
siendo la correcta 2 986 pobladores. Inferimos que debió tratarse de un error
de cálculo, considerando que las demás cantidades han sido correctamente
sumadas. No hay razón para pensar que el error mencionado se produjera a
adrede.
En
la sección de anexos se podrán apreciar el documento original así como también
los cuadros realizados en Excel.
NÚMERO DE HABITANTES CON DEFINICIÓN DE CASTAS EN LA
PROVINCIA DE SAÑA.
|
|||||||||||
PROVINCIA
|
CURATOS
|
ECLESIASTICOS
|
SEMINARISTAS
|
RELIGIOSOS
|
RELIGIOSAS
|
ESPAÑOLES
|
INDIOS
|
MIXTOS
|
PARDOS
|
|
TOTALES
|
SAÑA
|
SAÑA
|
2
|
|
8
|
|
73
|
|
39
|
370
|
90
|
582
|
CHERREPE
|
1
|
|
|
|
|
139
|
|
|
|
140
|
|
S TA
LUCIA
|
3
|
|
|
|
487
|
1256
|
616
|
286
|
338
|
3016
|
|
SN
PEDRO
|
8
|
|
|
|
316
|
1577
|
523
|
461
|
83
|
2968
|
|
S TA
CATALINA
|
13
|
|
|
|
303
|
1134
|
381
|
379
|
305
|
2515
|
|
S TA
ROQUE
|
8
|
|
3
|
|
406
|
1935
|
475
|
538
|
160
|
3525
|
|
JEQUETEPEQUE
|
2
|
|
|
|
86
|
720
|
259
|
76
|
|
1143
|
|
CHICLAIO
|
2
|
|
9
|
|
408
|
4244
|
883
|
635
|
|
6181
|
|
MOCUPE
|
1
|
|
|
|
|
110
|
|
|
|
111
|
|
MOCHUMI
|
1
|
|
|
|
|
350
|
|
|
|
351
|
|
FERREÑAFE
|
7
|
|
|
|
248
|
3160
|
797
|
166
|
60
|
4438
|
|
MORROPE
|
1
|
|
|
|
4
|
1317
|
67
|
|
13
|
1402
|
|
JAIANCA
|
2
|
|
|
|
89
|
313
|
228
|
|
84
|
716
|
|
YLLIMO
|
1
|
|
|
|
|
54
|
10
|
|
|
65
|
|
REQUE
|
1
|
|
|
|
2
|
481
|
4
|
7
|
|
495
|
|
MONSEFU
|
1
|
|
|
|
|
1516
|
16
|
|
|
1533
|
|
S N PEDRO DE ILOC
|
1
|
|
|
|
54
|
746
|
213
|
72
|
|
1086
|
|
INGENIOS
|
2
|
|
|
|
17
|
|
8
|
14
|
319
|
360
|
|
CHEPEN
|
2
|
|
9
|
|
100
|
356
|
318
|
148
|
308
|
1241
|
|
|
1
|
|
|
|
|
343
|
6
|
|
|
350
|
Fuente: Manuscritos de America en las Colecciones Reales,
Trujillo del Perú. Volumen III. S. XVIII. En Patrimonio Nacional, Real
Biblioteca. Manuscrito de America, Madrid.
A)
Esclavitud
urbana.
Según Rocca (2010), los
esclavos urbanos son aquellos traídos por los españoles a las ciudades para
trabajar especialmente en el servicio doméstico y artesanal.
Por su parte Bernand (2000), refiere que la pintura de los
siglos XVII y XVIII, tanto europea como americana, nos brinda escenas
personificadas por estos hombres de color que viven con los señores (sus amos)
en las ciudades. Los pajes negros vestidos de raso y terciopelo de “Las Bodas
de Canaán” de Veronense, los criados de Velázquez, y, posteriormente, los
cuadros de castas mexicanos o los retratos de personalidades oficiales
acompañadas de sus lacayos morenos insisten en la función estética del esclavo.
Esto no es simplemente una idealización del artista, sino un aspecto esencial
de los servidores de los grandes señores: el de servir de adorno. Por supuesto,
la mayoría de los negros urbanos no comparte con los lacayos y otros criados
elegantes esa dimensión ornamental, pero esta nunca está totalmente ausente,
como lo demuestra en el ámbito urbano el éxito de las fiestas y músicas negras,
que se prolonga hasta nuestros días.
En la medida en que reconocemos el carácter peculiar de la
esclavitud urbana, debemos esforzarnos en circunscribir el ámbito en el que se
desarrolla. Esta tarea no es fácil porque, si bien en la actualidad la
separación entre el campo y la ciudad nos parece una evidencia, en la época
colonial es difícil trazar en forma neta los límites entre uno y otro mundo.
Los arrabales, muladares, rancherías, zonas lindantes y fincas adyacentes
forman parte de la ciudad y constituyen una zona fronteriza, una margen, donde
el campo y el casco urbano se entremezclan.
§ Actividades y vida de
esclavos negros en la zona urbana.
Aguirre (2005), señala que los
conquistadores españoles y sus descendientes quisieron reproducir en las
colonias los mismos modelos sociales y culturales que existían en la metrópoli.
Asimismo menciona que se carece de cifras confiables sobre el número de
esclavos domésticos que vivían en las ciudades peruanas pero, existen algunos cálculos
que demuestran que más del 80 % de la población esclava de Lima, a fines del
siglo XVIII, estaba dedicada al servicio doméstico.
Sus tareas como sirvientes
domésticos incluían la preparación de comida, lavado de ropa, cuidado físico y limpieza de las viviendas
o servicio de mano. Cuidado de los niños,
incluyendo su alimentación por las “amas de leche” y cualquier otra necesidad
que tuvieran los amos.
Las amas de leche, que
era oficio de las esclavas, no siempre fue aprobada por ciertos sectores de
las élites. Un artículo en el Mercurio Peruano cuestionó esa práctica
con el argumento de que la condición de las esclavas "contamina la
inocencia de los niños que amamantan, enseñando sus bailes y costumbres
indecentes"
El número de esclavos
definía, de alguna manera, el estatus de una familia. Cuantos más esclavos
tenía, mayor era el prestigio social de que se disfrutaba. Pero no solo los
ricos disfrutaban de esclavos sino también funcionarios medianos y miembros de
la iglesia. Profesionales, artesanos, mercaderes, viudas, y gente de modestos
recursos poseían esclavos y esclavas que en el servicio doméstico.
Hacia 1586, los negros libres constituían 25% de la población negra de
Lima (estimada en 4 000 personas) y un 10% de la población total de la ciudad. Hacia
1792 los negros libres constituían casi 20% de la población de Lima. No todos
habían sido esclavos. De hecho, aquellos que habían nacido libres tuvieron
mayores posibilidades de mejorar su situación en la escala socio-racial. Muchos
de ellos lograron ubicarse en posiciones de cierta importancia, especialmente
como artesanos, burócratas, religiosos, propietarios de pequeños negocios
(bodegas, cantinas, tiendas) y oficiales en las milicias. Muchos negros libres
se convertirían también en propietarios de esclavos, una de las muchas formas
a través de las cuales trataban de consolidar su ascenso social.
Estructuralmente, sin
embargo, la mayoría de negros libres enfrentaban obstáculos, tal como los
esclavos, y ocupaban el mismo lugar en la escala laboral: domésticos,
vendedores, peones, cargadores o aguadores. También eran tratados con la típica
desconfianza y discriminación con que en general eran tratados los esclavos
negros.
Hombres
y mujeres, esclavos y libres, negros y mulatos,
terminaron confundidos en una activa vida pública y festiva que incluía
ruidosas celebraciones paganas y religiosas,
jaranas con amigos, vecinos y familiares, y las inevitables peleas
callejeras que, con frecuencia, tenían desenlaces fatales.
Aguirre (2005), afirma que
los esclavos domésticos estaban sujetos a la observación y control directos de
los amos, y solían ser víctimas de castigos severos cuando violaban las normas
establecidas o, en todo caso, cuando se creía necesario darles un escarmiento.
Cuando un esclavo fue acusado por su amo de un robo, por ejemplo, este "lo
mandó a amarrar de pies y manos de una escalera y le tiró diez y ocho azotes
que después dejándolo en la misma situación de amarrado se fue a encender y
chupar un cigarro, volvió a continuar dándole más azotes cuyo número no pudo
contar.
Las formas de castigo que se les daba a estos esclavos respondían, en
parte a la imagen que se tenía de ellos y también de los negros libres como
grupos sociales desordenados, inestables y promiscuos, y en parte, al derecho
que los amos creían tener de poder castigar a sus esclavos de la manera más
cruel y violencia posible. Pero todo
ello, sobre la imagen del esclavo, no recoge toda la realidad debido a que los
esclavos urbanos y los esclavos libres formaban familias, contrajeron
matrimonio, desarrollaron lazos de solidaridad y, con relativa y, con relativo
frecuencia, adoptaron una actitud conforme a las expectativas que sobre ellos tenían sus amos y las
autoridades.
Asimismo Adanaqué (2001),
indica que el trabajo en las panaderías era penoso. Un esclavo trabajaba desde
las primeras horas del día y prácticamente amanecía sin descansar, mientras
durase el tiempo dispuesto para poderle dominar su espíritu rebelde y cimarrón.
Por otro lado Aguirre
(2005), afirma que un número importante de esclavos urbanos trabajaba fuera del
recinto doméstico, bajo una modalidad que se dio en llamar "esclavitud a
jornal". Este sistema existió en diversas partes de América Latina y fue
mucho más común en las ciudades grandes, donde existían oportunidades para los
esclavos de insertarse en la economía urbana. El sistema consistía en que los
amos enviaban a sus esclavos a trabajar en distintos oficios (en algunos casos,
escogidos por los amos, pero más comúnmente por los propios esclavos) con la
única condición de pagar al propietario una especie de renta llamada
"jornal", pudiendo el esclavo retener el saldo que quedaba de sus
ingresos. El jornal se fijaba generalmente como un porcentaje del precio del
esclavo aunque, como es comprensible, estaba sujeto a negociación entre las
partes. Es difícil estimar el número de jornaleros en las calles de Lima.
Flores (1984), halló que en 1777 en Lima fueron censados 363 jornaleros, una
cifra que con seguridad no incluye la totalidad de esclavos que operaban bajo
esa modalidad.
Los esclavos jornaleros
se ocupaban en las mismas tareas que los negros libres y otros sectores de las
clases populares: trabajaban como artesanos, albañiles, vendedores callejeros,
cargadores, aguadores, peones de chacra o hacienda, arrieros y en un sin número
de otros oficios urbanos. En el caso de las mujeres, Arrelucea (1984), alude que las jornaleras se
desempeñaban mayormente como vendedoras callejeras de comida y otrosproductos, lavanderas,
cocineras o nodrizas.
Asimismo, Cajavilca (1999), refiere
que en la costa norte dentro del área urbana, los esclavos y los mulatos
libertos fueron empleados en las siguientes actividades:
- Labor
de construcciones en los recintos eclesiásticos, militares y civiles. La oligarquía
blanca y criolla de la sociedad criolla, que estaban encargados de la
construcción de las obras militares y civiles, tenían en alquiler sus esclavos
siendo esta una de las mejores fuentes de ingresos económicos.
- El
servicio doméstico calificado. Del comportamiento del esclavo dependía su
permanencia en las fincas del amo. De cuando en cuando el amo vendía su esclavo
o esclava. Si eran casados se les vendía por separado a distintas familias.
Es posible pensar que en
Lambayeque los esclavos urbanos (que significaban un número muy pequeño del
total de esclavos) se dedicaran a similares actividades.
Los trabajos calificados a
saber fueron: canteros, albañiles, carpinteros, plateros, cocineros, etc. En la
medida en que un esclavo lograba el dominio de uno de estos oficios, su
calificación artesanal era más alta y, por ende, era mayor la rentabilidad que
sus amos obtenían por los servicios ofrecidos.
En estas circunstancias el
esclavo artesano recibía un estímulo económico-social y restricciones en los castigos
corporales. El estímulo más alto constituía su libertad, que adquiría mediante
el ahorro de los ingresos económicos y propinas que obtenía de los mulatos
libertos.
Referente a lo señalado por Cajivilca
se puede evidenciar que en la costa norte del Perú exactamente en Piura existió
también la “esclavitud a jornal” aunque
el autor no utilice esta misma frase para describir la modalidad del trabajo
que realizaba el esclavo fuera del recinto doméstico por lo cual recibía el amo
sustanciosos ingresos económicos.
§ La propiedad del esclavo.
Cajavilca (2005), manifiesta
que los propietarios de esclavos negros disponían de sus servicios y tiempo de
trabajo y estos le ofrecían su obediencia a todos los mandatos del amo. Algunos
amos eran bondadosos con sus esclavos especialmente los pajes, los que
conducían las carretas, los sacristanes, los negros artesanos y los bolleros;
el amo les proporcionaba ropa y alimentos.
Todo negro llegaba al Perú
en estado de servidumbre, los hijos heredaban la condición de la madre. La
condición del niño mulato con sangre de antepasados blancos y negros dependía
de la que tuviera su madre. Es decir, el nacido de padre blanco libre y de
madre esclava negra o mulata, nacía esclavo.
Una persona al tiempo de
morir disponía sus esclavos entre sus herederos de modo conveniente y
equitativo entre los miembros de la familia. Si un amo moría sin testar, el
reparto se hacía de acuerdo a las leyes hereditarias del derecho canónico. En
estas circunstancias se nombraba un albacea para ordenar el reparto de los
esclavos entre los miembros de la familia.
En 1808, María Adrianzén y
Palacios, natural de la ciudad de Piura, viuda de Don Juan Gaspar López De La
Peña, natural de los reinos de España, dispuso la repartición de sus esclavos entre
sus herederos. Es interesante la lectura del documento pues nos muestra una
costumbre propia del siglo anterior. A continuación parte del texto de su
testamento:
“Manda, que Don José Pérez De
Santillán pariente de su marido, se le den un mil pesos de a 8 reales: un
zambito nombrado José Limo como de 9 años”. Declara que tiene por sus esclavos
“una zamba nombrada María, otra Petrona, otra Isabel y otra Juana Antonia y dos
mulatillos llamados Luis y José Palomino aquel hijo de dicha María y este de la
mulata mariana que también fue su esclava que componen el número de 6 a los cuales
mando que desde el día de mi fallecimiento en adelante sean libres”
Deja a favor de su hermano
el “Regidor Don Joaquín de Adrianzén y Palacios un zambito y otro a Don Felipe
Cavero, aquí el que cada uno eligiere para sí por ser esta mi voluntad”
Declara que en poder y
servicio de Petrona Marticorena su comadre tiene una zambita su esclava
“nombrada nieves como de 10 años de
edad, es su voluntad dejársela por su esclava en 200 pesos”
Deja por bienes sus esclavos
siguientes “María de los Dolores, José Valentín, José Sebastián, Estefanía,
Pablo Mario y Josefa Antonia, con todos zambos hijos de referida María y Josefa
Antonia, todas zambos de la referida María Rosa, José Gerbacio, José Anastasio,
Ana Teresa y Francisca también zambos hijos
de la mencionada Petrona, Manuel, José y Custodio asimismo zambos hijos
de la expresada Isabel”
“María de la luz mulata,
María Petronila zamba, José Ezequiel mulato y una negra criolla nombrada Juana,
y aunque de este tengo en mi poder un hijo suyo llamado Cecilio, declaro que
sea libre por disposición de su primer ama, la madre Jerónima Palacios
religiosa de velo negro que fue del monasterio de Santa Clara de la ciudad de
Trujillo”.
B)
Esclavitud
rural.
La
población esclava rural según Aguirre (2005), era mayoritariamente masculina y
joven, aunque en las haciendas jesuitas, en virtud de una estrategia que
apuntaba a maximizar su reproducción y estabilidad, se buscó el equilibro de
sexos.
Según Adanaqué (2001), en el
campo, el castigo al negro era despiadado. Todas las haciendas tenían
instrumentos de tortura. Lo característicos en estos lugares era que el amo muy
esporádicamente la visitaba, todo quedaba en manos del mayordomo. A su vez, este
encomendaba el control de los negros a un
liberto. El dueño vivía en la ciudad despilfarrando la renta de la tierra en objetos suntuosos.
Boccara (2002), menciona que
en el obraje de San Lázaro en la periferia de Lima, donde la mayoría de los
obreros eran esclavos, estos eran tratados como presos, al igual que los
indios. En 1691, “tres pardos naturales de esa ciudad, esclavos de Francisco Franco,
vecino de ella, denuncian el miserable estado
en que se hallan con los rigurosos castigos y malos tratos que reciben
de sus dueños en un obraje donde se hallan cargados de cadenas, mazos de
hierro, barretones, garapiñas y grillos, sin tener ningún descanso aun en días
feriados, y que si alguna vez no entregan las tareas les hace amarrar y azotar
por las plantas de los pies y en la barriga, y además de esto derritiéndoles
velas encendidas por todo el cuerpo dejándoles casi muertos, de que se sigue
que huyendo de estos castigos se desesperan algunos echándose en las pailas
hirvientes ahorcándose o degollándose, a lo que se añade, que los que son
casados no les consienten tratar ni comunicar con sus mujeres”.
Lecuanda
(1966), quien visitó el Valle de Saña en el siglo XVIII señaló lo siguiente:
“en cuanto a los negros, se ven muy pocos libres. Casi todos son esclavos de
las haciendas de fabricar jabón, azúcar y pan llevar como también del servicio
doméstico de las casas”.
Granada
(1984), señala que en el cañaveral de San José de la otra banda en el año 1739,
había 106 esclavos con seis paradas de trapiche. La otra banda, está a la
orilla izquierda del río Zaña al lado sur de la ciudad. Huertas (1993), indica
que en Cayaltí, en 1734 habían 120 esclavos negros.
Luis
de Briones propietario del cañaveral de San José de la otra banda declara en
1739 que cuenta con 100 esclavos, 6 paradas de trapiche de bronce, bueyes,
carretas y demás aperos, añade además que su cañaveral cuenta con alfares,
árboles frutales y 14 mil 400 cepas de olivo;
a esta lista habría que agregarle quintales de caña.
§ Actividad (es) y vida de esclavos
negros en las haciendas de Lambayeque.
Según Rocca (2010), los
nuevos asentamientos de afrodecendientes se distribuyeron en las ciudades
principales y en diversos valles costeños, donde habían grandes y medianas
haciendas. En Lambayeque radicaron principalmente en Zaña, Cayaltí, la Otra
Banda, Capote, Jayanca, Santa Lucía, Los Ingenios, Ferreñafe, Luya y Tumán. En
las ciudades de Chiclayo y Lambayeque estuvieron trabajando en las tinas y en
las casonas coloniales.
Breve descripción de lo que
abría sido la vida de un esclavo durante un día entero en una hacienda cañera
norteña:
5 a.m: Se levantaba al
amanecer al esclavo. Se abría la puerta al alcalde del galpón, encargado de
chequear la relación de los ocupantes.
6 a.m: Toque de campana para
que los esclavos fueran a trabajar a los cañaverales bajo órdenes del caporal
de pampa y sus ayudantes quienes distribuían herramientas: lampas, azadas y
arados.
8 - 9 am.: A esa hora comían
el sango que preparaban las esclavas negras en grandes pailas, lo que se hacía
con maíz y manteca.
9 - 12 .m: Nuevamente recibían
una ración de sango, algunas veces frijol.
1 pm.: Nuevamente trabajo en
las haciendas hasta las 6 p.m. algunos negros que tenían adicionalmente sus
propias chacras para complementar su alimentación y no escaparse trabajaban en
ella en las tardes o en días feriados.
6 pm.: Tocaban la campana.
Eran la hora de la oración. Regresaban del cañaveral y entregaban las
herramientas.
6:30 – 8 p.m.: Entraban al
galpón todos para comer nuevamente el sango, merienda.
8 p.m.: En algunas haciendas
se acostumbraba a tocar la campana y salían a rezar a la capilla. Había
oraciones, catecismo y rosario.
9 p.m.: Regresan al galpón a
dormir. El galpón hacia ronda a esa hora. El administrador chequeaba relación
de los esclavos si alguno faltaba luego era castigado. Dormían hasta las 5 a. m”
(Rocca, 2010, p.47)
Asimismo Aguirre (2005),
expresa que los esclavos desempeñaban distintas funciones en las haciendas. La
imagen de una "esclavatura" homogénea e indiferenciada es ciertamente
falsa. La mayoría de hombres, y un alto porcentaje de mujeres, trabajaban en
los campos de cultivo, pero muchos desempeñaban otras tareas como el cuidado
del ganado, carpintería, limpieza, venta de productos, transporte y servicio doméstico
en la casa hacienda. El ejercicio de estas distintas tareas estaba
estrechamente vinculado a la existencia de jerarquías en la población esclava,
basadas en distinciones de género, edad, color, origen (bozales vs. criollos,
por ejemplo), calificaciones, y grado de obediencia y disciplina. Una especie
de "élite" de esclavos, aquellos que desempeñaban trabajos
especializados y de confianza, recibía gratificaciones, privilegios y solía
tener una relación mucho más cercana con los propietarios y el resto de
personal de administración de la hacienda.
Las jornadas de trabajo eran
por lo general agotadoras, aunque el grado de opresión y abuso de la mano de
obra esclava variaba con las tareas, la edad, la condición del esclavo o
esclava, las estaciones agrícolas y otros factores. No era raro que los
esclavos fueran obligados a empezar el trabajo a las 4:30 de la mañana y recién
pudieran descansar al ponerse el sol. El látigo del caporal estaba siempre a la
mano para recordarles sus obligaciones. Pero no sólo era la duración de la
jornada, sino también la monotonía y dureza de las tareas lo que convertía al
trabajo esclavo en una agobiante y opresiva actividad.
Los esclavos de hacienda
vivían en modestos ranchos ubicados en los linderos de la hacienda, o en el
caso de haciendas grandes, en galpones, una construcción bastante elemental de
sucesivas habitaciones, con frecuencia encerradas tras altas paredes para hacer
más difíciles las fugas. Cada habitación de galpón servía para acomodar una
familia esclava o varios esclavos solteros, estos últimos, en teoría, separados
según el sexo. Por lo general pasaban allí las pocas horas de descanso que les
eran permitidas, casi siempre bajo llave y sujetos a la vigilancia de los
caporales o los llamados "alcaldes de galpón", especie de delegados
escogidos entre la población esclava, usualmente de edad madura y con cierta
ascendencia sobre el resto, y quienes ayudaban a mantener la disciplina y el
orden.
Rocca (1985), la vida diaria
del esclavo que trabajaba en “tinas” es dada a conocer en recientes estudios
que revaloran la importancia de investigar los lugares denominados tinas donde
se producían jabón y se confeccionaban cueros en el norte del Perú. Respecto a
los esclavizados y las tinas son escasas las investigaciones; sin embargo, los
avances que se han logrado son significativos en Piura y Lambayeque. Cabe señalar que en dichos lugares los
esclavizados tenían trabajos de mucho esfuerzo y además tenían celdas o
calabozos de castigo.
Hay Procesos de
investigación en curso en Lambayeque en donde existió una tina de la familia Pinillos
y otra tina perteneció a Domingo Figueroa y hasta la fecha hay una zona de
Chiclayo que se denomina la tina. Referencias a estos lugares se encuentran en
algunos estudios de Figueroa - Hidrogo.
El arquitecto Risco (2002),
ha realizado un estudio- tipología arquitectónica de Chiclayo en la época
colonial sobre las tinas en Chiclayo. Estas Instalaciones eran destinadas a la curtiembre de cueros y producción
de jabón. El proceso se iniciaba con el beneficio del ganado caprino para el
aprovechamiento de su piel y su cebo, razón por la cual al lugar también se le
denominaba Tina y Matanza. Debido a los
requerimientos de agua para la obtención de los productos y a la necesidad de
limpieza y eliminación de gran cantidad de desperdicios nauseabundos, estas
instalaciones se asentaban en las cercanías de acequias bien abastecidas y
ubicadas además en la periferia urbana por el mal olor que el lugar despedía.
En Chiclayo se asentaron en el borde norte y noroeste, aprovechando las rutas
hacia las caletas de exportación y posiblemente debido al viento predominante
del lugar que sopla de sur a norte el cual se llevaría los malos olores sin
problemas para los habitantes. Al ubicarse “extramuros”, las áreas del solar
eran extensas incluyendo frecuentemente huertos.
Descripción de algunas tinas
en Lambayeque y Chiclayo a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Nos
refiere los siguientes ambientes:
- Corralones
de caña brava: para el ganado caprino que llegaba en pie.
- Noques
de ladrillo y cal: para “podrir la grasa”.
- Grasera
con horno: para hervir grasa y además con depósitos y noques para recolectar y
medir la cantidad de grasa colada.
- Depósitos
de ladrillo y cal: para almacenar agua que usan los coladores.
- Pieza:
para guardar leña.
- Sebera:
bodega para guardar sebos con tendal de cal y ladrillo.
- Cenicero:
pieza para almacenar cales y lejía.
- Bodegas
de jabón: para la obtención de jabón.
Había noques con muretes de adobe y piso de ladrillo para recibir la mezcla.
Luego se empleaban estanterías de cañas para el secado de jabón, denominadas
barbacoas. El proceso culminaba en las mesas de corte para piezar el jabón.
- Depósito:
de tinas de bronce.
- Saladero:
para salar los pellejos y la carne.
- Molinos
de piedra: para moldear paypay, que es un árbol de donde se extraían químicos
para el proceso.
- Paypallera:
para almacenar paypay.
- Tenería:
con tinajas para curtiembre de cordobanes, tinajas para alumbrar pellejos y
noques de ladrillo y cal para echar los pellejos a la cal.
- Bodega
cordobanera: para guardar los cueros ya procesados.
- Calabozos
con cepo: para el sometimiento de los esclavos negros. (Rocca, 2010, p. 49)
§ Las Haciendas lambayecanas:
Dos casos distinto, Zaña y Tumán.
Según Rocca (2010), el trato
dado a los esclavos en los lugares señalados era totalmente distinto. Fundamentalmente
porque Tumán fue administrado por los sacerdotes de la Compañía de Jesús aunque
por un breve periodo de tiempo. Los esclavos de los jesuitas eran los mejor
considerados, con el objetivo de aprovecharlos en un régimen graduado de
sobreexplotación. Muy diferente era la vida de los negros en propiedad de
particulares.
Del mismo modo Vega (2003),
acentúa que fueron tan diversas las formas que asumió la esclavitud en el Perú
virreinal, que no solo era diferente el trato entre el esclavo de la ciudad y
del campo, sino que en un mismo valle podemos encontrar notables diferencias.
En el caso del valle de Lambayeque, ser esclavo en Tumán era muy diferente de
ser esclavo en Pomalca, Zaña o en Cayaltí. En estas últimas los abusos eran el
pan de cada día, y los esclavos se veían obligados a huir y transformarse en
cimarrones o formar palenques.
Tumán
En la hacienda Tumán según Vega
(2002), hasta 1767 corre la administración de los jesuitas, hasta 1791 la
administración de la Real Junta de Temporalidades, y luego pasa a manos
privadas. Sin embargo, el impacto de estos cambios en la vida cotidiana de la
población esclava fue muy leve, por cuanto los administradores puestos por la
Junta de Temporalidades siguieron las reglas dejadas por los jesuitas.
Hacia 1659, Picsi fue donada
a los jesuitas del Colegio de Trujillo a través de testamento por doña Juana
Carvajal. Posteriormente los jesuitas fueron comprando las tierras colindantes,
dando lugar a la formación de la gran hacienda de Tumán. Los jesuitas no solo
recibieron tierras sino también esclavos negros cuya cantidad, como ocurría con
las tierras, se fue engrosando a través de la compra y la reproducción natural
en virtud de una política de equilibrio de sexos que favorecía las uniones
matrimoniales y el aumento de los nacimientos.
El inventario realizado, al
momento de la expropiación de la hacienda en 1767, evidencia que de los 178
esclavos registrados, 109 eran varones y 69 mujeres, ellos constituían la base
de la mano de obra con la que contaba la hacienda Tumán, y, después de la
tierra, eran su mejor capital. La mayoría de ellos eran nacidos en la hacienda
y mantenían un fuerte lazo de identidad con la tierra. La tierra de la hacienda
era amplia. Abarcaba 580 fanegadas de tierras de cultivo, montes de algarrobo,
e incluía sesenta fanegadas del espacio ocupado por la casa principal
La expulsión de los jesuitas
constituyó un quiebre profundo en la historia de la hacienda Tumán. El 27 de
febrero de 1767 la Corona Española dispuso la expulsión de los jesuitas de
todos los territorios españoles, así como la expropiación de todos sus bienes.
En el Tumán del siglo XVIII,
la vida cotidiana giraba en torno de la producción del azúcar y sus derivados.
Pero no todos los esclavos se dedicaban directamente a la producción y
procesamiento de la caña de azúcar. Una amplia gama de actividades anexas, muy
bien organizadas por el padre coadjutor, empleaban la mano de obra de una
importante cantidad de esclavos. Además, siendo que la Compañía de Jesús
actuaba al mismo tiempo como una empresa comercial y como un instituto
religioso, se esforzó siempre por encontrar un terreno común en que ambas
exigencias fueran compatibles.
Galpón
Era el espacio físico
habitacional que vio nacer y también
extinguirse la vida de los esclavos negros en Tumán. También fue lugar de
socialización y de aprendizaje de las formas culturales del grupo social, y
evidenciaba un alto grado de cristianización y de identidad con la hacienda.
Era el lugar de descanso pero también de preparación para el trabajo, la
diversión y el esparcimiento. Los ritos religiosos lo relacionaban con la
capilla; la enfermedad mayormente por accidentes de trabajo lo relacionaba con
la enfermería, y excepcionalmente las fiestas patronales con el resto de la
hacienda.
En la hacienda el proceso de
cristianización de los esclavos que comenzaba con el bautismo. Casi siempre era
el cura de San Miguel de Picsi el que venía a la hacienda a administrar el
sacramento del bautismo, lo cual se realizaba luego del mes de nacida la
criatura. Los nombres preferidos correspondían totalmente a la tradición
cristiana, principalmente María para las mujeres y Jesús para los varones,
unidos a otros nombres del santoral católico, de modo que eran muchos los que
compartían el mismo nombre. La vida del infante continuaba en el galpón,
primero solamente en el cuarto de sus padres, el cual era habitado por más de
un hogar, casi siempre tres o cuatro, eso sí, todos provenientes de un mismo
padre, de modo que el proceso de socialización se iniciaba entre una gran
familia extendida compuesta de abuelos, padres, hermanos y primos; después la
vida del niño se ampliaba al resto del galpón.
Los esclavos recibían
anualmente telas para confeccionar sus vestidos de ordinario, bayetas para las
mujeres y pañete para los hombres. Tanto el nacimiento cuanto la muerte eran
acompañados con telas nuevas, tocuyos para los pañales del recién nacido y la
tradicional mortaja para el difunto.
Los niños esperaban el día
de sus cumpleaños en que recibían cinco varas de tocuyo. Y los esclavos
calificados recibían telas especiales. Los vestidos eran confeccionados por los
mismos esclavos, pero en ocasiones especiales o cuando la mano de obra esclava
estaba totalmente concentrada en las actividades productivas de la hacienda, se
contrataba los servicios de un sastre indígena, famosos en este menester.
Entre los diez y quince años
eran incorporados a las actividades productivas de la hacienda. Hasta entonces
solamente habían ayudado a sus padres en las actividades domésticas y en el
cuidado de las aves de corral, cerdos y cuyes, o en la pequeña chacra familiar.
Sí, porque en Tumán, como en casi todas las haciendas jesuitas, a los esclavos
no solo se les permitía criar animales como propiedad personal, sino que además
recibían pequeñas parcelas para cultivar “pan llevar” con que completar su
dieta alimenticia.
Hombres y mujeres
participaban en las diversas actividades de la hacienda, aunque no en todas. La
cocina estuvo reservada para las mujeres, así como el cuidado de los niños,
ancianos y enfermos. El trabajo en el cañaveral, más conocido como “la pampa”,
estaba reservado sobre todo a los varones, aunque también las mujeres jóvenes
ayudaban en las tareas menos pesadas.
La mayoría de esclavos
negros recibían comida preparada de la hacienda, y solamente aquellos que
tenían vivienda separada del galpón cocinaban aparte. La hacienda compraba
mensualmente maíz, frijoles, arroz y veinte reses para las raciones de los
esclavos. A las ocho de la mañana se repartía el desayuno, consistente sobre
todo en zango, que era preparado con harina de maíz y chancaca; también el
champús, menos denso que el anterior. El almuerzo preparado con base en
frijoles, arroz y carne de res era repartido después del mediodía. Aparte, las
negras mayores que no salían al campo podían complementar la dieta; para lo
cual preparaban comida extra: bebidas, mazamorras, alfajores dulces de diverso
tipo. Estos últimos eran muy frecuentes, dado que constantemente se les
repartían a los negros los trozos de panes de azúcar que se deshacían por
accidente o porque no llegaban a cuajar totalmente; igualmente, mieles antes de
que se avinagraran. Además de la comida, los esclavos recibían su ración de
“buen tabaco”.
Señala Vega (2002), que
analizando la cantidad de azúcar y miel recibida por los esclavos, resulta
difícil dejar de relacionar este hecho con la gran afición que ahora tienen los
campesinos de Lambayeque por la preparación de una gran diversidad de
comestibles dulces: sus famosísimos kinkones, las natillas, las chancaquitas,
las melcochas, los alfeñiques, los toffees, las merodias, las basitas, el
frijol colado y la mazamorra de Chiclayo, como llaman a la calabaza. Lo que es
seguro es que no eran la diabetes ni el cáncer pulmonar los motivos que
llevaban a los esclavos negros a la enfermería y, en el peor de los casos, a la
muerte. En 1767, cuando se produjo la expropiación de la hacienda.
La
Pampa
Luna negra camina / que
tengo que trabajar / anda recoge la caña / que tu negro va a cortar (versos de
1631 recogen precisamente la
experiencia de los negros en la pampa durante la cosecha de la caña).
La pampa era el nombre que
se daba a la tierra de cultivo en las haciendas de la costa. En el caso de
Tumán estaba constituida fundamentalmente por más de quinientas fanegadas de
tierras de cultivo de caña de azúcar, ocupadas al momento de la expulsión de
los jesuitas por 139 cuarteles de caña y nueve alfalfares que se ubicaban en la
jurisdicción del corregimiento de zaña.
Estas tierras de cultivo
eran regadas por las aguas del canal del Taimi, antigua acequia cuya limpieza
anual relacionaba la hacienda con las comunidades indígenas vecinas. Arar,
sembrar, regar y cortar la caña eran actividades propias de la pampa, para las
que la mano de obra esclava estaba preparada, y cuando no se daba abasto
entonces se recurría al apoyo de los indios de las comunidades vecinas.
Trapiche
El procesamiento del azúcar
era complejo, y en algunos casos se precisaba de mano de obra sumamente
especializada; pero la tecnología empleada era muy sencilla. Un oficial albañil
indígena realizaba las obras de construcción y reparación de la casa de la
hacienda y era asistido por ayudantes esclavos. Organización y especialización
eran la clave del éxito en el procesamiento del azúcar en Tumán.
La primera parte del proceso
era conocida como la molienda; por eso a la ramada donde se ubicaban los
trapiches se le conocía también como la ramada de molienda, y a los esclavos
especializados en atender las operaciones de esta etapa como molineros o
trapicheros. Una vez limpiada, la caña era enviada a los trapiches para que le
extraigan el jugo. Eran los bueyes moledores los que movían el eje que hacía
girar la rueda del trapiche. Al igual que los aradores, no cualquier buey era
moledor; los que lo eran estaban preparados para no marearse dando vueltas en
círculo.
Después el proceso
continuaba en la Casa de Paylas. Esta era un conjunto de cuartos donde se
ubicaban unos enormes recipientes de metal llamados paylas o fondos que tenían
diversos usos. Los jugos extraídos, conocidos como “caldos”, eran juntados en
un gigantesco “artesón de plomo”. Esta era la primera payla por la que pasaba
el jugo de caña en proceso a convertirse en azúcar. Luego eran conducidos a
otro cuarto, donde se encontraba la llamada Mesa de Paylas, que no era otra
cosa que una gigantesca cocina que contenía ocho grandes paylas donde se
cocinaban los caldos hasta que tomaran punto, proceso conocido como de templa.
Aquí se encontraba el esclavo más importante de la hacienda, conocido como “el
azucarero” quien señalaba el instante preciso en que los caldos tomaban punto.
De su pericia dependía que el azúcar saliese de buena calidad, el punto preciso
para las mieles y la templa suficiente de las melazas.
El siguiente tramo del
proceso continuaba en la Casa de Purga, donde los caldos a punto eran vaciados
en unas hormas de barro hasta que cuajaran. En los diferentes inventarios de la
hacienda consultados se observa que en la casa de purga se encontraba un
promedio de quinientas hormas que contenían los caldos en proceso de cuajar, y
si tenemos en cuenta que cada pan de azúcar pesaba dos arrobas, entonces se
deduce que la casa de purgas debió de ser un espacio muy amplio.
Pero no todos los caldos
eran destinados al azúcar, sino un poco también a la elaboración de mieles,
entonces estas también eran llevadas a la casa de purga y depositadas en
porrones. Cuatro eran los tipos de mieles que producía la hacienda. “Miel de
Sol”, que era la de mayor calidad y por lo tanto la de mayor precio, “Miel de
Caras”, “Miel de Barreno” y “Miel de Purga”.
Después los panes sacados de
sus hormas eran conducidos al Cuarto de Empajar. En él los panes sólidos eran
envueltos cuidadosamente en paja de modo que quedaban protegidos de la
contaminación con impurezas y listos para ser vendidos, utilizándose en
promedio cinco libras de paja para cada pan.
Zaña.
Según Rocca (1985), en Zaña
la situación era distinta. Exalta que en los primeros tiempos de la fundación
de la Villa Santiago de Miraflores de Zaña se instalaran 20 españoles y años
después ascendieron a un número de 40. Al servicio de estos españoles
estuvieron 240 indígenas mitayos de la región.
Los españoles al ejercer su
dominio sobre los indígenas no pudieron erradicar su acervo cultural. En un
primer momento se dieron uniones sexuales entre españoles e indios surgiendo
mestizos. Posteriormente, los españoles llevaron esclavos negros a la Villa de
Santiago de Miraflores de Zaña para tareas domésticas y trabajos en los
cañaverales. La presencia de estos esclavos en el valle generó un doble proceso
de mestizaje; por un lado la unión de negros con indios generó un sector de zambos o pardos, y
la unión entre negros y blancos dio
origen a los mulatos.
Comenta Rocca (2010), que según
la publicación de Baltazar Martínez Compañón y Bujanda, en 1784, en la otra
provincia de Zaña había un total de 1760 negros y 3,152 pardos. Hay que
diferenciar dos espacios: la jurisdicción de Zaña como provincia y la sede
urbana, jurisdicción del curato local, que fue una antigua villa española.
Un valioso estudio sobre
esta zona urbana ha sido realizado por Huertas (1993), que inclusive a publicado
un antiguo plano con los nombres de los
41 españoles que fueron propietarios de solares de los primeros tiempos de la
villa española. Los mencionados españoles tenían esclavos.
La provincia de Zaña
comprendía los siguientes valles: La leche, Lambayeque, Zaña y Jequetepeque. En el curato de la ciudad de Zaña, también conocida como
la villa Santiago de Miraflores, había 90 negros y 370 pardos. En otros curatos
de la provincia de Zaña la población negra fue la siguiente: en santa lucia,
313 negros y 286 pardos; San Pedro, 83 negros y 461 pardos; en santa catalina,
305 negros y 370 pardos; en San Roque 160 negros y 538 pardos; en Jequetepeque,
ningún negro y 76 pardos; en Mórrope, 13 negros; en Reque, ningún negro y 7 pardos;
en ingenio, 319 negros y 14 pardos, en Chepén 308 negros y 148 pardos.
La particularidad de la
Villa de Zaña es que en 1784 había sólo 73 españoles, ningún indígena y 39
mixtos (mezcla de español con indígena). Si sumamos los negros y pardos de Zaña
encontramos un total de 360 personas con raíces africanas, es decir, dentro del
80 % de la población de Zaña. El éxodo de los españoles se registró durante la colonia en dos
momentos: en marzo de 1686, por la invasión y acoso del pirata Eduard Davis y
sus huestes; y, nuevamente en marzo de 1720, por la inundación de la Villa de
Miraflores, que fue arrasada por el Rio Zaña. La mayoría de españoles se
trasladó a otra ciudad de la costa. La población afrodescendiente se transformó
en la mayoría absoluta en Zaña expandiendo su hegemonía cultural.
Rocca (2010), indica que la
población económicamente activa en Zaña en el año 1792 estaba conformada por:
Indios.
|
18
448
|
71
%
|
mestizos
|
3
946
|
15
%
|
Castas.
|
2
327
|
9.40
%
|
Esclavos.
|
1
211
|
4.60
%
|
Por otro lado, el autor refiere
que se cometieron muchos abusos contra los esclavos negros, referenciando que
fueron castigados en el Cerro “La Horca”,
fueron acusados de las tragedias de Zaña, y una vez vendidos, los
esclavos eran marcados por sus amos a fuego de carimba con un signo distintivo
puesto en la espalda del esclavo, como hasta ahora se hace con el ganado; tan
bárbara costumbre movió a compasión al Arzobispo Toribio de Mogrovejo a cuya
instancia se reunió con el Concilio Provincial de Lima (o Limense) y recomendó
que a los esclavos negros no se les castigue con crueldad (mayormente con brea
o con hierro malvado).
De esta manera se determina
que dentro de la cotidianidad de los esclavos negros de Zaña, existieron muchos
hechos que denigraron y atentaron contra la dignidad del esclavo, producto de
ello se considera que el cimarronaje tiene su origen en Zaña, puesto que este
fue el lugar en donde recibieron más malos tratos que en cualquier otra
hacienda de la región y adherido a ello se hace evidente la presencia de
esclavos negros muchos más rebeldes que opusieron resistencia a la esclavitud
(Cimarronería y bandolerismo).
§ Maltratos y castigos a los
esclavos negros.
Aguirre (2005), manifiesta
que los esclavos del virreinato peruano pertenecían, según la legislación y las
prácticas sociales de la época, a la escala más baja de la jerarquía racial y
socio-económica. La legislación colonial sancionó con claridad la condición
subordinada del esclavo negro, excluyéndolo de una serie de derechos y
privilegios reservados sólo para los habitantes de origen europeo,
restringiendo sus movimientos, asignándole obligaciones especiales por el hecho
de ser esclavo, y sometiéndolo, además, a una serie de prácticas degradantes
que acentuaban su opresión y marginalización.
Se les prohibiría beber vino
o chicha, andar a caballo, reunirse en grupos en corrales o rancherías, e
incluso ser enterrados en ataúd. Los esclavos y negros libres tenían bloqueado
el acceso a cualquier forma de educación formal y, en diferentes momentos,
fueron prohibidos de practicar ciertos oficios.
La legislación sobre
castigos y sanciones a los esclavos negros revela aún más crudamente su
posición subordinada en la sociedad colonial. Por lo general recibían, en la
legislación y en la práctica, castigos más severos que las personas libres, y
se usaban contra ellos métodos punitivos que habrían sido considerados
infamantes si hubiesen sido aplicados contra españoles. Veamos algunos
ejemplos. Al negro que fugase del poder del amo, por ejemplo, se le debía
castigar con cien azotes, pero si la ausencia duraba diez días, se mandaba que
se le amputase el pie, y si se prolongaba a veinte, el esclavo debía ser
ahorcado. Se estipulaban premios para quienes capturaran a esclavos cimarrones,
vivos o muertos, y bastaba presentar la cabeza del negro para recibir la recompensa.
Las violaciones al toque de queda eran castigadas con cien azotes la primera
vez, castración la segunda, y finalmente con el destierro fuera de la ciudad a
la tercera ocasión.
Bowser (1974), expresa que
el maltrato de una india por un negro hacía a este merecedor de cien azotes. Y
las reuniones no autorizadas de más de diez negros los hacían merecedores de
doscientos azotes. La "Recopilación de las leyes de Indias" (1680)
consolidó el armazón legal referente al trato a los esclavos. Por cuatro días
de fuga mandaba se le aplicasen cincuenta azotes; por diez días, debía recibir
cien azotes y portar una calza de hierro de doce libras durante dos meses; la
fuga fuera de la ciudad hasta por cuatro meses resultaba en cien azotes la
primera vez y destierro la segunda; finalmente, una fuga que durara seis meses
y que incluyera la comisión de algún delito, merecía la pena de muerte. La
aplicación de estas penas solía variar con respecto a la normatividad, y
resulta difícil concluir si en la práctica los esclavos eran castigados con
mayor o menor severidad que lo mandado por la ley.
C)
El
Rechazo al Sistema.
§ Cimarronaje, palenques y
bandolerismo en Lambayeque.
Aguirre
(2005), hace hincapié que solo una proporción minoritaria de esclavos consiguió la manumisión
en muchos casos a costa de hipotecar su futuro. Dado que la posibilidad de
acumular dinero no estaba al alcance de todos, y que los amos otorgaban la
libertad a cuentagotas, muchos esclavos prefirieron otro camino para intentar
acceder a la libertad: fugarse del poder de los amos. No todos los esclavos,
naturalmente, intentaron fugarse, pero es casi seguro que todos lo pensaron
alguna vez.
Aquellos que lo intentaron no siempre tuvieron éxito, pero de, entre
todas las violaciones a la autoridad que los esclavos ejecutaron, la fuga
parece ser la más frecuente o, al menos, la que más preocupaba a las autoridades
y a los amos.
Desde el periodo colonial temprano los cimarrones constituyeron un
permanente dolor de cabeza para las autoridades, no sólo por el hecho de que al
fugarse desconocían la propiedad y autoridad del amo, sino además por sus
actividades de bandolerismo y robo en ciudades y caminos. Por tanto, las fugas
eran severamente reprimidas con azotes, panaderías, cepos, cárcel y hasta la
muerte. El estado colonial tomó medidas represivas desde muy temprano,
contratando alguaciles de campo y otros grupos armados para perseguir a los
cimarrones.
En 1557, por ejemplo, el virrey Andrés Hurtado de Mendoza y Carrera,
Marqués de Cañete, creó la "Santa Hermandad", una institución militarizada
cuya misión era dirigir las operaciones contra esclavos cimarrones en las zonas
rurales. La historia de esta institución estuvo plagada de problemas
financieros y políticos, pero su evolución en la cual estuvieron fuertemente
involucrados los propietarios de esclavos y autoridades del más alto nivel
revela la importancia que se le daba al cimarronaje como una actividad
desestabilizadora del orden público y de las jerarquías asociadas a la
esclavitud.
La persecución y captura de cimarrones era también, por supuesto, un
asunto que los amos no dudaban en acometer por su cuenta: contrataban personal
para perseguirlos, ofrecían recompensas, organizaban expediciones y castigaban
a posibles cómplices u ocultadores.
Las panaderías, fueron el destino de cientos de esclavos cimarrones
capturados por los amos y puestos allí a modo de escarmiento. En las
haciendas, la captura de cimarrones era generalmente acompañada de durísimos
castigos con azotes y cepos.
Lavallé (1999), referencia que en 1787, algunos integrantes de una
pandilla de cimarrones y bandoleros pertenecientes a la Hacienda Laredo fueron
arrastrados por caballos antes de ser ejecutados, mientras sus cómplices
fueron castigados con 200 azotes cada uno, en el caso de los hombres, y 100 en
el caso de las mujeres.
No resulta exagerado sugerir que el cimarronaje convirtió a la
esclavitud, tanto en áreas rurales como en zonas urbanas, en una especie de guerra
de guerrillas, pues en todo momento había un número significativo de esclavos
huidos y grupos de gente armada persiguiéndolos por calles, caminos y bosques.
Las razones detrás de las fugas de esclavos fueron numerosas:
constante maltrato por parte de los amos (castigos, poca alimentación, excesivo
trabajo), el deseo de reunirse con otros familiares, o simplemente la
posibilidad de vivir una vida más libre.
Aguirre (1993), sustenta que la abrumadora mayoría de cimarrones en
Lima eran solteros y jóvenes. Alrededor del 72% de ellos eran hombres, según
las muestras disponibles para distintos períodos en la zona de Lima. Entre 1840
y 1846, 42% de los hombres y 36% de las mujeres se fugaron de chacras o
haciendas de la capital, mientras el resto lo había hecho de las casas de sus
amos o de las panaderías.
Asimismo el autor afirma que un
porcentaje mayor de mujeres fugaba de residencias urbanas, mientras que había
más hombres entre quienes fugaban de las haciendas.
En general, ambos grupos se fugaban por causas similares (maltrato,
castigo cruel, excesivo trabajo) pero muchas mujeres también fugaron para
ocultar embarazos. El tiempo que permanecían fugadas las mujeres era en general
más corto que el de los hombres, lo que puede indicar que ellas practicaban con
mayor frecuencia el "petit maroonage" (fugas temporales) o que se les
capturaba más rápido que a los hombres. Las mujeres se refugiaban casi por
igual en casas de amigos y chacras cercanas, mientras que la mayoría de hombres
lo hacía en chacras y montes alejados, es decir, buscaban poner mayor distancia
con respecto al amo.
Reveladoramente, los hombres tendían a sobrevivir del robo y el
bandolerismo en mayor proporción que las mujeres, mientras que estas vivían de
la ayuda de amigos y parientes con más frecuencia que los hombres.
La vida para un cimarrón estaba llena de peligros y desventuras. Su
destino era incierto, la posibilidad de conseguir trabajo "honrado"
escasa, y el riesgo de ser denunciado, capturado y castigado cruelmente era muy
alta. Quienes no optaban por la fuga lo hacían no porque prefirieran la
esclavitud, sino como resultado de un pragmático cálculo de posibles ventajas y
desventajas. El hecho de que tantos y tantos esclavos sí se atrevieran,
demuestra que para muchos de ellos era preferible correr dichos riesgos antes
que seguir tolerando la crueldad, el excesivo trabajo, o simplemente la
autoridad del amo.
Un gran número de esclavos fugaba hacia regiones alejadas, tratando de poner distancia entre ellos
y los amos. Otros merodeaban por las mismas haciendas donde habían trabajado,
escondiéndose en montes y cañaverales. Los cimarrones mantenían vínculos
sentimentales o económicos con esclavos y otros trabajadores en sus haciendas
de origen, y solían volver a ellas de vez en cuando para sumarse a celebraciones
o visitar conocidos. Muchos se camuflaban en las ciudades, tratando de pasar
por negros libres e integrándose a la masa de trabajadores urbanos en busca de
una ocupación. Con mayor frecuencia, sin embargo, y dada la precariedad de su
situación, los cimarrones terminaban ejercitando actividades delictivas, sobre
todo en la forma de bandolerismo.
El bandolerismo, según Flores (1984), fue endémico a lo largo de la colonia. Los
bandidos atacaban en grupos de diferente tamaño, generalmente pequeños,
modestamente armados y mayoritariamente masculinos.
Estos atacaban a sus víctimas para robarles, naturalmente, aunque
también se ha detectado en numerosos casos un afán de venganza contra
autoridades, hacendados e incluso caporales. En 1638, en Piura, una pandilla de
cimarrones atacó al alcalde provincial y su asistente, les cortaron la cabeza,
y quemaron sus cuerpos.
Como en otras sociedades, algunos de estos personajes adquirieron la
fama de bandidos generosos y nobles, pues supuestamente robaban a los ricos y
ayudaban a los pobres, aunque, como en otros casos también, la leyenda parece
haber superado a la realidad. Ignacio de Rojas, un bandido que operaba en la
zona de Chancay, adquirió la fama de ladrón generoso que robaba a los ricos
para dar a los pobres.
Las partidas de bandoleros solían representar la diversidad de
ocupaciones y castas de las clases populares urbanas y rurales. Había muchos
esclavos entre ellos, pero también negros libres, blancos e indios pobres, y
toda una variedad de oficios rurales y urbanos.
En un valioso estudio, Arrelucea (1984), ha iluminado, además, los
componentes de género detrás de la participación de las mujeres en el
bandolerismo: en las partidas, dice, "las mujeres, libres y esclavas, no
ocupaban un rango similar a los hombres (...) eran consideradas subordinadas,
cumplían roles secundarios, estaban a cargo del apoyo logístico pero no
participaban de la toma de decisiones".
Flores (1984), considera al bandolerismo como un fenómeno "funcional" al
régimen colonial. Vivanco (1990), lo considera una "vía de desfogue"
de las tensiones sociales. Más allá de esto, sin embargo, lo cierto es que el
bandolerismo fue un peligro latente para los grupos dominantes, revelaba las
grietas en el sistema de dominación, expresaba claramente el descontento y la
frustración de amplios sectores populares (esclavos y libres) y alimentaba los
deseos de libertad entre los oprimidos, especialmente los esclavos.
En el Perú, como en casi todas las sociedades esclavistas, según
sostiene Aguirre (2005), los cimarrones formaron comunidades semiautónomas y
militarizadas llamadas palenques o quilombos. Estas fortificaciones se
ubicaban generalmente en zonas apartadas de las ciudades o en áreas
inaccesibles en las inmediaciones de las haciendas.
Variaban en
tamaño, organización y grado de complejidad, desde comunidades altamente
estructuradas con una economía compleja y autosuficiente, hasta simples
escondites temporales de bandoleros y cimarrones. Por lo general, se escogían
terrenos de difícil acceso para sus potenciales perseguidores, pero al mismo
tiempo cercano a posibles fuentes de recursos como comida y ganado, y que
permitiesen el contacto con redes de colaboradores tanto en haciendas cercanas
como en las ciudades. En 1784, por ejemplo, se informó que los palenques de
Supe y Andahuasi "son tan impenetrables que solo el fuego los podía
allanar: en ellos se ocultan y desde allí salen a sus asaltos comunicados por
los que aparentemente parecen fieles servidores de sus amos.
El palenque era,
siguiendo los patrones del cimarronaje, un espacio abiertamente masculino. De
un total de 77 palenqueros de la zona de Lima entre 1760 y 1820, sólo 7 eran
mujeres.
Diversos autores
han sostenido que los palenques de esclavos durante los dos primeros siglos de
la colonia constituyeron un intento por construir una comunidad autosubsistente,
fundamentalmente agrícola, y regida por principios jerárquicos en los que la
religión y la etnicidad africanas jugaban un papel central. El palenque, dice
Flores (1984), es la ocasión para recuperar una cultura que parece irremediablemente
perdida. Conforme avanzaba el siglo XVIII, sin embargo, los palenques
empezarían a cobijar una población mucho más heterogénea, que incluía esclavos,
negros libres, mestizos, indios y otros. Tendieron, además, a convertirse en
simples refugios de bandoleros, abandonando gradualmente los ideales de
organización propia y auto subsistencia. Hacia la primera mitad del siglo XIX,
los palenques eran generalmente escondites temporales y precarios de esclavos
fugitivos, relativamente vulnerables a los asaltos de autoridades y cazadores
de cimarrones.
Aunque
existieron palenques en distintas zonas del virreinato peruano, es en los
alrededores de Lima donde se ha documentado un número importante de ellos,
especialmente a lo largo del siglo XVIII. Distintos trabajos mencionan la
existencia de palenques en zonas como Carabayllo, Santa Rosa, Taboada,
Balconcillo, Lurigancho, Huachipa, Vicentelo, Monte del Rey, Punchauca, La
Calera y otras.
Tord y Lazo (1981), señalan que de
todos ellos, el de Huachipa parece ser el mejor documentado de todos. En fecha
no precisada, pero cercana a 1712, en las inmediaciones de la hacienda
Huachipa, un grupo de esclavos fugitivos creó un refugio permanente en un
"paraxe montuoso... cubierto de ciénagas e impenetrables cañaverales".
Dicho lugar se hallaba cerca de Cajamarquilla, una antigua ciudad
pre-hispánica, en un lugar denominado "El Guaico". Al momento de su
destrucción vivían en el palenque un total de 22 hombres y 16 mujeres, la
mayoría de ellos esclavos bozales. De los 29 que fueron capturados, 8 eran
Congos, 6 Lucumis, Terranovos, 5 Minas y el resto de otros grupos étnicos. La mayoría
eran cimarrones fugados de haciendas, si bien es cierto que también los había
de procedencia urbana (como el caso de aquellos cuyas dueñas eran una pulpera o
una tamalera). Aunque los había de edad más avanzada, la mayoría de palenqueros
eran jóvenes entre 20 y 30 años de edad. La organización material giraba en
torno a la agricultura de subsistencia, el trabajo artesanal y el robo de ganado,
armas y otras especies en los caminos y haciendas de los alrededores. El
palenque tenía una estructura política quasi militarizada, con un "general"
o gobernador que ejercía una autoridad civil y militar. Contaban, además, con
una red de espionaje y abastecimiento que incluía leñadores y otros
trabajadores rurales de la zona. Al parecer, los palenqueros
"reclutaban" activamente esclavos fugitivos tanto de las haciendas
vecinas como de la ciudad de Lima. El líder del palenque era Francisco Congo "Chavelilla",
un esclavo que había fugado de su amo en Pisco, pasó algún tiempo en Huaura, y
finalmente se refugió en Huachipa, donde luego de algunas disputas internas
consolidó su liderazgo y asumió el papel de líder político, militar y quizás
incluso religioso (algunos se refieren a él como un "brujo que no morirá
con hierro"). Chavelilla se refiere a los demás cimarrones como "mis
soldados". Ejercía al parecer una justicia férrea, mandando castigar a
quienes se resistían a cumplir sus órdenes. El estado encargó al corregidor de
Huarochirí y a un representante de los hacendados la tarea de destruir el
palenque y apresar a sus habitantes. Se formó una partida que bloqueó las
rutas de acceso, asaltó la fortificación esclava, y capturó a la mayoría de
cimarrones que se encontraban allí, muchos de ellos heridos durante el
enfrentamiento. Poco después el palenque fue completamente quemado y
destruido. Chavelilla y otros líderes fueron sometidos a juicio y condenados a
la horca y a ser descuartizados.
Como en otros casos de palenques en América Latina, el de Huachipa
revela los alcances y límites de la resistencia esclava. Los esclavos allí
reunidos expresaban, en los hechos, un rechazo radical a seguir aceptando su condición servil.
Del
mismo modo que los autores antes referidos Rocca (2010), expresa que el
cimarronaje fue una forma de protesta. Además señala que hace pocos años,
básicamente se conocían los palenques de Lima a partir de los estudios de Tord y
Lazo (1981). Sobre el norte,
recientes estudios, principalmente llevados a cabo por Figueroa y Hidrogo (2007),
nos ilustran de casos de cimarronaje y la existencia de un palenque en Tumán-Lambayeque.
El cimarronaje era frecuente en las haciendas norteñas donde trabajaban los
esclavos. Era una respuesta a los malos tratos y a los trabajos de sol a sol en
zonas de altas temperaturas.
Algunos
estudios realizados indican que en 1780 la hacienda azucarera “La otra banda”
de Lambayeque se arruinó y hubo fuga de esclavos, los cuales “andan haciendo latrocinios
en las inmediaciones.
Figueroa
y Hidrogo (2007), informan que el palenque de
Ferreñafe fue constituido entre mil 1797 y 1798; y que dicho palenque
fue destruido, siendo detenidas 22 personas. Cuatro rebeldes fueron ahorcados.
§ Levantamientos de esclavos negros
en Lambayeque.
Huída
de esclavos de la Hacienda de Tumán al Cerro de Pátapo (1743).
La
hacienda y trapiche de San Francisco de Borja de Tumán, fue propiedad de la
Compañía de Jesús desde 1659, año en que les fue donada por doña Juana
de Carvajal, con cuatro esclavos. Con la administración de los jesuitas se
intensificó la producción de azúcar y sus derivados, y por ende el incremento
del número de esclavos para su servicio.
María
Rostworowski citado por Izquierdo (2011), nos dice que para el año de 1724, la
hacienda contaba con 29 esclavos, y en 1760 con 160. Vega (2003), anota:
"En 1767 año de la expulsión de los jesuita, se contaron 178 esclavos (109
varones y 69 mujeres)”.
La
convivencia en ella era menos dura que en el resto de haciendas de la región,
propiedad de laicos. Existía una actitud paternal del trabajo y los esclavos
gozaban de algunas concesiones. Tenían pequeñas parcelas, criaban porcinos,
aves de corral, cuyes etc. Se les proporcionaba buena comida, vestido y su
infaltable tabaco. Contaban con enfermería y capilla. Descansaban los domingos
y fiestas (que los jesuitas respetaban como días de descanso, salvo fuerza
mayor).
Según Izquierdo (2011), el 16 de marzo de 1743, el Corregidor don Carlos
Prudencio de Guzmán, vecino de Lambayeque, recibía, de manos del Escribano de
Cabildo don Sebastián de Polo, una desesperada y urgente "petición"
cursada por el Padre Jesuita Don Pedro de Frutos, a la sazón, administrador de
la hacienda de Tumán. En ella le hacía saber que los "esclavos negros"
de la mencionada hacienda se habían "levantado y ausentado" negándole
la "obediencia". En esta clara actitud de resistencia se encontraban
ya por espacio de cuatro días. Y como sobre ellos pesaba gran parte de la
producción, la hacienda estaba "padeciendo gran deterioro". Suplicaba
su "reducción" para evitar también "las continuas extorsiones
que están haciendo a los que transitan los caminos inmediatos en donde se hayan
refugiados".
Estériles
habían resultado sus demandas a fin de que los esclavos depusieran su actitud,
a pesar de haberles prometido "una y otra vez" el perdonarles su
falta, más bien y como respuesta "con más empeño se han ahuyentado de
dicha hacienda llevándose consigo todas sus familias y demás menesteres de sus
casas". El lugar elegido para su refugio fue el Cerro de Pátapo,
"inmediato a dicha hacienda". En el aludido cerro pretendían hacerse
fuertes y evitar con esto ser reducidos fácilmente.
Enterado
de los hechos, el corregidor se dispuso a pasar inmediatamente al "paraje
y Cerro de Pátapo", con el fin de "reducir a los negros" y
entregarlos a la hacienda, sabía muy bien que la fuga daba lugar al cimarronaje
y el bandolerismo. En el acto fueron notificados el capitán don José Ternero,
el alférez Juan Samudio, el sargento Manuel Espejo y los cabos Manuel de Ureta
y Marcelo Samudio de la Compañía de Pardos (afro mestizos) libres de
Lambayeque, para que marchen a incorporarse a las tropas de Ferreñafe,
"llevando cada uno el arma de fuego que le corresponde". En Ferreñafe
se les proporcionaría las respectivas y "necesarias municiones de
guerra", costeadas para el efecto por el corregidor. A los citados
oficiales se les hacía saber también que sí por motivos injustificados faltaran
a la cita serían castigados según "la ordenanza militar", el mismo
castigo recibirían también, de darse el caso, los soldados que bajo su mando
componían dicha compañía.
A
las 8 de la mañana "según el sol" del día 27, el corregidor en
compañía del escribano y una pequeña escolta salió de Lambayeque con rumbo
a Ferreñafe, pueblo al que arribó
"como a las once del día según el sol" (durante mucho tiempo el cielo
fue el instrumento principal de la medición del tiempo, es decir, el día
solar). Inmediatamente hizo notificar a los oficiales de las milicias de ese
pueblo, primeramente al "capitán gobernador de la infantería de a
caballo" don Antonio Vílchez, que se excusó de participar en la excursión
por tener 80 años, en su defecto iría el "teniente de la Compañía de a
caballo de dicho pueblo" Don Francisco Bolungaray" y los capitanes de
"a caballo" Don Francisco Solano Chiclef, don Calixto Florencio y don
Pablo Sánchez, cada uno al frente de sus respectivas compañías de naturales
"de a caballo". En fin, un gran desplazamiento de milicias de
caballería, debidamente armada y municionada. Sin duda esto se produjo teniendo
en cuenta que el número de sublevados era elevado. Si nos atenemos a las cifras
dadas entre 1724, 1760 y 1767, mencionadas al inicio, cabe suponer que para
1743, la cifra bien podría bordear los 150; una cantidad respetable de esclavos
de ambos sexos.
A las cuatro de la tarde, se envió al esclavo
Domingo Robles, negro criollo, y al mulato libre Cipriano Alcocer,
"personas prácticas en los montes y cerros", para que juntos
verifiquen el "paraje exacto" donde se encontraban.
Unas
horas después exactamente las doce de la noche partieron de Ferreñafe, llegando
a las diez de la mañana "según el sol" del día 28. En las faldas del
cerro se encontraban, a la vista, numerosos negros "levantados". En
el acto se distribuyeron las cinco compañías de caballería "por diversos
parajes al pie del Cerro", con el fin de sitiarlos. El Corregidor con una
parte de la tropa avanzó hacía el cerro hasta ponerse a punto de escuchar las
razones que daban los negros”. Como la "vocería y gritería" era
estrepitosa, mandó se calmasen para poderlos oír.
Seguidamente
le manifestaron que el motivo de "haberse retirado a aquel Cerro",
era huyendo "del castigo continuado que les daba el Padre de Frutos" y que además no
permitía "que guardasen los días de fiesta haciéndolos trabajar como en
los demás de trabajo". Que depondrían su actitud y volverían a la hacienda
si de Frutos salía de ella. Pedían también que el Padre Miguel, con "uno
que otro de la Compañía de Jesús", volviera a hacerse cargo de la
administración de la hacienda.
Resuelto
a restablecer el orden sin hacer uso de las armas, el Corregidor les envió un
parlamentario de nombre Pedro Bomba, negro de casta "Mina", como
"paisano y de la nación de muchos de los sublevados", esclavo de la
hacienda Luya y "ladino en lengua española". La orden dada al negro
Bomba era que subiese al cerro y les ordenase de parte del corregidor, bajasen
de él a su presencia y se "redujesen y sujetasen en la obediencia que
debían tener". El corregidor estaba dispuesto a oírlos "en
justicia" y reponerlos en la hacienda hasta la llegada del procurador del
Colegio de Trujillo, que se encontraba en camino. En él serían depositados para
que dispusiese lo que más convenía. Les hacía saber también que no los castigaría
si se entregaban voluntariamente, caso contrario "experimentarían el rigor
de la justicia y el efecto que causan las armas". Acompañaba a Pedro Bomba
en esta misión el pardo libre Cipriano Alcocer.
Llegados
al pie del cerro, se les acercaron los dos principales cabecillas de la
sublevación (sus nombres no figuran en el expedientillo), a quienes notificaron
verbalmente la orden dada por el Corregidor. En respuesta les manifestaron que
dijeran "a su Merced", que estaban dispuestos a bajar del cerro, siempre
y cuando se retirara de la hacienda el administrador de Frutos. Mientras tanto
pedían no los consignasen en la hacienda, hasta que llegase el Padre Procurador
del Colegio de Trujillo, y que los principales motivos de su huída habían sido
"los crueles castigos que con ellos hacía el P. Pedro de Frutos y así
mismo haciéndolos trabajar todos los días de fiesta sin permitirles aquel
descanso en las noches". Pedían también ser "gobernados" por el
Padre Miguel (su apellido lamentablemente no figura en el instrumento),
compañero del Padre de Frutos, respecto de que este último había faltado a su
palabra dada por intermedio del fraile Félix de Irarrazabal, con motivo de su
anterior huída, en que se les ofreció perdonarles "sus yerros" sí
volvían a la hacienda, cosa que no ocurrió así, ya que esa misma noche
"supieron por cierto se buscaban y solicitaban prisiones por dicho Padre
para sujetarlos".
Luego
se divisó a un religioso con el hábito de la Compañía de Jesús y montado a
caballo se dirigía, por "el pie del Cerro", hacía donde se encontraba
el corregidor. Este no era otro que el Padre Miguel, portador de un escrito,
redactado y firmado, a la carrera y "en papel común", por dé Frutos.
En él le suplicaba suspenda cualquier determinación en aras de la "reducción
de los negros sublevados", comprometiéndose a dar parte a sus superiores
para que por este medio no continuara perjudicándose la hacienda. Cumplido el
encargo el P. Miguel solicitó "venia y licencia" para que en calidad
de intermediario subir al cerro, la que en el acto le fue concedida. Y aunque
algunas personas se ofrecieron acompañarlo, prefirió ir solo.
Después
de haber hablado por espacio de media hora con los "sublevados",
descendió para comunicarle al corregidor que estos se encontraban en total y
franca rebeldía, resueltos a no abandonar su refugio hasta que saliera de la
hacienda el P. de Frutos. Y que "primero perderían la vida que salir del
Cerro". Ante tal determinación el P. Miguel le suplicó al corregidor
suspendiese inmediatamente "reducirlos con las armas", ya que esto
podría traer como consecuencia la pérdida de “algunos negros", y de
resultas el consiguiente "perjuicio y atraso" de la hacienda (por
aquellos años las "piezas de ébano" escaseaban y se cotizaban caras).
Además como estaba próximo a llegar el Procurador del Colegio de Trujillo, él
se encargaría de tomar "la más acertada providencia para que se reduzcan
los negros al servicio de dicha hacienda". Le aseguraba también, mediante
juramento repetido "por segunda y tercera vez", que los negros no
harían "extorsión alguna" en los campos, mucho menos a los pasajeros,
porque él los proveería de lo necesario para su "natural alimento",
hasta la llegada del Procurador. Por último le pedía y suplicaba "en nombre
de su religión”, mandase retirar las tropas y concluir con el sitio, a fin de
que no corran peligro las vidas de los esclavos, y concluía diciendo: "la
Compañía de Jesús se daría por muy satisfecha...y apreciaría semejante
favor".
Esta
inédita fuga de esclavos de la hacienda de Tumán, la podemos enmarcar en las
del tipo de carácter temporal. Esto porque en ningún momento tuvo por objeto el
lograr la libertad, sino más bien el de conservar algunas prerrogativas,
negadas por el nuevo administrador, alterando radicalmente con esto sus
condiciones de trabajo y subsistencia. Huyeron en un intento por regular o
cambiar el trato que recibían dentro de su esclavitud en la hacienda. En fin,
gracias a este acto de resistencia colectiva, gozaron, por el breve espacio de
una semana, de una precaria "libertad".
Sublevación de Esclavas Negras en la Hacienda
"La Punta" de Zaña.
Cabrejos (2010), señala que en el Archivo General de la Nación se
encuentra registrado el documento: “Causa seguida por Don Antonio de Peramás
contra Doña Jacoba Rubio, iniciadora de la sublevación de esclavos ocurrida en
la Hacienda La Punta del Valle de Zaña, violación de domicilio y otros excesos”
(Legajo 95 – Cuaderno 1164 – Año 1802) el cual, aunque se encuentra incompleto,
aporta valiosa información sobre la Sublevación de esclavas en Zaña ocurrida un
cuarto de siglo antes de la Proclamación de la Independencia.
En la Hacienda “La Punta”, los
esclavos y un número muy significativo de mujeres negras, se sublevaron contra
toda autoridad que emanara del poder virreinal. El ataque, encabezado por Doña
Jacoba Rubio, fue dirigido contra el alcalde de la zona Don Antonio Ramón de
Peramás e incluyó el incendio de los trapiches, además de numerosos muertos y
heridos entre aquellos que obedecían a la autoridad.
Temiendo mayores consecuencias,
se hizo necesaria la presencia de las tropas virreinales, por orden emitida en
Lima, que acabaron con la sublevación y aprehendieron a los instigadores.
Durante el juicio, Doña Jacoba
Rubio mencionó que capitaneo la revuelta pues los negros le pidieron que “los
gobernase y tomase posesión de la hacienda, pues para el efecto habían
expulsado al alcalde y sus mayordomos”.
Algunos de los esclavos y
esclavas que participaron fueron castigados de manera despiadada, otros fueron
ajusticiados (as) en el Cerro “La Horca”. Uno de los castigados fue Juan Thombo
que, habiendo defendido al alcalde, causó demasiados destrozos. Un grupo de
mujeres negras fueron castigadas por quejarse, durante el juicio, de las
autoridades coloniales y al demostrarse que durante la revuelta arengaron a los
esclavos que combatieron contra la autoridad. Dichas mujeres fueron, entre
otras, las esclavas Manuela del Espíritu Santo, Estefanía Ripalda e hijos,
Josefa Ripalda, Petrona Villotas, Juana María Villotas y Mónica Calero entre
otras que se atrevieron a arengar a las servidoras de la hacienda contra los
españoles que habían ido a combatirlos.
Asimismo
se puede agregar lo mencionado por Rocca (2010), “el apellido Ripalda (de
varias mujeres rebeldes) perdura hasta hoy en la ciudad de Zaña.
D)
Libertad
de esclavos negros en Lambayeque.
Compra
de la libertad (Manumisiones).
Aguirre (2005), indica que desde la antigüedad, la legislación y la
práctica esclavista admitían la posibilidad de que los esclavos accedieran a
la libertad. En la península Ibérica, las siete partidas no sólo admitieron la
manumisión como legal y legítima, sino que proclamaron que la libertad era una
aspiración universal y la esclavitud era un mal necesario. La manumisión
reconocía, por tanto, que salir de la esclavitud representaba un derecho que
no podía negarse al esclavo que satisfacía los requisitos para ello. Más aún,
se consideraba que los amos que concedían la libertad a sus esclavos estaban
haciendo un servicio a Dios. Estas
normas fueron trasplantadas a América pero, como suele ocurrir, existió siempre
una distancia entre la retórica legal y la práctica concreta de quienes
estaban sujetos a ella.
La manumisión de
esclavos en el Perú adoptó dos formas principales: la primera era conocida como
"manumisión graciosa" y consistía en el otorgamiento de libertad a
los esclavos poriniciativa y voluntad de los amos, sin compensación económica alguna,
como un gesto de generosidad y agradecimiento. La segunda forma era la
manumisión por compra: los esclavos gracias a diversos mecanismos reunían el
dinero equivalente a su precio y compraban su libertad.
Ninguna de las dos formas
estaba exenta de complicaciones: en el primer caso, la libertad solía otorgarse
bajo una serie de condiciones para el esclavo; en el segundo, agudos
conflictos se producían entre amos y esclavos no sólo en torno al precio
"justo" de estos, sino también respecto a la obligatoriedad que
tenían los amos de aceptar la manumisión cuando los esclavos reunían el dinero
requerido. Muchos otros factores, como es lógico, intervenían en estas
negociaciones: los antecedentes de los esclavos, la posible existencia de
relaciones afectivas y/o sexuales entre amos y esclavas, las prioridades o
preferencias de la familia del esclavo, la posibilidad de que hubiera una
tercera persona detrás de los intentos de los esclavos por adquirir la
libertad, y muchos otros.
Bowser (1977), reunió una muestra de
320 esclavos manumitidos entre 1560 y 1650. De ellos, 106 fueron hombres (33%)
y 214 fueron mujeres (67%). La mayoría de esclavos (217 ó 68%) accedieron a la
libertad a través de la compra o la promesa de ofrecer algunos servicios a sus
antiguos amos, mientras una proporción mucho menor (108 ó 32%) recibió manumisión
graciosa. Jouve (2003) citado por Aguirre (2005), empleó una muestra de 210 manumisiones entre 1650 y 1700 y halló resultados
similares: 70% fueron esclavas mujeres y sólo 30% fueron hombres.
Se puede detectar un
patrón bastante uniforme en estas cifras: dos tercios de los esclavos
manumitidos tuvieron que pagar, de un modo u otro, por su libertad; y poco más
de tres quintos de todos los esclavos manumitidos fueron mujeres.
Aguirre (2005), enuncia
que las esclavas recibían en proporciones mucho más altas la libertad graciosa,
sus precios eran por lo general inferiores a los de los hombres por tanto, era
más fácil comprar la libertad de una mujer que de un hombre y estando definida
la condición legal de los hijos por aquella de sus respectivas madres, la
opción de libertar primero a la madre en el caso de familias esclavas adquiría
prioridad.
La manumisión graciosa nacía de la voluntad
de los amos de expresar un sentimiento de gratitud, sea por los largos años que
el esclavo había pasado a su servicio o por haber cumplido tareas específicas,
como era el caso de las amas de leche que habían amamantado a los hijos de los patrones.
Harth (1973), menciona que en su testamento, el indio Juan
Ambrosio Mixta Guarnan otorgó en 1742 la libertad a un negro mina de 20 años, "quien con
su trabajo me ha mantenido a mí como a mí dicha mujer e hijos, y la fineza que ha tenido de
asistirme en mis enfermedades".
Aguirre (1993),
especifica que la manumisión graciosa podría haber sido en realidad, en ocasiones,
el resultado de largas negociaciones, y quizás hasta de chantaje o presión por
parte de los esclavos. No siempre, por tanto, la manumisión graciosa debe ser
tomada como un gesto magnánimo del amo. Menos aún en el caso de los esclavos enfermos
o ancianos, cuando su valor real de mercado había disminuido drásticamente y
su rendimiento laboral era prácticamente nulo. En estas condiciones, manumitir
a un esclavo equivalía para el amo ahorrarse el dinero de manutención y cuidado
de su salud. Algunos amos fueron francos en admitirlo, como el albacea del
obispo Pedro de Ortega Sotomayor, quien otorgó la libertad a un esclavo porque
"es ya viejo y cansado". El amo de la esclava Joaquina no ocultó el
hecho de que le otorgaba la libertad "en virtud a que dicha esclava se
halla tullida en el hospital de Santa Ana". El esclavo Juan Serrano
recibió la "gracia" de la libertad en 1843 "por su avanzada
edad, e inutilizado para continuar sirviendo por hallarse también quebrado de
la ingle y manco". La crueldad detrás del aparentemente generoso gesto de
manumitir un esclavo anciano o enfermo fue denunciada repetidamente por varios
observadores desde la época colonial.
Figueroa y Idrogo (2001), hace referencia
que se llama manumisiones graciosas, a los casos de liberación de un esclavo por
iniciativa del amo y sin costo para el manumitido. Esta es, evidentemente, una
acción dentro del sistema y que revela adaptación o resignación, puesto que para lograr
este tipo de "gracia" el esclavo tenía que haber mostrado sumisión y
"buenos servicios" por muchos años.
Asimismo, Figueroa y Idrogo (2001), nos ilustran
dos ejemplos: El Cap. José Joaquín de Penurias, viudo y albacea de Gregoria Fernández de La Colera,
al disponer la libertad del zambo Martín Tejada manifestó que lo hacía "en consideración a su
fidelidad y buenos servicios sin que medie otro interés".
Juan Romualdo de La
Parra, en mayo de 1813, dispuso la libertad de la negra bozal María del Carmen,
pero ordenó también que sus 3 hijas y 2 nietos siguiesen esclavos.
Evidentemente, en este y
en muchos casos, la liberación está en razón directa de la edad y en razón
inversa a la utilidad esperada del esclavo. Además, al manumitir a esclavos
viejos, el amo se libera del costo de mantenerlo, dejándolo a su suerte.
En lo referente a las manumisiones pagadas, Figueroa y Idrogo (2001), menciona que en estos casos, la
iniciativa pertenece al esclavo, aunque existía seguramente variedad de casos y
negociaciones con los amos.
Uno de estos casos es la
"consuela" o condición expresa consignada en la venta de un esclavo
de que el precio de éste debía mantenerse fijo o sin rebasar un tope, con el
fin de que el esclavo pudiese comprar su libertad. El tope de precio de los
zambos José Antonio Arbulú y José María, al ser vendidos por el presbítero
Manuel Del Rusco y por Ceferino de Polo, fue respectivamente de 177 y 300 pesos.
Un caso revelador es la
compra de la libertad de los niños por sus padres, llegando a comprarlos
incluso en el vientre materno, como fue el caso de la esclava Valentina, que el
mes de Junio de 1813 compró la libertad de su hijo en gestación pagando a su
ama María Ignacia de Medina la cantidad de 25 pesos.
Estas acciones, si bien
constituyen búsqueda de la libertad individual, parecen constituir una actitud
de adaptación en resistencia, porque el esclavo tiene que someterse a las
condiciones establecidas y el precio que pagaba contribuía seguramente a la
reproducción del sistema global. Sin embargo, el esclavo salía del subsistema
esclavista.
Por otro lado, hay
síntomas de que algunos casos de autocompra de los esclavos se producían por
incapacidad de los dueños de seguir reproduciendo la relación de esclavitud.
Así, el 11 de Mayo de 1814, José García y Sousa, aparentemente menor o enfermo,
de padres fallecidos, dio libertad pagada en 300 pesos a su esclava María
Antonia García, a través de su curador Mariano Bullón. Dijo que lo hacía
"por no tener como subsistir”.
Lluén (2009), citada por Rocca (2010), presenta diversas
formas de transacciones legales de los afrodescendientes a fin de lograr la libertad:
- Compra -venta:
se realizaban ante un notario público. Era similar a la venta de casas
terrenos, objetos o animales. Su precio variaba.
- Manumisión graciosa:
liberación de un esclavo por iniciativa del amo y sin costo.
- Manumisión pagada:
pago anticipado para obtener la libertad.
- Manumisión condicionada:
se ponía condiciones para evitar intentos de fuga.
- Manumisión judicial:
con la intervención del juez.
- Donación:
se hacía con presencia de testigos y ante el notario.
- Herencia:
a través de un testamento el patrón le daba libertad.
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