El
historiador francés Henri Marrou, autor de “El Conocimiento Histórico” (París,
1954); dirige un mensaje al hombre historiador, tan cargado de ternura como de
realismo “Si, hijo mío, tú no eres más que un hombre, y esto no es razón para
renunciar a llevar a cabo tu tarea, tu tarea del hombre-historiador, humilde,
difícil, pero dentro de sus limitaciones, seguramente fecunda”.
Creo que
investigar y divulgar los conocimientos históricos es un privilegio. No es
indagar en el pasado sobre los paisajes, la tecnología, las mentalidades o los
conflictos, entre otros temas; es ubicar y descubrir la acción del hombre y la
mujer, inmersos en dichas realidades, en una pero en todas a la vez. Es
reconocer en la persona la cualidad de relacionarse con los espacios materiales
e inmateriales. Acción única, creativa, transformadora e irrepetible.
A no ser que
podamos trasladarnos físicamente al pasado, la historia implica una
aproximación a la verdad y una reconstrucción imperfecta de los hechos; más,
cuando no se produce la necesaria empatía entre las personas de hoy con las de
ayer o cuando se juzgan las actuaciones con los criterios de hoy como si los
comportamientos no hubieran evolucionado con el paso del tiempo.
Por no
poseer un objeto “visible”, entendido como tangible o del todo perceptible, la
historia se aparta de la cualidad predictiva de las ciencias naturales. El
objeto de la historia es un constructo. SÍ, lo es. Varias de las más serias
demostraciones o de las más respetadas teorías, cayeron. Muchos conocimientos
históricos dados por válidos, finalmente no resultaron serlo (Recomiendo leer
“Mentiras de la Historia” de César Vidal). El conocimiento histórico se evalúa
constantemente pues no puede solapar ni propalar el error; depura sus datos
constantemente, sometiéndolos al método histórico para organizarlos y
sistematizarlos. El historiador no es un sujeto omnisciente. Es quien, sobre la
base de una amplia gama de fuentes, trata de reconstruir el pasado, en una
labor que implica la transversalidad con otras disciplinas, una alta cuota de
sacrificio y humildad para aceptar que su máxima aproximación es, posiblemente,
Es por eso
que Marrou, propone: “El historiador será aquel que, dentro de su sistema de
pensamiento (pues, por amplias que sean su cultura y, como suele decirse, su
abertura de espíritu, todo hombre, por lo mismo que adopta una forma, acepta
unas limitaciones), sepa plantear el problema histórico del modo más rico, más
fecundo, y acierte a ver qué preguntas interesa hacerle a ese pasado. El valor
de la historia se halla estrechamente subordinado al genio del historiador
-pues, según decía Pascal, cuanto más talento
se tiene, más se encuentra que son numerosos los hombres originales, y más los tesoros por recuperar en el pasado
del hombre”.
Con humildad, quienes reconstruyen la historia, reconocen la imposibilidad
de narrarla con total grado de certeza, como de predecir lo que ocurrirá a
partir de lo conocido. Con el paso del tiempo, las narraciones y las
reconstrucciones realizadas se modifican, pues nuevos datos se obtienen y se incrementan personajes,
lugares y, también, anécdotas. Sin embargo, estas limitaciones no restan a
importancia a la historia como ciencia. Esta sigue siendo la luz en las tinieblas,
testigo de los tiempos y maestra de la vida. Aunque las narraciones y las
predicciones sean imperfectas, los razonamientos diversos nos llena de
vitalidad. Hoy, la historia, necesita pasar de los general a lo específico; en
ese sentido, ganamos con el juicio de los especialistas de las historias
especializadas (local, de la Iglesia, de la medicina, de la arquitectura…)
quienes, por tal especialización, realizan un estudio más profundo y
concienzudo de las fuentes. El historiador no lo sabe todo pero sigue poniendo
a nuestra disposición los acontecimientos de manera honesta, con base en
fuentes y siguiendo las reglas propias
de método científico.