Pedro Paz Soldán y Unanue (Juan de
Arona) poeta y satírico del siglo XIX, haciendo eco de la consciencia popular,
decía: Tiene este país bizarro / a quien
tanto amor profeso / unos héroes … de yeso, / y unos prohombres … de barro (en
Bustos - Sonetos y chispazos). Pareciera un verso de actual composición en un
país que busca y no encuentra personas destacadas, de gran consideración,
probidad, maestría, conocimientos y aptos para el gobierno. ¡Los hay! Qué duda
cabe; pero viven en el autoexilio de la comodidad o en la indiferencia que inspira
la soberbia. No requerimos “salvadores” megalómanos sino personas virtuosas (sabido
es, son imperfectas) que, agradecidas, transfieran en actitud patriótica la
rectitud, integridad e inspiración que necesita (cual lumbrera) este país,
desperdiciado, de riquezas falaces y oportunidades perdidas, para recomponerse
a la altura moral del Tahuantinsuyo milenario.
¿y por qué necesitamos heroísmo para
cambiar al Perú? Porque solo con valentía y verdadero patriotismo, la ley (esa pieza elástica que se estira y se dilata
cuando la toma el que se encuentra arriba; y se encoge y se contrae cuando la
toma el que se encuentra abajo) dejaría de ser instrumento dominación y
abuso; la justicia (esa vieja tuerta que cierra el ojo del lado donde se ponen
los pobres y los desvalidos, pero lo abre y hasta le sonríe al rico y al
poderoso) sería un bien de la moral que dé a cada ciudadano lo que le
corresponde o pertenece según la equidad, la razón y el derecho; la democracia
(ese abuso de la estadística, según Borges, que supone que la mayoría tiene la
razón) significaría el preclaro ejercicio de la ciudadanía; la educación (ese
caro privilegio que relega a lo básico en indispensable a unos y promueve
actitudes alienadas en otros) sería un noble acto de instrucción, cooperación,
solidaridad, investigación y autonomía.
Necesitamos héroes y prohombres,
dispuestos a pensar el Perú como vocación
y destino, como estilo de vida, como nación mestiza que reconoce las
nacionalidades infinitas que la conforman y le otorgan riqueza diversa por
encima de los factores psíquicos de la desviación de nuestra consciencia
nacional (definidas por Víctor Andrés Belaunde): incoherencia, rencores,
ironía, ignorancia, decoratismo y pobreza sentimental. Urge la conducción de
liderazgos honestos que nos integren a la idea de la fe en un destino común
distinto.
Mi actitud es propositiva y, por lo
tanto, positiva. Sí, soy un crítico realista de la embrutecida multitud que cae
hipnotizada en brazos del demagogo corrupto a quien respalda el sonido de las
monedas y, aun así, no pierdo la esperanza. Debo afirmar que la esperanza en un
nuevo país trasciende (obviamente) a la reunión de electores en los pueblos de
pelagatos; es, fundamentalmente, un ejercicio racional que, aunque inspirado
por el patriotismo, reconoce que las posibilidades del Perú no están agotadas. Hace
falta quien desde la virtud fortalezca la identidad y arranque de nuestros
libros la vergonzosa página de la historia política que conoce de lobos
pendencieros y corderos sacrificados.
Manuel Scorza, afirmaría con realismo
doliente (o con un pesimismo parecido al de Pablo Macera): “estamos en un país
donde la gente se infravalora porque la sociedad infravalora. Vivimos en un
país donde todo conspira para no existir… este es un país tan misterioso, tan
callado y lleno de sorpresas… ser peruano es uno de los oficios más duros que
existen. El Perú es un país con vocación carnicera, es una superposición de
pisos de terrores… la severidad ha sido siempre una sombra entre nosotros… ¡Yo
soy un sobreviviente!” Por eso, he de
gritar voz en cuello ¡Necesitamos héroes y prohombres! Pues el cambio nunca más
debe pensarse desde lo superficial y visible, requiere un trabajo virtuoso que
impacte positivamente la cultura y el espacio de lo invisible donde mora el
alma de nuestro pueblo.