lunes, 17 de agosto de 2020

¿Dónde están los prohombres?

 

el rincon de la peruanidad - DEPOLITIKA.PE


Pedro Paz Soldán y Unanue (Juan de Arona) poeta y satírico del siglo XIX, haciendo eco de la consciencia popular, decía: Tiene este país bizarro / a quien tanto amor profeso / unos héroes … de yeso, / y unos prohombres … de barro (en Bustos - Sonetos y chispazos). Pareciera un verso de actual composición en un país que busca y no encuentra personas destacadas, de gran consideración, probidad, maestría, conocimientos y aptos para el gobierno. ¡Los hay! Qué duda cabe; pero viven en el autoexilio de la comodidad o en la indiferencia que inspira la soberbia. No requerimos “salvadores” megalómanos sino personas virtuosas (sabido es, son imperfectas) que, agradecidas, transfieran en actitud patriótica la rectitud, integridad e inspiración que necesita (cual lumbrera) este país, desperdiciado, de riquezas falaces y oportunidades perdidas, para recomponerse a la altura moral del Tahuantinsuyo milenario.

¿y por qué necesitamos heroísmo para cambiar al Perú? Porque solo con valentía y verdadero patriotismo, la ley (esa pieza elástica que se estira y se dilata cuando la toma el que se encuentra arriba; y se encoge y se contrae cuando la toma el que se encuentra abajo) dejaría de ser instrumento dominación y abuso; la justicia (esa vieja tuerta que cierra el ojo del lado donde se ponen los pobres y los desvalidos, pero lo abre y hasta le sonríe al rico y al poderoso) sería un bien de la moral que dé a cada ciudadano lo que le corresponde o pertenece según la equidad, la razón y el derecho; la democracia (ese abuso de la estadística, según Borges, que supone que la mayoría tiene la razón) significaría el preclaro ejercicio de la ciudadanía; la educación (ese caro privilegio que relega a lo básico en indispensable a unos y promueve actitudes alienadas en otros) sería un noble acto de instrucción, cooperación, solidaridad, investigación y autonomía.

Necesitamos héroes y prohombres, dispuestos a pensar el Perú como vocación y destino, como estilo de vida, como nación mestiza que reconoce las nacionalidades infinitas que la conforman y le otorgan riqueza diversa por encima de los factores psíquicos de la desviación de nuestra consciencia nacional (definidas por Víctor Andrés Belaunde): incoherencia, rencores, ironía, ignorancia, decoratismo y pobreza sentimental. Urge la conducción de liderazgos honestos que nos integren a la idea de la fe en un destino común distinto.

Mi actitud es propositiva y, por lo tanto, positiva. Sí, soy un crítico realista de la embrutecida multitud que cae hipnotizada en brazos del demagogo corrupto a quien respalda el sonido de las monedas y, aun así, no pierdo la esperanza. Debo afirmar que la esperanza en un nuevo país trasciende (obviamente) a la reunión de electores en los pueblos de pelagatos; es, fundamentalmente, un ejercicio racional que, aunque inspirado por el patriotismo, reconoce que las posibilidades del Perú no están agotadas. Hace falta quien desde la virtud fortalezca la identidad y arranque de nuestros libros la vergonzosa página de la historia política que conoce de lobos pendencieros y corderos sacrificados.

Manuel Scorza, afirmaría con realismo doliente (o con un pesimismo parecido al de Pablo Macera): “estamos en un país donde la gente se infravalora porque la sociedad infravalora. Vivimos en un país donde todo conspira para no existir… este es un país tan misterioso, tan callado y lleno de sorpresas… ser peruano es uno de los oficios más duros que existen. El Perú es un país con vocación carnicera, es una superposición de pisos de terrores… la severidad ha sido siempre una sombra entre nosotros… ¡Yo soy un sobreviviente!” Por eso, he de gritar voz en cuello ¡Necesitamos héroes y prohombres! Pues el cambio nunca más debe pensarse desde lo superficial y visible, requiere un trabajo virtuoso que impacte positivamente la cultura y el espacio de lo invisible donde mora el alma de nuestro pueblo.