lunes, 11 de febrero de 2019

La sociedad incivil

Las dos caras de una misma moneda: sociedad civil (educada y normativa)
y sociedad incivil (violenta y bárbara)

Incivilidad es “falta de civilidad o de cultura” (según DRAE); describe un comportamiento o discurso vulgar o antisocial (Según Oxford dictionary) y se relaciona con los comportamientos propios de la barbarie: rudos, agresivos, violentos; con discursos groseros, intolerantes y totalitarios. Es un problema de la sociedad contemporánea que no exime a ninguna nación en particular y se muestra, específicamente, en toda interacción de sus agentes: laboral, familiar, amical, entre otras. Sin duda nuestros actos y comportamientos nos definen como personas, también nuestras palabras frente y sobre los demás. Podemos promover o minimizar a tal punto de hacer sentir a las personas valoradas, apreciadas, capaces, escuchadas o incapaces, ignoradas, pequeñas…apreciamos las dos caras de una misma moneda. De un lado la “sociedad civil” (normativa y educada) y del otro la “sociedad incivil” (agresiva y bárbara).
Pienso que, en cierta medida, la sociedad incivil permanece y muestra sus mejores galas en tiempos de tensión y en cualquiera de los espacios de la interacción humana. La vemos en muchas familias a través de padres déspotas y la violencia verbal o física; en el espacio educativo con maestros intolerantes que educan solo para competir, ganar y producir olvidando la sensibilidad, el arte y la riqueza del movimiento; en el ámbito laboral mediante jefes abusivos, irrespetuosos, ofensivos…siempre, el agente tensor de la incivilidad, es aquel que está en determinada posición de liderazgo o, mejor dicho, de poder.
Myriam Jimeno (2004) en su contribución a la antropología de las emociones nos recuerda que en los textos de Thomas Hobbes y Adam Ferguson, lo incivil hacía referencia a los hábitos rústicos, no refinados; denominaba lo bárbaro, impropio, indecoroso, maleducado y violento. Hobbes calificó la violencia de la incivilidad como el fantasma de la sociedad civil y Ferguson afirmó que el incivilizado sigue el dictado de la pasión terminando en palabras de reproche, violencia y golpes.  
Concuerdo con Michael Sandel, cuando afirma “(nos sentimos consternados) por la aspereza de la vida cotidiana: la mala educación en las carreteras, la violencia y la vulgaridad de las películas y la música popular, el tono descaradamente confesional de la televisión diurna, la figura del deportista que escupe al árbitro” (Sandel, 2008 p.82) habría mucho más que decir al recrear la actuación de políticos, líderes de opinión, funcionarios públicos.
No se trata de posición social o de acceso a una educación formal de, aparentemente, mejor calidad pues “Sea príncipe, sea un hombre sapientísimo, sea poderoso o sea rico; si le falta educación, si es incivil seguramente será desgraciado… las piedras más preciosas solo son estimadas cuando están pulidas… la incivilidad es señal de corazón poco generoso y de espíritu limitado” (Riera, 1819 p. 94). La civilidad es efecto de una educación integral que respete las dimensiones humanas (incluyendo la afectiva y espiritual).
La incivilidad es el síntoma de un problema de nuestra vida pública: la pérdida de la sensibilidad humana, el afán de instrumentalizar al otro, el egoísmo jactancioso por los “triunfos” particulares. No es un problema que se resuelva solo simulando delicadezas (casi siempre le llamamos comportamiento social) o bajando el tono de nuestros mensajes. Nuestra sociedad debe redescubrir las bondades de nuestro particular tejido moral a través de la educación y la cultura.