Por: Rosa Cortez - Paola Siesquén - Martín Cabrejos Fernández
A) Definición.
Carazas (2004), define la trata negrera
como la comercialización de esclavos negros realizada en Portugal, Francia, e
Inglaterra entre los siglos XVI y XIX.
Aguirre
(2005), precisa que la trata negrera representó la mayor experiencia de
migración forzada de seres humanos en la historia, en un viaje generalmente sin
retorno, como piezas de un negocio que los trataba como meras mercancías en
manos de comerciantes codiciosos y amos ávidos de mano de obra, status y conforts
.
M’Bocolo
(s.f), señala la trata negrera como la primera forma de adquisición de esclavos
africanos por los europeos, en donde se elegía un lugar al azar que les parecía
propicio y hacían una parada para dedicarse a la caza del hombre. Asimismo afirma
que fue un comercio fructífero a juzgar por el número de naciones que lo
practicaron; una relación desigual, fundada y mantenida por la amenaza
constante del empleo de las armas que llego hacer para los africanos una
especie de maquinación infernal a la que había que sumarse o morir.
Además,
para Navarrete (2007), el tráfico de esclavos africanos o trata de negros, fue
convertido por los países europeos en un negocio triangular a gran escala
(adquisición de esclavos negros en África, traslado por mar y venta en América)
durante la época colonial. Seres humanos arrancados a la fuerza de su tierra.
De
las definiciones anteriores podemos evidenciar que todas definen el término
trata negrera de manera semejante, haciendo alusión en esencia a la misma
acción. En consecuencia, desde nuestro punto de vista, la “trata negrera” o
“comercio negrero”, implica rebajar al ser humano a la categoría de mercancía,
es decir, se vendían seres humanos. Estas personas que se dedicaban a la trata
capturaban negros en África y los vendían en América como esclavos.
B) Inicios.
Barticevic (2006),
refiere que a partir del Siglo XVI el rumbo de la historia africana tiene un
vuelco total, cuando Europa entra en un período de expansión económica y
geográfica, pasando a interferir negativamente en el desarrollo de las
sociedades africanas.
Entre
los siglos XVI y XIX, millones de africanos son arrancados violentamente de sus
tierras y aldeas con destino a América y las islas del Océano Índico, donde son
obligados a trabajar en grandes plantaciones de azúcar, tabaco, algodón, cacao
y en las minas de oro y plata. Estos productos son aprovechados posteriormente
como materia prima para las industrias en evolución en Europa.
En la
costa occidental de África el tráfico de esclavos comenzó en el siglo XV. En
1441, por primera vez los portugueses capturaron esclavos africanos. A esto se
puede añadir lo que señala Habler (1896), quien manifiesta que en el año 1441
Auntam Gonzalves, caballero al servicio del infante D. Enrique de Portugal,
impulsado por el deseo de llevar a su señor noticias del interior del África,
hizo una expedición a este continente y trajo a Lisboa negros de la costa de
Guinea.
En
1443 Nuño Tristán recogió en la Bahía de Arguín 14 naturales, y en el año
siguiente cayeron en el poder de un comerciante de lagos, llamado Lanzarote,
235 negros. De aquella época data la caza de negros, y en 1448 se hace ya
comercio de estos con los árabes y otros tratantes del país.
Los
portugueses daban, a cambio de esclavos y polvo de oro, caballos, telas y otras
mercancías adquiriendo en pocos años este tráfico importancia extraordinaria y
para hacerlo establecieron portugueses un mercado en Cabo Blanco (África) que
fue el primero de los de su clase. Con esto quedo regularizada la trata de negros
y tomo el carácter que ha conservado casi hasta nuestros días.
Por
otro lado, a inicios del siglo XVI, Europa ya es el centro del comercio que
liga todos los continentes. Los navíos negreros que transportan esclavos parten
para África desde los puertos europeos cargados de artículos de reducido valor:
barras de fierro, tejidos, uniformes, bebidas alcohólicas, espejos, collares,
armas, etc. En África, estos artículos son trocados (dar una cosa y recibir
otra a cambio) por oro, pieles, goma, marfil y sobre todo por esclavos, para
después ser llevados a América y ser entregados a los colonos que explotaban
las plantaciones y minas.
También
en el continente americano funciona el trueque y los esclavos son cambiados por
azúcar, algodón, tabaco, café, madera, oro, plata y otros metales preciosos,
que los comerciantes negreros venden posteriormente en los mercados de Europa.
Se podría comparar este comercio con el que actualmente se conoce con el nombre
de "barter", en el cual no hay dinero en circulación, sino sólo
bienes y productos.
En
un comienzo, el comercio es monopolio absoluto de españoles y portugueses, pero
a partir de finales del Siglo XVI las compañías holandesas, francesas e
inglesas entran en este circuito mercantil, luchando por controlar estas
regiones. Surge así una competencia encarnizada entre los países europeos que
se mantiene durante todo el período del tráfico de esclavos.
Habler
(1896), sustenta que los mercaderes árabes recorrían el país, daban casa a los
naturales, compraban prisioneros y los llevaban al mercado más próximo. No tardó
este comercio en convertirse en monopolio de la corona de Portugal y, en estas
condiciones, se encontraba cuando Colón dió a España un “nuevo mundo”. Sin duda alguna no obtuvo en sus primeros viajes
el insigne navegante los materiales que él y sus partidarios esperaban. Para
alcanzarlos se intentó seguir el ejemplo dado por los portugueses; y Colón, en
su segundo viaje, envió a Sevilla cierto número de indios para que sean
vendidos como esclavos; pero la Reina Isabel, con generosos y humanitarios
sentimientos no quiso que sus vasallos de las indias sufrieran igual suerte que
los negros del África bajo el dominio de los portugueses.
Después
de la muerte de esta Reina, y bajo la forma de repartimiento y encomiendas, fue
implantándose disimuladamente la esclavitud en las colonias españolas, se tuvo,
entre otros pretextos, el de instruir en la fe católica a los desdichados
indios. Posteriormente a la conquista de América, el tráfico de esclavos no
sólo aumentó extraordinariamente, sino que se transformó en una institución que
por cerca de cuatro siglos iría a relacionar en forma dramática a tres
continentes: África-América-Europa. Esta relación es conocida como comercio o
tráfico triangular.
Según Peralta (1979), el
comercio de negros se destinó en frecuencias considerables hacia 3 puertos:
Cartagena de Indias, Veracruz y Portobelo, en cuanto a Buenos Aires fue
rezagado por temor a incentivar el contrabando. El atlántico fue cruzado
náuticamente entre la península, África,
Canarias y Américas. Esta es la gran ruta esclavista surcada incesantemente por
un sin número de embarcaciones.
Para llegar al Virreainato
Perú, que está en el Océano Pacífico, la ruta principal era a través de Panamá.
El autor diferencia las rutas mayores de las rutas menores. Las rutas mayores
eran las más sacrificada y de mayor duración. Vinculaba directamente a la
metrópoli con los dominios principales. Según Peralta (1979), las rutas menores
articulaban el dominio colonial entre diversos puertos hispanoamericanos. Las
rutas menores se hacían por mar y tierra al interior de las Américas.
Adanaqué
(2001), expone que del continente africano salieron, a lo largo de cuatro siglos,
aproximadamente 23 millones de esclavos. De ellos, la mitad vino a América y la
otra fue al Asia. Hasta la actualidad no se sabe cuántos esclavos llegaron al
país y, mucho menos y a ciencia cierta a Lambayeque, porque fueron muchos los
dedicados a pasar de contrabando “la pieza de ébano”, con el único propósito de
evadir los impuestos por su introducción.
Barticevic (2006), afirma
que algunos investigadores llegan a decir que entre los siglos XV y XIX el
continente africano perdió más de cien millones de hombres y mujeres jóvenes. Lo
cierto es que, según las diversas investigaciones, varias regiones africanas
quedaron casi totalmente despobladas.
El
investigador André Gunder, citado por Barticevic
(2006), en su libro “La
acumulación mundial 1492 - 1789”, señala la cifra de 13.750.000 esclavos
traídos a América entre los siglos XVI y XIX, a lo que el investigador Enrique
Peregalli tomado de Barticevic (2006),
añade un 25% por muertes en el trayecto y un 25% más por muertes en África, con
motivo de las guerras de captura, lo que da un total de 20.625.000 africanos
perdidos para el continente en ese período.
Klein
(1996), indica que al menos 10 a 15 millones de africanos fueron trasladados
hacia el “nuevo mundo”. De este total, unos 660 000 fueron destinados a Estados
Unidos, 4 000 000 llegaron a Brasil y 1 600 000 a las colonias españolas de
América. En el camino murieron no menos de 1 400 000 africanos, víctimas de las
penosas condiciones de vida a bordo de los barcos negreros. Durante casi 400
años el tráfico continuó de africanos alimentó un sistema de explotación y
opresión sancionado por las leyes, las costumbres, y los intereses de las
clases dominantes en las metrópolis europeas y sus colonias.
C) Periodos
La
trata de negros pasa por los mismos períodos en todo el continente. Adanaqué
(2001), afirma que los esclavos llegan a
América en el mismo momento de la conquista iniciándose así el tráfico de
esclavos que pasa por varias etapas. Este comercio producía un importante
ingreso a la corona y resultaba decisivo para la economía colonial. En el siglo
XVI el tráfico se basó en el sistema de licencias reales. La casa de
contratación autorizaba la migración.
Scelle
citado por Munné (s.f), indica que los asientos empezaron realmente en 1587,
con los otorgados a Pedro de Sevilla y Antonio Méndez, pero Munné (s.f) prefiere
utilizar la periodización tradicional de 1595, porque marcó un hito más
significativo respecto a la trata (fines del siglo XVI).
§ Periodo de las “Licencias”
(1533 - 1595).
Las
licencias, según Palacios (1973),
eran permisos o autorizaciones concedidos por el monarca para que los
favorecidos pudieran introducir un determinado número de negros esclavos en
alguna región de las Indias, mediante el pago de los derechos correspondientes
(salvo tratándose de mercaderes o concesiones gratuitas) sometiéndose a ciertas
normas de control y registro.
Munné
(s.f), expone que las licencias permitieron un considerable aumento del número
de esclavos, y desde los primeros años, se ha encontrado un traslado de
licencias de esclavos otorgadas para el periodo de 1544 – 1550, que arroja un
total de 292 licencias para transportar 12.908 negros, lo que da un promedio de
1.844 esclavos anuales. Muchos para Hispanoamérica y más aun si consideramos
que corresponde a una época de gran introducción ilegal.
§ Periodo de los “Asientos”
(1595 - 1791).
Gutiérrez (1987), señala que a
partir de 1595 y ante la demanda de esclavos por parte de las colonias
americanas, la Corona española concentró su comercio en unas cuantas casas
comerciales que permitieran abastecer el mercado y así surgió el sistema de
“Asientos”, que eran convenios o acuerdos entre la Corona y un particular
(individuo o constituyendo una compañía), mediante los que la primera arrendaba
a favor del segundo una explotación comercial con carácter de monopolio. Dada
la importancia de los contratos para proveer de mano de obra esclava a las
Indias, la connotación del término quedó referida casi específicamente al
Asiento de Negro.
§ Periodo de “Libre Comercio”
(1791-1812).
Espinoza
(2001), expresa que la Real Cédula del 28 de febrero de 1791, que oficializó el
libre comercio, autorizaba a todo español residente en España o las indias a ir
a comprar esclavos. Los esclavos así llevados, además, no pagarían derechos de entrada.
Sin embargo por dos años, se permitió comercializar esclavos a los mercaderes extranjeros,
derogándose expresamente, para este único caso, las leyes de indias que
prohibían la entrada de buques no españoles en los puertos y el comercio con
extranjeros. Además se disponía que un tercio del total de los esclavos comprados
a lo sumo, debieran ser mujeres.
D) Origen de los
esclavos.
Cajavilca
(2005), expresa que el lugar de origen declarado en los documentos relativos a
la trata, que se han podido conservar en los archivos, no siempre corresponde
con el del verdadero lugar de nacimiento de los negros, sino más bien, se
indica el puerto o factoría de la trata de donde se los sacó con destino al
Nuevo Mundo. Los negros que venían en un mismo barco eran capturados en
diversas regiones africanas. En la misma embarcación venían distintos grupos
étnicos, sin que se preocuparan los tratantes de distinguir con exactitud sus
procedencias ya que eran capturados en distintos puertos circunscritos a la
región africana.
La población
afroperuana del Obispado de Lima en el siglo XVII perteneció a una diversidad
de pueblos y tribus africanas y a dos grupos lingüísticos. Tal información
resulta importante tomando en consideración que una gran parte de dichos
esclavos serían luego repartidos entre otras ciudades de la costa del Perú y
que hasta inicios del siglo XVII, Lambayeque pertenecía a la jurisdicción del Obispado
de Lima. Los grupos lingüísticos mencionados son:
§ El sudanés: Nacionalidad
de las etnias de bozales negros del continente africano, introducidos en el
Perú desde el año 1535 hasta el siglo XIX, procedía del grupo sudanés que
habitaban un área geográfica que abarcaba desde el río Senegal hasta los
límites orientales de lo que hoy es Nigeria, el Golfo de Guinea y los
territorios del interior de África como Senegambia, Costa del Oro, Costa de los
Esclavos, etc.
Las nacionalidades de los bozales del Sudán
son las siguientes: mandingas, biáfaras, biafra, bozales
de Guinea, popo, minas, lucumíes o negros yorubas, arará y carabalíes.
§ El bantú,
que se encontraba difundido al sur del Ecuador, procedían de Camerún, Gabón,
Guinea, Congo, Angola y Mozambique.
La población afroperuana, en su mayoría,
concentrada en las plantaciones, crecía artificialmente a consecuencia de la
introducción de negros bozales desde el último tercio del siglo XVI, procedente
de África continental e insular. Estos bozales eran capturados por los
tratantes en las costas del Camerún y las regiones del río Muni (hoy Guinea
Española), del litoral del Gabón del Congo, Angola y Mozambique. Asimismo,
raptaron negros de las siguientes islas: Fernando Poo, Nabón, Corisco, Elobey,
Santo Tomé y Madagascar.
Los grupos étnicos bantúes que entraron en el
Perú fueron: Congos, Angola, Mozambique,
Las haciendas peruanas durante la colonia
favorecieron la trata de negros porque se requería fuerza de trabajo para la
agricultura de la caña de azúcar, viñales, vino y aguardiente de exportación
que rendía mejores beneficios que otro tipo de cultivo.
Cajavilca (2005), señala a la vez que los
bozales recién llegados al Callao en los barcos negreros eran conducidos a
Malambo para su posterior venta. Malambo se denominó al barrio marginal en Lima
de antaño, que Benvenuto citado por el autor mencionado describe como sigue: “Malambo,
Barragenes, Camaroneros. Minas, el Tajamar,
Malambo que parece más ancho y descarpado por la poca altura de sus
casas y por la ausencia casi completa de altos, es una sucesión de callejones,
tiendas y solares habitados casi exclusivamente por negros.”
Cuando
el esclavo llegaba al puerto, se le llamaba “bozal
recién llegado de Guinea”,
con este nombre se designaba al esclavo que no hablaba la lengua de su amo y
que no estaba bautizado.
Rocca
(2010), indica como valiosa la investigación realizada por Huertas (1993),
quien ha descubierto documentos que muestran las raíces étnicas y naciones de
procedencia de los africanos que radicaron en Zaña (Chiclayo) las cuales serian
Arara, Congo, Po Po, Lucumí y Caravelí.
Los
contratos de compra y venta en Lambayeque muestran que no todos eran bozales
sino que muchos de ellos ya habían tenido estancias previas en otros países
principalmente del Caribe, como Jamaica y Cuba. Lluén (2009), ha encontrado
documentos que demuestran que un grupo significativo de esclavizados procedían
de Cuba y fueron trasladados para trabajar en las haciendas cañeras de la
región. De otro lado, en las tradiciones recogidas de Piura y Lambayeque se
indica que algunas familias afrodecendientes tenían su procedencia de Panamá, Ecuador y Colombia.
También
se ha confirmado que muchos esclavizados por sus estadías previas en otros
países de las Américas ya sabían hablar castellano y podrían adaptarse a las
costumbres locales de los nuevos amos.
E) Sexo y edad de los esclavos
negros.
Tardieu
(1998), precisa que en los siglos XVI y XVII nunca dejó de plantearse el
problema acuciante de la presencia femenina entre esclavos. Asimismo el poder
intentó imponer normas legislativas para exigir el embarque por las costas
africanas de una tercera parte de mujeres, con el fin de posibilitar el casamiento
de los negros y lograr así “la pacificación” de las tierras donde alcanzaban
gran densidad. Dada la poca rentabilidad de las mujeres en los sectores
esenciales de la producción (agricultura
y minería), nunca se acataban las cedulas al respecto. La edad fue un factor
más importante que el sexo en el mercado de esclavos. Un individuo de cuarenta
años era considerado viejo.
Cajavilca
(2005), señala que en el Perú el esclavo negro era clasificado según su edad:
en muleque, de 6 a 14 años; mulecón, de 14 a 18 años; “piezas de indias”, de 18
a 35 años y matungo, si era anciano de más de 60 años. La edad de los esclavos
“reproductores”, como los cocolís y los minas, oscilaba entre 20 y 50 años.
Gutiérrez
(1987), expone que no todos los negros esclavos procedentes de África tuvieron
libre acceso a las colonias de América. Cuando la Corona empezó a autorizar la
importación de negros impuso entre otras condiciones que los negros fueran
cristianos, nacidos en España o Portugal o al menos bautizados, para preservar de su idolatría y
supersticiones a los ladinos recién convertidos. Por la misma razón fue
prohibida la importación de esclavos musulmanes o moriscos. Por su propensión,
a la insubordinación y tendencias musulmanas, en 1532 se prohibió la
importación de negros “gelofes” (Wolol) de Guinea, exclusión que en la práctica
no se llevó a efecto. En cambio durante todo el siglo XVII existió una
preferencia por los llamados “negros de Guinea”, procedentes de la región
situada entre los ríos Níger y Senegal, estimados por su laboriosidad, alegría
y adaptabilidad.
Williams
(1975), citado por Adanaqué, R. (2001), hace referencia que los criterios
vertidos por los involucrados en el negocio negrero, al seleccionar esclavos,
eran variados, así tenemos: “un negro de Angola era la inutilidad
personificada; los Caromatines (Ashantis) de la Costa de Oro eran buenos
trabajadores, pero muy rebeldes; los mandingas (Senegal) eran demasiados
propensos a robar; los Ebos (Nigeria) eran tímidos y débiles; los Pawpaws (Dahomey) eran los más dóciles y dispuestos”.
Torres (1973), citado por Adanaqué, R. (2001),
expresa que “los Arará están considerados como los de mejor casta”; y si
procedían de la Costa del Oro, los consideraban “de más valor en cualquier
parte”. A su vez Barnet (1967) citado por Adanaqué, (2001), en una entrevista a
un ex esclavo cubano, consigna lo siguiente “cada negro tenía un físico
distinto, los labios o las narices”.
Unos eran más prietos que otros más colorauzcos, como los Mandingas, o más
anaranjados como los Musongos. De lejos uno sabía a qué nación pertenecía. Los
congos por ejemplo, eran bajitos. Se daba el caso de un congo alto pero era muy
raro. El verdadero congo era bajito al igual que las congas; los lucumíes eran
de todos los tamaños. Algunos más o menos como los mandingas que eran los más
grandes. Los lucumíes eran muy trabajadores, dispuestos para todas las tareas.
F) Navíos negreros.
Fernández
(1996), menciona que “el espacio destinado a cada esclavo durante el cruce del
atlántico era de cinco pies y medio de largo
por 16 pulgadas de ancho colocadas como “hileras de lirios en estantes”
y encadenados de dos en dos, pierna derecha con pierna izquierda y mano derecha
con mano izquierda, cada esclavo disponía de menos espacio que un hombre en un
ataúd” (p. 90)
Gutiérrez
(1987), señala que una vez que llegaban
a las bahías, inmediatamente se enviaban guardias para que no pudiese entrar ni
salir nadie de ellos hasta que se hiciera la visita oficial. Esta visita, antes
de desembarcar los negros, estaba ordenada por las autoridades del puerto para
evitar fraudes; en ella se contaban los esclavos, separando los varones de las
hembras y se inspeccionaba el barco. Oficiales reales y funcionarios de la
factoría competían en llegar al barco primero, pues los factores pretendían
recibir el registro sellado del navío antes que las autoridades realizaran la
visita y aprovechar el tiempo para ocultarlo o disimular el contrabando.
Asimismo
el autor menciona que a fines del siglo XVI, un traficante de esclavos los describe
así: “Los machos venían bajo cubierta, tan juntos en aquel lugar tan angosto
que cuando querían cambiar de postura apenas podían hacerlo. Las hembras
estaban sobre cubierta y se echaban donde querían. Todos hombres y mujeres
completamente desnudos. No fue mejor el estado de los esclavos en las armazones
transportadas por los ingleses a finales del siglo XVIII”. (Gutiérrez,1987.
P.197).
El
negrero Falconbrige explicó ante el parlamento inglés que el espacio de un
esclavo era el de un cadáver en su ataúd, ni más largo ni más ancho que este.
Este tipo de economía espacial y de abultamiento en el número de negros
embarcados correspondía a la tendencia de los llamados “fardos prietos” en oposición
a la de los “fardos flojos”. Los capitanes que preferían la primera
argumentaban que la pérdida de vidas causadas por las apreturas y mala
alimentación se compensaba con el aumento de los ingresos netos al ser mayor el
cargamento. Los partidarios de la segunda tendencia consideraban que dando a
los esclavos más espacio y mejor trato reducían la mortalidad y obtenían
mejores precios.
Después
de sacar a los negros de las bodegas y dejarlos en los lanchones fuera del
buque, dos alguaciles recorrían hasta los más recónditos rincones con el objeto
de inspeccionar que no se hubiera ocultado alguno. Posteriormente se procedía a
desembarcar a los esclavos, uno a uno, en presencia de las autoridades que
efectuaban el recuento.
La
situación en que venían las cargazones se agravaba con las enfermedades de que
eran portadores los esclavos. Las más comunes eran: cámaras, dolor de costado,
calenturas, tabardillo, sarampión y el “mal de Loanda” con que se les hincha
todo el cuerpo y pudren las encías. Durante el período de la Compañía de Guinea
los médicos informan de las siguientes enfermedades y defectos: bicos,
hidrópicos tísicos, encancerados de llagas, cámaras en la sangre, flema,
hernias, empeines.
G) Regulación y marca de
esclavos.
Fernández
(1996), manifiesta que legalmente el esclavo se convirtió en un individuo
sujeto al poder de una persona con derecho de propietario. El esclavo carecía
de personalidad jurídica y por tanto no tenía derechos en ningún plano de la
vida. Era una mercancía humana, una “pieza
de indias”, cuyos parámetros en los mercados de esclavos eran: medir
como mínimo siete palmos (cada palmo representa 21cm), tener entre 13 y 18 años
y tener todos los dientes y no padecer de ceguera u otras enfermedades. Esta
operación se denominó “palmeo”, utilizada como base para medir la altura de los
esclavos.
Referente
a las marcas colocadas a los esclavos, Adanaqué (2001), expresa que fue en
algún momento del siglo XVII, que la corona empezó a marcar a cada esclavo con
una “R” mayúscula rematada por una corona, hecha de una sola pieza de pesado
alambre de plata llamada carimba, esta primera marca señalaba a la pieza como
la propiedad del rey en primera instancia, siendo suprimida gracias a la Real
Orden emitida en San Lorenzo de El Escorial, el 4 de noviembre de 1784.
El
autor citado en el párrafo anterior menciona que un esclavo vendido en 450
pesos el 11 de setiembre de 1751, según las
descripciones que figuran en la escritura de venta se especifica que tiene una
marca “en el pecho derecho y además con
dos cruces en la “sienes”. Lo de las cruces u otras descripciones, posiblemente
fueron tatuajes hechos en su lugar de origen para diferenciarse entre grupos o
dentro de ellos mismos, como también pudieron ser el estigma de algún castigo
impuesto por la justicia social española o cicatriz producto de alguna
contienda.
Asimismo
Adanaqué (2001), señala que la marca 49 (ver anexo 02) se encuentra en un
protocolo conservado en el archivo departamental de Piura, corresponde a una
esclava traída de Panamá desembarcada en Paita. Fue comprada al Conde Santa Ana
de Yzaguirre (de ahí la inicial Y), factor del real asiento de registros
otorgado por la corona española a los señores Aguirre y compañía. Los esclavos
puestos en el Perú como fuerza de trabajo en el sector urbano o rural por lo
menos tenían tres marcas. A medida que cambiaban de amo eran marcados. Las
marcas eran un estigma que los esclavos tendrían que llevarlos sobre el cuerpo
el resto de su vida. Su uso debió haber sido el resultado de las fugas o como castigo
impuesto por la justicia colonial, además, como constancia de legítima
propiedad. Asimismo, garantizaba la devolución del esclavo en caso de ubicarlo
oculto o protegido bajo el amparo de algún particular.
La
marcación con la “Marquilla Real” debía realizarse en presencia de los
oficiales reales, a fin de evitar el contrabando de esclavos. Sólo se libraban
de esta operación los moribundos, pues parece que a los niños también se les
marcaba por ser la marquilla un requisito indispensable para efectuar transacciones
posteriores y demostrar la legalidad del esclavo.
H) Depósitos, venta y precios
de esclavos.
Gutiérrez (1987), hace referencia que los
negros esclavos, una vez desembarcados, eran alojados en los patios de las
casas de sus dueños o también en corrales acondicionados para ese efecto dentro
y fuera de la ciudad. El P. Alonso de Sandoval hace una viva descripción de
estos lugares: “Sacarlos luego a tierra en carnes vivas, ponerlos en un gran
patio o corral”. Por la noche, divididos por sexos, se les guardaba en húmedas
estructuras de viejos muros, sin duda construidos de adobe, en las que se
habían erigido con tablas toscas filas de plataformas para dormir. La única
entrada, una pequeña puerta, tenía cerrojo. Una ventana, pequeña y alta,
proporcionaba la única ventilación, y las instalaciones sanitarias, si las
había, consistían simplemente en tinas”. Además de las factorías tenían
depósitos, los mercaderes, negreros, y aun los mismos factores quienes los
ponían a nombre de terceros por estarles prohibidos al negocio de esclavos
mientras fuera su cargo.
Adanaqué
(2001), hace referencia que para vender un esclavo, si no había comprador, se ponía
un aviso en una pulpería o en algún lugar público o en último caso darle boleta
de venta al mismo esclavo para que se ofrezca de casa en casa. Cuando se vendía
más de uno (podía ser toda la familia o esclavos traídos al por mayor para ser
ofrecidos, al menudo, en el mercado limeño) se practicaba la subasta pública.
Como
ejemplo de venta en 1799 tenemos el siguiente caso: “la persona que quisiera a
la negra Isabel Sánchez y Baca, con una hija de cinco a seis años y un negrito
de siete meses, su precio por los tres
es de ochocientos cincuenta pesos. Puede recurrir a su amo que este es el último precio” (Adanaqué,
2001, p.28)
Durante
el siglo XIX, se recurrió a la prensa,
donde se publicaban avisos de venta, huida y otros. En el comercio (Lima, 31-07-1856) se publicó el
siguiente aviso:
Este
aviso nos indica que las negras, tal vez libertas, se ofrecían para amamantar a
los recién nacidos, hijos de la aristocracia. La venta de los esclavos en el
mercado capitalino y provinciano del virreinato peruano estuvo determinada por
la oferta y la demanda. El precio de los niños y las mujeres era menor con relación
al de los hombres, lo que posibilitó que estas últimas puedan comprar con mayor
facilidad su libertad, aunque fue una posibilidad, (no podemos decir la principal
característica) pues, se han podido ubicar muchos expedientes de esclavas haciendo pleitos, siguiendo juicio, al amo
por la promesa de libertad ofrecida si accedía a sus caricias amorosas. El
precio de cada esclavo fluctuaba de 400
a 800 pesos. Así variaba de acuerdo a las condiciones del sistema colonial.
Según manifiesta Aguirre (2005), los precios
de esclavos variaban muchísimo en función de la edad, el sexo, el color, las
aptitudes para ciertos trabajos, la relativa escasez en su oferta, y muchos
otros factores. Cualquier generalización nos llevaría a simplificar demasiado
las vicisitudes que rodeaban la fijación del precio de un esclavo. Basta decir
que, en términos muy gruesos, los precios promedio se situaban alrededor de los
300-400 pesos, aunque hubo casos notables de esclavos con oficios calificados
que alcanzaban cifras exorbitantes, que superaban los 1 000 pesos.
La compra de un esclavo o esclava,
cualquiera haya sido su precio, representaba una inversión considerable. Los
autores antes citados calculan que, para comprar un esclavo "barato"
en el siglo XVII o XVIII, se requería el equivalente de unos 600 a 800
jornales, es decir, la remuneración por un trabajo continúo durante al menos
dos años. Mayor razón aún para subrayar el hecho de que individuos y familias
de recursos modestos invertían sus magros ingresos en comprar esclavos,
demostrando la importancia que para su confort y prestigio social tenían esas
adquisiciones.
Al
ser considerado el esclavo como un bien semoviente, objeto de enajenación, su
comercialización se sometió a las mismas costumbres y formalidades que se realizaban
en el traspaso de cualquier mercancía de su género. En el comercio de esclavos
los trámites de las transacciones siempre se realizaron por medio de títulos
públicos ante un escribano y testigos que garantizaran la propiedad y, por ser
mercadería de importación, quedaron sujetos a las formalidades de registro de
los libros de la aduana. La Casa de Contratación y la Junta de Negros
legislaron minuciosamente sobre los requisitos que en este sentido había que
cumplir. En todas las ventas, además de quedar registrados en los libros
respectivos y ante escribano, era necesaria la expedición por parte de la
Factoría o vendedor de una escritura o título de propiedad - instrumento que
junto con las marcas Real y de la Compañía (negrera) servían para identificar
las piezas legítimamente introducidas. En ellas se hacían constar además de las
características generales de sexo, edad, casta, así como otras circunstanciales
como escarificaciones corporales, habilidades y por supuesto tachas y defectos,
etc., que permitiesen fácilmente la identificación del esclavo y siempre al
margen el dibujo de las marquillas Real y del Asiento a las que muchas veces se
añadía otras que le habían sido puestas por sus dueños.
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