"Monumento al maestro" inaugurado en Palencia (España) en 2003
Reflexionar sobre la persona del maestro es indispensable
como una actividad esencial si visionamos la transformación del sistema
educativo. El maestro antes de educar se educa sin renunciar a hacerlo durante
toda su vida en un acto connatural a su vocación que le demanda claridad para
definir las virtudes morales e intelectuales y vivirlas con coherencia. No es
misión del maestro ser ejemplo para nadie. Su misión, antes de educar a otros,
es educarse y cultivarse para alcanzar la altura intelectual y, especialmente,
moral que le permita vivir en coherencia y educar con naturalidad a otros. La
educación, entonces, será un permanente acto formativo que cultivará el
intelecto subsumiéndolo a la trascendencia. Francisco Ayala, nos recuerda “(hoy)
muchos practican la docencia, (aunque) no son tantos los que realmente se
involucran en el proceso educativo y
formativo de un sujeto, al grado de llegar en muchos casos al sacrificio
personal extremo en favor del desarrollo de sus alumnos” (p. 2) Entonces, la
responsabilidad implícita (¿y explícita?) del maestro se inicia con el conocimiento
procesual (reflexivo y permanente) de la estructura de su propia persona; de no
ser así, las limitaciones de su juicio y sus valoraciones afectarán el
desarrollo personal de sus alumnos.
¿Qué es más importante, la cualidad formativa o cognitiva de
la educación que brinda un maestro o que propone una institución educativa? El
ideal es que la virtud moral y la virtud de la razón (o del intelecto) dialoguen
y sean motivadas permanentemente durante el proceso educativo. Sin embargo, más
allá de los discursos, no es notoria esta proximidad en nuestras escuelas y
universidades. En todos los lugares en que se eduque, las virtudes se
desarrollan gradualmente mediante el ejercicio de los valores. No se infunden o
transmiten de manera espontánea, es un proceso (educación) que permite la
trascendencia de la persona. Allí radica la importancia del maestro - persona,
no solo en instruir para el "intelectualismo" sino en formar para
ser, compartir, edificar... pero esto ¡todos lo saben y todos lo definen! sin
embargo, la educación en general (no solo la escolar, la técnica o la
universitaria) no será una actividad coherente mientras reflexionemos únicamente
sobre la infraestructura, las leyes, la tecnología, las innovaciones o las
estrategias; es decir, sobre la corteza y la apariencia de la actividad. No
será una actividad coherente mientras cada escuela DEFINA la trascendencia y de
más importancia a la instrucción en la práctica. ¿No es, acaso, real que se somete el aspecto
formativo al cognitivo por presión social? Hay mucha hipocresía en el sistema
educativo. Se reflexiona el sistema y no a la persona que es, en esencia, la
fuente y el motor del proceso: el maestro.
Me agrada la siguiente concepción de Domínguez (2011) sobre la
persona del maestro como “entidad socio individual y sistema viviente que
incorpora en su definición ontológica el entorno, siendo a la vez autónomo y
singular” (p. 2). Así, ubica al maestro en el espacio de sus experiencias
cotidianas particulares de su vida privada y de su magisterio; experiencias de
las que es producto y a las que produce. Domínguez señala una “visión circular
y recursiva” de tres ámbitos: el personal, el profesional y el áulico (próximo).
Entonces, el fortalecimiento ético y continuo de estos ámbitos permite mejorar
la enseñanza desde y con el maestro.
El maestro es solo entrevisto a través de perfiles propios de
la incoherencia del sistema. Antes de seguir validando requisitos e ideales
para la práctica pedagógica, empecemos por lo sencillo y debido: reflexionar
sobre la persona responsable del eterno y noble proceso de formar.