La
Historia del Indio Villasante
Pobladores de Concepción (Huancayo) año 1917 Fotografía disponible en: metodistaperu.blogspot.com |
El alférez del ejército Ezequiel Villasante
Gonzales falleció, según certificó el Dr. Juan Ugaz (médico titular), en
Chiclayo a las 11.30 de la mañana del 4 de setiembre de 1919 víctima de
tuberculosis pulmonar en un departamento de pensionistas del Hospital “Las
Mercedes”. Era soltero, tenía 26 años y pasó en solitario el tiempo de su
internamiento. Sus padres, don Mariano y doña Josefina, y Hortensia, su novia,
fueron los últimos en enterarse. Hasta su natal Concepción (Huancayo) no
llegaron a tiempo las noticias de la enfermedad, muerte y encierro cruel de su
hijo en las frías celdas del cuartel en Lambayeque, que las produjo.
Ezequiel era mestizo, 1,60 m de estatura, cabello
negro, nariz aguileña… ¡Cholo! ¡Indio! De acuerdo al infame parecer de la
antigua oficialidad elitista, y así se lo hicieron recordar. Despectivamente
tratado como el “cholo Ezequiel” o el “indio Villasante”, trascendió con valor
rebelándose ante el improperio. No sabemos su argumento a la ofensa, pero
inferimos fue ruda, directa, sincera, veraz… Villasante fue un hombre de no
escasa cultura. Entre sus objetos personales se encontraron novelas, cuadernos
de apuntes, innumerables cartas y una copia de la defensa del juicio que, por
su apariencia, fue releída muchas veces. Fue acusado de “Insulto al
superior”.
La vergonzosa muerte de Villasante se trató de
ocultar. El mayor Carlos Lluncor, del Regimiento de Infantería N° 01 de
Lambayeque, fue comisionado junto al Tnte. Manuel Camino Calderón para, en
cumplimiento del artículo 27 del Código de Justicia Militar (vigente en aquel
tiempo), cumpliesen con dar cristiana sepultura a los restos del Alférez
Villasante. No escatimaron en gastos: nicho perpetuo y carroza, una costosa
caja mortuoria, 04 coronas florales, el alquiler de un automóvil para el
traslado de los oficiales comisionados y 15 misas a ser oficiadas durante el
primer mes. Todo por un valor de 160 soles.
Los comisionados informaron a los superiores,
ausentes adrede durante el acto, que “(…) vieron sacar el féretro de una de las
salas de pensionistas de ese establecimiento, para colocarlo en una carroza de
primera clase a la que acompañaron en un automóvil hasta el Panteón nuevo, a
donde condujo los restos del malogrado Alférez los que fueron depositados en un
nicho perpetuo del cuartel de San Víctor; nicho que fue cerrado y el que lleva
por número 196…”. Solo, así murió y fue sepultado Villasante. Sin presencia de
su padres y novia. Sin el apoyo de la oficialidad y, mucho menos, de aquel
militar sin nombre cuyas palabras de ofensa aún resuenan: ¡Cholo Ezequiel!
¡Indio Villasante! Y que dieron origen a toda esta historia de sufrimiento.
Al enterarse, sus padres vinieron y lloraron a su
hijo. Hortensia no pudo venir, o no quiso, o pensó no soportaría ver sus
restos, no lo sabemos. De su hijo solo quedaban la tumba fría del cuartel San
Víctor y los objetos que, inventariados, fueron entregados a sus progenitores: Una
caja corriente con su chapa y llave; un terno de paño nuevo; un par de zapatos
de hule con presilla; un sombrero de paño negro; cuatro camisetas; un
calzoncillo; dos cuellos; dos corbatas; tres sabanas; tres servilletas; seis
pañuelos; útiles de aseo una cajita de lata conteniendo útiles de costura; una carterita
con carboncillos de colores; cuatro frascos de remedios; dos cajas conteniendo
ampolletas para inyecciones; un gancho de madera para colgar ropa; un block de papel
para cartas y veinte sobres; dos novelas; dos cuadernos de apuntes; una copia
de la defensa del juicio del extinto; un paquete conteniendo cartas
particulares y envuelta en un papel de regalo una medalla de metal con el
nombre de Hortensia. A lo mejor y ella fue la persona que logró sus agónicos
suspiros y el amor jamás realizado da un corolario triste a la corta vida del
cholo, del indio que no soportó el atropello y defendió su dignidad.