domingo, 28 de marzo de 2010

Infierno y demonios en el Nuevo Mundo - Una aproximación a las concepciones del Siglo XVI

He leído recientemente tres artículos sobre Crónicas de la conquista: de Flor María Rodríguez “Descontextualización de pasajes narrativos en las Crónicas de indias casos de «el carnero»; de José C. Martín de La Hoz “Las Crónicas de Indias como Fuente de la Evangelización Americana” y “Mentalidades teológicas en el Nuevo Mundo” de A. José Echeverry Pérez. Salvando la distancia existente entre crónica e historia, podemos afirmar que existe un importante valor testimonial de las crónicas sobre la conquista americana, siendo válido resaltar el aporte de Bartolomé de Las Casas, Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernal Díaz del Castillo, Pedro Cieza de León, Francisco Jerez, Fray Toribio de Benavente, entre otros. Deseo, con este apoyo, centrarme en la concepción de infierno y demonios en las mentalidades de los primeros conquistadores.
La concepción teológica de la época (siglo XVI) se ordena en tres planos que categorizar la realidad creada: En el plano superior Dios con su poder Omnipotente, en el segundo nivel el mundo terrestre habitado por los hombres y la Iglesia presidida por el Papa; y en el tercer nivel del universo infernal donde habita Satanás y los condenados.
El marco jurídico de la conquista lo dio la Bula “Inter Coetera” (1493) del Papa Alejandro VI. Desde su arribo, según José Echeverry, el Nuevo Mundo significó para los conquistadores del siglo XVI una gigantesca “Ciudad del Diablo” (civitas diaboli).
El Diablo, según Fray Juan de Zumarraga (Primer Obispo de México) en “Regla Cristiana Breve”: “Se había refugiado en las Indias donde reinaba como dueño absoluto”. En consecuencia, la expulsión del diablo permitiría construir la “Ciudad de Dios” (civitas Dei).
“El Carnero” (1636) de Juan Rodríguez Freyle (nombre que reemplazó al título de la Crónica original "Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales del Mar Océano") menciona que los aborígenes " (eran) bárbaros, sin ley ni conocimiento de Dios, porque sólo adoraban al demonio y a éste tenían por maestro, de donde se podía muy claro conocer qué tales serían sus discípulos."
La “Doctrina Cristiana Dominica” de 1548, con la que se enseñaba a los aborígenes de Nueva España y del Perú, decía: “En aquel lugar que es el infierno están todos los males…todos los vuestros parientes que eran como no conocieron al vuestro gran señor Dios y no le creyeron están allá en aquel lugar del infierno que habemos dicho...”
En “Historia Memoria” de Fray Esteban de Asensio (cuyo título original fue “De origine Seraphicae Religionis Franciscanae”. Documento descubierto en Italia por el historiógrafo español Fray Atanasio López, y publicado en la revista Archivo Ibero Americano de 1921) se aporta: “Guardábanse antiguamente, muchos ritos y costumbres malas inventadas por el demonio, para lo cual es de saber que es antiquísimo entre ellos temer y reverenciar al demonio”.
El Poema épico sobre la conquista chilena “La Araucana” de Alonso de Ercilla (1533 – 1594) llamó al demonio Epanamón, diciendo: “En esto Epanamón se les presentaba en forma de dragón horrible y fiero y con enroscada cola envuelta en fuego, y en ronca y torpe voz les habló luego diciéndoles que a prisa caminasen sobre el pueblo español amedrentado”.
Afirmo que en todos los conquistadores latía un sentido cristiano de la vida que afloraba en muchos momentos. Aunque algunos, como Pizarro, vinieron a enriquecerse (recordemos su respuesta a los reclamos de Fray Bernardino de Minaya: ¡Yo he venido a quitarles el oro!); en otros la mentalidad cristiana (según la concepción de la época) se descubre en la repugnancia por la idolatría, el pecado y otros desórdenes. Aun con sus limitaciones y contradicciones, tenían conciencia de su pertenencia a la Iglesia, cuyos ideales contribuyeron a trasladar al nuevo mundo.




lunes, 22 de marzo de 2010

El Venerable Nicolás Puicón Xailón (Nicolás de Ayllón)

Algunos hechos extraordinarios sustentan la tradición católica de nuestro pueblo: La aparición del Niño Jesús en la hostia consagrada durante la misa en honor a Santa María Magdalena en Ciudad Eten (1649); la muerte de Santo Toribio de Mogrovejo en Zaña durante un Jueves Santo; la gracia de Nuestra Señora de La Merced que hizo llover sobre Mórrope el 11 de Marzo de 1752 después de una prolongada sequía y por el pedido multitudinario de un pueblo que oraba a sus pies. Otros hechos más se atribuyen a la Santísima Cruz de Motupe, El Nazareno Cautivo de Monsefú, El Señor de La Justicia y Santa Lucía de ferreñafe, La Virgen Purísima de Túcume, San pablo de Pacora, etc. Sin embargo un santo chiclayano al que la historia destaca como admirable ha sido olvidado, de manera que en nuestros días casi nadie lo recuerda y, mucho menos, lo venera.
Nicolás de Ayllón o Nicolás Puicón Xailón, el “Santo Chiclayano”, nació el 10 de Setiembre de 1632. Desde muy pequeño, destacó por su humildad y notables virtudes cristianas. Fue hijo del agricultor Don Rodrigo Puicón y de Doña Francisca Xailón, ama de casa, esposa y madre ejemplar. Sobre Ayllón, el Amauta chiclayano Don Jorge Lazo Arrasco nos comenta en “Chiclayo Ciudad Símbolo” (2007): “La personalidad de Nicolás de Ayllón fue manifiesta durante su vida y hasta cien años después de su muerte. Se le recordaba y exaltaba por sus obras de caridad (entregó su vida al cuidado de los niños, los ancianos y los enfermos) y por los milagros que había obrado, como sanar a los que padecían de enfermedades incurables, producir lluvia en época de sequía, impedir devastaciones o calamidades anunciadas, etc.… Pasaba horas y días enteros dialogando sobre la generosidad, la bondad y la justicia de Dios… se pasaba noches enteras entregado a la oración y a la lectura de la Biblia. Sus biógrafos afirman que se alumbraba con la tenue luz que daban los leños del algarrobo o faique, y que la claridad del día lo encontraba despierto, sin haber dormitado algo”.
Con Nicolás de Ayllón no ocurrió lo mismo que con San Martín de Porres, San Juan Macías, Santo Toribio de Mogrovejo o Santa Rosa de Lima. A pesar que de su nombre se escuchó con veneración en España y otros lugares de América entre los siglos XVI y XVIII; su presencia paradigmática quedó perdida en el tiempo y, aunque la causa de su canonización y beatificación llegó hasta El Vaticano, su figura sencilla en los altares le resultó esquiva. Dicho esto debo afirmar que siendo la preocupación de algunos que como yo lo hubieran deseado, es seguro que desde el cielo este santo hombre goza de la humilde privacidad de los fieles siervos del Dios vivo.
Considerado por quienes conocieron su obra como “Venerable siervo de Dios”, Don Nicolás de Ayllón falleció a los 45 años de edad en la ciudad de Lima el día 7 de Noviembre de 1677. Procuremos que su nombre jamás sea olvidado por las actuales y próximas generaciones.















sábado, 20 de marzo de 2010

Tres Personajes De Hace 60 Años: "Don Clemente", "El Tuta" y "Chingao"

A mediados del siglo XX (o un poco de tiempo antes), cuando las Calles de Chiclayo eran embloquetadas y de forma serpenteante; cuando entre las calles de “Maravillas” (Francisco Cabrera) “San Isidro” (Manuel M. Izaga) “San Marcos” (Torres Paz) y “Ganaderos” (Tacna) se vivía la alegría chola del chiclayano de a pie, entre banderitas blancas ornadas con hojas de lechuga y ají de causa; tres personajes, por su simpatía y popularidad, contribuyeron con el ambiente dicharachero y jaranero de la época.
Don Clemente Santisteban “El Ciego”, extraordinario músico criollo, con mandolina en mano, desde su residencia en el Barrio Chino donde era muy querido, partía del brazo de algún familiar, amigo o compañero de trabajo recorriendo la calle siete de enero y amenizando las reuniones en las antiguas picanterías y hogares de nuestra ciudad. Escuché la música de Don Clemente y la puedo comparar, por su calidad, a la de Don Nicolás Seclén fundador y voz principal de “Los Mochicas”.
El “Tuta”, cholo enorme y obeso, vendedor de loterías, podía ser encontrado cada mañana en su ruta que cubría la cuadra 8 de la Avenida José Balta entre la antigua heladería “Singapur” (actuales oficinas del SATCH) hasta el viejo colegio 222 (actual IE “Comandante Elías Aguirre”). El “Tuta” se rodeaba de decenas de personas que, atentas, seguían la narración que, voz en cuello, hacía de los encuentros deportivos de la liga profesional de fútbol en los que participaba el equipo de “Juan Aurich”.
El pequeño “Chingao” llegó a nuestra ciudad como parte de una compañía de toreros bufos españoles. Su baja estatura y habilidad para el rodeo le ganaron la simpatía de los aficionados a la tauromaquia. Enamorado de nuestra ciudad decidió quedarse y paseaba su pintoresca figura vestido como un pequeño guardia civil (por el modelo de su ropa) con polainas, macana, correaje y un sombrero alado que terminaba en la parte alta en una graciosa punta que llamaba la atención. Era normal ver a “chingao” detrás de las bandas de músicos en cuanta fiesta religiosa se realizara; cuando la banda llegaba a su destino, “chingao” llegaba con ella; además era un diestro lanza cohetes y su comportamiento gracioso y buen humor le convirtieron en personaje infaltable de las celebraciones citadinas.
Sin duda alguna, recordar es volver a vivir… ¿verdad?



viernes, 19 de marzo de 2010

Breve historia de La Colonia China en Lambayeque (II Parte)

El presente busca complementar el artículo “Breve Historia de la Colonia China en Lambayeque” publicado en este medio el 26 de noviembre del año 2009. La riqueza del tema y del aporte de la colonia china a nuestra cultura bien merecen la pena esta gracia.
Humberto Rodríguez Pastor en “Agricultura y Chinos en Lambayeque y la Libertad, Siglo XIX” (1984) manifiesta que por la escasez de la mano de obra, entre 1849 y 1874 desembarcaron en el Perú alrededor de 100 mil chinos; la mayor parte de ellos dedicados a la agricultura en haciendas rurales de la costa. Así, el Censo Nacional de 1876 indica que en el Perú habían 49 956 chinos de los cuales 4 095 residían en Lambayeque (3 009 en Chiclayo y 1 086 en Lambayeque) de ellos 4 085 eran hombres y solo 10 mujeres; la mayoría agricultores y otros dedicados a labores domésticas, cigarreros, panaderos, obreros, mineros, lavanderos, molineros y un herrero. Llegaron a nuestras costas en los barcos “Rosalía”, “Cavour”, “Manco Cápac” y “Luisa Canevaro”. La población china representaba el 2% de la población total del Perú.
En Lambayeque representaban el 34% de la población total del distrito de Zaña; 28% de Lagunas;8% de Jayanca; 5% de Chiclayo y menos del 5% de Lambayeque, Ferreñafe, Eten, Chongoyape, Pacora, Motupe, Olmos, Monsefú, Mochumí, Salas, Reque, Mórrope, La Isla de Lobos y San José. Casi el 60% de chinos estuvo concentrada en las haciendas cañeras de Lambayeque, entre ellas: Pátapo, Tumán, Cayaltí, Chumbenique, Oyotún, Pucalá, Sipán, Úcupe, Batán Grande, Viña, Pomalca, Combo, Samán, Capote, San Nicolás, Cascajal, Chinche, Racali, Sincapi, Sucha, Callanca, Canchachalá, Cita, Chillama, Huanama, Huillamba, Moyán, Nocce, Puchaca, Quipampa, Ramada, Santa Lucía, Sucho, Totoras y Yermán.
Las actividades que realizaban eran: trabajar la tierra, cuidar el ganado, cortar la caña, cultivar y recoger algodón, sembrar y cosechar arroz, operar en el molino y en el trapiche de vapor. Los mayores beneficiarios de su trabajo fueron los hacendados Salcedo, Larco, Gutiérrez, Buenaño, Leguía, Vértiz y Mayorga.
Trabajaban de 6 de la mañana a 6 de la tarde a cambio de 2 reales de jornal y elevaron la producción de azúcar a casi 60 mil toneladas, un indicador de lo positivo que resultó para la economía de la región la presencia de los ciudadanos chinos.
Pero esta gente valiente se sobrepuso a la adversidad, la marginación y los maltratos de manera admirable. En “La Inmigración China en el Perú” (Ricardo La Torre Silva, 1992) se dice “El culí recibía su remuneración de tres maneras diferentes: pago en dinero, pago en especies (alimentos y vestimenta), pago en servicios (medicina y vivienda). También la obligación de recibir alimentos, vestimenta y atención médica. A cambio de eso el culí debía ponerse bajo las órdenes del empresario…Los castigos corporales se aplicaron a los chinos cotidianamente …cuando hubo reclamos por estos castigos y se produjeron escándalos públicos, los gobiernos y periódicos de entonces trataron de ocultarlos, utilizando procedimiento judiciales como testigos que dieran constancia de falsos hechos. También eran cotidianos los castigos más sofisticados”.
En 1887 el Gobierno Chino envió una comisión para investigar con las autoridades peruanas la condición de los culíes. Se visitaron las haciendas costeñas comprobándose que muchos chinos ya no estaban en condición de contratados pues habían terminado los plazos de trabajo.
Luego de la Guerra del Pacífico, la masiva migración interna de campesinos de la sierra a la costa abarató la mano de obra y el trabajador chino fue dejado de lado. “A fines del siglo XIX, la presencia china en el campo era mínima. Su presencia en las ciudades es otra historia”.



miércoles, 10 de marzo de 2010

La Construcción de la Capilla "La Verónica" de Chiclayo


La Capilla de “La Verónica” se encuentra ubicada en la calle Torres Paz 294. Fue construida a principios del siglo XIX (entre 1827 y 1845 aprox.) y declarada monumento histórico nacional en 1987. Particularmente el sitio en mención trae a mi mente muchos recuerdos de mi niñez entre las calles Manuel María Izaga y la antigua Torres Paz, cuando la Capilla estaba a cargo del anciano sacerdote Felipe Nery La Rosa entre las décadas de 1960 y 70. Con singular agrado permítanme brindarles la historia de su edificación.
En 1927, la “Monografía General del Departamento de Lambayeque” de Don Ricardo Miranda (p. 147) informa haber encontrado, sobre la capilla de “La Verónica”, un artículo publicado en un diario de la época, en el cual se informa que “siendo gobernador del distrito de Chiclayo, Don Enrique Vela, los indígenas julcas, cedieron el terreno para la construcción de La verónica, al acaudalado hijo de esta población, Don José Leonardo Chiclayo “El Calvo” quien por tres veces la reedificó por haberse destruido en varias épocas”.
Entonces, la Capilla de “La Verónica” fue construida a principios, y no a fines como algunos textos proponen, del siglo XIX en el terreno que ocupó la casa de José Leonardo Ortiz ó José Leonardo Chiclayo (1782 -1854) quien, de acuerdo a Eddy Montoya y Guillermo Figueroa en “Lambayecanos en la Historia” era uno de los naturales más adinerados de la ciudad, hijo natural de Don Francisco Ortiz y Doña Juana Salcedo; dedicado al negocio de la fabricación de azúcar en panes, propietario de una fábrica de jabón, de la llamada “Casa del Estado” (esquina de las calles Siete de Enero y Elías Aguirre) y de los fundos “Sarán” y “Casa Blanca”.
Walter Sáenz Lizarzaburu en “Los Orígenes de Chiclayo” relata: “En cierta oportunidad, que se hacían unas excavaciones en su casa, se encontró un entierro consistente en muchos objetos de plata labrada, destacándose por su tamaño, peso y adornos, una hermosa Cruz de plata maciza, que tenía por característica principal un delicado labrado de “La Verónica” secando el sudor del nazareno y que por una inexplicable rareza tenía una lejana semejanza con la hija del calvo llamada Ángela Chiclayo (Ortiz), descendiente directa de los caciques de Cinto, probablemente los primeros habitantes de Chiclayo. El calvo, hizo la promesa de construir con su propio peculio una Iglesia en su casa, o sea en el lugar donde se encontró el tesoro, si es que los gases de antimonio que despide la plata enterrada no le hacían daño. Como el “calvo” siguió viviendo y aprovechó el tesoro encontrado, cumplió con erigir la Iglesia, a la que puso por nombre “Verónica” en recuerdo de la imagen de esta santa encontrada y de la semejanza con su hija preferida”. Al construirse, la calle frente a la Capilla también se llamó Calle de “La Verónica” y, con el paso del tiempo, Alfonso Ugarte.
Su estructura caracteriza por una planta rectangular, con torres gemelas del campanario y un pequeño atrio. Su techo abovedado está sostenido por vigas de algarrobos enyesados y su retablo mayor y hornacinas están revestidos con pan de oro. Según información obtenida en la página Web del Obispado de la Diócesis de Chiclayo (10/03/2010) actualmente es Rector de la Capilla el Padre Sergio Castro Guerrero y son sacerdotes adscritos los Padres Ciro Fernández Flores y Salomón Delgado Lozada.






domingo, 7 de marzo de 2010

Las máscaras de los "Diablicos de Túcume": La forma de Murciélago Vampiro

El Murciélago Vampiro (Desmodus rotundus) es un mamífero que habita en el bosque seco de Pómac, zona de influencia de la Cultura Lambayeque (Sicán). La “Máscara Sicán” tiene un adorno frontal que, a decir del Dr. Izumi Shimada, podría ser la representación de ese animal. Tal afirmación la hizo en “Cultura Sicán” (1995) cuando detalló el contenido de la Tumba este sin tratar este tema en particular en aquel y sus posteriores artículos específicos. En realidad, a la fecha, los estudiosos no se han preguntado acerca del animal que se representa en la máscara o, en todo caso, siguen la afirmación de Shimada.
No se trata de una divinidad. El arte Sicán esta dominado por la representación del dios Sicán o Naylamp. No existen otras representaciones de murciélagos.
Los “Diablicos de Túcume”, como los de Mochumí, usan en sus representaciones máscaras que al parecer representan a los murciélagos vampiros o a jabalíes. Podemos, entonces, hablar de continuidad pues podemos asegurar la antigüedad de la danza.
Los artesanos y diseñadores de las máscaras de Túcume no saben dar respuesta exacta sobre el tema y solo recuerdan que los diseños más antiguos, las primeras máscaras de los “diablicos”, se diseñaron a partir del modelo de una pieza saqueada en el bosque de Pómac de Batán Grande. No podemos olvidar que Túcume fue la última capital de la Cultura Lambayeque hasta el año 1350 de nuestra era en que son conquistados por los chimues.
Hay algunos pueblos que si representaron al murciélago vampiro y lo consideraron como una deidad. En el oriente, los awuajún y los wuampís; los Moches tienen representaciones donde aparece, especialmente y con más detalles, en la cerámica escultórica asociado a escenas "nocturnas" por los q algunos dicen que es la deidad de los "ceramistas" o de la noche, pero no aparece en la "escena de la presentación" que es la que define el panteón principal mochica.
A mi juicio, las representaciones más comunes de las máscaras son tres: machos cabríos, murciélagos y jabalí o chancho. De las tres, son las máscaras de murciélago las más abundantes.
La diferencia entre unas y otras son imperceptibles a la vista de la gente común. Las máscaras de jabalí o chancho tienen caninos inferiores y no superiores. Las de machos cabríos tienen adornos de algodón blanco y la cara es la más parecida a la de un animal. Las de murciélago, que son las más abundantes, tienen cuatro colmillos grandes, nariz aplanada y una prominencia en la frente.

Los profesores Julio César Capuñay Chanamé y Karín Llancari Olivera en su trabajo “Diablicos de Túcume” (Monografía – 2009) nos dicen que las máscaras hechas de hojalata imitan la cabeza de perro, chancho o de un toro. Sin embargo en mi observación de febrero del 2010 pude apreciar las formas que anteriormente señalo además de los siguientes detalles sobre la interpretación de la danza:
• Se sigue utilizando la comparsa tradicional en dos columnas pero se ha incrementado el número de integrantes que hoy excede los cincuenta. Además, se permite la participación de niñas y adolescentes. De manera que debemos hablar de diablicos y diablicas.
• Las máscaras se han modernizado agregando a los ojos pequeñas linternas que son encendidas durante las noches.
• Se ha cambiado el uso de la chirimía por el de la quena. Antiguamente se usaban solo dos chirimías en toda la costa, una en Túcume y otra en Mochumí. La primera con una antigüedad aproximada de 200 años.
• Se viene reduciendo el número de "pastoras" (niñas menores de 12 años que acompañan la imagen de "La Serrana") además del cambio intencional en las letras de sus cánticos. En mo ibservación aprecié a solo 5 pastoras.
• La interpretación sigue siendo responsabilidad de los herederos (hijos, hijas y nietos) de Don Georgín Carrillo Vera.

 

sábado, 6 de marzo de 2010

El Tesoro de la Iglesia Matriz de Chiclayo

En “Mitos, leyendas y tradiciones lambayecanas” Don Augusto León Baradiarán hace referencia a la antigua Iglesia matriz de nuestra ciudad “que ocupó el terreno del antiguo Mercado Central y parte del Parque Principal y de los viejos portales…que donaron los indígenas de Cinto y Collique para la construcción del Convento de San Francisco y su Iglesia”. Una fecha a considerar por su importancia es el 15 de setiembre de 1585 cuando el Virrey Don Fernando Torres de Portugal, Conde del Villar, ordenó a Don Juan Bautista Nano, Corregidor de Cinto y Collique, que aceptara la donación hecha por los indios de nuestro valle.
Sin embargo, deseo narrar un hecho anecdótico, tomado de la antigua tradición chiclayana y que hoy paso a compartir. Según escuchó León Barandiarán, los indios ladinos de Cinto y Collique no tuvieron “religiosas” intenciones al donar el aludido terreno. No pensaron tanto en el Convento o en los Frailes franciscanos, como en un grandioso tesoro escondido (enterrado) en aquel terreno una vez iniciada la conquista española. Enterados de la codicia de los primeros europeos en nuestras tierras, los antiguos residentes de este valle decidieron “ocultar bajo el símbolo de la Cruz un ingente tesoro que en aquel terreno se hallaba ocultado por los propios indios…y, para salvarlo, con aquel disfrazado ofrecimiento, que mas bien era una forma de custodia perpetua de la codicia castellana”.
Actualmente no podemos afirmar la validez de lo narrado por León Barandiarán. Dichos terrenos fueron removidos más de una vez y no se hallaron tesoros, entierros u objetos y restos que demuestren que aquel lugar fue considerado una huaca.
Según Luís Arroyo (OFM) en su obra “Los Franciscanos y la fundación de Chiclayo” el antiguo Convento de “Santa María” está ligado a la fundación de Chiclayo, se puede inferir que resulta imposible explicar el nacimiento y crecimiento de nuestro pueblo sino es a partir de la presencia física de este santuario. Walter Sáenz Lizarzaburu afirma “(el Convento) tenía una huerta grande que ocupaba la manzana de la antigua Plaza del mercado. Después, al perder su huerta que le era anexa, sus instalaciones sirvieron para que allí funcionara el Colegio Nacional de San José en la planta baja y la Corte Superior de Chiclayo en el segundo piso, lo que ocurrió hasta su desocupación para dar paso a la “pala del progreso” que lo derribó junto con la Iglesia Matriz, a fin de edificar construcciones modernas con su mayor área”. En 1922, León Barandiarán dijo que en el terreno de la antigua Iglesia Matriz hubo un “calvario” o cementerio.
Esta “pala del progreso” a la que se refiere Sáenz Lizarzaburu en 1988 y que removió los terrenos, al menos en cuatro ocasiones, para dar paso a la modernidad no sacó a la luz tesoro alguno. Puedo afirmar que el más grande tesoro del Convento de Santa María es su misma presencia que se levanta como un testimonio concreto del proceso de la evolución histórica de nuestro pueblo. Es un símbolo de lo aborigen y de nuestra fe católica. Es un monumento histórico y un anciano testigo de los hechos pasados y presentes cuyo significado histórico es desconocido por la mayor parte de la población. Debemos garantizar su presencia futura por lo cual insto al INC, al Gobierno Provincial, a los intelectuales y universidades a participar en la revaloración de dicho monumento tan venido a menos.

viernes, 5 de marzo de 2010

Normalización de la Toponimia Lambayecana

El título del artículo contiene dos términos que, para empezar, debemos definir. Un topónimo indica el nombre de un lugar o nombre geográfico. En nuestro caso, los topónimos de Lambayeque, son de tres clases: Los que describen la característica relevante o principal de un lugar. Los que tienen su origen en nombres de personas o derivados de ellos y los de origen discutible, generalmente procedentes de términos de las lenguas yunga y quechua que, con el paso del tiempo y la evolución o desaparición de las lenguas, han dejado de entenderse de modo original.
La normalización es la redacción y aprobación de normas que en el caso de la toponimia geográfica, según Nerea Mijika Elaiza en su estudio “Normalización de la terminología geográfica anexa a la toponimia” (España - Noviembre de 1996) debería cumplir dos objetivos: definir los términos geográficos y establecer la denominación normalizada de dichos términos geográficos. La ONU, desde hace cuatro décadas, recomienda dar impulso a la terminología geográfica: “Se recomienda emprender un estudio sobre la naturaleza de las entidades geográficas que lleven nombre en una región determinada, así como sobre los diversos sentidos de las palabras empleadas para designar estas entidades...”
En el caso de nuestra Región los nombres de los pueblos no tienen definición y denominación normalizada. Existen términos de significado discutible. Para dar un ejemplo, el término Túcume. Según Pedro Cieza de León proviene de Túqueme, mientras Garcilaso de la Vega se lo atribuye a Tucmi. Para ambos casos se establece, etimológicamente, la raíz "Tuku" que significa en quechua cuzqueño “lechuza”. Sin embargo, hoy se sabe que Garcilaso quechuiza sistemáticamente todos los topónimos consignados partiendo de la falsa presunción de que los españoles se equivocaban al escribir los nombres de las cosas del Perú pues desconocían mayormente la lengua quechua, y los que la conocían la habían aprendido en la costa, donde no se hablaba el quechua cuzqueño. Personalmente apoyo el parecer del investigador César Espinoza Galarza (respaldado por el Dr. Carlos Arrizabalaga – lingüista de la Universidad de Piura - en su estudio "El Nombre de Sullana" ) quien sostiene que el término Túcume, proviene de la palabra yunga “tok” que significa “hogar”
Para llevar a cabo el trabajo de normalización de la toponimia lambayecana es necesario conformar un grupo de trabajo multidisciplinario integrado por especialistas de diferentes campos: geógrafos, lingüistas y expertos en terminología. El equipo de trabajo que propongo debería surgir en las universidades para tener garantía de un trabajo académico serio y apartado de posiciones sectarias o de aquellas nacidas en grupos de personas sin formación especializada.
Los pasos que propongo son: Seleccionar obras y trabajos de referencia para establecer una base de datos. Recopilar las diferentes denominaciones de los accidentes o entidades geográficas. La definición y normalización de los términos geográficos. Difusión de los términos. Propuesta de una política terminológica.