lunes, 7 de septiembre de 2009

De los tristes "La Chongoyapana"


El cholo norteño es jaranero y la jarana es alegre; aunque no calla el sufrimiento y lo describe desgarrado, lo canta y lo llora. El cholo del campo, aquel que deja su vida en un surco; el cholo del mar que asimila en su sangre las aguas verduscas y saladas; el cholo de a pie que a crecido cosmopolita como las ciudades que hoy dirige “Nace bailarín de marinera, arpista y bebedor de chicha. La picardía, la lisura, el ingenio criollo lo lleva en la sangre…expresan todo aquello que son capaces de sentir: placer o dolor, vida o muerte”.
“la Chongoyapana” es un “triste” norteño, “género musical que tiene su origen en los ritos funerarios prehispánicos y en la costumbre de cantar llorando de las mujeres “plañideras” que cantan evocando el lastimero recuerdo del difunto” (“Cumanana y triste: Tradición prehispánica Muchik” – José Maeda) cuya autoría corresponde al patapeño Don Arturo Shutt y Saco (letra) y al cura Ricardo Moreno Santín (música) el año 1895; siendo sus más famosas interpretaciones las del chongoyapano Don Ubaldo Fernández Mera (fallecido el 2006 a la edad de 90 años) y del monsefuano Don Nicolás Seclén voz principal del trío “Los Mochicas”.
Don José Mejía Baca, hermano de Juan, publica en 1937 “Aspectos criollos” y nos regala, entre otras tradiciones, el origen y significado de “La Chongoyapana” al cual deseo aproximarlos por ser un canto cholo, inspirado en las faldas del Racarumi.
Don Arturo Shutt y Saco, cuando joven, maestro de escuela en Chongoyape; se vio perdidamente enamorado de la bella Zoraida Leguía Velarde. Los encuentros diarios a las seis de la tarde, en la ventana la ventana del cuarto de Zoraida, rodeada de enredaderas que escondían el moho de los hierros no durarían para siempre. Ambos presienten que aquella dicha es precaria. Un día la ventana no se abrió. La tez de nácar , los ojos verdes y cabellos rubios de Zoraida no volverían a ser vistos por Don Arturo, quien desgarrado de dolor escribe “La Chongoyapana”, un canto que no más le pertenece, ahora es de muchos, pues describió por décadas y describe los más profundos dolores, los dolores cholos del hombre de esta tierra: “Desde hace tiempo que te enamoro, Chongoyapana; pero mi llanto, ni mis suspiros, tu pecho ablandan”.
Los tristes, son melodías conocidas en la costa norte. Entre otros, mi abuelo Don Leoncio Fernández Usquiano, tenía a "La Chongoyapana" como su canción favorita y la cantaba tras una o dos botellas de pisco. Ismael Bellina Fernández, mi primo, me reta y dice:"Hoy cuando sus hijos la escuchan ("La Chongoyapana") recuerdan al viejo. Cántale la canción a mi madre y verás que pasa". Otros tristes menos conocidos que “La Chongoyapana” son “La jardinera”, “La flor del café”, “Quien tiene a su madre viva”, “que milagro tan patente”, “Pájaro fatídico”, “Froilam Alama”, “Tomás zapata”, “Pablo Mío”, entro otros.
Acabo con la invitación: “¡Hagamos alto, canelita fina! Descansemos un rato sobre las piedras de racarumi y refugiémonos en el recuerdo, que en el peregrinar del sentimiento, a veces sirve de pascana. Cuando la noche aclare, asistiremos al idilio de noctívaga y romántica pareja. ¿Escuchas esa música tan triste y tan lejana? Es el rasgueo de nostálgica guitarra que canta los amores de “La Chongoyapana”

domingo, 6 de septiembre de 2009

Morir para vivir

Hoy, a los 41 años, estoy completamente seguro que la vida no lo es todo. Es tan solo “Un pequeño paréntesis en la eternidad”. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define la muerte como la “Cesación o término de la vida”. Mientras tanto, todos sabemos que moriremos. Esta realidad parece a muchos injusta, temible o ilógica; a otros les resulta un término mórbido, aunque resulte imposible negarla y considerarla inevitable.
El poeta chileno Pablo Neruda nos dice en “Sólo la muerte”: “llega la muerte, como un zapato sin pie, como un traje sin hombre, llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo, llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta. Sin embargo sus pasos suenan y su vestido suena, callado como un árbol”. Y Lord Alfred Tennyson, poeta británico del siglo XIX: “Todas las cosas morirán. La primavera será tempestad; Oh vanidad! La muerte aguarda en el umbral. Mira, todos nuestros amigos abandonan el vino y la alegría… nos llaman, debemos ir”
Sé que algún día mi corazón dejará de latir, concluirán mis funciones físicas y así llegará el fin de mi cuerpo. Terminarán mis días en la tierra, de lo vivido quedará solo un epitafio, un recuerdo, a lo mejor algunas lágrimas. ¿Cuál es mi filosofía de vida? ¿Cuál es mi pensamiento, sobre la vida, de ordinario? Algunas veces digo: ¡Hoy viviré como el primer día de mi vida! Hoy quiero decir: ¡Viviré como si fuera el último día de mi vida! Hoy he decidido comenzar a prepararme para mi día final.
Santa Teresa de Ávila, en “Nada te turbe”, nos dijo como reverenciando a la eternidad: “Eleva tu pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe... A Jesucristo sigue con pecho grande, y, venga lo que venga, nada te espante. ¿Ves la gloria del mundo? Es gloria vana; nada tiene de estable, todo se pasa. Aspira a lo celeste, que siempre dura; fiel y rico en promesas, Dios no se muda. Ámala cual merece bondad inmensa; pero no hay amor fino sin la paciencia. Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza. Del infierno acosado aunque se viere, burlará sus furores quien a Dios tiene. Vénganle desamparos, cruces, desgracias; siendo Dios tu tesoro nada te falta. Id, pues, bienes del mundo; id dichas vanas; aunque todo lo pierda, sólo Dios basta”.
¿Cómo he de vivir para bien morir? La respuesta está en Dios. A su luz todo cambia: mis valores, metas, relaciones, actividades… lo más importante, en apariencia, es ahora ridículo, insignificante o trivial. Mientras más cerca estés de Dios, más pequeñas te parecerán las cosas.
La vida en la tierra es la preparación o el ensayo de la vida verdadera; la antesala de la eternidad. Es como la parte visible de un iceberg, el resto es la eternidad, lo que no vemos, lo que esta escondido, pero existe. Acá viviremos cincuenta, ochenta o cien años. La eternidad es para siempre. ¡No quiero morir sin Dios! Por eso “Todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo”.
“La vida humana nos brinda muchas opciones, pero la eterna solo dos: cielo o infierno. Mi relación con Dios en la tierra determinará mi relación con El en la eternidad”
El fin del célebre libro “Las crónicas de Narnia” dice en su parte final y bien podríamos aplicarlo para nosotros mismos: “Para nosotros, este es el fin de todas las historias, más para ellos fue el comienzo de la verdadera historia. La vida de ellos en este mundo ha sido solo el título, la portada; y ahora comenzarán el primer capítulo de su vida verdadera”