miércoles, 28 de diciembre de 2011

Apuntes Sobre Evolución Histórica de la Iglesia Católica Lambayecana

En una anterior investigación (“Apuntes sobre el inicio de la Evangelización en Lambayeque”, marzo del 2011) mencioné a Jefrey Klaiber, Sacerdote y Doctor en Historia, que en su obra “La Iglesia en el Perú” (PUCP – 1996) afirma: “… en buena medida, la Iglesia en el Perú, como en cualquier otra parte del mundo católico, ha sido influida, moldeada y condicionada por el medio social en el que existe. La Iglesia no vive aislada de la sociedad donde actúa. Aunque parece elemental afirmarlo, es necesario enfatizar el hecho de que hay una relación de influencia mutua entre la sociedad y la Iglesia”. Hoy con información obtenida de la “Monografía General del Departamento de Lambayeque” (1959) de Ricardo Miranda, es mi deseo presentar algunos datos históricos sobre la evolución histórica de la Iglesia Católica lambayecana, desde su establecimiento hasta la actualidad. Se trata de datos generales que pueden ayudar a la sistematización de la Historia de la Iglesia en nuestra Región. Existen vacíos que, de seguro, serán llenados en posteriores investigaciones dentro del proceso indispensable de escribir la Historia general de la Región de Lambayeque.
Sobre el inicio de la Evangelización en las tierras lambayecanas, Don Teodoro Rivero Ayllón, indica “En 1559 estaba ya autorizada y asegurada la fundación de la Iglesia y del primer convento bajo amorosa advocación de Santa maría del Valle de Chiclayo… la adoctrinación o evangelización de estas tierras la inician los discípulos de il poverello de Asís”. Pero la evangelización de los pueblos de nuestra región se había iniciado algún tiempo antes. En 1533 viene desde Cajamarca, a pie, un sacerdote franciscano “ganoso de decir la Palabra de Cristo entre los indios de Cinto y Collique”; el primer evangelizador de nuestra tierra fue el Padre Alonso de Escarcena, llamado por Diego Córdova y Salinas, en su Crónica de 1651, uno de los  “Doce Apóstoles de San Francisco”. La ruta del Padre Escarcena incluyó, posteriormente, los pueblos de Huanchaco y Mansiche (Trujillo); a dichos lugares llegó desde Chiclayo “a pie y descalzo, siguiendo el camino de la orilla del mar”. Chiclayo fue, según Córdova y Salinas, el segundo lugar del Perú donde se escucha el mensaje del Evangelio; el primer lugar había sido Cajamarca.
En 1563, destacó el fruto de la evangelización, cuando en Zaña se edificaron notables Iglesias y conventos como “San Francisco”, “La Merced”, “San Agustín”, “Santa Ana”, “San Juan de Dios”, “Santa Lucía”, etc. Además, desde aquella villa, la presencia preclara de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, tan venerada por todos los lambayecanos, fortalece nuestro cristianismo.
El primero en dar razón escrita de la Jurisdicción Eclesiástica en el Departamento es el Iltmo. Arzobispo de Lima, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo en 1593. En el informe de su visita pastoral por nuestra tierra, llama a nuestro lugar Chiclayo e indica: “En el pueblo de San Francisco de Chiclayo consta por testimonios del Escribano y Corregidor, encontré 770 indios tributarios, en los cuales entran los indios que están reducidos en el pueblo de San Miguel y en el pueblo de Eten”. La primera Orden Religiosa en Lambayeque fue la de los Padres Franciscanos cuya influencia sería notoria.
Siendo parte de la jurisdicción del Obispado de Trujillo, es necesario anotar que la catedral de Trujillo fue erigida, según Ricardo Miranda, el 14 de octubre de 1616 “con las provincias de Trujillo y Zaña, Cajamarca con sus dos partidos, Huambos y Huamachuco, Chachapoyas, Cajamarquilla, Pataz y Luya, Chillaos, Jaén y Piura”. En aquel tiempo fue Obispo de Trujillo Fr. Francisco Díaz Carrera y, años más tarde, Fr. Pedro Luque, quien vino trasladado de la Diócesis de Puerto Rico.
El 14 de febrero de 1619, a raíz del terremoto que devastó la ciudad de Trujillo y que fue llamado “terremoto de San Valentín”, el Obispo y su cabildo se trasladaron a la ciudad de Lambayeque, oficializando la nueva sede con Auto del 10 de marzo del mismo año. Según el cura Antonio de la Calancha, como consecuencia del terremoto murieron 350 personas y se produjo una plaga de grillos y ratas. La tierra tembló durante quince días. Días después, el Virrey del Perú Francisco de Borja y Aragón, conocido como Príncipe Esquilache, ordenó al Obispo Díaz Carrera restituir a Trujillo como sede de la Diócesis; la orden no pudo ser cumplida por el fallecimiento del Obispo el 25 de abril de 1619.
Según Ricardo Miranda, en 1760, la Provincia Eclesiástica de Zaña, comprendía los siguientes dieciséis Curatos:
1.    Villa de Zaña (con el anexo de Chérrepe).
2.    San Juan de la Punta o de Los Ingenios (con anexos de dieciséis haciendas).
3.    Jayanca
4.    Pacora (con el anexo Mórrope).
5.    Illimo
6.    Mochumí (con el anexo Túcume).
7.    Ferreñafe
8.    Lambayeque (con cuatro curatos en la misma población).
9.    Chiclayo.
10. Monsefú.
11. Reque.
12. Mocupe.
13. San Ildefonso o Pueblo Nuevo.
14. Chepén.
15. Jequetepeque.
16. San Pedro de Lloc.
Cuatro años después, en 1764, la lista sube al número de veinte; destacando los nuevos curatos de San Miguel de Picci y Eten.
Llama la atención la siguiente referencia de Ricardo Miranda “Por Cédula del 1 de febrero de 1753, estaba prohibido que para el desempeño de los curatos se eligiesen frailes; y solo por excepción, dejose el curato de Chiclayo servido por uno de los frailes franciscanos, cuyo convento existía ubicado en dicha población, desde fecha remota”. Es necesario aclarar que por aquel tiempo existía una controversia entre el clero secular y la Orden franciscana por el control de los curatos de indios en toda América y no solo en el Perú. La investigación de Adriana Rocher Salas de la Universidad Autónoma de Campeche en México, acerca de la política eclesiástica regia, indica “Son innegables la gran influencia de los frailes sobre la población indígena como el interés de la corona, manifestada en una política eclesiástica regia, por limitar la autonomía y el poder del clero regular fortaleciendo las posiciones del clero diocesano a través de la secularización de los curatos administrados por los religiosos”.
El 25 de febrero de 1778, es nombrado Obispo de Trujillo Don Baltasar Jaime Martínez Compañón y Bujanda. Fue ungido por el Arzobispo de Lima en su casa de Miraflores y tomó posesión del cargo el 13 de mayo de 1779. Consciente de la necesidad de visitar su jurisdicción, inició esta labor el 9 de abril de 1780 iniciándola por la Iglesia Catedral de Trujillo. Según José Gómez Cumpa, en su trabajo “La Provincia de Chiclayo en el Siglo XVIII”, “(Martínez Compañón) Hasta febrero de 1781 termina de visitar las parroquias y el Seminario de la Ciudad de Trujillo, iniciándose la visita eclesiástica de los curatos de su jurisdicción. A mediados de 1782 se hallaba en Cajamarca de donde pasó a Moyobamba, por la ruta de Chachapoyas, a la que también visitó; recorre así las lejanas provincias de los Motilones, Lamas, Chillaos y Jaén de Bracamoros, hacia el Norte, llegando a Huancabamba en febrero de 1783. Continúa por Piura llegando por último a la ciudad de Lambayeque, a los pueblos de Chiclayo, Ferreñafe y parroquias vecinas. Llega así el ilustre prelado el 7 de Junio de 1784, tal como se registra en el auto de la Visita que se conserva en el Archivo Episcopal de Chiclayo”.
De la visita del Obispo Martínez a nuestra tierra lambayecana podemos tomar la siguiente significativa información:
1.    Fray Antonio de Muchotrigo, responsable de la Iglesia de Chiclayo, fue calificado como “celoso, vigilante y fiel en el cumplimiento de sus obligaciones pastorales”.
2.  Se propuso la erección de escuelas y el ordenamiento urbano de las comunidades existentes.
3.  Indica Gómez Cumpa: “Entre las disposiciones de interés urbano en esta visita, el Obispo Martínez de Compañón, encarga en el primer capítulo que el cura de Chiclayo procure que los padres de familia ejecuten la propuesta que les hiciera el mismo Obispo de construir dos alcobas, ".la una para dormitorio de sus hijos varones, y la otra de sus hijas de 4 años en adelante afín de que desde dicha edad duerman separados de sus padres y los unos de los otros entre sí como pide la honestidad y el decoro". Lo cual evidencia cierta precariedad en las viviendas indígenas en la época, de la cual no tenemos mayores detalles.
4.    Se escribió información sobre el clima, producción, valores, industrias, comercio, riquezas y abundantes y curiosos datos estadísticos.
En 1783, de los casi veinticuatro mil habitantes de la provincia de Zaña, habían:
cargo
Chiclayo
Lambayeque
Ferreñafe
Zaña
Eclesiásticos
2
32
7
2
Religiosos
9
3
0
8
Total
11
35
7
10
            En cuanto los pueblos del Perú manifestaron sus deseos de independencia del poder español y el de Lambayeque se pronunció en diciembre de 1820 por la causa de la libertad; los frailes del convento de San Francisco de Chiclayo huyeron a España, a pesar de la garantía de respeto por parte de los líderes y residentes. “Establecida la República y al publicarse el Decreto de 28 de setiembre de 1826 (art. 7 y 8) por el que se disponía la supresión o clausura de todo convento que no tuviere ocho sacerdotes, se consideró entre los supresos al de San Francisco de Chiclayo”. Los frailes que quedaron en Chiclayo, unos se secularizaron, otros fueron a Lima y otros a españa.
Los curatos de Chiclayo, en 1862 fueron:
1.    Chiclayo.
2.    Reque.
3.    Eten.
4.    Monsefú.
5.    Zaña.
6.    Pueblo Nuevo.
7.    Jequetepeque.
8.    Guadalupe.
9.    San Pedro de Lloc.
10. Lagunas.
11. Chongoyape.
Los curatos de Lambayeque fueron:
1.    Jayanca.
2.    Ferreñafe.
3.    Incahuasi y Cañaris.
4.    Mochumí.
5.    Salas y Penachí.
6.    Motupe.
Sobre algunos de los templos más importantes edificados en la provincia de Chiclayo, podemos mencionar los siguientes:
1.    La Iglesia Matriz de Chiclayo o Convento de San Francisco.
2.    La “Iglesia Nueva” o Iglesia Santa María Catedral.
3.    La Capilla La Verónica: Construida por José Leonardo Ortiz, siendo gobernador de Chiclayo Don Enrique Vela. Intervinieron en los trabajos Don Vicente Gamarra “piquesito” y Don Dámaso Cosio. Se gastó la suma de cinco mil pesos. Fueron padrinos de la edificación el Vicario de la Provincia, el Padre Farfán, y la señora Jacinta Beltrán. El cura de Chiclayo era Don Manuel Vargas Machuca. Como dato anecdótico debo indicar que José Leonardo Ortiz pidió ser sepultado en la capilla (1871), hecho que no fue permitido por el alcalde municipal Don Francisco Quiñones y Lastres.
4.    La Capilla de Nuestra Señora de la Misericordia. Construida en 1908 por el fraile franciscano secularizado Antonio Rodríguez, con permiso del Obispo de Trujillo Monseñor Ismael Puirredón. Fue anexada a la capilla La Verónica desde 1914 por el Obispo García Irigoyen.
5.    La antigua Capilla de Patazca. Construida en 1863 por los hermanos Manuel y Fermín Bullón y entregada a Fray Masía y varios misioneros descalzos que habían venido acompañando al Obispo Francisco Orueta y Castrillón. Se colocó una cruz y fue destruida en 1934, año en que la Beneficencia Pública de Chiclayo procedió a urbanizar los terrenos.
6.    La Capilla de Las Mercedes. Construida al interior del hospital del mismo nombre por el arquitecto Víctor Mora.
7.    La Capilla de Chiclayo chiquito o Villa del sol. Construida por los negros liberados, durante el gobierno de Ramón Castilla, que decidieron radicar en Chiclayo. Actualmente se encuentra en la esquina de las calles Leticia y Arica. En ella se puede observar la famosa cruz de Chiclayo chiquito que fue objeto de veneración en el siglo XIX.
La Diócesis de Chiclayo, independiente de la Trujillo, fue creada por Bula de S.S Pío XII el 17 de diciembre de 1956 “en la misma fecha era trasladado de Huancayo a Chiclayo, el Obispo Monseñor Daniel Figueroa Villón, quien entró en posesión de la Diócesis por medio de su Vicario General Monseñor Jerónimo Mondoñedo, en febrero de 1957, haciendo su entrada solemne en la sede el 28 de abril del mismo año”.
Al momento de su fundación, la Diócesis de Chiclayo según Ricardo Miranda, abarcó el departamento de Lambayeque y las provincias de Cutervo, Chota y Santa Cruz. Tenía treinta y tres parroquias reunidas en la rectoría de Chiclayo y tres vicarías foráneas (arciprestazgos): Lambayeque, Cutervo y Chota. La Diócesis de Chiclayo fue constituida como sufragánea de la Arquidiócesis de Trujillo.
En su artículo “Día de la Diócesis de Chiclayo” el Dr. José Antonio Jacinto Fiestas indica: “Ha tenido dos obispos diocesanos: Mons. Daniel Figueroa Villón (+30-01-1967) y Mons. Ignacio María de Orbegozo y Goicoechea (+04-05-1998). Sus restos mortales reposan en la Cripta del Santuario de Nuestra Señora de la Paz. También trabajó, primero como obispo auxiliar y luego como Administrador Apostólico, Mons. Luis Sánchez Moreno Lira (+28-09-2009). Actualmente, el territorio de la Iglesia Particular de Chiclayo comprende cuatro provincias: Chiclayo, Lambayeque, Ferreñafe y Santa Cruz (provincia del departamento de Cajamarca). En total, suman 18 226 km² y tiene 1218 habitantes, de los cuales el 91,5% son bautizados (Cfr. Anuario Pontificio 2007). Está dividida en 47 parroquias, agrupadas en 5 decanatos o arciprestazgos: Zona Centro, Zona Norte, Zona Litoral, Zona Cooperativas y Zona Sierra. El 7 de abril de 1963 fueron desmembradas las provincias de Chota y Cutervo para erigir la Prelatura de Chota. El cuidado pastoral de la diócesis se encomienda al obispo “con la cooperación del presbiterio”. En la diócesis hay 82 sacerdotes (= presbíteros) seculares y 27 sacerdotes religiosos. Además, también trabajan en la evangelización miembros de otras instituciones eclesiásticas: 3 Comunidades de Monjas contemplativas, 40 Comunidades de Congregaciones Religiosas y Asociaciones, un Instituto Secular (de Las Cruzadas de Santa María), 8 Movimientos Apostólicos y la Prelatura Personal de la Santa Cruz y Opus Dei”.


domingo, 25 de diciembre de 2011

Las Antiguas Huacas de Chiclayo

          Sobre Chiclayo de las dos primeras décadas del siglo XX, Don Pedro Delgado Rosado nos dice “efectivamente, en los primeros decenios del siglo XX, Chiclayo se caracterizaba por ser una ciudad sencilla y tranquila, rodeada por las acequias Cois (Coix) Yortuque, Patazca y Pulén. También se caracterizaba porque era transitada por carreteras, las cuales trasladaban el agua que consumía la población en pipas de madera, así como mercaderías y bultos a cargo de los ‘aguadores’ y ‘culteros’. Por las tardes, Chiclayo era atravesado por hermosos caballos, cuyos jinetes vestidos con ponchos y sombreros constituían el atractivo en sus calles tranquilas, torcidas, estrechas y empedradas, para después ser adoquinadas y posteriormente asfaltadas”.

          Nuestra ciudad estuvo, también, rodeada por seis huacas que no hicieron más que confirmar la base de nuestra identidad histórica a partir de las comunidades de Cinto y Collique. El término “huaca” significa “sagrado”. Eran, entonces, edificaciones destinadas ya sea a enterramientos o como escenarios de culto a los antiguos dioses prehispánicos.

          En “Lambayeque: Sol, flores y leyendas” (pp. 120) Teodoro Rivero Ayllón refiere “Rodeaban la ciudad las acequias Coix, Yortuque, Patazca, que enmarcaban a su vez viejas huacas de tiempo de los gentiles: la Huaca de los Peredo, la Huaca de la Cruz, la Huaca del Coliseo…” entonces, Rivero Ayllón, da razón de tres huacas alrededor de Chiclayo antiguo.

          En “Las Huacas de Chiclayo” (Suplemento Dominical – Diario La Industria de Chiclayo, del 22 de abril del 2007) Pedro Delgado Rosado, basándose en información oral y escrita, menciona que “Chiclayo estuvo rodeado de huacas…” luego menciona las que son más conocidas “La Huaca de la Cruz, la Huaca de los Peredo, la Huaca del Coliseo, la Huaca del Panteón, la Huaca de Moshoqueque, la Huaca del pueblo joven Dávila”. Me pregunto si al referir a las huacas más conocidas, Delgado Rosado, nos invita a investigar sobre algunas otras que pudieron haber existido.

          La Huaca de la Cruz, ocupaba el terreno del antiguo local del Politécnico “Pedro Abel Labarthe Durand” conocido a inicios del siglo XX como “Escuela de Artes y Oficios”. Este antiguo local, ya derruido en su parte antigua por efectos del tiempo, el olvido y las lluvias; se encuentra en la esquina de la avenida Bolognesi y la calle Colón. Su demolición se realizó en 1901.

          La Huaca de los Peredo, rodeaba a Chiclayo por el lado del cercado. He observado una fotografía de su antigua ubicación. Actualmente, donde se elevó la huaca, cruza estrecha, una calle que, en su cuadra 9, no he logrado identificar a simple vista. Su demolición se realizó en 1902.

          La Huaca del Coliseo, se ubicó en la antigua calle Teatro y ocupaba el mismo lugar del actual Teatro Municipal de Chiclayo, antiguo Teatro Dos de Mayo. La antigua calle teatro es, actualmente, Alfredo Lapoint. Su demolición se realizó en 1904.

          La Huaca del Panteón, se ubicó en el mismo terreno que hoy ocupa la Plazuela Elías Aguirre. Fue demolida el año 1894 por 50 presos de la cárcel pública de Chiclayo, que trabajaron custodiados por la tropa de línea acantonada en nuestra ciudad.

          La Huaca de Moshoqueque, se ubicó en la zona del actual mercado mayorista en el populoso distrito de José Leonardo Ortiz.

          La Huaca del Pueblo Joven Dávila, se ubicó en la actual zona del pueblo joven José Olaya en un lugar que los jóvenes de nuestros días llaman El cerrito, a poca distancia del Instituto Superior Tecnológico República Federal de Alemania.

          Sin ánimo de juzgar las razones, debo indicar que las autoridades locales responsables de la demolición de las huacas, en su tiempo, fueron: Pedro Chacaltana Reyes (1890 a 1895 y 1900 a 1901) Juan de Dios Lora y Lora (1899 – 1900) Wenceslao Salazar (1901 a 1903) y Virgilio Dall’ Orso (1903 a 1905).

          Rivero Ayllón, sobre las huacas, indica “todas ellas caerían al paso del progreso citadino, desde tiempos del comité de Obras públicas que presidió Virgilio Dall’ Orso. Y mucho antes todavía, desde época de José Leonardo Ortiz y Mariano Ignacio Prado, cuando estuvo acá como Prefecto de Lambayeque”.

          Según Delgado Rosado “con la demolición de las huacas que circulaban la ciudad, se dio origen a la expansión de la urbe chiclayana, pues, las huacas se habían convertido durante el siglo XIX, en los verdaderos hitos fronterizos del Chiclayo antiguo, para hoy día, en los siglos XX y XXI dar paso al progreso urbano. La implacable picota del progreso hizo que Chiclayo cambie su viejo rostro por una cara nueva: su rostro cosmopolita que presenta ahora”.

          En los actuales tiempos, cada chiclayano, debe constituirse en un defensor del patrimonio material e inmaterial de nuestro pueblo. Es una cuestión de identidad. Como diría Delgado Rosado “ (para fortalecer nuestra identidad) debe existir afecto, sentimiento, unidad, afirmación, aceptación, orgullo, unión, predisposición…”

Los Antiguos Parques de Chiclayo

          El recordado, y particularmente entrañable, escritor, educador, tradicionalista e historiador Pedro Delgado Rosado dedicó gran parte de su vida al rescate de la tradición local y la investigación de nuestra historia; con autoridad nos decía “es importante recordar estas escenas y pasajes porque tienden a fortalecer la memoria colectiva de los pueblos, así como remover el polvo del olvido, pues, detrás de todo ello están los recuerdos, las añoranzas, las evocaciones… “. El diario La Industria incluyó en el Suplemento Dominical del día 22 de abril del 2007 uno de sus artículos titulado “Las Huacas de Chiclayo”. Con información de dicho material e información histórica obtenida en el Archivo Regional de Lambayeque deseo dar a conocer los nombres de los antiguos parques de Chiclayo, incluyendo una breve historia de la construcción de nuestro querido parque principal.

          Don Pedro Delgado, tomando como referencia a la información brindada por el periodista Augusto Dávila Lint, refiere “el Chiclayo antiguo llegó a tener ocho parques: La plazuela Elías Aguirre, los parques Obrero, Russo, Lurín, Bolognesi, Villarreal, Infantil y el parque Principal o central, mal llamado Plaza de Armas por carecer Chiclayo de fundación española. El nombre de Plaza de Armas deriva porque en ese lugar se realizaban los desfiles militares”. De todos ellos, en la actualidad, solo quedan los parques Obrero, Villarreal, Infantil y Principal.

          El Parque principal de Chiclayo fue inaugurado el 30 de agosto de 1916. Su construcción se realizó por iniciativa de Don Víctor Larco Herrera, filántropo trujillano que financió los trabajos preliminares luego de su visita a nuestra ciudad el año 1915. Concluidos los estudios preliminares fue la Junta Departamental presidida por Don Francisco Cúneo Salazar la responsable de concluir la construcción de la obra; para lo cual, contó con el apoyo de “los hacendados del valle, comerciantes y buenos vecinos de Chiclayo” según refiere Don Nicanor de la Fuente “Nixa”. Los trabajos de construcción se iniciaron el 20 de marzo de 1916 y la idea era concluirlos antes del 28 de julio del mismo año, fecha en que se había proyectado realizar la ceremonia inaugural.

          La ceremonia de inauguración atrajo la atención de todos los pobladores, fue un día de fiesta y jolgorio. “Nixa” nos cuenta detalles al respecto: “a la ceremonia concurrieron las autoridades políticas, judiciales, municipales, dos bandas de músicos y una numerosa concurrencia. El párroco, Cipriano Casimir, y dos mercedarios franceses hicieron la bendición”. En aquel tiempo era Prefecto de Lambayeque Don César Bustamante, quien actuó como padrino de la obra en representación del señor Presidente de la República Don José Pardo y Barreda. Como madrina fue invitada la señora Susana Vásquez de Larco Herrera, esposa de Don Víctor Larco, quien no pudo arribar por inconvenientes de última hora desde Buenos Aires (Argentina) su lugar de residencia. No fue reemplazada por ninguna persona de la localidad.

          Decía Pedro Delgado “este fue el Chiclayo de ayer, el Chiclayo de nuestros mayores, el Chiclayo que se fue…” y Don José Marcelino Arana Cuadra afirmó, sobre nuestro Chiclayo de aquella época “(era un lugar) en donde la vida se desenvolvía apaciblemente, tranquila, sosegada, sin angustias, sin vértigos…”

sábado, 24 de diciembre de 2011

La Locura de Santiago Oyola "El Príncipe Azul" de Chiclayo

La "Revista Centenaria" (18 de abril de 1935) publicada por la Empresa Editora Centenario, contando con la Dirección de Federico Echeandía y José Bracamonte, y la Redacción de la sección literaria e histórica del siempre recordado poeta, historiador y tradicionalista Nicanor de la Fuente "Nixa"; contiene un singular artículo dedicado al periodista, dibujante y poeta Santiago Oyola, hombre de letras de la segunda década del siglo XX. "Nixa" tituló al artículo "¡Oh, la Felicidad de los que Perdieron la Conciencia" y, en él, expresa su tristeza por la pérdida de la razón de Oyola, su amigo y antiguo compañero de trabajo. Santiago Oyola, refiere "Nixa", "ha sido un hombre bueno. Romántico... ahora, Santiago Oyola está loco. Ha perdido la razón".
Santiago Oyola se crió en el seno de una familia modesta y, desde muy joven se dedicó a la lectura y la investigación. Se le veía casi siempre acompañado de densos libros de leyes, pretendía alcanzar una matrícula universitaria "esperando alcanzar una profesión que lo independizara en la vida". Era un hombre felizmente casado, su esposa era natural de Catacaos (Piura) y padre de tres hijos. Escribió, en 1925, el poemario "Azul del Trópico" y, más tarde, "Rumores de Ondina" obra que contenía todas sus crónicas y producción periodística. Escribió usando el seudónimo de "El Príncipe Azul".
Trabajó en diversos medios periodísticos de la época. Lo curioso del caso es que, siendo cronista de "El Tiempo" de Chiclayo, gustó de escribir sobre la pérdida de la razón haciendo recurrente dicho tema en sus artículos. El 8 de abril de 1925, Oyola escribió "Los que en realidad o en apariencia han perdido la razón, son a veces, más felices que los propios seres de conciencia". Cuando le tocó escribir sobre las lluvias e inundaciones en Chiclayo, una vez más toca el tema: "Las lluvias eran torrenciales y la idea de la inundación alcanzaba en nuestras atormentadas mentes las proporciones de un fantasma, y los felices locos caminaban desarrollando su favorito tema, ajenos a cuanto palpitaba en el mundo exterior". Un par de artículos suyos fueron "Escenas Callejeras" ( en él se refiere a los orates que deambulaban por Chiclayo) y "Los Locos Populares" (una continuación del primero).
¿Cuál fue la causa de su locura? nadie lo sabe. "Nixa" sospecha que fue a causa de "la lectura serena, tranquila, meditativa, inofensiva (que) acechaba sus pasos". Lo cierto es que desde finales del 25 se le veía "ostentando una densa melena, una corbata de lazo, cadavérico, mal vestido y envuelto en la nostalgia de su propia barba. (se creía) una mentalidad superior llamada a grandes realizaciones dentro del desenvolvimiento intelectual del país". Cada día se le veía buscando con obsesión y con ansia un editorque le publique uno de los muchos libros cuyos borradores originales andaba bajo el brazo,  o a cualquier complaciente persona dispuesta a escuchar sus versos y atender su lectura. Quería ser escuchado y encontraba deleite leyendo en alta voz sus creaciones incomprensibles para todos.
Santiago Oyola es un Chiclayano que como muchos otros deb ser saludado. Nadie supo de su destino y su muerte. Quedó en el recuerdo como uno de los "locos populares". Como un hombre que perdió la razón. Sin embargo, "Nixa" se encargó de guardar su obra y dejarla grabada en la historia.


El Inicio de la Acción Evangelizadora de la Orden Agustina en el Perú Según la Crónica de Fray Juan Teodoro Vázquez: La Obra del Venerable Siervo de Dios José de Espinosa y Valdivieso (III Parte)

1.- Hagiografía de Fray José de Espinosa

1.5.- Quinto momento: La muerte de Fray José de Espinosa

A pesar de la dureza mostrada por los naturales para recibir el mensaje de los evangelizadores sin el premio de la dádiva material, la doctrina crecía cada vez más por obra de Dios. Ya no solo eran Espinosa, Hurtado y Celis; habían también otros sacerdotes que, guiados por el Espíritu Santo, llegaban hasta tales solitarias tierras prefiriendo conseguir el tesoro de las almas.

Sin embargo, tan delicada misión pasaría cuenta a Espinosa, a la fecha habían pasado catorce años desde su llegada a la zona del Marañón; Vázquez comenta “acabose como la antorcha, no solo porque en el fin fue la mayor llamarada de virtudes, sino porque en ella, física y realmente, se apagó de repente, la luz hermana de su vida”.

Salió de la montaña y se dirigió a la doctrina de Tambo donde el Padre Dionisio de Oré le recibió en su casa. El motivo de su viaje fue solicitar limosna para su obra misionera. Habiendo sido invitado a dormir se dirigió Fray José a la habitación asignada y mientras escribía una carta, entregó el alma al Señor. “fue de repente mas no improvisa su muerte, pues desde el momento que trocó las vanidades por los abatimientos; las delicadezas y aseos por las maceraciones y groserías del traje; los engaños del mundo por los caminos del cielo; y, en fin, la vida de fraile relajado, por la de apostólico misionero, no hizo otra cosa en todos los instantes del tiempo sino prevenir el tránsito de aquel estrecho, donde fracasan tantos bajeles racionales…llevaba siempre sacrificada la vida a los golpes de la muerte, no pasando hora del día y de la noche, en que no juzgase que lo asaltaba, o ya en las flechas de los bárbaros, o ya en las garras de las fieras, o ya, en fin, en los continuos riesgos de ahogos, tempestades y despeñaderos”.

Tiempo después, la madre de Fray José de Espinosa, recibió a un hidalgo que llegó a la ciudad capital procedente de Huanta. Dicho caballero narró dos prodigios o milagros con los que Dios se había glorificado a través de su siervo.

El primero consistió en la resurrección de un indígena. Sí, habiendo llegado a una tierra extraña fue recibido por un grupo de naturales que lo amenazaron con quitarle la vida si no decía las razones de su ingreso a sus tierras. Dijo el Siervo que quería su bien y alejarlos del fuego del infierno. Pidiendo prueba de lo dicho le solicitaron y consiguieron la resurrección de un natural muerto después que pidiera Fray Espinosa veinticuatro horas para orar.

El segundo milagro fue observado directamente por el hidalgo por haber ocurrido en su propia casa. Narró que estando en lejanos caminos, encontró al fraile extenuado y casi desfallecido por una fiebre que le atacaba. A pesar de su negativa le acomodó en su caballo y trasladó a su casa, donde días después con medicina y buena alimentación logró restablecer la salud del religioso. Tenía el hidalgo dos hijos, un niño alegre y juguetón y una niña que había nacido tullida y siempre era sentada en un rincón de la sala. No lo sabía el fraile y quiso un día brindarle un bizcochuelo, la llamó pero la niña no se acercó. Le comunicaron, entonces, la condición física de la niña ante lo que el sacerdote, arrebatado luego de un soberano impulso, dijo: “¡Aunque estés, niña baldada, levántate en Nombre de Jesús y ven acá a recibir este agasajo!”. La criatura se levantó en el acto y corrió al encuentro del siervo de Dios.

Su cuerpo fue depositado en la iglesia parroquial del pueblo de Huanta. Inspirado por la heroicidad de Fray José de Espinosa, el cronista Juan Teodoro Vázquez le dedica las siguientes sentidas palabras: “¡Oh felicísimo padre y hermano mío! Sin temeridad puedo decir que fue tu instantánea muerte una dilatada y venturosa vida, pues pusiste como infalible medio para lograrla una continuada muerte en la fuga del mundo y sus halagos, en el quebranto de todos tus apetitos y pasiones, en el degüello de tu amor propio y tus aplausos, y, en la persecución rígida e incansable de tu cuerpo… goza feliz la corona que supiste merecer, venciendo tantas batallas, y, pues la reducción de estos infelices bárbaros te tuvo tantas fatigas de costo, clama al Señor y pide los atienda, misericordioso, difundiendo en sus ministros, aquel espíritu valiente, con que a ti te pasó, del descanso a los afanes, y, desde la vida religiosa, al apostólico empleo”.















martes, 20 de diciembre de 2011

El Inicio de la Acción Evangelizadora de la Orden Agustina en el Perú Según la Crónica de Fray Juan Teodoro Vázquez: La Obra del Venerable Siervo de Dios José de Espinosa y Valdivieso (II Parte)

1.- Hagiografía de José de Espinosa y Valdivieso

1.2.- Segundo momento: el inicio de su trabajo evangelizador

Dos hechos resalta el cronista sobre el inicio de la obra evangelizadora de José de Espinosa; de una parte el notorio llamado de Dios, diligentemente aceptado por el Venerable Siervo para el inicio de tan encomiable labor, y de otra, las dificultades, que ocasionaban temores y desconfianzas breves, para la realización de la encomienda:

a) La débil salud de Espinosa que dificultaría su empeño de acceder a los Andes.

b) El rechazo por lo hispano que manifestaron en diversas oportunidades los naturales de la zona por lo que expulsaban de sus linderos a los evangelizadores o les quitaban la vida. En la montaña donde Espinosa planifico evangelizar “fue lanzado (hacia) pocos años un santo clérigo…”.

c) Se sabía que los naturales se interesaban rápidamente por algunas dadivas y bienes materiales. Espinosa iría en total estado de pobreza.

d) Espinosa viajaría solo, lo cual significaba una acción temeraria en inhóspitos parajes tan difíciles como desconocidos. Además, desconocía la lengua de los naturales.

Superados los inconvenientes logro el Siervo la licencia del Provincial de la Orden. El periplo se inicio y con él las mortificaciones “… miraba la aspereza de los andes como esfera de su libertad y centro de su descanso… (Llevaba) una serrana y mal enjaezada mula” además de una pobre y raída frazada, una alforjilla. Su primer destino seria Huamanga donde planeaba contratar los servicios de un arriero.

Don Benigno Uyarra nos pide al inicio de sus comentarios sobre la crónica no tomar literalmente algunos pasajes de la misma. A continuación trascribo la escena de la partida de espinosa donde pudo haberse producido un milagro: “despedido con tiernas lagrimas de una bella imagen de María, en su Concepción, colocada en nuestra portería de San Ildefonso, dulce blanco de sus amores y también con dulce jubilo de sus hermanos, a quienes dejo tan tiernos como envidiosos, se partió de esta ciudad, tan ansioso de llegar a su apetecido centro, que solo el tormento de la dilación, se le hizo intolerable, entre las infinitas incomodidades que padeció, yendo tan mal aviado, flaco y mal vestido, por tan ásperos senderos”.

Una vez en Huamanga tomo conocimiento del estado de la evangelización de los naturales del pueblo de “San Miguel” desde la muerte de su cura doctrinero y determino hacer una escala en su subida a los Andes en la Provincia de Huanta. En dicho lugar su labor evangelizadora le mereció el reconocimiento y veneración de la gente y “paso a hacerse dueño de todas las voluntades” recibiendo el encargo de conducir el Hospicio de la Misericordia “juzgando (la gente) que ninguno cuidaría con mas puntualidad de la salud de los enfermos del cuerpo, que él, que tanto anhelaba por el remedio de los dolientes del espíritu”.

Siendo muy pocos los enfermos por atender, la casa sirvió como hospedaje de los Padres que entraron a la montaña, de escuela donde aprendieron la lengua de los naturales y como lugar de doctrina para los pobladores necesitados de Dios. Mientras trabajaba en tales labores, se enteraba de los caminos o sendas que debía tomar para entrar más fácilmente en la montaña. Finalmente, acompañado de algunos agricultores que tenían sus campos en las faldas de las montañas y habiendo conseguido apetecibles “alhajas” para los indígenas (hachas, cuchillos, machetes e instrumentos de labranza) partió hacia su anhelado destino.

La primera fundación realizada por Espinosa es el pueblo de Jesús María. Vázquez nos da detalles al respecto “ hay, desde el pueblo de Huanta hasta el de Jesús María (primera fundación de nuestro V.P, dentro de la montaña) treinta y cuatro leguas de tan elevados cerros y profundas quebradas, que estas parecen pórticos del Abismo, aquellos puntales del cielo…” el lugar era de una geografía y clima bastante agresivos “a esta tierra de aspereza, añaden nuevos peligros las nubes, pues no esmaltan de menudo aljófar, la esmeralda de las yerbas, sino anegan en diluvios, la soberbia de aquellos encumbrados montes, robándoles con brazos crecidos de cristal, ya que no el vestido de los verdes robustos arboles, toda la bella guarnición de las yerbas y menudas plantas”.

El principal, casi el único, alimento de Siervo consistió en yucas, maíz y camotes. Su perspicaz inteligencia le permitió el aprendizaje del idioma de los naturales, no con poco esfuerzo, esto le significo vencer su mayor dificultad.

Su trabajo evangelizador lo desarrollo entre los indios llamados “Ninarvas” (“hombres de candela”) eran también llamados “chunchos”. Conoció de inmediato el nombre de sus ‘divinidades’: Lamagari, Marinanchi, Atentari, Atengarite, Camateguia, Asinquiri. Se anima el cronista Vázquez a describir a los naturales “Enseñados quizá, de sus horrendos dioses, que fundan la valentía en el espanto aparente de sus figuras; así añadiendo a su fealdad abominable que les dio la naturaleza, otra mayor en el artificio, se embijan o pintan el rostro, piernas y brazos, de tan varios y desapacibles colores, que no parecen moradores del mundo sino del abismo; de suerte que el más osado que los encontrara de repente, excusara el herirlos, por no verlos”. Agrega “usan solo, como cobardes del arco y flechas envenenadas… cuando matan con sus flechas en aquellos espesos bosques, es objeto de su goloso apetito… con ser tan intolerable el calor de esta montaña, no solicitan en la desnudez el socorro… (su vestido) se compone de una cusma o túnica de bien tupida lana que les cubre todo el cuerpo, desde el pie de la garganta hasta la garganta de sus pies… no trabajan más de lo preciso para sustentar su vida… lo demás del tiempo se consume en ocio detestable, padre de la embriaguez y la lujuria… no son en extremo interesables y codiciosos… no son aplicados a la rapiña ni al hurto” es este sentido, al reconocer su honradez, el cronista menciona “en fin, no hay gente por bárbara que sea, que no tenga alguna virtud que sirva de enseñanza y confusión, a los que rodeados de tantos auxilios y ejemplares, solemos carecer de todas”.

Con el paso del tiempo vieron los naturales de la zona la sinceridad en el hablar y el actuar de Fr. José de Espinosa pues “andaba por la fragosidad de la montaña en busca de indios como el cazador en el monte en pos de las fieras… ¡que hambres, que sustos, que desvelos, que destemples y fatigas, le costaría cada alma a este singularísimo cazador del cielo… pero salió de acero pues ni el continuo caminar le quebrantaba, ni el secar el calor del cuerpo la humedad continua de la ropa lo entumecía; ni lo enfermo, ni debilito la sobra de destemples y la falta frecuente de alimento…”.

Por lo anterior, aquellos indios que lograron el conocimiento de Dios siguieron a Fr. José de espinosa como la oveja al pastor. Se buscaron el territorio más próximo en las faldas de la montaña e hicieron, según indicaciones de espinosa, un centro poblado con casa “que aunque solo merecían el nombre de huasis (guasis) comparadas a nuestra vanidad, eran palacio para la suma estrechez y pobreza de aquellos indios”. La labor civilizadora de espinosa se hacía más sencilla debido a su testimonio de vida, por lo que los indios “se sujetaron con docilidad a las leyes que les quiso imponer su fundador y, como la Ley de Dios, que era todo el anhelo del V.P, no puede establecerse si se atropella el derecho de la naturaleza, aun antes de erigir capilla para los ministerios de la fe católica, como si fuera señor de todos aquellos montes, distribuyo a cada familia todo el ámbito de la tierra que cada uno juzgo necesaria para su sustento y proporcionada a sus fuerzas… quedaron todos satisfechos de la equidad de su pastor que solo se dispusieron a que fuese la obediencia de su labranza la primicia”. Al pueblo fundado se le llamo Santa Cruz. Hombres y mujeres, niños y adultos fueron voluntariamente bautizados. El numero de convertidos alcanzo a doscientas familias.

El rápido aumento de la población motivo la necesidad de un territorio más extenso; “no lo hubo bien propuesto a sus amados hijos su intención cuando, prevenidas de su diligencia las razones, partieron con él al punto, a disponer el lugar en que se había de erigir la nueva población”. Levantado el nuevo pueblo se edifico la capilla de troncos y cañas cubiertos de barro.

Con el tiempo, enterados de sus avances, desde Lima, Huamanga, Cuzco y otras ciudades; comenzó a llegar ayuda con la que se construyeron tres altares en el templo; el primero consagrado a Jesús, José y María; el segundo a Jesús Nazareno y el tercero a Nuestra Señora “en su Soledad dolorosa”. Se cubrieron las paredes con elegantes pinturas y, para el Santísimo Sacramento, consiguió la donación de una lámpara de plata. La buena fama del lugar permitió que muy pronto indios de otras zonas lleguen no solo a procurar el aumento de la población sino también el aumento de la grey.

1.3.- Tercer momento: la llegada de Fr. Alonso de Vivar

Fue impresionante el crecimiento de la obra evangelizadora de Espinosa; lo fue de tal manera que si bien el jubilo reinaba en el corazón del Venerable Siervo de Dios, su razón y la obediencia a la voluntad de Dios le indicaban que era el momento de una mayor cantidad de operarios para la mies. Oraba constantemente pidiendo al Señor nuevos obreros y “oyó el Señor tan bien fundados clamores, pues, formando de la fama, (con que ya volaba por casi todo el reino, con glorioso crédito, la misión de los montañeses chunchos) agudas y penetrantes saetas, hirió los corazones de algunos religiosos con ardiente celo y ansia de aspirar a esta conquista”.

El segundo misionero en ingresar a estas tierras vecinas al Marañón fue el Padre Alonso de Vivar natural de Burgos (España); hijo de Don Francisco Pérez de Vivar y Doña María Ruiz Motejo. Siendo joven, cruzo el Atlántico y llego a Lima dedicándose a la actividad comercial. Demostró poca agudeza para tales menesteres. Siendo inclinado a lo bueno y honesto conoció, la mayor parte del tiempo de muchas perdidas y pocas ganancias.

Esta amarga experiencia le valió para inferir que no era esa la actividad a la que Dios le había llamado sino la que considero como “los comercios de la gloria”. Respondió prontamente a este llamado acercándose a las puertas del Convento Grande de los agustinos, pidiendo al superior vestir el sagrado hábito de la orden. Pronto se reconocieron en el las virtudes de humildad, obediencia, recogimiento y modestia. Un año después concluyo el noviciado e hizo profesión.

No le dedico mayor tiempo al estudio (del cual le intereso solo la Teología Moral) pidiendo como sacerdote la licencia para retirarse a un pequeño convento en la Provincia de Arriba ubicada en el Alto Perú (el cronista desconoce la localidad exacta). En tal lugar se entrego de lleno a los ejercicios místicos y religiosos. Más tarde se enteraba de la misión de Fr. José de Espinosa, sus enormes progresos y necesidades y “como estaba en su corazón bien encendida la llama de la caridad con los prójimos, con este celestial soplo, levanto tan poderoso incendio, que no hubo embarazo alguno, que no mudase en pavesa”. Luego “pidió, después de consultarlo a Dios en la oración, licencia para la empresa al prelado, y como el corazón de esta estaba prevenido de la mano que dio a su siervo el impulso, al punto le concedió la licencia aunque conoció la falta que hacia al convento tan ejemplar religioso”.

El encuentro de Fray Alonso con el Padre José de Espinosa es narrado por el cronista de manera tal que resulta imposible no estremecerse ante la mucha fe de tales hombres de Dios:”(luego de) inmensa fatiga y trabajos padecidos con paciencia en los caminos, llegó, por fin, con singular regocijo de su espíritu (…) a los brazos del Siervo de Dios Espinosa. ¡Oh qué grande sería su consuelo, al ver en medio de la siembre tan fervoroso operario y, a vista de sus fatigas, un Cirineo tan piadoso…lleno de tiernas lágrimas, alabó al Señor nuestro nuevo misionero”.

Muy pronto Fray Alonso destacó por su carácter suave y cariñoso con los indios; no solo acompañó sino admiró al Padre José de Espinosa, con quien trabajaban insistentemente el catecumenado. Vivían ambos misioneros en condiciones de pobreza total en “una vivienda tan estrecha, desabrigada y ruda, una cama tan despojada de ropa y alivios permitidos al reposo, que eran más apetecibles las tareas del día, que los reposos de la noche”. Eran “enemigos” de su labor el calor sofocante, las lluvias y zancudos.

Notaron los santos Siervos de Dios que, si bien es cierto los indígenas permanecían a su lado y recibían la doctrina cristiana con relativa mansedumbre, era muy poco lo conseguido en cuanto a la doblez de sus vidas. Mostraban demasiado interés por las dádivas y beneficios materiales que obtenían de la misión. Ya no pedían, ahora exigían a los frailes por mayores regalos; exigencias hechas, en muchas ocasiones, con fiereza y amenazas. Además, era necesario contar con protección militar para continuar adentrándose en la Amazonía y garantizar la continuidad de su acción evangelizadora. Decidieron entonces los padres, que al benigno trato brindado a los naturales debía agregarse, ahora, la más severa disciplina.

Narra el cronista Vázquez. “habiéndose portado hasta aquí los padres bastante benignos con esta ruda gente, juzgando que bastaba la simplicidad de palomas, donde no se reconocían tiránicas astucias; pero, advirtiendo con el frecuente trato, cuan débil medio era el cariño para sujetar la altivez engreída de estos indios, y con qué insaciable hipocresía, solo al costo de repetidas dádivas se sosegaban un poco, para volver con más petulancia a repetir rebeldías y amenazas, fieros trataron de armarse de la prudencia de serpientes y aún de la ferocidad de estas, para que templándoles el miedo, la demasiada codicia, no quisiesen hacer vendible la perseverancia. Eran, aunque no en la ignorancia, en lo mezquino y antojadizo, como los niños, estos bárbaros; porque así como los pequeñuelos lloran, porque les den lo que apetecen, y, después de conseguirlo, si les ven a sus padres otras cosas, vuelven a gemir, hasta lograrla; así estos indios, en sabiendo que los padres tenían algunas coas de las que ellos apetecían, todo era gruñir y amenazar, hasta lograrlas; y, en consiguiéndolas, sin enmendarse ni corregirse, tornar con más duras molestias a pedir, no por necesidad, sino por avaricia”.

Solicitaron los frailes misioneros al Virrey una escuadra de soldados pues “son los españoles armados, el coco de todos los indios…” con la finalidad de atemorizar sin el menor deseo de usar la violencia que origina “la rapiña y la disolución…”.

Lograron una escuadra de veinte hombres armados con espadas y arcabuces capitaneados por Don Juan de Aguilar y su hermano, el alférez Don Francisco de Aguilar; ambos “hidalgos honrados y virtuosos…a quienes el interés de facilitar la conquista de las almas, los animó al laborioso ingreso de las montañas…no parecían profesores de la milicia de Marte, sino de la de Cristo”.

El resultado que produjo en los naturales la presencia de la milicia fue inmediato pues “grande fue el impacto que produjo…la embriaguez, duplicidad de mujeres y rendimiento al demonio, se fueron viendo más distantes de la ejecución…perseveraron muchos años corregidos”.

La continuidad de la acción evangelizadora toma, desde este instante, características de avanzada con el apoyo de la fuerza militar, así lo decidieron pues “no el temor de perder las vidas que a Dios tenían sacrificadas, desde que emprendieron conquista tan peligrosa, sí el recelo, de que muriendo ellos, no se arruinasen tantas almas, obligó a los padres a hacer esta segunda entrada a lo interior de estos intrincados laberintos, abrigados de temporal milicia”. Los soldados, entonces, eran los primeros en ingresar a cualquier centro poblado para doblegar el ímpetu de los naturales. Cuando eran vencidos, hacían su ingreso los misioneros y su mensaje: “les ataban las manos los soldados, y con el cariño y la liberalidad les abrían los oídos los ministros”.

¿Puede considerarse positivo este nuevo estilo evangelizador emprendido? El cronista da su propia respuesta “con este medio domesticaron muchas de aquellas cerriles fieras, y con este medio, tuvieron más corregidos a todos los que olvidaban el ser modestas ovejas, mostrando los dientes del antiguo, cruel lobo”.

1.4.- Cuarto momento: Fray Agustín de Hurtado y sus heroicas virtudes

Fray Agustín de Hurtado, limeño; hijo de Don Juan Hurtado de Ibarguen y de Doña María de Loaiza, “nobles en la sangre y nobilísimos en la virtud”. Se incorporó a la Orden de San Agustín antes de cumplir la edad de quince años, recibiendo formación de los Padres Pedro de Tovar, Lagunilla y Cantillana. Su noviciado tuvo duración de dos años y medio.

Los progresos en su formación fueron notorios: “así, sin faltar en nada a las precisas obligaciones de religioso y sacerdote, corrió algunos años, empleando en obsequio de la religión, su buen talento, ya en el púlpito, con agudos y elegantes sermones; ya en la cátedra, leyendo un singular curso de artes y muchas materias teológicas, en que logró muy especiales discípulos… lo sacó Dios de aquella calma… para encenderlo en ansias caritativas de convertir infieles”.

El cronista refiere que Hurtado conocía a Fray José de Espinosa a quien tuvo de confesor. Además, menciona dos “enfermedades” que padecía: “había siempre padecido el Siervo de Dios dos enfermedades que no carecen de parentesco: escrúpulos e hipocondría…”. Otros le tuvieron por orate debido a su vida solitaria y abstraída: “…llegaron muchos a pensar falta de la cabeza, lo que era sobra de seso…” más adelante se puede inferir que el Fraile Hurtado padecía de dolores de cabeza y estomacales, así como de mala visión por ser corto de vista.

En determinado momento, por gracia divina, manifiesta Hurtado su interés por seguir los pasos del Padre Espinosa, su confesor y maestro. Lo tuvieron por loco. Decidió buscar la ayuda de una sabia mujer de la época, la Madre Antonia, de las nazarenas. A ella manifestó el ardiente deseo de su corazón. Rápidamente noto la honestidad del misionero. Madre Antonia comunicó a un sacerdote los deseos de Hurtado; era aquel sacerdote uno de quienes pensaban en la locura de Hurtado, no fue para nada extraño que prohibiera a la religiosa cualquier conversación con Hurtado. La religiosa obedeció con tristeza, sin dejar de orar junto a sus “penitentes hijas”. Las oraciones dieron fruto y terminó el sacerdote consultado convencido de las virtudes de Hurtado.

Tal como ocurriera con Espinosa, Hurtado tiene un tierno “encuentro” con la Madre de Dios antes de partir a su misión evangelizadora en la montaña. El cronista narra la experiencia: “Una bella imagen de Nuestra Señora de Belén que tuvo siempre consigo y veneró con gran ternura, le habló sensiblemente en Lima y en la montaña; allí, animándole a la empresa y serenando sus tempestuosas dudas, y, aquí, noticiándole de su dichoso martirio y gloriosa muerte, y, ¿quién duda no excluiría de sus inefables coloquios el hijo, al que hallaba digno de los suyos, su soberana Madre?”

Solícito pidió al superior de la Orden la licencia para partir a la montaña y como se la negara debido a su débil salud “se dejó caer humilde y afligido en los brazos de la ordenación divina: ¡Oh, Señor! Le decía más con lágrimas que con voces, si son estos impulsos vuestros, pues son superiores a toda la naturaleza; ¿Cómo así me cerráis, al tiempo de la ejecución, las puertas? ¡Oh, quitadme los deseos, si no son de vuestro agrado y, si lo son, dadles luz a mis superiores, para que sin dilación, ejecuten vuestra voluntad”.

En todo tiempo la Madre Antonia animó al entristecido sacerdote, hasta que, cumpliéndose la voluntad perfecta del Divino hacedor logró licencia para partir a la montaña en el momento que considere conveniente. No esperó más y partió totalmente pobre, prefirió no despedirse y caminó cinco leguas hasta la zona de Cieneguilla. Encontrándolo en el camino un sacerdote y, pidiéndole razón de su destino, le dijo “voy a obedecer al altísimo como ministro suyo”. Sin embargo, el estado de su apariencia era tal que aquel sacerdote lo tomó por ido y comunicó el hecho al Padre Provincial de los agustinos quien envió a Fray Bernardo de Jesús al rescate de de Hurtado, a quien encontró fatigado y con los pies ampollados, con la orden de volverse en obediencia a la capital.

Retomó el viaje unos días después, esta vez contaba con “cabalgadura y guía”. Después de días enteros de penurias llegó a destino siendo recibido por Fray José de Espinosa en un ambiente de gozo y agradecimiento pleno a Dios. Días después, habiendo recibido de Dios la convicción de su ministerio, “le suplicó (al Padre Espinosa) más con lágrimas que con voces, lo admitiese en su compañía, como rendido novicio, en tan sublime ministerio, y, que, si en el año de probación, reconocía su iluminada prudencia, que no era propósito para tan sublime oficio, lo despidiese luego de su santa compañía…”.

La decisión fue dura de tomar para Espinosa “porque como era tan humilde como Hurtado, y lo tenía por más sabio y grande amigo de Dios, juzgaba que no podía, sin visos de altivez, mandar como a su novicio, al que tenía destinado para Maestro y Director de su espíritu, pero obedeciendo las lágrimas y deprecaciones del recién venido todas las duras resistencias de su humildad, lo admitió a las sumisiones de novicio, quedando el uno en este lance no menos mortificado que el otro humilde; y, más confuso Espinosa, entre las precisiones de mandar como superior, que el otro alegre, entre las sumisiones obedecer”.

Al poco tiempo, Hurtado, habiendo dedicado su mejor esfuerzo, aprendió la lengua de los naturales. Mortificó su cuerpo con ayunos y, por las noches, durmiendo suspendido de una cruz de madera, que el mismo fabricó, a imitación de Cristo. Decidió no lavar más su túnica, agregando como tormento el mal olor de su cuerpo, esto facilitó su carne para las sabandijas que participaron de las mortificaciones de la carne del siervo de Dios. Su cuerpo se llenó de dolorosas llagas, por lo cual el Padre Espinosa le pidió en obediencia lavar su túnica y limpiar su cuerpo. Sobre los frutos del espíritu nos dice el cronista “en el coro, en el altar, en el estudio, en la oración y el trabajo, no parecía hombre y tan débil como lo formó la naturaleza, sino un Serafín incapaz de fatigarse; así, con asombro, aún de los mismos bárbaros, cumplió el año que él se impuso de noviciado…”.

Comienza, luego, a internarse en la montaña. Parte del pueblo de Jesús María acompañado de Fray Fernando de Celis entendiendo que “para dar en la confusa y solitaria morada de muchas de aquellas fieras humanas, le era preciso atravesar por varias partes: el Marañón, monstruo espantoso entre los ríos, a quien, con más adecuación, le conviniera el nombre de golfo, pues a su vista, el Éufrates, el Nilo, el Ganges y, otros celebrados torrentes, fueran pequeños arroyos”.

Cruzó el caudaloso río en una balsa de palos atados con ayuda de un solo remo “¡Oh cuantas veces se vieron casi sorbidos de las rápidas corrientes! Por fin, lograron llegar “al miserable albergue de un indio” desde donde evangelizando a otros naturales cayeron en gracia tal que muy pronto “fueron dejando los bosques donde vivían, como brutos, y, partiéndose al poblado, a aprender el raciocinio”.

El cronista menciona algunas “características” de la mentalidad y forma de vida de los naturales; por ejemplo comenta que “era esta gente enemiga del trabajo”, pero agrega que no tomaron con prudencia la labor del cristiano mensajero teniendo éste que mostrar en extremo la paciencia del pastor que deja todo por la oveja perdida. En muchas ocasiones cuestionaron su autoridad y en otras le trataron con dureza, sin embargo, fue paciente hasta el extremo, con lo cual demostró su inmenso amor por el prójimo a imitación del Maestro de maestros.