jueves, 3 de septiembre de 2020

¿Cultura digital o deshumanización en tiempo real?

 

Imagen tomada de http://criticaart.blogspot.com/2015/03/reafirmacion-virtual-con-la-llegada-de.html

El hombre es un ser imperfecto y dependiente. Está abierto al futuro, crece y tiene en sus manos su propio destino. La plenitud de la felicidad, a la que aspira, la logra en acción con los demás pues sabe que es imposible alcanzarla solo. Se relaciona con el entorno pues lo necesita. Sin embargo, vemos que la persona de este tiempo se ha desdoblado en un yo presencial y otro virtual; y como nuestro “yo” se configura a partir del autoconocimiento y de la adaptación del ser al medio, pueden resultar en una misma persona dos identidades distintas, una en el espacio físico real objetivo (presencial) y otra en el espacio irreal subjetivo (virtual). En el espacio presencial ves y te ven, tocas, hablas, escuchas y tienes una apariencia definida por la percepción del otro. El espacio virtual desarrolla la expresión utópica del ser (ideal, fantástica, imaginaria, irrealizable y paralela o alternativa a la del mundo real) y así los perceptores ven, oyen, tocan, escuchan… lo mejor de una persona construida y perfeccionada con el uso de herramientas digitales de acuerdo a las necesidades de aceptación y reconocimiento del ser. No es extraño, por ejemplo, que las amistades virtuales no se consoliden en el espacio real o que dos personas que se reconocen, comparten actividades, dialogan y se tienen cariño en el espacio virtual; al reconocerse físicamente en el espacio real se cohíban y pasen de largo con una sonrisa tímida para volver a desinhibirse al reencontrarse en su espacio “natural” (obviamente artificial, irreal e invisible).  Actualmente la cultura y las identidades se constituyen a través de las tecnologías de la comunicación y, especialmente, las redes sociales cuyas comunidades transnacionales generan vínculos distintos entre las personas. Las necesidades humanas han encontrado en el espacio virtual una nueva vía de satisfacciones o insatisfacciones con las consabidas sensaciones de placer o dolor. La oferta de cosas (vestido, alimentos, energía, casas, infraestructura, destinos turísticos, etc.) de nuevos conocimientos (idiomas, finanzas, especializaciones, oratoria, historia, etc.) de afecto y relación con los demás (amistad, enamoramiento, consejo, soporte emocional, etc.) hoy en día, también, es online y llegará a satisfacernos en cuanto seamos más capaces de comprender y controlar la realidad que nos rodea (en el espacio real) y aquella de la “nube”, invisible, pero influyente e imprescindible (en el espacio irreal, virtual). Podríamos decir que las necesidades de tener, saber y amar que se desarrollan en el transcurso de nuestra vida han descubierto un nuevo espacio para proyectar la imagen ideal de cada uno. Un espacio en el que se puede construir, individualmente, un ser más bueno, más inteligente, más hermoso, más alto, más asertivo, de quien realmente es. A esa suerte de androide construido por nosotros mismos (de una manera similar que un “avatar” de Facebook) le permitimos instalarse en el espacio de la irrealidad hasta darle autonomía en su propio crecimiento y acciones. Al final, no somos uno, nos hemos convertido en dos, con lo cual hemos creado (sin querer) dos mundos antagónicos e irreconciliables, incongruentes y versátiles (¿?) que siguen cambiando en un proceso de construcción que avanza según los nuevos descubrimientos y necesidades artificiales de la humanidad del tiempo real. El ser humano se ha hecho más consciente que la posesión material, la propiedad de las cosas, es frágil. Los objetos que adornan nuestro cuerpo, los artefactos instalados en casa, todo, absolutamente todo lo real, podemos perderlo con facilidad. Esto no ocurre en el espacio virtual, aunque la idea de “perder” o aquellas otras de abandono y maldad, también están siendo desarrolladas al punto de “deshumanizar” al yo virtual ideal de cada uno.

La reputación, el buen nombre, la buena opinión o consideración, el prestigio y la estima que construimos con respecto de nuestra persona real es intransferible a la persona del espacio virtual que tiene su propia reputación online, en ocasiones, más vistosa y desarrollada que la de su creador. Peligrosa e inevitable situación la que nos toca vivir bajo el influjo artificial de una burbuja a la que solo debemos pinchar con el alfiler del sentido común.