Jorge Basadre, en la década de 1940,
explicó la desgracia peruana de la Guerra del Pacífico y la condición
paupérrima de la República en “dos fallas esenciales que, si continúan
existiendo, pueden llevarlo a nuevas catástrofes frente a las grandes pruebas
del futuro: la supervivencia del Estado empírico y la del abismo social”.
Definió las características del
empirismo de nuestro estado: alienado, frágil, corroído de impurezas, anómalo,
inestable, ineficaz en su actuación, con un presidente inestable, un congreso
de origen discutible, elecciones amañadas y, en suma, una democracia falsa. Da la
impresión que este diagnóstico correspondiera a nuestro tiempo y no a una
realidad de hace ochenta años. Destacó la falta de inteligencia en el gobierno,
la escasez de personas preparadas para ejercer la función pública y el
inexistente buen ejemplo entre los funcionarios, de manera que no había
garantías de una formación de cuadros para el desempeño de dichas funciones.
El acceso al gobierno del estado ha
sido, casi siempre, una cuestión de dinero. La democracia descansa en una
ciudadanía débil. Esta anomia no puede ser distinta considerando la debilidad
educativa y cultural que, da la impresión, terminará por llevarnos a la incivilidad
total; a la catástrofe cavernaria del individualismo feroz, al desprecio de la
inteligencia y a la vigencia consuetudinaria del cinismo.
Las miserias del estado, descansan
hoy como en el tiempo de Basadre, en un profundo, injusto y lastimero abismo
social. No se ha resuelto el problema de la pobreza, la desigualdad social, el
acceso a los servicios básicos, la educación pública de calidad, la inclusión
de las comunidades andinas y amazónicas, el respeto a la diversidad lingüística
y cultural, el racismo, la exclusión del “otro” que no corresponde a los
cánones alienados que se han establecido para gobernar, ser político o defender
lo suyo.
Los dos extremos del Perú, bien
pueden caricaturizarse en los personajes consuetudinarios de la permanente
comedia que con el mismo guion y diferentes personajes significa el acto
democrático (término alborotador para nuestra realidad) de elegir autoridades: los
candidatos (con mínimas excepciones), políticos de inteligencia fracasada,
tránsfugas, negociantes con mucho dinero y poca preparación, demagogos de labia
fluida y fijaciones perversas; de otra parte, el ciudadano, persona de mano
extendida, dispuesta a hipotecar su consciencia por una dádiva o una promesa de
trabajo, capaz de menear su preferencia al ritmo del pungi que hipnotiza su
consciencia.
Pensar que, en otros tiempos, el
candidato fue así llamado pues vestía una túnica blanca que usaba para destacar
por la nitidez de sus aportes e ideas, por sus cualidades personales y
aptitudes de gobierno. Hoy, la túnica de la democracia ha sido seriamente
manchada con el comportamiento de aquellos que mal gobiernan y de otros que preparan
las tapas más bulliciosas de las ollas y los reales de la herencia familiar para
postularse sin méritos intelectuales ni aptitudes académicas en el próximo
proceso electoral de abril. ¿Y el ciudadano? Se ha convertido en un ser
inconsciente de sus derechos políticos, de su rol como agente activo y
determinante del estado. ¿Cuándo notará el ciudadano que su débil participación
en la toma de decisiones del estado es una de las causas de la permisividad
ante las decisiones erróneas? El sentido de identidad y pertenencia muestran su
más débil expresión en el rol desinteresado y cómplice del ciudadano (¿?)
peruano.
El estado empírico y el abismo social
subsisten, también, por el desinterés de quienes saben y pueden, pero no
quieren involucrarse.
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