lunes, 29 de agosto de 2011

El Oro del Perú: La Visión Occidental de la Riqueza Indígena


"¡Vale un Perú! Y el oro corrió como una onda
¡Vale un Perú! Y las naves lleváronse el metal;
pero quedó esta frase, magnífica y redonda,
como una resonante medalla colonial."
(José Santos Chocano)
A manera de introducción
Cuando Pedro Mártir bautizó las nuevas tierras conquistadas por los españoles, a partir de 1492, como Orbe Novo;  los millones de hombres que vivían en esta geografía desconocida y variada, aislada y extensa, de norte a sur, fueron solo entrevistos parcialmente. “El impacto de esta geografía americana y sus culturas va a ser tan tremendo, que en parte ha contribuido a dar al mundo la actual configuración” (Gran Enciclopedia de España y América. Volumen V. pp.72)
Todos los aspectos de la vida se vieron influidos al descubrirse América. Las ideologías encontraron un campo novedoso donde especular. Era el encuentro con una nueva humanidad en estado natural. El tiempo de nuevas tensiones sociales. Tuvieron ante sus ojos productos desconocidos. Además “la importación que rápidamente se hizo de metales preciosos, como el oro y la plata, en grandes cantidades, motivó una subida del valor de las mercancías cuyos precios estaban basados en estos metales”.
De todas las tierras americanas, fue el Perú la zona destacada por su inusitada belleza geográfica y la cantidad de recursos que brindó al conquistador europeo. Es reconocido el deseo del conquistador de conseguir fama, nombre y riqueza; en este sentido la obtención de oro y plata (especialmente el primero de los metales) en grandes cantidades a partir del saqueo de los antiguos tesoros incaicos y de la explotación aurífera en diversas minas de la zona andina, cubrieron las expectativas de los peninsulares fueron plenamente satisfechas.
El diccionario de la Real Academia Española define al oro de la siguiente manera: “elemento químico del grupo de los metales, de color amarillo brillante y muy usado en joyería”. Sin embargo, en el Perú de inicios de la conquista, el oro también significó poder, renombre, honor, riqueza.
El presente artículo mostrará algunas ideas que nos permitirán conocer la interpretación dada por los conquistadores hispanos al oro del Perú. Del mismo modo informaré algunas cantidades y datos, a lo mejor, desconocidos para los ciudadanos de a pie con respecto a la explotación y recolección del oro en nuestras tierras peruanas.
El oro en Europa. El oro en el Perú
¿Qué valor se le daba al oro en tierras europeas y americanas? Don Pedro Mártir de Anglería, humanista de los siglos XV y XVI, relataba haber escuchado antiguas tradiciones americanas que daban a conocer el origen del oro. Indicaba que “el sol salía a llorar, y que al caer sus lágrimas al suelo estas cuajaban en oro”. A partir de esta versión popular, Federico Kauffmann Doig afirma que: “(esta historia) permite inferir que al oro se le confería en América precolombina un valor distinto al que regía en occidente” (En “Mensaje iconográfico de la orfebrería lambayecana” – Lima, 1991).
Kauffmann añade: “El oro no era, ciertamente, en el Nuevo Mundo un medio de enriquecimiento, puesto que no representaba valor monetario alguno. Era, eso sí, materia sacra en sí misma. Con ella se maleaban figuras mágico – religiosas o joyas para engalanar a quienes regían y detentaban la responsabilidad de velar por el destino de sus sociedades. De este modo aparecían transfigurados en seres semidivinos y podrían impartir órdenes inapelables”.
Porras Barrenechea señala: “El oro tuvo en el Perú, desde los tiempos más remotos, una función altruista y una virtualidad estética. En el Incario el oro libertó al pueblo creyente y dúctil de la barbarie de los sacrificios humanos y elevó el nivel moral de las castas, ofreciendo a los dioses, en vez de la dádiva sangrienta, el cántaro o la imagen de oro estilizado, fruto de una contemplación libre y bienhechora, con ánimo de belleza. El oro tuvo, también, una virtud mítica fecundadora y preservadora de la destrucción y la muerte. En la boca de los cadáveres y en las heridas de las trepanaciones colocaban los indios discos de oro para librarlos de la corrupción”.
En contraposición, superadas las penurias de la travesía, los europeos llegados a tierras americanas “apreciaron el oro americano de acuerdo a los esquemas del pensamiento occidental”. Unos le dieron el valor de su apetencia; otros el surgido de su vena artística y cultural. Los unos hicieron del oro un botín y de la indigna fundición y repartija su tarea. Los otros convirtieron su visión del duro metal color de sol en al aprecio de las finas piezas y objetos encontrados en estos lares; siendo tal su admiración que, conservándolos, los trasladaron a España y Flandes. No en vano reconocería, el mismo Mártir de Anglería, que “lo que me pasma es la industria y el arte con que la obra aventaja a la materia”.
En “Oro y leyenda el Perú”, Don Raúl Porras Barrenechea refiere: “Un mito trágico y una leyenda de opulencia mecen el destino milenario del Perú, cuna de las más viejas civilizaciones y encrucijada de todas las oleadas culturales de América. Es un sino telúrico que arranca de las entrañas de oro de los andes. Millares de años antes que el hombre apareciera sobre el suelo peruano, dice el humanista italiano Gerbi, el futuro histórico del Perú estaba escrito con caracteres indelebles de oro y plata, cobre y plomo, en las rocas eruptivas del período terciario”.
Puede permitirnos la siguiente copla de Lope de Vega, referida también por Kauffmann,  conocer la visión áurea del europeo:
“So color de religión
(Van) a buscar plata y oro
Del encubierto tesoro”
Porras agrega en su texto que el padre Acosta, con su severidad científica y su don racionalista, nos dirá en su Historia natural y moral de las Indias: “Y entre todas las partes de Indias, los Reinos del Perú son los que más abundan de metales, especialmente de plata, oro y azogue". León Pinelo, que situaría el Paraíso en el Perú, escribe: "La riqueza mayor del Universo en minerales de plata puso el criador en las provincias del Perú". Y Sir Walter Raleigh, avizorando el Dorado español desde su frustrada cabecera de puente sajón de la Guyana, en América del Sur, escribiría: "Ipso enim facto deprehendimus Regem Hispanum, propter divitias et Opes Regni Peru omnibus totis Europae Monarchis Principibusque longue superiorem esse." –"De ello sabemos que el rey de España es superior a todos los reyes y príncipes de Europa por causa de la abundancia y las riquezas del reino del Perú".
Pedro Cieza de León en “Crónica del Perú” (Cap. CXV) indica “... por las faldas de esta cordillera se han hallado grandes mineros de plata y oro... y en todo el reino del Perú; y si hubiera quien lo sacase, hay oro y plata que sacar para siempre jamás; porque en las sierras y en los llanos y en los ríos, y en todas parte que caven y busquen, hallarán plata y oro”.
Con pena, Porras Barrenechea reconoce: “El oro acumulado durante cuatro siglos en las cajas de piedra de seguridad del Coricancha, con un propósito reverencial y suntuario, fue a parar, a través de las manos avezadas al hierro, de soldados que se jugaban en una noche el sol de los Incas antes de que amaneciese, a los bancos de Amsterdam, de Amberes, de Lisboa y de Londres. No fue nunca el dinero, el oro acumulado, inhumano, utilitario y cruel”.
El ansia de oro y la censura de los Predicadores
En la obra “La Transformación Social del Conquistador” (1958), el filósofo peruano José Durand refiere (en el capítulo IV) “una exigencia de transformar su vida encaminaba los actos del conquistador. Se quería, claro está, una mudanza de acuerdo con el espíritu de la época, y se buscaba el oro a costa de grandes peligros y nunca a costa del orgullo. Corrían tiempos en los que el dinero estaba llamado a satisfacer unos ideales de vida muy diferentes de los actuales, y, en consecuencia, el afán de oro se presentaba con rasgos que no pueden coincidir con los de nuestros días”.
Fray Bartolomé de Las Casas aceptaba que las más importante de todas las razones de la conquista era, además, la más baja: “ninguno acá pasaba sino para, cogiendo oro, desechar su pobreza, de que en España en todos los estados abundaba”. Habrá que recordar que los conquistadores formaron parte de aquella multitud de “hidalgos segundones y mozos pujantes que se encontraban ante un porvenir desamparado”. La fórmula del éxito se expresa en el siguiente y conocido lema: “Iglesia, mar o casa real”. De no encontrar el éxito en el clero o los puestos públicos la única salida era aventurarse a las indias en procura de la anhelada oportunidad.
Desde muy temprano, la codicia de los conquistadores españoles fue censurada por los evangelizadores. Los frailes Pedro de Córdova y Antón de Montesinos, mucho antes de los descubrimientos de México y Perú,  criticaron con firmeza los abusos de los primeros colonos que tanto perjudicaban a los indígenas.
Fray Bartolomé de Las Casas dijo con firmeza: “(arrebataron) con violencia y crueldad, y contra la voluntad de sus dueños, el oro, la plata y el dinero”. Luego añade. “(despojaron) a los reyes y señores naturales de sus dignidades reales, de sus demás títulos y honores, de sus derechos y jurisdicciones”. Indicaba que era tanto el deseo de venir a tierras americanas por el ansia del oro que “(apreciaban tanto las indias) mucho más que si les certificaran que habían de tomar Francia; así es la codicia y la liviandad de España”.
El clérigo Don Cristóbal de Molina se unió a las críticas afirmando “(las riquezas de las indias) cebaron a los españoles y les pusieron ánimo de descubrir más adelante… otro fin no traían los conquistadores”.
Gómara presenta, según versión de Durand, a los capitanes Soto y del barco haciendo oídos sordos a los pedidos de ayuda del Inca Huáscar, entonces prisionero de Atahualpa; todo por la codicia de poseer el dorado metal: “Pero ellos quisieron más el oro del Cuzco que la vida de Huáscar, con la excusa de mensajeros que no podían traspasar la orden y mandamientos del gobernador”.
El mismo Gómara añade sobre los codiciosos conquistadores: “con lo habido no se contentaban, fatigaban los indios cavando y trastornando cuanto había, aun les hicieron hartos malos tratamientos y crueldades porque dijesen del y mostrasen sepulturas”. En tono picaresco y con el fin de ridiculizar tanto insano deseo de riqueza, más adelante indica: “puede ser que el deseo que tienen al oro en el corazón, se haga en la cara y en el cuerpo aquel color” (Ellos y el oro, todos van de una misma color – según Motolinía)
Fray Toribio Motolinía, escribe sobre las experiencias de indios y españoles en las nuevas tierras americanas, especialmente en México cuya conquista vivió de cerca. Con tono amoroso dice sobre los indígenas: “estos indios cuasi no tienen estorbo que les impida para ganar el cielo, de los muchos que los españoles tenemos y nos tienen sumidos, porque su vida se contenta con muy poco, y tan poco que apenas tienen con que vestir y alimentar… no se desvelan en adquirir ni guardar riquezas, ni se matan por alcanzar estados y dignidades. Con su pobre manta se acuestan y, en despertando, están aparejados para servir a Dios”.
Sobre el daño ocasionado a estas tierras diría: “tanto la chuparon que la dejaron más pobre que otra… mas bastante fue la avaricia de nuestros españoles para destruir y despoblar esta tierra que todos los sacrificios y guerras y homicidios que en ella hubo en tiempo de su infidelidad”.  Las siguientes palabras resultan impactantes: “solo aquel que cuenta las gotas del agua de la lluvia y las arenas del mar, puede contar todos los muertos y tierras despobladas”.
La recolección y explotación del oro
Sorprenden los registros del botín obtenidos por los conquistadores españoles en nuestra tierra peruana. Los datos aportados por André Emerich en “Sudor del sol y lágrimas de la luna” sobre la suma del rescate de Atahualpa y el botín del Cuzco (resultados de la investigación de Samuel K. Lothrop) son “134 mil libras de plata y 175 mil libras de oro. Por lo tanto resulta evidente que los incas tenían una riqueza mucho mayor en metales preciosos comparándola con la de otras tierras americanas. Por ejemplo, superó en más de dos veces el oro e infinitamente más plata que sus contemporáneos aztecas”. “Oh Perú, de metal y melancolía” (García Lorca).
Luis Vitale en “Historia Social Comparada de los pueblos de América Latina” (1998)  afirma: “La causa esencial de esta rápida recolección de metales preciosos fue el grado de adelanto minero–metalúrgico que habían alcanzado los indígenas de América Latina. El desarrollo de las fuerzas productivas autóctonas permitió a los españoles organizar en pocos años un eficiente sistema de explotación. De no haber contado con aborígenes expertos en el trabajo minero resultaría inexplicable el hecho de que los conquistadores, sin técnicos ni personal especializado, hubieran podido descubrir y explotar los yacimientos mineros, obteniendo en pocas décadas tan extraordinaria cantidad de metales preciosos. En fin, los indios americanos proporcionaron los datos para ubicar las minas, oficiaron de técnicos, especialistas y peones, y aportaron un cierto desarrollo de las fuerzas productivas que facilitó a los españoles la tarea de la colonización”. Además: “Según las estadísticas más autorizadas, la producción de oro y plata indianos, entre 1503 y 1560 ha sido estimada por Soetbeer en 173 millones de ducados; por Lexis en 150 millones y por Haring en 101 millones”
Bernardo Veksler, en “Una Visión Crítica de la Conquista de América” aporta información sobre la cantidad de oro y plata (en Kg) extraídos de las colonias españolas en América. Resulta significativo reconocer que la mayor cantidad de todo este metal correspondió al Virreinato del Perú:






PERIODO
PLATA
ORO
1531-1540
  86 193
14 466
1541-1550

177 573
24 957
1551-1560
303 121
42 620
1561-1570
942 858
11 530
1571-1580
1 118 591
 9 429
1581-1590
2 103 027
12 101
1591-1600
2 707 626
19 451
1601-1610
2 213 631
11 764
1611-1620
2 192 255
  8 855
1621-1630
2 145 339
  3 889
1631-1640
1 396 759
  1 240
1641-1650
1 056 430
  1 549
1651-1660
  443 256
    469
TOTAL:
             16 886 815
181 333

Eduardo Galeano en “Las Venas Abiertas de América latina” (1989) trata de actualizar los datos sobre el valor de la riqueza obtenida por los europeos: “Con base a los datos que proporciona Alexander von Humboldt, se ha estimado en unos cinco mil millones de dólares actuales la magnitud del excedente económico evadido de México entre 1760 y 1809, apenas medio siglo, a través de las exportaciones de plata y oro”.
En 1595, según el Inca Garcilaso de la Vega “entraron por la barra de San Lúcar treinta y cinco millones de plata y oro del Perú”.  León Pinelo, con base en los libros del Consejo de Indias, dice que en el Perú se labraban, a principios del siglo XVII, cien minerales de oro y que en ellos se habían descubierto dos minas de cincuenta varas, de otros metales.
Sobre las minas coloniales y su respectiva producción, un aporte de Raúl Porras resulta muy significativo: “Las minas de Potosí dieron de 1545 a 1647, según León Pinelo, 1674 millones de pesos ensayados de ocho reales. Cada sábado daban 150 ó 200 mil pesos, dice el padre Acosta. El padre Cobo escribía hacia 1650: "Hoy se saca cuatro veces más plata que en la grande estampida de la conquista". Las minas del Perú y Nuevo Reino dieron, en el mismo lapso, 250000 000 pesos. La mina de Porco daba un millón cada año, la de Choclococha y Castrovirreyna 900 mil pesos ensayados, la de Cailloma 650 mil y la de Vilcabamba 600 mil. El oro prevaleció, en los primeros años, hasta 1532, en que se descubrieron las primeras minas de plata en Nueva España y, en 1545, las de Potosí. León Pinelo calcula que las minas de oro del Perú, Nueva Granada y Nueva España daban al Rey un millón de pesos anuales. Desde la conquista hasta 1650 el oro indiano dio 154 millones de castellanos, o sea 308 millones de pesos de ocho reales, o sea quince mil cuatrocientos quintales de oro de pura ley.

Algunas palabras finales

            Es necesario comprender al español en América como un hombre nuevo. En una conferencia dictada en Buenos Aires (1938) Don José ortega y Gasset sostuvo tal idea. Sin embargo tal novedad resulta de un largo proceso de mestizaje que no se puede estudiar desligado del tormentoso ingrediente de la codicia del conquistador peninsular.
            La historia excede a la historiografía en cuanto a la reflexión de los hechos, su significado y filosofía. Es necesario conocer, también, las mentalidades de la época. La tarea de introducirnos al mundo de las creencias indianas y europeas beneficia nuestra tarea.
            La riqueza del Perú fue y será su dinámica cultural que lo convierte en un pueblo trascendente y entrañable. El oro pudo alimentar la codicia. Nuestra cultura será fuente imperecedera de alegría, fe, desarrollo y solidaridad.

jueves, 18 de agosto de 2011

Alegría Literaria Lambayecana (Un aporte a la Historia de la alegría)



En Chiclayo de mediados y fines del siglo XIX e inicios del XX se dijeron, según Nixa, “muchas verdades políticas y otras tantas amorosas a golpe de arpa” (Revista centenaria, 1935). Cada una de esas “verdades” escritas  en forma de verso o prosa, mostraron el apego apasionado por la tradición y la ternura por las cosas ordinarias pero  entrañables; fueron palabras siempre acompañadas por ritmos contagiosos. Sea al son acompasado de algún instrumento de cuerda, viento o percusión; o al agradable impacto que ocasionaba el buen uso de la palabra hablada, en Chiclayo nada dejó de decirse y todo fue dicho con picardía y salero.
No pretendo hacer una historia de la literatura Lambayecana, Dios me libre de semejante despropósito, deseo compartir, de autores de nuestra tierra, palabras, versos, dichos… ¡alegría! La palabra induce o surge de la alegría, dependiendo del caso, por ese motivo quisiera que el presente pueda considerarse como un aporte a la historia de la alegría lambayecana, alegría que no cesa y siempre será parte de un pueblo que “vive en las calles”.
Durante la Revolución de Balta, en 1868, las negras Manuela “manonga” Nevao y la “ñata” Fidela, cantaron y bailaron ante las tropas del gobierno “La puerca raspada” que era un baile entre dos mujeres “que se levantaban la pollera hasta las rodillas, descalzas y al son del verso. Con el empeine del pié se golpeaban la pantorrilla de la pierna izquierda, produciendo un sonido como palmas” el baile, prohibido y considerado un delito en esa época, incluía el uso de pañuelos y cohetecillos. La letra del verso decía:
“La puerca raspada
La niña casada
Y tan casadera
Con su bañadera.
Negra, negra, negra
Sácale ese pique
Mi amo, mi amo, mi amo,
Ya me lo saqué,
No me pegue usted
Mi amo
Ya me lo saqué
Mi amo”

Durante el mismo hecho histórico una conga de José “juyupe” Guevara fue dedicada a Balta. Conga se denominó a este ritmo de  esclavos africanos por la etnia a la que pertenecían y en Chiclayo, según Nicanor de la Fuente, a “una familia negra muy querida pues eran gente honrada pero de genio alegre”. Se dice que “mientras los soldados trabajaban el las defensas o descansaban por los suburbios, las jaranas pintaban su color más vivo, bailando y cantando”. La letra es la siguiente:
“De los coroneles
¿Cuál es el mejor?
El coronel Balta
Se lleva la flor
Porque lo merece
Hora
Porque es muy valiente
Hora.
Tun tun ¿Quién es?
¿Quién está aquí?
¿Si será la conga
Que viene por mí?z
Hora si la conga
Hora
Donde la manonga
Hora
Pa que se componga
Hora”
A Don Guillermo Billinghurst, “pan grande”, presidente peruano de corte populista a inicios de la segunda década del siglo XX; el pueblo le dedicó el siguiente verso:
“Dicen que el viejo es chileno
Y le gusta el anizao
No importa china del alma
Porque el pueblo lo ha llevao
El viejo la pinta y tumba
Al civilismo traídos
El viejo no aguanta pulgas
Como buen gobernador
Y si algún día, caracho
Alguien lo quiere tumbar
Aquí está el pueblo chiclayano
Que a su lado a de pelear”


Cuando “pan grande” fue derrocado por un golpe de estado un día 4 de febrero, el pueblo lamentó lo ocurrido:
“Con el viejo se ha perdido
La mejor autoridad
Se ha perdido el pan, la carne
Y nuestra amada libertad
No tenemos plata ni oro
El Perú ya se ha fregao
Porque con estos papeles
Es pior que el churre pelao
I diga usted alguna cosa
Pa que sepa la mejor
El cachaco tira palo
Yo mejor callo por Dios
Pero ahora y mañana
A Billinghurst he de avivar
Porque con el siempre tuvo
El pueblo en que trabajar”
Durante el gobierno de José Pardo, en 1914, la crisis económica golpeó a nuestro país. Los chiclayanos olvidaron pronto el apoyo brindado al presidente y, desengañados por los desaciertos políticos del régimen, le dedicaron el siguiente verso:
“Tanto avivar a Pardo
En lo que vino a parar
Las mujeres muertas de hambre
Y los hombres sin trabajar”
En Tumán cantaron:
“En Tumán no comen carne
En Tumán comen melao
El trapiche come carne
Ay, que viva el hacendao.
En Tumán nos daban pisco
Butifarras y melao
En cambiando con el voto
Que hace falta al hacendao.
En Tumán nos echan palo
Y nos quitan el melao
Es que el niño Pepe pardo
En palacio está sentao”
Don Teodoro Rivero Ayllón nos dice: “Cultores del Romanticismo, fueron en nuestro medio, poetas dispares como Emiliano Niño, Gregorio campos Polo, Fidel Arana, Augusto León, José García Urrutia o las poetisas Luisa Montjoy Chávarry y Juana Rosa Sime de Villena” (“Lambayeque: sol, flores y leyendas” – 1975). Sobre Juana Rosa Sime debo indicar que recibió versos de admiración y, por muchos años, cartas de Don Jorge Isaacs, autor de “María”.
A Don Augusto león corresponde la autoría de un verso muy conocido en los ámbitos escolares de inicios del siglo XX:
“Yo soy la colegiala
Alegre y decidora
Que ríe a cada hora
Que canta sin cesar”
Por la misma época Don Germán Leguía y Martínez cantó a la mujer amada:
“Tu tez de mármol y de azucena
Campo de nieve, lirio sin par…”
El satírico José Clodomiro Soto y Ortiz escribió, en “Cienos y Manantiales” algunos sonetos:
“… y amé la vida, no porque es la vida,
Amé la vida porque estás en ella…”
Y en otro, “A Magdalena”, nos dice:
“… la acción de tu mirada prodigiosa
Infunde vida para dar la muerte”
Manuel Bonilla, poeta e historiador, escribió en “Allá en Cinto y Collique”:
“En mi región natal hay una aldea
Alegre pintoresca y bulliciosa
Allí cuando la aurora
Con sus luces colorea
De la agresta colina la ancha falda
Chiscos, tordos, chiroques y jilgueros
Cruzando de arrozales el mar de oro
Modulan sus gorjeos placenteros”
El jayancano Germán campos, escribió en “Invierno”:
“Se oye el concierto de los astros
En la quietud propicia…
Un claro azul recubre el firmamento
¿Qué tienes, alma mía?
Volvamos a la política. Leguía promulga, durante el Oncenio o “Patria nueva”, la Ley de conscripción vial. Con ella, cada peruano debía dedicar un día de su trabajo a la construcción de carreteras. La ley fue interpretada de forma tal que perjudicó al indígena y al cholo. Ante ello a la gente del campo se le dio por cantar:
“Señora por vida suya
Présteme su totoral
Pa esconder a mi cholito
Que se lo lleva la vial”
Otro sí digo
Los cholos de Eten, con su encantador final en “e”, cantaron a golpe de cajón:
“Pajarite amarille
Color de alfalfe
Como has de tener frie
Por las ories del ríe
Si no tienes ponche”
Otro canto, a golpe de arpa fue:
“China hija de tu madre
Conmigo te has dir
Por la oríe del ríe
Ayayay de ti
Yo estaba durmiende
Y me despertates
El sombrero e junco
Yo te ay de tejer”
La antigua pretensión del lambayecano de imponerse al chiclayano inspiró a nuestros paisanos cantos ofensivos a los lambayecanos:
“De Lambayeque a Chiclayo
Mataron un huerequeque
Y del buche le sacaron
Un cholo de Lambayeque”
Para terminar
Y solo para no desentonar, quiero dejarles uno mío y con el entrañable amor por mi tierra. ¿Cómo dejar de escribir sobre ella? ¡Dios es Chiclayano! Y Chiclayo es el paraíso:
Mi pensamiento se abraza
A este verso que se expande
Para cantarle a mi raza
Con un corazón muy grande.

Soy peruano, aquí nací
En esta faja costeña
Entre algarrobos y leña
Con el oro y el maní
Porque surgieron aquí
Nobles culturas sin tasa
Que con sol de ardiente masa
Gobernaron al Perú
Al Mochica y al Chimú
Mi pensamiento se abraza.

Yo nací en la cordillera
El alto pico y la puna
Con orgullo fue mi cuna
Una nube mensajera
A mis pies tengo praderas
Y no hay rigor que me ablande
Extendiéndose en el ande
Mi Tahuantinsuyo brinca
Uno la herencia del Inca
A este verso que se expande.

Yo nací en la selva agreste
Dominando ricas zonas
Soy el rey del Amazonas
Bajo un cielo azul celeste
No hay aquí quien contrarreste
Mis dardos en su coraza
Mi sangre hierve cual braza
Nativa de este terreno
Levanto mi voz de trueno
Para cantarle a mi raza.

Soy amo en las tres regiones
Respetando mis orígenes
Y las tribus aborígenes
Orgullo de las naciones
Al opresor sin razones
No permito que se agrande
Y donde quiera que ande
Gritaré con mucho honor
Soy Chiclayano, Señor
Con un corazón muy grande