martes, 29 de septiembre de 2020

¿Cuándo la persona del maestro?

 


"Monumento al maestro" inaugurado en Palencia (España) en 2003

Reflexionar sobre la persona del maestro es indispensable como una actividad esencial si visionamos la transformación del sistema educativo. El maestro antes de educar se educa sin renunciar a hacerlo durante toda su vida en un acto connatural a su vocación que le demanda claridad para definir las virtudes morales e intelectuales y vivirlas con coherencia. No es misión del maestro ser ejemplo para nadie. Su misión, antes de educar a otros, es educarse y cultivarse para alcanzar la altura intelectual y, especialmente, moral que le permita vivir en coherencia y educar con naturalidad a otros. La educación, entonces, será un permanente acto formativo que cultivará el intelecto subsumiéndolo a la trascendencia. Francisco Ayala, nos recuerda “(hoy) muchos practican la docencia, (aunque) no son tantos los que realmente se involucran en el proceso educativo y formativo de un sujeto, al grado de llegar en muchos casos al sacrificio personal extremo en favor del desarrollo de sus alumnos” (p. 2) Entonces, la responsabilidad implícita (¿y explícita?) del maestro se inicia con el conocimiento procesual (reflexivo y permanente) de la estructura de su propia persona; de no ser así, las limitaciones de su juicio y sus valoraciones afectarán el desarrollo personal de sus alumnos.

¿Qué es más importante, la cualidad formativa o cognitiva de la educación que brinda un maestro o que propone una institución educativa? El ideal es que la virtud moral y la virtud de la razón (o del intelecto) dialoguen y sean motivadas permanentemente durante el proceso educativo. Sin embargo, más allá de los discursos, no es notoria esta proximidad en nuestras escuelas y universidades. En todos los lugares en que se eduque, las virtudes se desarrollan gradualmente mediante el ejercicio de los valores. No se infunden o transmiten de manera espontánea, es un proceso (educación) que permite la trascendencia de la persona. Allí radica la importancia del maestro - persona, no solo en instruir para el "intelectualismo" sino en formar para ser, compartir, edificar... pero esto ¡todos lo saben y todos lo definen! sin embargo, la educación en general (no solo la escolar, la técnica o la universitaria) no será una actividad coherente mientras reflexionemos únicamente sobre la infraestructura, las leyes, la tecnología, las innovaciones o las estrategias; es decir, sobre la corteza y la apariencia de la actividad. No será una actividad coherente mientras cada escuela DEFINA la trascendencia y de más importancia a la instrucción en la práctica.  ¿No es, acaso, real que se somete el aspecto formativo al cognitivo por presión social? Hay mucha hipocresía en el sistema educativo. Se reflexiona el sistema y no a la persona que es, en esencia, la fuente y el motor del proceso: el maestro.

Me agrada la siguiente concepción de Domínguez (2011) sobre la persona del maestro como “entidad socio individual y sistema viviente que incorpora en su definición ontológica el entorno, siendo a la vez autónomo y singular” (p. 2). Así, ubica al maestro en el espacio de sus experiencias cotidianas particulares de su vida privada y de su magisterio; experiencias de las que es producto y a las que produce. Domínguez señala una “visión circular y recursiva” de tres ámbitos: el personal, el profesional y el áulico (próximo). Entonces, el fortalecimiento ético y continuo de estos ámbitos permite mejorar la enseñanza desde y con el maestro.

El maestro es solo entrevisto a través de perfiles propios de la incoherencia del sistema. Antes de seguir validando requisitos e ideales para la práctica pedagógica, empecemos por lo sencillo y debido: reflexionar sobre la persona responsable del eterno y noble proceso de formar.

 

jueves, 3 de septiembre de 2020

¿Cultura digital o deshumanización en tiempo real?

 

Imagen tomada de http://criticaart.blogspot.com/2015/03/reafirmacion-virtual-con-la-llegada-de.html

El hombre es un ser imperfecto y dependiente. Está abierto al futuro, crece y tiene en sus manos su propio destino. La plenitud de la felicidad, a la que aspira, la logra en acción con los demás pues sabe que es imposible alcanzarla solo. Se relaciona con el entorno pues lo necesita. Sin embargo, vemos que la persona de este tiempo se ha desdoblado en un yo presencial y otro virtual; y como nuestro “yo” se configura a partir del autoconocimiento y de la adaptación del ser al medio, pueden resultar en una misma persona dos identidades distintas, una en el espacio físico real objetivo (presencial) y otra en el espacio irreal subjetivo (virtual). En el espacio presencial ves y te ven, tocas, hablas, escuchas y tienes una apariencia definida por la percepción del otro. El espacio virtual desarrolla la expresión utópica del ser (ideal, fantástica, imaginaria, irrealizable y paralela o alternativa a la del mundo real) y así los perceptores ven, oyen, tocan, escuchan… lo mejor de una persona construida y perfeccionada con el uso de herramientas digitales de acuerdo a las necesidades de aceptación y reconocimiento del ser. No es extraño, por ejemplo, que las amistades virtuales no se consoliden en el espacio real o que dos personas que se reconocen, comparten actividades, dialogan y se tienen cariño en el espacio virtual; al reconocerse físicamente en el espacio real se cohíban y pasen de largo con una sonrisa tímida para volver a desinhibirse al reencontrarse en su espacio “natural” (obviamente artificial, irreal e invisible).  Actualmente la cultura y las identidades se constituyen a través de las tecnologías de la comunicación y, especialmente, las redes sociales cuyas comunidades transnacionales generan vínculos distintos entre las personas. Las necesidades humanas han encontrado en el espacio virtual una nueva vía de satisfacciones o insatisfacciones con las consabidas sensaciones de placer o dolor. La oferta de cosas (vestido, alimentos, energía, casas, infraestructura, destinos turísticos, etc.) de nuevos conocimientos (idiomas, finanzas, especializaciones, oratoria, historia, etc.) de afecto y relación con los demás (amistad, enamoramiento, consejo, soporte emocional, etc.) hoy en día, también, es online y llegará a satisfacernos en cuanto seamos más capaces de comprender y controlar la realidad que nos rodea (en el espacio real) y aquella de la “nube”, invisible, pero influyente e imprescindible (en el espacio irreal, virtual). Podríamos decir que las necesidades de tener, saber y amar que se desarrollan en el transcurso de nuestra vida han descubierto un nuevo espacio para proyectar la imagen ideal de cada uno. Un espacio en el que se puede construir, individualmente, un ser más bueno, más inteligente, más hermoso, más alto, más asertivo, de quien realmente es. A esa suerte de androide construido por nosotros mismos (de una manera similar que un “avatar” de Facebook) le permitimos instalarse en el espacio de la irrealidad hasta darle autonomía en su propio crecimiento y acciones. Al final, no somos uno, nos hemos convertido en dos, con lo cual hemos creado (sin querer) dos mundos antagónicos e irreconciliables, incongruentes y versátiles (¿?) que siguen cambiando en un proceso de construcción que avanza según los nuevos descubrimientos y necesidades artificiales de la humanidad del tiempo real. El ser humano se ha hecho más consciente que la posesión material, la propiedad de las cosas, es frágil. Los objetos que adornan nuestro cuerpo, los artefactos instalados en casa, todo, absolutamente todo lo real, podemos perderlo con facilidad. Esto no ocurre en el espacio virtual, aunque la idea de “perder” o aquellas otras de abandono y maldad, también están siendo desarrolladas al punto de “deshumanizar” al yo virtual ideal de cada uno.

La reputación, el buen nombre, la buena opinión o consideración, el prestigio y la estima que construimos con respecto de nuestra persona real es intransferible a la persona del espacio virtual que tiene su propia reputación online, en ocasiones, más vistosa y desarrollada que la de su creador. Peligrosa e inevitable situación la que nos toca vivir bajo el influjo artificial de una burbuja a la que solo debemos pinchar con el alfiler del sentido común.