sábado, 15 de diciembre de 2012

La Trata Negrera de Esclavos en el Perú y el Resto de Hispanoamérica


 Por: Rosa Cortez - Paola Siesquén - Martín Cabrejos Fernández

A)    Definición.
Carazas (2004), define la trata negrera como la comercialización de esclavos negros realizada en Portugal, Francia, e Inglaterra entre los siglos XVI y XIX.

Aguirre (2005), precisa que la trata negrera representó la mayor experiencia de migración forzada de seres humanos en la historia, en un viaje generalmente sin retorno, como piezas de un negocio que los trataba como meras mercancías en manos de comerciantes codiciosos y amos ávidos de mano de obra, status y conforts .

M’Bocolo (s.f), señala la trata negrera como la primera forma de adquisición de esclavos africanos por los europeos, en donde se elegía un lugar al azar que les parecía propicio y hacían una parada para dedicarse a la caza del hombre. Asimismo afirma que fue un comercio fructífero a juzgar por el número de naciones que lo practicaron; una relación desigual, fundada y mantenida por la amenaza constante del empleo de las armas que llego hacer para los africanos una especie de maquinación infernal a la que había que sumarse o morir.

Además, para Navarrete (2007), el tráfico de esclavos africanos o trata de negros, fue convertido por los países europeos en un negocio triangular a gran escala (adquisición de esclavos negros en África, traslado por mar y venta en América) durante la época colonial. Seres humanos arrancados a la fuerza de su tierra.

De las definiciones anteriores podemos evidenciar que todas definen el término trata negrera de manera semejante, haciendo alusión en esencia a la misma acción. En consecuencia, desde nuestro punto de vista, la “trata negrera” o “comercio negrero”, implica rebajar al ser humano a la categoría de mercancía, es decir, se vendían seres humanos. Estas personas que se dedicaban a la trata capturaban negros en África y los vendían en América como esclavos.

B)    Inicios.
Barticevic (2006), refiere que a partir del Siglo XVI el rumbo de la historia africana tiene un vuelco total, cuando Europa entra en un período de expansión económica y geográfica, pasando a interferir negativamente en el desarrollo de las sociedades africanas.

Entre los siglos XVI y XIX, millones de africanos son arrancados violentamente de sus tierras y aldeas con destino a América y las islas del Océano Índico, donde son obligados a trabajar en grandes plantaciones de azúcar, tabaco, algodón, cacao y en las minas de oro y plata. Estos productos son aprovechados posteriormente como materia prima para las industrias en evolución en Europa.

En la costa occidental de África el tráfico de esclavos comenzó en el siglo XV. En 1441, por primera vez los portugueses capturaron esclavos africanos. A esto se puede añadir lo que señala Habler (1896), quien manifiesta que en el año 1441 Auntam Gonzalves, caballero al servicio del infante D. Enrique de Portugal, impulsado por el deseo de llevar a su señor noticias del interior del África, hizo una expedición a este continente y trajo a Lisboa negros de la costa de Guinea.

En 1443 Nuño Tristán recogió en la Bahía de Arguín 14 naturales, y en el año siguiente cayeron en el poder de un comerciante de lagos, llamado Lanzarote, 235 negros. De aquella época data la caza de negros, y en 1448 se hace ya comercio de estos con los árabes y otros tratantes del país.

Los portugueses daban, a cambio de esclavos y polvo de oro, caballos, telas y otras mercancías adquiriendo en pocos años este tráfico importancia extraordinaria y para hacerlo establecieron portugueses un mercado en Cabo Blanco (África) que fue el primero de los de su clase. Con esto quedo regularizada la trata de negros y tomo el carácter que ha conservado casi hasta nuestros días.

Por otro lado, a inicios del siglo XVI, Europa ya es el centro del comercio que liga todos los continentes. Los navíos negreros que transportan esclavos parten para África desde los puertos europeos cargados de artículos de reducido valor: barras de fierro, tejidos, uniformes, bebidas alcohólicas, espejos, collares, armas, etc. En África, estos artículos son trocados (dar una cosa y recibir otra a cambio) por oro, pieles, goma, marfil y sobre todo por esclavos, para después ser llevados a América y ser entregados a los colonos que explotaban las plantaciones y minas.

También en el continente americano funciona el trueque y los esclavos son cambiados por azúcar, algodón, tabaco, café, madera, oro, plata y otros metales preciosos, que los comerciantes negreros venden posteriormente en los mercados de Europa. Se podría comparar este comercio con el que actualmente se conoce con el nombre de "barter", en el cual no hay dinero en circulación, sino sólo bienes y productos.

En un comienzo, el comercio es monopolio absoluto de españoles y portugueses, pero a partir de finales del Siglo XVI las compañías holandesas, francesas e inglesas entran en este circuito mercantil, luchando por controlar estas regiones. Surge así una competencia encarnizada entre los países europeos que se mantiene durante todo el período del tráfico de esclavos.

Habler (1896), sustenta que los mercaderes árabes recorrían el país, daban casa a los naturales, compraban prisioneros y los llevaban al mercado más próximo. No tardó este comercio en convertirse en monopolio de la corona de Portugal y, en estas condiciones, se encontraba cuando Colón dió a España un “nuevo mundo”. Sin  duda alguna no obtuvo en sus primeros viajes el insigne navegante los materiales que él y sus partidarios esperaban. Para alcanzarlos se intentó seguir el ejemplo dado por los portugueses; y Colón, en su segundo viaje, envió a Sevilla cierto número de indios para que sean vendidos como esclavos; pero la Reina Isabel, con generosos y humanitarios sentimientos no quiso que sus vasallos de las indias sufrieran igual suerte que los negros del África bajo el dominio de los portugueses.

Después de la muerte de esta Reina, y bajo la forma de repartimiento y encomiendas, fue implantándose disimuladamente la esclavitud en las colonias españolas, se tuvo, entre otros pretextos, el de instruir en la fe católica a los desdichados indios. Posteriormente a la conquista de América, el tráfico de esclavos no sólo aumentó extraordinariamente, sino que se transformó en una institución que por cerca de cuatro siglos iría a relacionar en forma dramática a tres continentes: África-América-Europa. Esta relación es conocida como comercio o tráfico triangular.    

Según Peralta (1979), el comercio de negros se destinó en frecuencias considerables hacia 3 puertos: Cartagena de Indias, Veracruz y Portobelo, en cuanto a Buenos Aires fue rezagado por temor a incentivar el contrabando. El atlántico fue cruzado náuticamente  entre la península, África, Canarias y Américas. Esta es la gran ruta esclavista surcada incesantemente por un sin número de embarcaciones.

Para llegar al Virreainato Perú, que está en el Océano Pacífico, la ruta principal era a través de Panamá. El autor diferencia las rutas mayores de las rutas menores. Las rutas mayores eran las más sacrificada y de mayor duración. Vinculaba directamente a la metrópoli con los dominios principales. Según Peralta (1979), las rutas menores articulaban el dominio colonial entre diversos puertos hispanoamericanos. Las rutas menores se hacían por mar y tierra al interior de las Américas.

Adanaqué (2001), expone que del continente africano salieron, a lo largo de cuatro siglos, aproximadamente 23 millones de esclavos. De ellos, la mitad vino a América y la otra fue al Asia. Hasta la actualidad no se sabe cuántos esclavos llegaron al país y, mucho menos y a ciencia cierta a Lambayeque, porque fueron muchos los dedicados a pasar de contrabando “la pieza de ébano”, con el único propósito de evadir los impuestos por su introducción.

Barticevic (2006), afirma que algunos investigadores llegan a decir que entre los siglos XV y XIX el continente africano perdió más de cien millones de hombres y mujeres jóvenes. Lo cierto es que, según las diversas investigaciones, varias regiones africanas quedaron casi totalmente despobladas.

El investigador André Gunder, citado por Barticevic (2006),  en su libro “La acumulación mundial 1492 - 1789”, señala la cifra de 13.750.000 esclavos traídos a América entre los siglos XVI y XIX, a lo que el investigador Enrique Peregalli tomado de Barticevic (2006), añade un 25% por muertes en el trayecto y un 25% más por muertes en África, con motivo de las guerras de captura, lo que da un total de 20.625.000 africanos perdidos para el continente en ese período.

Klein (1996), indica que al menos 10 a 15 millones de africanos fueron trasladados hacia el “nuevo mundo”. De este total, unos 660 000 fueron destinados a Estados Unidos, 4 000 000 llegaron a Brasil y 1 600 000 a las colonias españolas de América. En el camino murieron no menos de 1 400 000 africanos, víctimas de las penosas condiciones de vida a bordo de los barcos negreros. Durante casi 400 años el tráfico continuó de africanos alimentó un sistema de explotación y opresión sancionado por las leyes, las costumbres, y los intereses de las clases dominantes en las metrópolis europeas y sus colonias.
                                                            
C)    Periodos
La trata de negros pasa por los mismos períodos en todo el continente. Adanaqué (2001), afirma que  los esclavos llegan a América en el mismo momento de la conquista iniciándose así el tráfico de esclavos que pasa por varias etapas. Este comercio producía un importante ingreso a la corona y resultaba decisivo para la economía colonial. En el siglo XVI el tráfico se basó en el sistema de licencias reales. La casa de contratación autorizaba la migración.

Scelle citado por Munné (s.f), indica que los asientos empezaron realmente en 1587, con los otorgados a Pedro de Sevilla y Antonio Méndez, pero Munné (s.f) prefiere utilizar la periodización tradicional de 1595, porque marcó un hito más significativo respecto a la trata (fines del siglo XVI).
 
§  Periodo de las “Licencias” (1533 - 1595).
Las licencias, según Palacios (1973), eran permisos o autorizaciones concedidos por el monarca para que los favorecidos pudieran introducir un determinado número de negros esclavos en alguna región de las Indias, mediante el pago de los derechos correspondientes (salvo tratándose de mercaderes o concesiones gratuitas) sometiéndose a ciertas normas de control y registro.

Munné (s.f), expone que las licencias permitieron un considerable aumento del número de esclavos, y desde los primeros años, se ha encontrado un traslado de licencias de esclavos otorgadas para el periodo de 1544 – 1550, que arroja un total de 292 licencias para transportar 12.908 negros, lo que da un promedio de 1.844 esclavos anuales. Muchos para Hispanoamérica y más aun si consideramos que corresponde a una época de gran introducción ilegal.

§  Periodo de los “Asientos” (1595 - 1791).
Gutiérrez (1987), señala que a partir de 1595 y ante la demanda de esclavos por parte de las colonias americanas, la Corona española concentró su comercio en unas cuantas casas comerciales que permitieran abastecer el mercado y así surgió el sistema de “Asientos”, que eran convenios o acuerdos entre la Corona y un particular (individuo o constituyendo una compañía), mediante los que la primera arrendaba a favor del segundo una explotación comercial con carácter de monopolio. Dada la importancia de los contratos para proveer de mano de obra esclava a las Indias, la connotación del término quedó referida casi específicamente al Asiento de Negro.
§  Periodo de “Libre Comercio” (1791-1812).
Espinoza (2001), expresa que la Real Cédula del 28 de febrero de 1791, que oficializó el libre comercio, autorizaba a todo español residente en España o las indias a ir a comprar esclavos. Los esclavos así llevados, además, no pagarían derechos de entrada. Sin embargo por dos años, se permitió comercializar esclavos a los mercaderes extranjeros, derogándose expresamente, para este único caso, las leyes de indias que prohibían la entrada de buques no españoles en los puertos y el comercio con extranjeros. Además se disponía que un tercio del total de los esclavos comprados a lo sumo, debieran ser  mujeres.

D)    Origen de los esclavos.
Cajavilca (2005), expresa que el lugar de origen declarado en los documentos relativos a la trata, que se han podido conservar en los archivos, no siempre corresponde con el del verdadero lugar de nacimiento de los negros, sino más bien, se indica el puerto o factoría de la trata de donde se los sacó con destino al Nuevo Mundo. Los negros que venían en un mismo barco eran capturados en diversas regiones africanas. En la misma embarcación venían distintos grupos étnicos, sin que se preocuparan los tratantes de distinguir con exactitud sus procedencias ya que eran capturados en distintos puertos circunscritos a la región africana.  

La población afroperuana del Obispado de Lima en el siglo XVII perteneció a una diversidad de pueblos y tribus africanas y a dos grupos lingüísticos. Tal información resulta importante tomando en consideración que una gran parte de dichos esclavos serían luego repartidos entre otras ciudades de la costa del Perú y que hasta inicios del siglo XVII, Lambayeque pertenecía a la jurisdicción del Obispado de Lima. Los grupos lingüísticos mencionados son:
§  El sudanés: Nacionalidad de las etnias de bozales negros del continente africano, introducidos en el Perú desde el año 1535 hasta el siglo XIX, procedía del grupo sudanés que habitaban un área geográfica que abarcaba desde el río Senegal hasta los límites orientales de lo que hoy es Nigeria, el Golfo de Guinea y los territorios del interior de África como Senegambia, Costa del Oro, Costa de los Esclavos, etc.
Las nacionalidades de los bozales del Sudán son las siguientes: mandingas, biáfaras, biafra, bozales de Guinea, popo, minas, lucumíes o negros yorubas, arará y carabalíes.

§  El bantú, que se encontraba difundido al sur del Ecuador, procedían de Camerún, Gabón, Guinea, Congo, Angola y Mozambique.
La población afroperuana, en su mayoría, concentrada en las plantaciones, crecía artificialmente a consecuencia de la introducción de negros bozales desde el último tercio del siglo XVI, procedente de África continental e insular. Estos bozales eran capturados por los tratantes en las costas del Camerún y las regiones del río Muni (hoy Guinea Española), del litoral del Gabón del Congo, Angola y Mozambique. Asimismo, raptaron negros de las siguientes islas: Fernando Poo, Nabón, Corisco, Elobey, Santo Tomé y Madagascar.
Los grupos étnicos bantúes que entraron en el Perú fueron: Congos, Angola, Mozambique,

Las haciendas peruanas durante la colonia favorecieron la trata de negros porque se requería fuerza de trabajo para la agricultura de la caña de azúcar, viñales, vino y aguardiente de exportación que rendía mejores beneficios que otro tipo de cultivo.

Cajavilca (2005), señala a la vez que los bozales recién llegados al Callao en los barcos negreros eran conducidos a Malambo para su posterior venta. Malambo se denominó al barrio marginal en Lima de antaño, que Benvenuto citado por el autor mencionado describe como sigue: “Malambo, Barragenes, Camaroneros. Minas, el Tajamar,  Malambo que parece más ancho y descarpado por la poca altura de sus casas y por la ausencia casi completa de altos, es una sucesión de callejones, tiendas y solares habitados casi exclusivamente por negros.”

Cuando el esclavo llegaba al puerto, se le llamaba bozal recién llegado de Guinea, con este nombre se designaba al esclavo que no hablaba la lengua de su amo y que no estaba bautizado.

Rocca (2010), indica como valiosa la investigación realizada por Huertas (1993), quien ha descubierto documentos que muestran las raíces étnicas y naciones de procedencia de los africanos que radicaron en Zaña (Chiclayo) las cuales serian Arara, Congo, Po Po, Lucumí y Caravelí. 
Los contratos de compra y venta en Lambayeque muestran que no todos eran bozales sino que muchos de ellos ya habían tenido estancias previas en otros países principalmente del Caribe, como Jamaica y Cuba. Lluén (2009), ha encontrado documentos que demuestran que un grupo significativo de esclavizados procedían de Cuba y fueron trasladados para trabajar en las haciendas cañeras de la región. De otro lado, en las tradiciones recogidas de Piura y Lambayeque se indica que algunas familias  afrodecendientes  tenían su procedencia de Panamá, Ecuador  y Colombia.
También se ha confirmado que muchos esclavizados por sus estadías previas en otros países de las Américas ya sabían hablar castellano y podrían adaptarse a las costumbres locales de los nuevos amos.

E)    Sexo y edad de los esclavos negros.
Tardieu (1998), precisa que en los siglos XVI y XVII nunca dejó de plantearse el problema acuciante de la presencia femenina entre esclavos. Asimismo el poder intentó imponer normas legislativas para exigir el embarque por las costas africanas de una tercera parte de mujeres, con el fin de posibilitar el casamiento de los negros y lograr así “la pacificación” de las tierras donde alcanzaban gran densidad. Dada la poca rentabilidad de las mujeres en los sectores esenciales de la producción  (agricultura y minería), nunca se acataban las cedulas al respecto. La edad fue un factor más importante que el sexo en el mercado de esclavos. Un individuo de cuarenta años era considerado viejo.

Cajavilca (2005), señala que en el Perú el esclavo negro era clasificado según su edad: en muleque, de 6 a 14 años; mulecón, de 14 a 18 años; “piezas de indias”, de 18 a 35 años y matungo, si era anciano de más de 60 años. La edad de los esclavos “reproductores”, como los cocolís y los minas, oscilaba entre 20 y 50 años.

Gutiérrez (1987), expone que no todos los negros esclavos procedentes de África tuvieron libre acceso a las colonias de América. Cuando la Corona empezó a autorizar la importación de negros impuso entre otras condiciones que los negros fueran cristianos, nacidos en España o Portugal o al menos  bautizados, para preservar de su idolatría y supersticiones a los ladinos recién convertidos. Por la misma razón fue prohibida la importación de esclavos musulmanes o moriscos. Por su propensión, a la insubordinación y tendencias musulmanas, en 1532 se prohibió la importación de negros “gelofes” (Wolol) de Guinea, exclusión que en la práctica no se llevó a efecto. En cambio durante todo el siglo XVII existió una preferencia por los llamados “negros de Guinea”, procedentes de la región situada entre los ríos Níger y Senegal, estimados por su laboriosidad, alegría y adaptabilidad.

Williams (1975), citado por Adanaqué, R. (2001), hace referencia que los criterios vertidos por los involucrados en el negocio negrero, al seleccionar esclavos, eran variados, así tenemos: “un negro de Angola era la inutilidad personificada; los Caromatines (Ashantis) de la Costa de Oro eran buenos trabajadores, pero muy rebeldes; los mandingas (Senegal) eran demasiados propensos a robar; los Ebos (Nigeria) eran tímidos  y débiles; los Pawpaws  (Dahomey) eran los más dóciles y dispuestos”.

Torres  (1973), citado por Adanaqué, R. (2001), expresa que “los Arará están considerados como los de mejor casta”; y si procedían de la Costa del Oro, los consideraban “de más valor en cualquier parte”. A su vez Barnet (1967) citado por Adanaqué, (2001), en una entrevista a un ex esclavo cubano, consigna lo siguiente “cada negro tenía un físico distinto, los labios  o las narices”. Unos eran más prietos que otros más colorauzcos, como los Mandingas, o más anaranjados como los Musongos. De lejos uno sabía a qué nación pertenecía. Los congos por ejemplo, eran bajitos. Se daba el caso de un congo alto pero era muy raro. El verdadero congo era bajito al igual que las congas; los lucumíes eran de todos los tamaños. Algunos más o menos como los mandingas que eran los más grandes. Los lucumíes eran muy trabajadores, dispuestos para todas las tareas.
F)     Navíos negreros.
Fernández (1996), menciona que “el espacio destinado a cada esclavo durante el cruce del atlántico era de cinco pies y medio de largo  por 16 pulgadas de ancho colocadas como “hileras de lirios en estantes” y encadenados de dos en dos, pierna derecha con pierna izquierda y mano derecha con mano izquierda, cada esclavo disponía de menos espacio que un hombre en un ataúd” (p. 90)

Gutiérrez (1987),  señala que una vez que llegaban a las bahías, inmediatamente se enviaban guardias para que no pudiese entrar ni salir nadie de ellos hasta que se hiciera la visita oficial. Esta visita, antes de desembarcar los negros, estaba ordenada por las autoridades del puerto para evitar fraudes; en ella se contaban los esclavos, separando los varones de las hembras y se inspeccionaba el barco. Oficiales reales y funcionarios de la factoría competían en llegar al barco primero, pues los factores pretendían recibir el registro sellado del navío antes que las autoridades realizaran la visita y aprovechar el tiempo para ocultarlo o disimular el contrabando.

Asimismo el autor menciona que a fines del siglo XVI, un traficante de esclavos los describe así: “Los machos venían bajo cubierta, tan juntos en aquel lugar tan angosto que cuando querían cambiar de postura apenas podían hacerlo. Las hembras estaban sobre cubierta y se echaban donde querían. Todos hombres y mujeres completamente desnudos. No fue mejor el estado de los esclavos en las armazones transportadas por los ingleses a finales del siglo XVIII”. (Gutiérrez,1987. P.197).

El negrero Falconbrige explicó ante el parlamento inglés que el espacio de un esclavo era el de un cadáver en su ataúd, ni más largo ni más ancho que este. Este tipo de economía espacial y de abultamiento en el número de negros embarcados correspondía a la tendencia de los llamados “fardos prietos” en oposición a la de los “fardos flojos”. Los capitanes que preferían la primera argumentaban que la pérdida de vidas causadas por las apreturas y mala alimentación se compensaba con el aumento de los ingresos netos al ser mayor el cargamento. Los partidarios de la segunda tendencia consideraban que dando a los esclavos más espacio y mejor trato reducían la mortalidad y obtenían mejores precios.

Después de sacar a los negros de las bodegas y dejarlos en los lanchones fuera del buque, dos alguaciles recorrían hasta los más recónditos rincones con el objeto de inspeccionar que no se hubiera ocultado alguno. Posteriormente se procedía a desembarcar a los esclavos, uno a uno, en presencia de las autoridades que efectuaban el recuento.

La situación en que venían las cargazones se agravaba con las enfermedades de que eran portadores los esclavos. Las más comunes eran: cámaras, dolor de costado, calenturas, tabardillo, sarampión y el “mal de Loanda” con que se les hincha todo el cuerpo y pudren las encías. Durante el período de la Compañía de Guinea los médicos informan de las siguientes enfermedades y defectos: bicos, hidrópicos tísicos, encancerados de llagas, cámaras en la sangre, flema, hernias, empeines.

G)    Regulación y marca de esclavos.
Fernández (1996), manifiesta que legalmente el esclavo se convirtió en un individuo sujeto al poder de una persona con derecho de propietario. El esclavo carecía de personalidad jurídica y por tanto no tenía derechos en ningún plano de la vida. Era una mercancía humana, una “pieza  de indias”, cuyos parámetros en los mercados de esclavos eran: medir como mínimo siete palmos (cada palmo representa 21cm), tener entre 13 y 18 años y tener todos los dientes y no padecer de ceguera u otras enfermedades. Esta operación se denominó “palmeo”, utilizada como base para medir la altura de los esclavos.

Referente a las marcas colocadas a los esclavos, Adanaqué (2001), expresa que fue en algún momento del siglo XVII, que la corona empezó a marcar a cada esclavo con una “R” mayúscula rematada por una corona, hecha de una sola pieza de pesado alambre de plata llamada carimba, esta primera marca señalaba a la pieza como la propiedad del rey en primera instancia, siendo suprimida gracias a la Real Orden emitida en San Lorenzo de El Escorial, el 4 de noviembre de 1784.

El autor citado en el párrafo anterior menciona que un esclavo vendido en 450 pesos el 11 de setiembre  de 1751, según las descripciones que figuran en la escritura de venta se especifica que tiene una marca “en el pecho derecho  y además con dos cruces en la “sienes”. Lo de las cruces u otras descripciones, posiblemente fueron tatuajes hechos en su lugar de origen para diferenciarse entre grupos o dentro de ellos mismos, como también pudieron ser el estigma de algún castigo impuesto por la justicia social española o cicatriz producto de alguna contienda.

Asimismo Adanaqué (2001), señala que la marca 49 (ver anexo 02) se encuentra en un protocolo conservado en el archivo departamental de Piura, corresponde a una esclava traída de Panamá desembarcada en Paita. Fue comprada al Conde Santa Ana de Yzaguirre (de ahí la inicial Y), factor del real asiento de registros otorgado por la corona española a los señores Aguirre y compañía. Los esclavos puestos en el Perú como fuerza de trabajo en el sector urbano o rural por lo menos tenían tres marcas. A medida que cambiaban de amo eran marcados. Las marcas eran un estigma que los esclavos tendrían que llevarlos sobre el cuerpo el resto de su vida. Su uso debió haber sido el resultado de las fugas o como castigo impuesto por la justicia colonial, además, como constancia de legítima propiedad. Asimismo, garantizaba la devolución del esclavo en caso de ubicarlo oculto o protegido bajo el amparo de algún particular.

La marcación con la “Marquilla Real” debía realizarse en presencia de los oficiales reales, a fin de evitar el contrabando de esclavos. Sólo se libraban de esta operación los moribundos, pues parece que a los niños también se les marcaba por ser la marquilla un requisito indispensable para efectuar transacciones posteriores y demostrar la legalidad del esclavo.

H)    Depósitos, venta y precios de esclavos.
Gutiérrez (1987), hace referencia que los negros esclavos, una vez desembarcados, eran alojados en los patios de las casas de sus dueños o también en corrales acondicionados para ese efecto dentro y fuera de la ciudad. El P. Alonso de Sandoval hace una viva descripción de estos lugares: “Sacarlos luego a tierra en carnes vivas, ponerlos en un gran patio o corral”. Por la noche, divididos por sexos, se les guardaba en húmedas estructuras de viejos muros, sin duda construidos de adobe, en las que se habían erigido con tablas toscas filas de plataformas para dormir. La única entrada, una pequeña puerta, tenía cerrojo. Una ventana, pequeña y alta, proporcionaba la única ventilación, y las instalaciones sanitarias, si las había, consistían simplemente en tinas”. Además de las factorías tenían depósitos, los mercaderes, negreros, y aun los mismos factores quienes los ponían a nombre de terceros por estarles prohibidos al negocio de esclavos mientras fuera su cargo.

Adanaqué (2001), hace referencia que para vender un esclavo, si no había comprador, se ponía un aviso en una pulpería o en algún lugar público o en último caso darle boleta de venta al mismo esclavo para que se ofrezca de casa en casa. Cuando se vendía más de uno (podía ser toda la familia o esclavos traídos al por mayor para ser ofrecidos, al menudo, en el mercado limeño) se practicaba  la subasta pública.

Como ejemplo de venta en 1799 tenemos el siguiente caso: “la persona que quisiera a la negra Isabel Sánchez y Baca, con una hija de cinco a seis años y un negrito de siete meses, su precio por los  tres es de ochocientos cincuenta pesos. Puede recurrir a su  amo que este es el último precio” (Adanaqué, 2001, p.28)

Durante el siglo XIX,  se recurrió a la prensa, donde se publicaban avisos de venta, huida y otros. En el  comercio (Lima, 31-07-1856) se publicó el siguiente aviso: 

Rectángulo redondeado: “¡Ojo al aviso ¡
Se ofrece un ama de leche entera sana, de buenas costumbres y con garantías; en la fresquería plazuela de san lázaro darán razón”.
(Adanaqué, 2001, p.28)








Este aviso nos indica que las negras, tal vez libertas, se ofrecían para amamantar a los recién nacidos, hijos de la aristocracia. La venta de los esclavos en el mercado capitalino y provinciano del virreinato peruano estuvo determinada por la oferta y la demanda. El precio de los niños y las mujeres era menor con relación al de los hombres, lo que posibilitó que estas últimas puedan comprar con mayor facilidad su libertad, aunque fue una posibilidad, (no podemos decir la principal característica) pues, se han podido ubicar muchos expedientes de esclavas  haciendo pleitos, siguiendo juicio, al amo por la promesa de libertad ofrecida si accedía a sus caricias amorosas. El precio de cada esclavo fluctuaba  de 400 a 800 pesos. Así variaba de acuerdo a las condiciones del sistema colonial.

Según manifiesta Aguirre (2005), los precios de esclavos variaban muchísimo en función de la edad, el sexo, el color, las aptitudes para ciertos trabajos, la relativa escasez en su oferta, y muchos otros factores. Cualquier generalización nos llevaría a simplificar demasiado las vicisitudes que rodeaban la fijación del precio de un esclavo. Basta decir que, en términos muy gruesos, los precios promedio se situaban alrededor de los 300-400 pesos, aunque hubo casos notables de esclavos con oficios calificados que alcanzaban cifras exorbitantes, que superaban los 1 000 pesos.

La compra de un esclavo o esclava, cualquiera haya sido su precio, representaba una inversión considerable. Los autores antes citados calculan que, para comprar un esclavo "barato" en el siglo XVII o XVIII, se requería el equivalente de unos 600 a 800 jornales, es decir, la remuneración por un trabajo continúo durante al menos dos años. Mayor razón aún para subrayar el hecho de que individuos y familias de recursos modestos invertían sus magros ingresos en comprar esclavos, demostrando la importancia que para su confort y prestigio social tenían esas adquisiciones.

Al ser considerado el esclavo como un bien semoviente, objeto de enajenación, su comercialización se sometió a las mismas costumbres y formalidades que se realizaban en el traspaso de cualquier mercancía de su género. En el comercio de esclavos los trámites de las transacciones siempre se realizaron por medio de títulos públicos ante un escribano y testigos que garantizaran la propiedad y, por ser mercadería de importación, quedaron sujetos a las formalidades de registro de los libros de la aduana. La Casa de Contratación y la Junta de Negros legislaron minuciosamente sobre los requisitos que en este sentido había que cumplir. En todas las ventas, además de quedar registrados en los libros respectivos y ante escribano, era necesaria la expedición por parte de la Factoría o vendedor de una escritura o título de propiedad - instrumento que junto con las marcas Real y de la Compañía (negrera) servían para identificar las piezas legítimamente introducidas. En ellas se hacían constar además de las características generales de sexo, edad, casta, así como otras circunstanciales como escarificaciones corporales, habilidades y por supuesto tachas y defectos, etc., que permitiesen fácilmente la identificación del esclavo y siempre al margen el dibujo de las marquillas Real y del Asiento a las que muchas veces se añadía otras que le habían sido puestas por sus dueños.

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