miércoles, 13 de febrero de 2019

Algunas ideas sobre la estulticia


Una sentencia de Jim Nightingale, refiere: “Hay errores complejos, profundamente arraigados en la manera como están forjadas nuestras mentes. Pero podemos evitarlos”. Hay otros errores, los sencillos. Pienso que hay complejidad y sencillez también en los aciertos “arraigados” en nuestra configuración mental y creo que la sencillez o complejidad de nuestros actos descubren una convivencia fatal.
La estulticia merece un estudio en profundidad y, como objeto, un espacio permanente y especializado de reflexión intelectual (una sencilla pregunta podría propiciar el dialogo o debate: ¿Es causa o efecto de la incivilidad?). La inteligencia ya ha sido estudiada (de hecho, lo seguirá siendo) y la sapiencia mira solo de reojo y en vertical descendente su propia miseria. Estulticia (estupidez) e inteligencia son las dos caras de la misma moneda. La incapacidad y la capacidad humana para ser y hacer, actuando en intervalos aunque disfrazadas en la mayoría de los casos la una con la otra. Ambas están presentes en toda persona y espacio de interacción social en mayor o menor medida. La estulticia esta desacreditada y hace mucho fue desalojada de su trono platónico de la razón pura. Ser estulto no guarda relación con reconocerlo.
La naturaleza no es estulta. Las cosas no lo son per sé. La persona no nace estulta. Es la sociedad, es decir, la humanidad entera la que se estupidiza entre sí.  La estulticia, aquí estudiada, es propia de personas “sanas” (no se piense que me refiero a portadores de patologías mentales). Se requiere a la persona para que la estupidez aflore, primero en ella y luego en casi todas sus manifestaciones culturales, como se aprecia a lo largo de la historia (decir “casi todas” temo también sea una estupidez). Así, las decisiones son inteligentes o estúpidas, no hay término medio. Lo cierto es que a nadie le place ser, parecer o sentirse estúpido aunque todos carguemos estoicamente el bulto y sea más pesado en unos y menos en otros.
No la vemos pero la intuimos. Es la torpeza notable en comprender las cosas, la falta de inteligencia que toma matiz de rudeza y, por su raíz latina, el aturdimiento o atolondramiento que inspiran los actos sin reflexión. Convive con la inteligencia por lo cual no somos completamente estúpidos (aunque tampoco completamente inteligentes). Podemos crear belleza, amar, dar felicidad, mejorar el mundo y gobernarlo con éxito; pero también podemos promover horror, destruir, odiar, matar, calentar la atmósfera en tal medida que alteramos la naturaleza promoviendo muerte, hambre y tragedias. Los efectos de la estupidez y la inteligencia son notorios. Sin embargo, la estupidez se jacta de influenciar más errores que la inteligencia aciertos.
La inteligencia fracasa cuando se hace habitual la práctica de la estupidez. El campo de acción (escenario) trasciende lo académico. Donde haya interacción humana: en las instituciones o en la vía pública, en la biblioteca o en el hogar, en el congreso, la sede de gobierno, en los conflictos vitales y en cuanto espacio de intervención humana exista, está presente, latente, constante. José Antonio Marina escribió (también sobre la estupidez) hace unos años que mientras los triunfos de la inteligencia generan felicidad, sus fracasos (las estupideces humanas) generan desdicha.

No haré apología de la pretendida ciencia de la estupidología, propuesta por G. Livraghi en su obra “El poder de la estupidez” (2004) y, sin embargo no puedo subestimar la estulticia. Soy actor y testigo de mi propia estupidez y de otras estupideces. Creo que el mundo puede ser mejor si actuamos con más inteligencia. Las personas pueden ser felices, sentirse promovidas, vivir en mejores condiciones con solo activar la inteligencia.  Me pregunto, Si es una permanencia en la involución social y cultural ¿Por qué sus efectos han sido poco estudiados? Esa también es una estupidez (no la pregunta, sino la falta de estudio).

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