Los museos surgen a finales del siglo XVIII como
espacios de saber disciplinario que permitan adquisición de conocimientos
específicos. “En este sentido, el museo se ha presentado tradicionalmente como
un poderoso aparato discursivo capaz de establecer un conjunto de valores y
creencias que ha afectado a la manera de concebirse la creación cultural, su
exhibición y recepción” (Olivar & Coca, 2014).
Es innegable la vocación pedagógica, educativa, del
Museo; sin embargo, la educación ocupó siempre un rol accesorio, irrelevante,
subsidiario. No se gestó, desde antiguo, políticas pertinentes de puesta en
valor que incluyan la selección, exhibición y difusión del patrimonio guardando
relación con las necesidades educativas de nuestra población (niños y jóvenes
en especial) en torno a los temas museísticos eje. En nuestra realidad, el
divorcio entre Museo y Educación viene siendo superado gracias al diálogo
científico propiciado en estos últimos tiempos. Se esta logrando que no sean
solo instituciones atractivas visualmente; ahora también reproducen
experiencias culturales haciendo uso, por ejemplo, de la empatía histórica para
lograrlo. Aunque sigue vigente la interrogante ¿La Educación se ha convertido
en una prioridad para los Museos o es utilizada como una estrategia para
mejorar el discurso o aumentar el número de visitantes? El Museo “ha cobrado
una mayor importancia, concebido como la principal vía de intermediación entre
el público y la creación cultural exhibida…” (Meszaros, 2007; Agirre & Arriaga,
2013)
La Educación debía proporcionarnos herramientas
para descifrar los contenidos políticos, sociales e ideológicos subyacentes del
contexto y de las manifestaciones culturales expuestas, más allá del discurso
propuesto por la propia institución.
En este sentido, deseo referirme a las experiencias
museográficas suscitadas en Lambayeque con el “Museo Escolar de la
Independencia y la república”, proyecto liderado por el Mestro Julio Fonseca
Rivera; y el “Museo Etnográfico Hans Heinrich Bruning”, realizado en la IE
“Pedro Ruiz Gallo” y liderado, entre otros, por el Maestro David Ayasta
Vallejos. Ambos museos surgen de una necesidad educativa y se realizan, más que
en la satisfacción visual por la calidad de las muestras o la escucha pasiva de
un discurso o significancia institucional, en dotar a los visitantes de los
medios que les permitan imaginar, recrear, empalizar, experimentar… de acuerdo
a un contexto pertinentemente presentado y que concluye en la adquisición de
conocimientos significativos.
Además, aunque he presentado a los actuales líderes
de ambos proyectos; las experiencias educativas, que son siempre comunitarias,
se han gestado, la primera, con la participación de docentes, padres de familia
y estudiantes de la IE. “27 de Diciembre”, mientras que la segunda tuvo un
equipo de inicio integrado por los maestros Blanca Chancafe, Susana
Arraiza, Gladys Delgado, Adela Nuñez, Glenny Lucumi, Mabel Bravo, Zarelia
Villalobos, Martha Altamirano, Elvis Ramirez, Angel Cordova ,Freddy Zuñe, Raul
Vásquez , Eduardo Cumpa y David Ayasta.
Ambas
experiencias, museístico – educativas, forjan identidad a partir de una
comprensión cabal de nuestra cultura, de manera integral, sin sesgos, y
permitiendo a los visitantes la construcción de su interpretación sobre la
temática propuesta, sin alejarse del conocimiento científico existente, pero no
siempre repetitivo del discurso explicativo propuesto por la institución.
Propongo,
a partir de las buenas prácticas mencionadas en párrafos anteriores, la
instalación en cada Museo de la Región de equipos educativos, integrados por
pedagogos de diversas especialidades indispensables para la presentación y
puesta en valor de los recursos museísticos.
Estoy
de acuerdo con Layuno (1997) quien propone, a partir de la educación, la
creación dinámica de nuevas formas producción y percepción del hecho cultural. “la finalidad de la práctica educativa no está
destinada a la transmisión de los contenidos del museo, sino que debe
reorientar su labor hacia una concepción crítica de la propia actividad
educativa, vinculada con la naturaleza de las prácticas culturales con las que
debe trabajar”
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