Hay recuerdos y costumbres que adornan la identidad católica de nuestros pueblos. En cada lugar las distintas fechas religiosas suelen vivirse de distintas maneras. En mi niñez, viví algunas: Padrinos lanzando monedas al aire después de la ceremonia en honor del ahijado para cumplir con el “capillo” y evitarse el canto aquel de: “Padrino pata de candado si no tienes monedas ¿Para qué tienes ahijado?" ; Niños llorando en plena misa mientras las “mayores” o ancianitas murmuran: “A ese niño el diablo le esta mordiendo la oreja”. Pero, si una cosa es la costumbre, otra es el recuerdo de hechos imborrables en algunas comunidades como el siguiente que a continuación paso a narrar:
En 1944 a túcume acudía desde Lambayeque un sacerdote dominico de buen corazón y amoroso trato, el Padre Casimiro, con la misión de impartir los sacramentos y atender a la feligresía. La principal festividad religiosa del pueblo en honor a la “Virgen Purísima” estaba, como hasta hoy, a cargo de la hermandad que, hace 65 años, tenía menos adeptos que opositores quienes referían manejos poco claros de las cuentas y desorganización de los dirigentes. Aquellos, hicieron circular por el pueblo el rumor de que el Padre Casimiro se había enterado de sus maldades y pediría a Trujillo autorización para el cambio de autoridades de la hermandad.
Los afectados por el rumor urdieron un plan y llamaron al Padre Casimiro a Túcume so pretexto de atender a un moribundo en el centro poblado Nancolam. El Padre acudió al llamado de ayudar a “bien morir”, sin saber de la mentira, y cuando ingresaba en su auto color blanco la turba, entre insultos y jaloneos, lo amenazó y pedió explicaciones sin que el Padre comprendiera lo que ocurría.
Como pudo, arrancó el auto y llegó hasta el local del teléfono público. En el lugar, más triste que asustado, el padre Casimiro con ayuda de tres fieles (Carmen Julia Vélez, Martina Soraluz y doña Herminia Asalde) llamaron al subprefecto quien envió un camión con policías que rescataron al ministro de Dios.
Ahora, la atención de la feligresía estaría a cargo del Padre Castrillo, párroco de Lambayeque, dominico de carácter fuerte, español sin pelos en la lengua, directo y, según refieren, valiente para aceptar atender a un pueblo como Túcume de medio siglo XX para abajo.
Por algún otro rumor, que hoy todos dan por olvidado, pero que “sospechan” fue la cola del primero; parte de la población enardecida quiso sacarlo fuera del pueblo. Padre Castrillo corrió y, como pudo, se refugió en el local del teléfono con ayuda de aquellas buenas mujeres que apoyaron también a Padre Casimiro. Ellas, para motivar el apuro del subprefecto, le engañaron que en Túcume darían muerte al Padre Castrillo. Al llegar la policía pidió al Padre informes sobre las personas que participaron en la revuelta. Todas ellas, al ser identificadas, le decían: “¿Yo padrecito? ¡No padrecito! Yo no le hice nada” a lo que el Padre replicó: “¡Callad, moriréis arrastrados como la serpiente!” Hasta hoy se dice que la mayoría de aquellas personas fallecieron, con el tiempo, víctimas de terribles enfermedades o desgracias.
Pero a las tres mujeres fieles el pueblo les dedicó un canto que hasta hoy las más ancianas entonan:
En 1944 a túcume acudía desde Lambayeque un sacerdote dominico de buen corazón y amoroso trato, el Padre Casimiro, con la misión de impartir los sacramentos y atender a la feligresía. La principal festividad religiosa del pueblo en honor a la “Virgen Purísima” estaba, como hasta hoy, a cargo de la hermandad que, hace 65 años, tenía menos adeptos que opositores quienes referían manejos poco claros de las cuentas y desorganización de los dirigentes. Aquellos, hicieron circular por el pueblo el rumor de que el Padre Casimiro se había enterado de sus maldades y pediría a Trujillo autorización para el cambio de autoridades de la hermandad.
Los afectados por el rumor urdieron un plan y llamaron al Padre Casimiro a Túcume so pretexto de atender a un moribundo en el centro poblado Nancolam. El Padre acudió al llamado de ayudar a “bien morir”, sin saber de la mentira, y cuando ingresaba en su auto color blanco la turba, entre insultos y jaloneos, lo amenazó y pedió explicaciones sin que el Padre comprendiera lo que ocurría.
Como pudo, arrancó el auto y llegó hasta el local del teléfono público. En el lugar, más triste que asustado, el padre Casimiro con ayuda de tres fieles (Carmen Julia Vélez, Martina Soraluz y doña Herminia Asalde) llamaron al subprefecto quien envió un camión con policías que rescataron al ministro de Dios.
Ahora, la atención de la feligresía estaría a cargo del Padre Castrillo, párroco de Lambayeque, dominico de carácter fuerte, español sin pelos en la lengua, directo y, según refieren, valiente para aceptar atender a un pueblo como Túcume de medio siglo XX para abajo.
Por algún otro rumor, que hoy todos dan por olvidado, pero que “sospechan” fue la cola del primero; parte de la población enardecida quiso sacarlo fuera del pueblo. Padre Castrillo corrió y, como pudo, se refugió en el local del teléfono con ayuda de aquellas buenas mujeres que apoyaron también a Padre Casimiro. Ellas, para motivar el apuro del subprefecto, le engañaron que en Túcume darían muerte al Padre Castrillo. Al llegar la policía pidió al Padre informes sobre las personas que participaron en la revuelta. Todas ellas, al ser identificadas, le decían: “¿Yo padrecito? ¡No padrecito! Yo no le hice nada” a lo que el Padre replicó: “¡Callad, moriréis arrastrados como la serpiente!” Hasta hoy se dice que la mayoría de aquellas personas fallecieron, con el tiempo, víctimas de terribles enfermedades o desgracias.
Pero a las tres mujeres fieles el pueblo les dedicó un canto que hasta hoy las más ancianas entonan:
“Pobrecita Carmen Julia
que al teléfono corría
a engañar al subprefecto
que Castrillo era muerto.
Tres mujeres son las que hablan
Carmen Julia, Martina y Herminia
engañando al subprefecto
que castrillo era muerto”
Por varios años a Túcume no llegaron sacerdotes y la gente dice ¡Ese fue el castigo! Como verán la fe de un pueblo es como una planta: debe ser cultivada con esmero y cariño, así crece y fructifica. Hoy Túcume manifiesta valores de espiritualidad y compromiso solidario propios de una fe creciente y que se fortalece día a día. Estemos seguros que a los Sacerdotes que acudan a esa hermosa tierra se les dará siempre muy buen trato (Por siacaso, por favor, oremos por eso).
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