Quiero contar en mi verso lo que hace unos días viví, cuando con oídos abiertos, papel y pluma en la mano, me mezclé entre monsefuanos en la “Ciudad de las flores”, quise observar sus costumbres pues de ellas mucho me hablaron y no quedé defraudado con todo lo que noté, si quiere usted conocerlas, entonces, comenzaré.
En el sector “Las Palmeras”, a dos cuadras del portal, un hombre causó mi embeleso en la calle Mariscal. Era un cholo pecho recio, de brazos como mis piernas, llevaba una cesta a cuestas y con voz ronca un pregón, repetido a cada rato: “Lleve mi palta, señor; palta pal arroz calato”.
Su piel morena cobriza es ordinaria en mi tierra, cabello lacio, sonrisa y rapidez en las piernas. Es vendedor desde niño y conoce bien el oficio, conoce más de las paltas que de un enfermo el doctor, preste mucha atención a todo lo que me dijo.
“Arroz comemos a diario aunque de pobres nos tilden, cuando no hay con que montarlo tenemos que decorarlo. Para eso sirve la arveja, la lenteja o el garbanzo, pues solitario no pasa y calato da vergüenza, arroz con algo queremos para calmar la gazuza y así la palta comemos aunque se ensucie la blusa”.
Al verlo las monsefuanas, salen corriendo a la puerta; en una mano su niño y en la otra la moneda; de lejos miran a Justo quien tiene apellido de ave, aunque de lejos le gritan, pues mucha gente lo conoce, cuando lo ven llegar musitan “¡Cerca viene Don Chiroque!”
Aun riendo por lo visto, decidí caminar directo, llegué de esa manera al centro, al parque y al monumento. Pasé por la calle Unión y tomé un buen poto de chicha, frente a la familia Burga; uno entre doce sabores, jora pa los dolores aunque resulte en mi purga.
Me ofrecieron sudado de bagre, pero quise las panquitas, quedan con life exquisitas sin curtirlas con vinagre. Los zancudos y las moscas daban vueltas por mi plato, con una bolsa de agua encontraron solución, siguieron sin dilación a un niñito calato.
La chichita es de maíz, alazán y frutas frescas, la tomas mientras conversas hasta que brotan sonrisas. Los sauces te dan la brisa y la paz “El Nazareno” del FEXTICUM, muy amenos, me hablaban unos floristas.
Es Monsefú linda tierra y de un calor sofocante, son herederos de Chuspo (El pueblo de sus ancestros) pero por tradición son tan nuestros como la palta y el arroz, un poto de chicha, señor, y así termino este cuento.
En el sector “Las Palmeras”, a dos cuadras del portal, un hombre causó mi embeleso en la calle Mariscal. Era un cholo pecho recio, de brazos como mis piernas, llevaba una cesta a cuestas y con voz ronca un pregón, repetido a cada rato: “Lleve mi palta, señor; palta pal arroz calato”.
Su piel morena cobriza es ordinaria en mi tierra, cabello lacio, sonrisa y rapidez en las piernas. Es vendedor desde niño y conoce bien el oficio, conoce más de las paltas que de un enfermo el doctor, preste mucha atención a todo lo que me dijo.
“Arroz comemos a diario aunque de pobres nos tilden, cuando no hay con que montarlo tenemos que decorarlo. Para eso sirve la arveja, la lenteja o el garbanzo, pues solitario no pasa y calato da vergüenza, arroz con algo queremos para calmar la gazuza y así la palta comemos aunque se ensucie la blusa”.
Al verlo las monsefuanas, salen corriendo a la puerta; en una mano su niño y en la otra la moneda; de lejos miran a Justo quien tiene apellido de ave, aunque de lejos le gritan, pues mucha gente lo conoce, cuando lo ven llegar musitan “¡Cerca viene Don Chiroque!”
Aun riendo por lo visto, decidí caminar directo, llegué de esa manera al centro, al parque y al monumento. Pasé por la calle Unión y tomé un buen poto de chicha, frente a la familia Burga; uno entre doce sabores, jora pa los dolores aunque resulte en mi purga.
Me ofrecieron sudado de bagre, pero quise las panquitas, quedan con life exquisitas sin curtirlas con vinagre. Los zancudos y las moscas daban vueltas por mi plato, con una bolsa de agua encontraron solución, siguieron sin dilación a un niñito calato.
La chichita es de maíz, alazán y frutas frescas, la tomas mientras conversas hasta que brotan sonrisas. Los sauces te dan la brisa y la paz “El Nazareno” del FEXTICUM, muy amenos, me hablaban unos floristas.
Es Monsefú linda tierra y de un calor sofocante, son herederos de Chuspo (El pueblo de sus ancestros) pero por tradición son tan nuestros como la palta y el arroz, un poto de chicha, señor, y así termino este cuento.
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