Un caballo de totora es gacela intemporal, sobrecoge su diseño y su porte sin igual. Embarcación construida con tallos y hojas de totora, desde tiempos muy lejanos ornamenta nuestras costas. Transporta un solo navegante con todos sus aparejos, hace más de tres mil años, tanto a jóvenes y viejos.
Son totorales, humedales y balsares, los antiguos “Ojos de agua” o wachaques que en el litoral, a las naves, dan el rústico material convirtiendo al cholo humilde en un hombre colosal.
Te han tejido manos cholas para muy duras faenas, puesto al sol, frente a la orilla, vas contándome tus penas: “Llevo a un recio hombre a distancias alejadas y, olvidándome en la arena, de mala forma me paga. Me siento solo en las noches pues no tengo utilidad, yo debo estar en las olas, esa es mi necesidad”.
A la mañana siguiente… llega el porteño recio con su cordel en la mano, seguro avanza en tu lomo a cosechar su pescado. Tu generoso esperas y respetas su presencia, sabes que con paciencia podrá repletar su cesta.
Tiempla el cordel para el voleo, lo hace serio y con estilo, no puede hacerlo distinto, ¡Hay que tomarlo en serio! Lanza unos cuarenta metros, directo a las profundidades, el mar se encarga del resto y le da sus bellos ejemplares.
Luego, caído el sol y culminada la faena, retornas hasta la orilla con un gesto de alegría. ¡Hasta mañana! Piensa el cholo, lo dice mirando al inmenso, tú sonríes ante el gesto del bravo y recio porteño.
Son símbolo de identidad y gran valor histórico, herencia de los ancestros y de un pasado heroico. Los mochicas y chimues, los incas y todos los cholos presentamos mil respetos al “Caballo de totora” símbolo que el pueblo añora para pasear en las aguas, tomar el sol con sus manos, navegar para siempre y, como de fe, poner su destino al frente.
Son totorales, humedales y balsares, los antiguos “Ojos de agua” o wachaques que en el litoral, a las naves, dan el rústico material convirtiendo al cholo humilde en un hombre colosal.
Te han tejido manos cholas para muy duras faenas, puesto al sol, frente a la orilla, vas contándome tus penas: “Llevo a un recio hombre a distancias alejadas y, olvidándome en la arena, de mala forma me paga. Me siento solo en las noches pues no tengo utilidad, yo debo estar en las olas, esa es mi necesidad”.
A la mañana siguiente… llega el porteño recio con su cordel en la mano, seguro avanza en tu lomo a cosechar su pescado. Tu generoso esperas y respetas su presencia, sabes que con paciencia podrá repletar su cesta.
Tiempla el cordel para el voleo, lo hace serio y con estilo, no puede hacerlo distinto, ¡Hay que tomarlo en serio! Lanza unos cuarenta metros, directo a las profundidades, el mar se encarga del resto y le da sus bellos ejemplares.
Luego, caído el sol y culminada la faena, retornas hasta la orilla con un gesto de alegría. ¡Hasta mañana! Piensa el cholo, lo dice mirando al inmenso, tú sonríes ante el gesto del bravo y recio porteño.
Son símbolo de identidad y gran valor histórico, herencia de los ancestros y de un pasado heroico. Los mochicas y chimues, los incas y todos los cholos presentamos mil respetos al “Caballo de totora” símbolo que el pueblo añora para pasear en las aguas, tomar el sol con sus manos, navegar para siempre y, como de fe, poner su destino al frente.
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