lunes, 3 de agosto de 2020

Derecho al revés


Debemos suponer, por sentido común, que el derecho como conjunto de principios, normas, costumbres y concepciones de las que derivan las reglas que ordenan la sociedad, es una garantía de civilidad que nos permite tomar distancia de la vieja fórmula latina Homo homini lupus creada por Plauto (cuando no, comediógrafo) en su obra Asinaria, donde manifiesta Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit; para que se entienda, Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro. Luego, Séneca, diría el hombre es algo sagrado para el hombre, y Thomas Hobbes, filósofo inglés del siglo XVIII, haría popular la frase de Plauto, afirmando el comportamiento egoísta e individualista de la persona que requiere la regulación normativa para favorecer la convivencia social (esto no ha cambiado y en cada persona, su lobo interior está listo para el zarpazo).

El derecho está al revés; y en el “mundo del revés” los principios se han convertido en gérmenes de violencia, la norma en sustento para el caos, la costumbre en analogía de prescripción y las concepciones jurídicas en, apenas, la preñez de versiones telúricas que nos ha convertido en una sociedad disfrazada de civilidad con ciudadanos (¿?) ocultando el traje de pieles y un mazo en el fondo de su alma cavernaria. La ley ha sido corrompida y, en muchos casos, ha nacido para sustentar actos corruptos. La cultura cotidiana se precia de romperla lanzándola de las azoteas más altas hasta verla chocar con el pavimento de nuestras miserias convertida en añicos. Los actos que hoy nos dejan perplejos, boquiabierta y fascinados son los poco comunes, extrañísimos y conmovedores actos de justicia.

En nuestro sistema, la ley y el orden es un asunto de dinero, amigos, relaciones sociales y mucha, mucha paciencia. La justicia es tuerta y ve lo que le conviene. No ve a mi madre esperando por más de 10 años el pago de sus devengados decretados por una sentencia a favor de miles de maestros que no recibieron un bono por preparación de clases. Mi madre, tiene 86 años y constantemente repite “ojalá y me paguen antes de morir”. Los pasillos fangosos de los palacios de justicia (sustentados sobre el sufrimiento de miles y millones de inocentes) están repletos de personas que esperan un guiño de la justicia, de la dama tuerta que mira con rapidez solo a quien pueda inclinar la balanza con beneficios incontemplados (no necesariamente monetarios).

Los abogados (salvo honrosas excepciones que conozco) están listos para argumentar con ardor la veracidad de las más atroces mentiras a cambio de un puñado de pesetas. Sí, todos tienen derecho a la defensa; pero nadie tiene derecho a imponerse transformando la mentira en verdad y el golpe artero en caricia. En nuestro país la ley es un elástico que se estira hasta su máxima expresión para quien tiene los medios materiales que le garanticen poder “aceitar” (esta jerga la usó mi padre durante un juicio que libró con el estado por más de 20 años y cuya sentencia no pudo escuchar pues la muerte lo alcanzó en 2017) a los mejores (¿?) defensores, jueces, periodistas y, lo más triste de todo, a las propias víctimas.

Es el derecho una actividad que se ennoblece cuando garantiza la civilidad, el fortalecimiento de las sociedades, el gobierno de los estados y la aplicación universal de la justicia humana con postulados que respetan los derechos humanos y sancionan el quebrantamiento de la ley (delito). Un fiscal que deslacró la oficina que guardaba pruebas en su contra, la esposa de un presidente que recibió un reloj de mil quinientos dólares y un puesto de trabajo en la FAO a cambio de sus favores, un congresista que tragó una docena de pollos con dinero del estado, el hijo de un juez que golpeó y arrastró de los cabellos a su pareja… están libres y tienen mucha mejor suerte que un campesino de apellido Mamani quien defendió su vaca de un abigeo y hoy espera en prisión su sentencia. La justicia es tuerta y el derecho sin ética ni abogacía proba ¿Para qué sirve?