El PNUD es el organismo de las
Naciones Unidas que se ocupa de analizar y monitorear los indicadores de la
pobreza y el desarrollo en el mundo. En su informe sobre la situación mundial
hasta el año 2013 refiere “(en el mundo) la riqueza está repartida de manera
extremadamente desigual…” y, aunque descendió la pobreza extrema mundial de 36%
a 19% (hay 620 millones menos de pobre extremos en el mundo) el problema de la
desigualdad es notorio y refleja, a mi entender, una caída en los indicadores
morales de las diversas sociedades en las que, a pesar de las cifras, el
consumismo se fortalece como parte de una cultura individualista disfrazada de
prosperidad y que, en términos prácticos, muestra la laxitud de valores como la
solidaridad, caridad y justicia; la despreocupación por el prójimo y la
reducción de los objetivos de vida únicamente a los referidos al bienestar
económico y el logro de la riqueza. Dígase de paso, no hay problema en ser rico
mientras se tenga clara la idea del compartir o repartir con justicia, según
sea el caso.
Si la riqueza mundial estuviera
distribuida equitativamente, indica el mismo informa, una familia media, de dos
adultos y tres hijos, podría disponer de ingresos por 2.850 dólares al mes. Sin
embargo, un ser humano de cada tres no dispone de las instalaciones sanitarias
más elementales, uno de cada cuatro no tienen electricidad, uno de cada siete
vive en zona de extrema pobreza, uno de cada ocho tiene hambre y uno de cada
nueve no dispone de agua potable. Cada persona podría disponer de un ingreso
medio de 19 dólares al día, pero uno de cada vive con menos de 1,25 dólares al
día.
Rafael del Peral, propone “actualmente vivimos en un mundo en el que consumimos
de manera masiva, y ha llegado el momento de plantearse ciertas preguntas, como
¿por qué consumimos?, ¿quién se beneficia con mi consumo?, ¿a quién perjudica?”.
Mientras Susana Rodríguez refiere que “…ha triunfado en las últimas décadas un
estilo materialista y egoísta que ha acabado por ocasionar un agravamiento de
la desigualdad social que ha sido, con toda probabilidad, una de las causas de
una crisis que, para algunos, no es solamente de carácter económico, sino
también una crisis cultural, de valores”. Creo que en nuestro tiempo, cada quien reclama su derecho a consumir y, con ello,
se va perdiendo la integración social por la actitud de un consumidor que rinde
pleitesía a los caprichos o veleidades que estimulan la producción de objetos
superfluos que no cubren necesidades primarias y vitales.
Francisco Coriñaupa en “Autoridad ¿Existe?: Consumismo, moda
y otras fantasías capitalistas”, indica: “el sujeto postmoderno, o sea,
construido socialmente a imagen y semejanza del capitalismo, se maneja entre el
consumismo y el individualismo de forma muy natural, no teniendo que buscar
alguna relación sino viviendo identificado a ella, y no solo a través de la
economía, que da sentido al consumismo, sino por las ideas y claro, por la
conducta que irradia de ellas, es decir la idea de vivir aquí, ahora y rápido,
con la mayor satisfacción posible, y buscar la manera para hacerlo tangible, es
lo ´normal´”.
Consumo y consumismo no es lo mismo. El primero implica
satisfacción de necesidades. El segundo superficialidad, egoísmo,
individualismo, injusticia, inequidad… vale la reflexión seria de este hecho en
el que, a lo mejor, nosotros mismos estemos sometidos.
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