martes, 28 de julio de 2015

El Triunfo de la Inteligencia y la derrota de la Estupidez Política



Postulo que en este tiempo histórico las ciudades y el gobierno del estado deben estar a cargo de intelectuales honestos; personas probas y preparadas; ciudadanos identificados con los valores milenarios de nuestra cultura; profesionales y técnicos de diversas áreas dispuestos a testimoniar virtudes fundamentales para el quehacer político; líderes y no caudillos; hombres y mujeres de bien y no personajes mesiánicos; personas dispuestas a planificar, innovar, crear,  arriesgar … políticos inteligentes, radicalmente veraces y apartados de la estupidez propia de los políticos con inteligencias fracasadas que hicieron mal uso de la soberanía delegada por los ciudadanos. José Antonio Marina (2008) refiere: “la inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad… de comprender lo que nos pasa, de solucionar problemas sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o de empeña en usar medios ineficaces; cuando desaprovecha las ocasiones…” ¿Qué es la corrupción, la falta de planificación, el empirismo gubernamental, el clientelismo, la improvisación; sino muestras de fracaso intelectual y, por tanto, signos de estupidez política?
Los ciudadanos estamos hartos de delegar soberanía, es decir, entregar el poder político, a quienes, luego, con sus comportamientos públicos y privados, y con su ineficacia en el desempeño de la función pública muestran desprecio por aquella encargatura. A lo mejor, tal delegación de facultades, poco valorada, deba llamarse “soberasnía” y a quien mal la ejerce “soberasno”. Los ciudadanos quedamos atónitos al notar la violencia verbal de quienes encabezan la función pública por falta de argumentos, la degradación, soberbia, egocentrismo y mentira con la que actúan… ostentan el poder y no logran autoridad, pues aunque el poder se recibe, la autoridad se cosecha y es efecto de la integridad en el ejercicio diario de nuestras responsabilidades.
Debemos pasar de la queja a la acción. El cambio está en manos de los ciudadanos. Debemos elegir con probidad y evaluar, criticar con argumentos, respaldar los aciertos y exigir el cumplimiento de sus deberes a las actuales autoridades a nivel local, regional y nacional. Cualquiera no es merecedor de recibir la porción de soberanía y poder que me corresponde. No son suficientes la retórica brillante, el verbo fluido y la promesa atractiva; tampoco lo son el rostro y la buena presencia (a lo mejor efecto de un retoque computarizado) la campaña llamativa, ruidosa y de obsequios. Necesitamos dar un salto cualitativo y razonar nuestra elección. ¡Que triunfe la inteligencia! Es el tiempo de todos y no de algunos. Más que antes, hoy, tenemos la obligación de interesarnos por la cosa pública, por el bien común, por el éxito de la ciudad y el país. Para resolver los problemas morales y urbanos, económicos y educativos, es imprescindible actuar con inteligencia. A esto me refiero cuando digo “Intelectuales honestos”, a los mejores hijos de nuestra sociedad, dispuestos a devolver a su tierra y a su patria, con sus conocimientos y esfuerzo desinteresado, todo aquello que recibió de ella. Debemos constituirnos en una sociedad inteligente, pues está destinada al fracaso la sociedad que ponga su gobierno en manos de personas poco preparadas y probas, torpes, ignorantes, perezosas o sin capacidad de crítica.
“El triunfo de la inteligencia personal es la felicidad. El triunfo de la inteligencia social es la justicia… son inteligentes las sociedades justas. Y estúpidas las injustas. Puesto que la inteligencia tiene como meta la felicidad, todo fracaso de la inteligencia entraña desdicha… la desdicha pública es el mal, es decir, la injusticia” (Marina, 2008).
Estamos a poco de iniciar una nueva campaña electoral en la que elegiremos a un nuevo presidente y congresistas. Además, hay autoridades en funciones que deben ser fiscalizadas con respeto, inteligencia y argumentos. Es necesario no cometer los errores pasados. No tropezar por enésima vez con la misma piedra. Hago un llamado a los intelectuales probos y honestos de nuestra tierra a candidatear en la próxima justa electoral o a contrastar con argumentos técnicos cada una de las propuestas de los candidatos. Los próximos congresistas lambayecanos deben tener bien en claro el significado del cumplimento de los deberes adquiridos con dicha representación. ¡Que sea un honor representarnos!

Los “Espejos de Príncipes” y los “Niños de Azote”


Según David Nogales, maestro de la Universidad Complutense de Madrid, los espejos o tratados de educación de príncipes europeos de los siglos XIII al XVIII “son obras de carácter político-moral que recogen un conjunto de directrices morales y de gobierno básicas que han de inspirar la actuación del buen soberano cristiano… Por ello, estos tratados se convertirán, en un sentido figurado, en espejos, en los cuales todo príncipe cristiano debería mirarse para guiar su actuación…”. Era de gran importancia formar a quien debía convertirse en Rey, por lo cual, los tutores eran generalmente clérigos y desarrollaban una formación severa, de corte escolástico y destinada a la formación del carácter de quien, por motivos ideológicos, se convertiría en soberano absoluto, juez supremo y ser divino. La antigua pedagogía real incluyo, como la general, el castigo físico pero, en este caso de modo singular.
Los Niños de azote, fueron parte de un procedimiento pedagógico de algunas cortes europeas de los siglos XVI al XVIII por el cual los castigos físicos merecidos por los príncipes los soportaban otros niños nobles. Este procedimiento tuvo su origen en Inglaterra, se aplicó en Alemania y se intentó implantar en Francia, pero el Rey Enrique IV se negó, en 1607, a aceptarlo, indicando en una carta, referida por José A. Marina (2008): “Deseo y ordeno que el Delfín [príncipe francés] sea castigado siempre que se muestre obstinado o culpable de una mala conducta; por experiencia personal sé que nada aprovecha tanto a un niño como una buena paliza…”. Es seguro que este castigo infringido en cuerpo ajeno no daba los resultados esperados.

Las monarquías absolutistas europeas de los siglos XV y XVI se fundamentaban en el “Derecho Divino de los Reyes”; los ideólogos del absolutismo afirmaron que “Dios establece a los reyes como sus ministros y reina a través de ellos sobre los pueblos (...) Los príncipes actúan, pues, como ministros de Dios y son sus representantes en la Tierra. Por esto, el trono real no es el trono de un hombre sino el trono de Dios mismo. Así, la persona de los reyes es sagrada y atentar contra ellos es un sacrilegio. Se debe obedecer a los príncipes por principio de religión y de conciencia. El servicio de Dios y el respeto por los reyes son cosas unidas (...) Dios ha puesto en los príncipes algo divino.” (Bossuet, 1681) por lo anterior, los príncipes debían ser protegidos y no castigados, menos físicamente, siendo este un derecho solo del Rey quien se encontraba, casi siempre, demasiado ocupado en el gobierno monárquico delegando en un tutor la educación formal y formación moral de sus hijos.
Desde su nacimiento, cada príncipe tenía un Niño de Azote; anecdóticamente, los príncipes desarrollaban un fuerte lazo afectivo con aquellos niños “a quienes llegaban a querer como hermanos…” a pesar de esto, la función de estos niños era una sola: “recibir los castigos que no podían impartirse al Príncipe”.  Por ejemplo, en Inglaterra, Sir William Murray, fue nombrado Primer Conde de Dysart por el Rey Carlos I, la razón: William había sido su Niño de Azote. Fue tal su amistad que, cuando el tirano Carlos I fue despojado de su corona y condenado a muerte al ser derrotado en la Revolución Inglesa de 1648, liderada por Oliver Cromwell, huyó y se exilió en Francia junto al hijo de su amado amigo, el futuro Rey de Inglaterra Carlos II.
Desde el siglo XIII los “Espejos de Príncipes” contenían normas morales en las que los futuros gobernantes debían ser educados, como: “Ay de los que promulgan leyes injustas y al plasmarlas en papel escribieron injusticias… la clemencia, es la que salvaguarda siempre a un rey, el amor hacia los ciudadanos es el único bastión inexpugnable… el príncipe es un dios en las tierras y tiene que ser adorado por sus vasallos no con la adoración que se debe a un dios sino con la contención y el saludo a un rey debidos… conviene que el príncipe imite, en la clemencia y el amor hacia sus súbditos, a Dios omnipotente… El príncipe tiene que ver también que sus súbditos no se vean agraviados ni maltratados por sus jueces u oficiales… conviene que tenga una intención correcta… debe ser una persona estable y constante… Los príncipes y los reyes se conciben de forma justa y amantes de la justicia de tal forma que nunca se concibe que ellos encarguen a alguien que cometa una injusticia…” Como podemos apreciar, antiguamente y hoy, ¡Del dicho al hecho, hay mucho trecho”.