Postulo
que en este tiempo histórico las ciudades y el gobierno del estado deben estar
a cargo de intelectuales honestos; personas probas y preparadas; ciudadanos
identificados con los valores milenarios de nuestra cultura; profesionales y
técnicos de diversas áreas dispuestos a testimoniar virtudes fundamentales para
el quehacer político; líderes y no caudillos; hombres y mujeres de bien y no
personajes mesiánicos; personas dispuestas a planificar, innovar, crear, arriesgar … políticos inteligentes,
radicalmente veraces y apartados de la estupidez propia de los políticos con inteligencias
fracasadas que hicieron mal uso de la soberanía delegada por los ciudadanos. José
Antonio Marina (2008) refiere: “la inteligencia fracasa cuando es incapaz de
ajustarse a la realidad… de comprender lo que nos pasa, de solucionar problemas
sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas
disparatadas, o de empeña en usar medios ineficaces; cuando desaprovecha las
ocasiones…” ¿Qué es la corrupción, la falta de planificación, el empirismo
gubernamental, el clientelismo, la improvisación; sino muestras de fracaso
intelectual y, por tanto, signos de estupidez política?
Los ciudadanos
estamos hartos de delegar soberanía, es decir, entregar el poder político, a
quienes, luego, con sus comportamientos públicos y privados, y con su
ineficacia en el desempeño de la función pública muestran desprecio por aquella
encargatura. A lo mejor, tal delegación de facultades, poco valorada, deba
llamarse “soberasnía” y a quien mal la ejerce “soberasno”. Los ciudadanos
quedamos atónitos al notar la violencia verbal de quienes encabezan la función
pública por falta de argumentos, la degradación, soberbia, egocentrismo y mentira
con la que actúan… ostentan el poder y no logran autoridad, pues aunque el
poder se recibe, la autoridad se cosecha y es efecto de la integridad en el
ejercicio diario de nuestras responsabilidades.
Debemos
pasar de la queja a la acción. El cambio está en manos de los ciudadanos. Debemos
elegir con probidad y evaluar, criticar con argumentos, respaldar los aciertos
y exigir el cumplimiento de sus deberes a las actuales autoridades a nivel
local, regional y nacional. Cualquiera no es merecedor de recibir la porción de
soberanía y poder que me corresponde. No son suficientes la retórica brillante,
el verbo fluido y la promesa atractiva; tampoco lo son el rostro y la buena
presencia (a lo mejor efecto de un retoque computarizado) la campaña llamativa,
ruidosa y de obsequios. Necesitamos dar un salto cualitativo y razonar nuestra
elección. ¡Que triunfe la inteligencia! Es el tiempo de todos y no de algunos. Más
que antes, hoy, tenemos la obligación de interesarnos por la cosa pública, por
el bien común, por el éxito de la ciudad y el país. Para resolver los problemas
morales y urbanos, económicos y educativos, es imprescindible actuar con
inteligencia. A esto me refiero cuando digo “Intelectuales honestos”, a los
mejores hijos de nuestra sociedad, dispuestos a devolver a su tierra y a su
patria, con sus conocimientos y esfuerzo desinteresado, todo aquello que
recibió de ella. Debemos constituirnos en una sociedad inteligente, pues está
destinada al fracaso la sociedad que ponga su gobierno en manos de personas
poco preparadas y probas, torpes, ignorantes, perezosas o sin capacidad de
crítica.
“El
triunfo de la inteligencia personal es la felicidad. El triunfo de la
inteligencia social es la justicia… son inteligentes las sociedades justas. Y estúpidas
las injustas. Puesto que la inteligencia tiene como meta la felicidad, todo
fracaso de la inteligencia entraña desdicha… la desdicha pública es el mal, es
decir, la injusticia” (Marina, 2008).
Estamos
a poco de iniciar una nueva campaña electoral en la que elegiremos a un nuevo
presidente y congresistas. Además, hay autoridades en funciones que deben ser
fiscalizadas con respeto, inteligencia y argumentos. Es necesario no cometer
los errores pasados. No tropezar por enésima vez con la misma piedra. Hago un
llamado a los intelectuales probos y honestos de nuestra tierra a candidatear
en la próxima justa electoral o a contrastar con argumentos técnicos cada una
de las propuestas de los candidatos. Los próximos congresistas lambayecanos
deben tener bien en claro el significado del cumplimento de los deberes adquiridos
con dicha representación. ¡Que sea un honor representarnos!