jueves, 29 de septiembre de 2011

Los Patitos de Oro de La Capilla "La Verónica" de Chiclayo



En Marzo del año 2010 publiqué el artículo “La Construcción de la Capilla La Verónica de Chiclayo” y referí que en 1927, Don Ricardo Miranda en su “Monografía General del Departamento de Lambayeque” (pp. 147) informa haber encontrado, sobre la capilla de “La Verónica”, un artículo publicado en un diario de la época, en el cual se informa que “siendo gobernador del distrito de Chiclayo, Don Enrique Vela, los indígenas julcas cedieron el terreno para la construcción de La verónica, al acaudalado hijo de esta población, Don José Leonardo Chiclayo “El Calvo” quien por tres veces la reedificó por haberse destruido en varias épocas”. Además se confirma que fue construida a principios del siglo XIX en el terreno que ocupó la casa de José Leonardo Ortiz ó José Leonardo Chiclayo (1782 -1854).

Un relato de Walter Sáenz Lizarzaburu en “Los Orígenes de Chiclayo” señala que: “En cierta oportunidad, que se hacían unas excavaciones en su casa, se encontró un entierro consistente en muchos objetos de plata labrada, destacándose por su tamaño, peso y adornos, una hermosa Cruz de plata maciza, que tenía por característica principal un delicado labrado de “La Verónica” secando el sudor del nazareno y que por una inexplicable rareza tenía una lejana semejanza con la hija del calvo llamada Ángela Chiclayo (Ortiz), descendiente directa de los caciques de Cinto, probablemente los primeros habitantes de Chiclayo. El calvo, hizo la promesa de construir con su propio peculio una Iglesia en su casa, o sea en el lugar donde se encontró el tesoro, si es que los gases de antimonio que despide la plata enterrada no le hacían daño. Como el “calvo” siguió viviendo y aprovechó el tesoro encontrado, cumplió con erigir la Iglesia, a la que puso por nombre “Verónica” en recuerdo de la imagen de esta santa encontrada y de la semejanza con su hija preferida”.

Basado en los aportes de César Toro quien recoge, en su “Antología de Lambayeque” (1989), los relatos de Don Francisco Arbulú Maradiegue y Doña Natalia de Vidaurre; estoy en condiciones de agregar que desde el mismo lugar en que fue encontrada la hermosa cruz de plata maciza con el labrado de “La Verónica”, “salían los patitos de oro, como una prolongación del milagro realizado”.

Eran en total seis, una pata y cinco patitos, que salían uno detrás de otro en las noches de luna llena. Cuando salían del lugar del entierro eran de plata, pero mientras caminaban y cruzaban la Huaca de los Peredo y después de bañarse en la Compuerta, salían convertidos en auténticos patitos de oro, “despidiendo áureos destellos y relumbrando en las noches iluminadas”.

Según la tradición popular, si en el entierro de la casa del “Calvo” se encontró un tesoro de objetos de plata labrada, en la Huaca de los Peredo y en el sitio de la Compuerta existe un entierro con objetos de oro repujado.

Debo indicar que fue Don Virgilio Dall’orso quien, como presidente del “Comité de Obras Públicas”, primero, y como alcalde, después, modernizó nuestra ciudad y ordenó prescindir de las Huacas que rodeaban nuestra ciudad hasta inicios del siglo XX: Huaca de los Peredo, Huaca de La Cruz, Huaca del Coliseo. En nuestro caso, la Huaca de los Peredo se encontraba prácticamente en el centro de nuestra actual ciudad. La Compuerta que referimos es la prolongación de la antigua acequia Coix



viernes, 16 de septiembre de 2011

Primero Paisano que Dios

     Don Cristóbal Pesantes y Bracamonte era un antiguo lambayecano, ciudadano adinerado y notable quien, para abril del año 1743, cumplía con una antigua tradición familiar. Es, en adelante, personaje principal de nuestra historia.

     Abril era el tiempo del señor, el pueblo se impuso normas y nadie las trasgredía. Todos vestían de negro, el trabajo era prohibido, nadie podía jugar ni hacer ruidos, las conversaciones eran en voz baja… eran días de luto, fervor y fe.

     Fueron los ritos de Semana Santa tan sagrados como vistosos y cargados de pompa y competencia entre los adinerados del pueblo. Cada familia notable debía hacerse cargo, por herencia, de celebrar las procesiones de tan magna fecha o al menos “vestir” o arreglar una de las andas. A Don Cristóbal le correspondía la procesión más vistosa, trabajosa y costosa de todas: “La Cena del Señor”.

     El anda de “La Cena”, hecha de madera de faique y algarrobo, llevaba hasta quince imágenes (Jesús, los Apóstoles, María Magdalena, Santa María Virgen) tenía incrustaciones y guarniciones de plata labrada, era “vestida” en dos semanas (al menos) y necesitaba de no menos de treinta cargadores para el largo y lento recorrido por todas las calles de la ciudad.

     El jueves Santo de 1743, a las tres de mañana, el anda ingresaba a la Iglesia, significando con ello el fin de la procesión. Por obligación, el vecino responsable debía hacerse cargo de desvestir o desarreglar el anda colocando cada una de las imágenes usadas en su respectivo altar. Don Cristóbal Pesantes vigilaba de cerca, acompañado por su paisano, amigo de infancia y pariente Don Diego Vigil del Castillo, tan esforzada labor. El peso de la responsabilidad lo tuvieron, en la práctica, los empleados de Don Cristóbal y los fieles devotos que voluntariamente se ofrecían a tal labor.

     Casi al amanecer, los esfuerzos parecían infructuosos. El anda estaba prácticamente igual, faltaban manos y, mientras tanto, Don Cristóbal y su amigo Don Diego, conversaban animosamente sentados frente a quienes sudaban la gota gorda en homenaje al “Amo” o “Padre Eterno”.

     Uno de los devotos acercándose a Don Cristóbal insinuó:

     - ¿Es posible que su Merced disponga las manos de Don Diego para desvestir la sagrada imagen de nuestro Señor?

       A lo que Don Cristóbal de Pesantes, sin dudar, respondió:

    - ¡Habrase visto tamaña insolencia! En la casa del cielo primero Dios y después paisano. Pero en esta casa terrena ¡Primero paisano que Dios!