domingo, 10 de julio de 2011

Sobre el fin de la Tradición de la “Burrita del Señor” y la Procesión del “Señor del Borriquito” en Chiclayo

En el pasado artículo “Lambayeque colonial en Semana Santa” que escribí con ocasión de la “Semana de Dolores” referí que durante el tiempo colonial y hasta el primer cuarto del siglo XX “El Domingo de Ramos después de la bendición de las palmas y ramas, salía la imagen del Señor sobre una burra. La procesión era conocida como la del “Señor del borriquito” y la burra era separada el resto del tiempo solo para ese uso y como tal era llamada la “burra del Señor”. La “Burra del Señor” era tenida por sagrada, nadie podía tocarlas ni negarles el alimento que sabían ellas mismas pedir. Que sabían pedir porque se presentaban en las casas, golpeando el suelo, exigiendo el tributo alimenticio del vecindario… raro es hoy el pueblo del Perú que conserve su “Burra del Señor” a la cual los chiquillos aprendieron a respetar y cuidar”.

He seguido investigando sobre esta vieja pero añorada tradición que, en nuestra tierra, no debe ser olvidada. ¿Cuándo, cómo y porqué se dejó de practicar en Chiclayo tan espiritual costumbre? El artículo “La Burrita de Nuestro Amo ya no Pasea su Holgazanería por las Calles de la Ciudad”, que llegó a mis manos por el aporte de la joven investigadora Rosa Isabel Cortez Gil, corresponde a la histórica “Revista Centenaria” (1935) y contiene las respuestas necesarias.

La procesión del “Señor del borriquito” se celebraba en Chiclayo cada año gracias a la decidida participación de la mayordoma de la fiesta doña Josefa de Scaperlenda quien “se encargaba del cuidado de este animal y de su preparación para el paseo anual”. El animal trabajaba solo una vez al año durante el “Domingo de Ramos” llevando sobre sus chatos lomos holgazanes la bondadosa imagen del Señor entre múltiples palmas y regueros de flores.

Don Nicanor de la Fuente (Nixa) nos dice “la burrita de nuestro amo, lentamente, alcanzaba durante el día los diferentes lectores de la ciudad, y era lo más natural verla interceptar el tráfico de peatones y automóviles. Acostumbrada por el vecindario a comer pan, manzanas, lechuga, panca de choclo, etc. Se metía en las veredas, debiendo el transeúnte bajar a la calzada para seguir caminando sin interrumpir la digestión del animal con arreos impertinentes y ateos. Otras veces se echaba en medio de la calle y el vehículo (casi siempre una carreta) había de interrumpir su marcha hasta que la pereza tradicional de la burrita le permitiera levantarse tras la solicitud de paso del carretero”.

La burrita era blanca, gorda y nadie la montaba. La superstición había creado en la gente cierto temor trocado en respeto para el animal, por tal motivo nadie la maltrataba. Cada pueblo, que la tuviera, tenía la obligación de cuidarla y alimentarla. Cuando un forastero, sin conocerla, la quiso apalear las “chinas” (cholas chiclayanas) le decían con prontitud ¡No la toque, es la burra de nuestro amo!

El día de la procesión, y gracias al trabajo de la Sra. De Scaperlenda, la burrita lucía hermosa, bañada y limpia. Sus cascos relucientes pisaban, entonces, finamente los mantos, petates y alfombras de flores preparadas por la feligresía en tan especial ocasión. El cortejo lo encabezaba el Señor Cura (según mi indagación el último que vio una “Burra del Señor” fue el Presbítero Don Cipriano Casimir) seguido por los monaguillos, la burra con la imagen del “Señor del borriquito”, la mayordoma y la feligresía.

No en pocas ocasiones la “Burrita del Señor” se presentó con la barriga hinchada. Nixa refiere que “Era la consecuencia de un desliz amoroso. Era el divino mandato de la procreación, pero jamás se dio el caso de tener que interrumpir una procesión porque la burra estuviera en el trance supremo de la maternidad inminente, imposibilitada para la marcha beatífica por algunas calles de la ciudad”

El fin de esta tradición se debe al fallecimiento de Doña Josefa de Scaperlenda quien era la única persona que se preocupaba porque la procesión tuviera prestigio y brillo cada año. Otro hecho que perjudicó a la conservación de la tradición fue el aumento en la cantidad de automóviles en las calles de Chiclayo. Los vehículos la atemorizaron y desplazaron del centro de la ciudad, donde nunca más se le vio andar por la antigua Calle Real (actual Calle “Elías Aguirre”). La última vez que se le vio fue ingresando a la Capilla de “La Verónica” tal vez buscando refugio, tal vez haciéndola su última morada.

Con la desaparición de la “Burrita del Señor” desapareció, también, una vieja y noble costumbre. Hoy nuestra fe “viaja en automóvil” y Dios dejó de ser llamado el “amo”. Hoy Jesús no cabalga, en nuestras celebraciones del “Domingo de Ramos”, sobre una mansa pollina, tal como manda la tradición; aunque su amor, que no envejece, se siga abriendo paso por nuestras calles bendiciendo a un pueblo que le amó, le ama y le amará por los siglos de los siglos ¡Amén!













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