viernes, 19 de septiembre de 2014

¿Dios no Existe?

Hace unos días leí en una de las paredes laterales del antiguo Hospital “Las Mercedes” de Chiclayo el siguiente mensaje: “Dios no existe”. Quedé impactado. No sé cuánto tiempo lleva dicho mensaje en la pared, cuanta gente lo leyó, ni cuál fue su reacción. Mientras escribo estas líneas, pasado un tiempo, sigo sorprendido; aunque mi tolerancia, activada por necesidad, me lleva a la comprensión y aceptación sobre la existencia de tal diversidad de ideas, algunas similares y otras contrarias a las mías y, sin embargo, todas merecedoras de mi respeto aun en la discrepancia y el desacuerdo.


Volvamos al mensaje. Su contenido, claramente ateo, extraño en estos lares, no es novedoso en cuanto a su divulgación en otras partes del mundo. En Londres (Inglaterra), por ejemplo, desde el año 2008 se desarrolla la “Campaña del Bus ateo” que incluye ómnibus de pasajeros que circulan por las calles de dicha ciudad con un mensaje en el vehículo: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de tu vida”. El mensaje, ideado por la periodista Ariane Sherine, fue acogido en otras ciudades del Reino Unido y lugares como Washington, Barcelona, Madrid, Valencia y, Málaga.

Toda la amplia gama de “verdades” que coexisten de manera más o menos pacífica, ocupando cada uno su respectivo espacio y un número variable de adeptos se han hecho, en los últimos tiempos, acreedoras de respeto, tolerancia y respaldo legal para el desarrollo de sus ideas en concordancia con las leyes del estado.

Particularmente soy creyente. Me alegra ser cristiano católico. Disfruto, junto a mi familia, de la vida de fe otorgada como gracia por mi Padre Dios, a quien deseo, con respeto a la diversidad, desagraviar. Para nosotros, los creyentes, la fe en la existencia de Dios no es motivo de preocupación, ni es tampoco un obstáculo para gozar honestamente de la vida, sino que es un sólido fundamento para vivir la vida con una actitud de solidaridad, de paz y un sentido de trascendencia. No ocupamos nuestro tiempo agraviando al que no cree pues nuestra misión en la tierra no es juzgar ni criticar a quien no comparte nuestra fe; deseamos atraerlos a un Dios vivo a través del testimonio propio de una vida coherente. Quienes creemos sabemos que tenemos pies de barro y, por lo tanto, no somos perfectos, pero no necesitamos andar pintando las paredes con mensajes como “Dios existe” pues somos ordenados y respetamos las formas, medios y lugares para la divulgación de nuestras creencias.

“La libertad de expresión es un derecho fundamental. Todos pueden ejercerlo por medios lícitos. Pero los espacios públicos que deben ser utilizados de modo obligado por los ciudadanos no deben ser empleados para publicitar mensajes que ofenden las convicciones religiosas de muchos de ellos. Si se hace así, se lesiona el derecho al ejercicio libre de la religión, que debe ser posible sin que nadie se vea necesariamente menospreciado o atacado. (...)Insinuar que Dios probablemente sea una invención de los creyentes y afirmar además que no les deja vivir en paz ni disfrutar de la vida, es objetivamente una ofensa a los que creen. (...)Las autoridades competentes deberían tutelar el ejercicio pleno del derecho de libertad religiosa” 


Considero que aquel mensaje que referí al inicio de esta nota es parte de la normalidad de un país democrático que está fundamentado, entre otros derechos, en la libertad de expresión. Más allá de la sorpresa y el impacto inicial, considero que el mensaje no implica un ataque al cristianismo sino una defensa a una idea atea. Sin embargo, como ciudadano si me es posible demandar respeto a las formas y a las leyes. No arruinar espacios públicos es, por ejemplo, una señal de respeto a todos y de madurez aun en la discrepancia.

El Inicio de la Nueva Globalización

Afirmo que estamos en un tiempo al que llamo “Postglobalización” un tiempo que sirve de puente a otro, nuevo en su dinámica ideológica, económica, social, política, cultural… la hora del cambio ha llegado. Esta experiencia histórica no es novedosa pues, la presente, no es la primera globalización experimentada por la humanidad.

Thomas Firedman en “La tierra es plana: Breve historia del mundo globalizado del siglo XXI” (2005)propone, al menos, tres experiencias globalizadoras anteriores: La más tardía, el descubrimiento y conquista de América, que abrió el comercio entre el viejo y el nuevo mundo . La Revolución industrial y tecnológica producida entre 1800 y el 2000, fue la segunda,  que introdujo la concepción de multinacionalidad (cultural, en general, y económica, social y política en particular). La más reciente, el poder de los individuos adquirido a través del conocimiento que hizo real el lema “saber y conocer es poder”.

Las distintas culturas del mundo se integraron encogiendo y aplanando la tierra a una velocidad tal que, de hacerlo por pleno convencimiento y conveniencia o arrastradas por una fuerza incontenible que las introdujo violentamente en una realidad distinta y diferente en cuanto a sus estereotipos y formas de ver el mundo, configuraron una realidad nueva, un mundo más integrado (sic) tecnologizado como nunca antes en la historia humana, con reacciones en cadena en todos los campos, especialmente el económico; sensible, solícito a la tolerancia (en términos generales) que nos hizo tan propios como ajenos, de aquí y de allá, particulares y generales, en una lucha cultural constante por adquirir o respetar nuevos valores y creencias, sin renunciar a las antiguas o siendo capaces de transformarlas a la luz de los tiempos nuevos.

Sostengo que este nuevo tiempo de transición surge como resultado de la dinámica cultural que, en cadena, provocó también los cambios anteriores. Esta cuarta etapa del proceso globalizador que afirmo es el resultado de las transformaciones propiciadas por las tres anteriores. No me es posible afirmar cuantas experiencias globalizadoras seguirán a las presentes y, sin embargo, soy capaz de inferir las transformaciones que sucederán en los próximos años. Baso las ideas que siguen, a continuación, en hechos históricos, en estudios sociales y en mi propia experiencia no muy lejana a la suya y la de otros.

La próxima globalización se sustentará en los valores de cada una de las culturas. Los pueblos más notables de la futura experiencia globalizadora serán aquellos a los que identificamos como “culturas milenarias”. Que no resulte extraño, entonces, que llegue el día (aunque nuestros ojos no lo vean) en que para una realidad como la nuestra se construyan perfiles basados en la verdad, la laboriosidad y la honradez; rememorando los valores del antiguo incanato. Es que en los actuales tiempos, las naciones demandan menos individualismo y más comprensión, acogida, respeto y solidaridad entre los pueblos y las personas. Los pueblos anhelan respeto a sus nacionalidades, a su realidad idiomática y tradiciones particulares. Se desea una integración que respete la identidad de cada persona y de cada pueblo como base de la unidad en todos los campos.

Esta segunda década del siglo XXI es el tiempo de puente, la nueva globalización esta próxima, a lo mejor, se ha iniciado.