domingo, 28 de marzo de 2010

Infierno y demonios en el Nuevo Mundo - Una aproximación a las concepciones del Siglo XVI

He leído recientemente tres artículos sobre Crónicas de la conquista: de Flor María Rodríguez “Descontextualización de pasajes narrativos en las Crónicas de indias casos de «el carnero»; de José C. Martín de La Hoz “Las Crónicas de Indias como Fuente de la Evangelización Americana” y “Mentalidades teológicas en el Nuevo Mundo” de A. José Echeverry Pérez. Salvando la distancia existente entre crónica e historia, podemos afirmar que existe un importante valor testimonial de las crónicas sobre la conquista americana, siendo válido resaltar el aporte de Bartolomé de Las Casas, Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernal Díaz del Castillo, Pedro Cieza de León, Francisco Jerez, Fray Toribio de Benavente, entre otros. Deseo, con este apoyo, centrarme en la concepción de infierno y demonios en las mentalidades de los primeros conquistadores.
La concepción teológica de la época (siglo XVI) se ordena en tres planos que categorizar la realidad creada: En el plano superior Dios con su poder Omnipotente, en el segundo nivel el mundo terrestre habitado por los hombres y la Iglesia presidida por el Papa; y en el tercer nivel del universo infernal donde habita Satanás y los condenados.
El marco jurídico de la conquista lo dio la Bula “Inter Coetera” (1493) del Papa Alejandro VI. Desde su arribo, según José Echeverry, el Nuevo Mundo significó para los conquistadores del siglo XVI una gigantesca “Ciudad del Diablo” (civitas diaboli).
El Diablo, según Fray Juan de Zumarraga (Primer Obispo de México) en “Regla Cristiana Breve”: “Se había refugiado en las Indias donde reinaba como dueño absoluto”. En consecuencia, la expulsión del diablo permitiría construir la “Ciudad de Dios” (civitas Dei).
“El Carnero” (1636) de Juan Rodríguez Freyle (nombre que reemplazó al título de la Crónica original "Conquista y descubrimiento del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales del Mar Océano") menciona que los aborígenes " (eran) bárbaros, sin ley ni conocimiento de Dios, porque sólo adoraban al demonio y a éste tenían por maestro, de donde se podía muy claro conocer qué tales serían sus discípulos."
La “Doctrina Cristiana Dominica” de 1548, con la que se enseñaba a los aborígenes de Nueva España y del Perú, decía: “En aquel lugar que es el infierno están todos los males…todos los vuestros parientes que eran como no conocieron al vuestro gran señor Dios y no le creyeron están allá en aquel lugar del infierno que habemos dicho...”
En “Historia Memoria” de Fray Esteban de Asensio (cuyo título original fue “De origine Seraphicae Religionis Franciscanae”. Documento descubierto en Italia por el historiógrafo español Fray Atanasio López, y publicado en la revista Archivo Ibero Americano de 1921) se aporta: “Guardábanse antiguamente, muchos ritos y costumbres malas inventadas por el demonio, para lo cual es de saber que es antiquísimo entre ellos temer y reverenciar al demonio”.
El Poema épico sobre la conquista chilena “La Araucana” de Alonso de Ercilla (1533 – 1594) llamó al demonio Epanamón, diciendo: “En esto Epanamón se les presentaba en forma de dragón horrible y fiero y con enroscada cola envuelta en fuego, y en ronca y torpe voz les habló luego diciéndoles que a prisa caminasen sobre el pueblo español amedrentado”.
Afirmo que en todos los conquistadores latía un sentido cristiano de la vida que afloraba en muchos momentos. Aunque algunos, como Pizarro, vinieron a enriquecerse (recordemos su respuesta a los reclamos de Fray Bernardino de Minaya: ¡Yo he venido a quitarles el oro!); en otros la mentalidad cristiana (según la concepción de la época) se descubre en la repugnancia por la idolatría, el pecado y otros desórdenes. Aun con sus limitaciones y contradicciones, tenían conciencia de su pertenencia a la Iglesia, cuyos ideales contribuyeron a trasladar al nuevo mundo.