Polinésicos en Rapa Nui
En Lambayeque se ha estudiado la
trata inhumana de esclavos negros africanos, chinos y, además, el maltrato
recibido por los ciudadanos japoneses; la persecución terrible contra
ciudadanos japoneses, alemanes e italianos durante las décadas de 1930 y 40 en
plena segunda guerra mundial y una campaña anti asiática promovida por empresarios
y medios de información locales desde la década de 1910 hasta la del 40, por lo
menos. Sin embargo, no se ha divulgado la esclavitud de personas polinésicas en
las haciendas agrícolas de la costa del Perú en pleno auge económico durante la
década de 1860. Entre 1862 y 1863 se intentó traer a la Hacienda Pátapo en
Lambayeque (Propiedad del chileno José Tomás Ramos Font) a 174 “colonos”
polinésicos sin éxito; Sin embargo, es necesaria la reflexión sobre el tráfico
inmoral de polinésicos a nuestro país y el reprobable intento de someterlos en tierras
lambayecanas.
La razón de la esclavitud
En 1862, a personajes como el
irlandés Joseph Charles Byrne o el chileno Agustín Edwards Ossandón, el gobierno
peruano les otorga licencia para introducir al país «colonos» de ambos sexos
desde las, ahora, chilenas Islas de Pascua (Población Rapa Nui), al Suroeste
del Pacífico y destinarlos como mano de obra agrícola y al servicio doméstico. Rapa
Nui era la zona ideal: se encuentra cerca de la costa, no formaba parte del
protectorado de Francia ni tenía la protección de ninguna nación. En la obra “Historia
Rapanui: 1722-1966”, de José Miguel Ramírez, se afirma que entre enero y
marzo de 1863 las expediciones esclavistas peruanas raptaron y masacraron a una
gran cantidad de isleños e incluso incendiaron sus casas. La licencia para
importación de polinésicos significó la más inhumana consecuencia del auge y
progreso económico que vivía nuestro país. Involucró a marinos, empresarios,
financistas… que con los peores y más inmorales ardides lucraron con la vida de
cientos de polinésicos trasladándolos desde su lugar de origen a Paita o el
Callao y, desde allí, a destinos de tortura, opresión y esclavitud. En “El Faro
Militar” (medio de información castrense chileno) aparece la versión del marino
Ignacio Gana, quien afirma en una entrevista realizada en los primeros meses de
1870: “De los isleños repatriados sobrevive uno que otro en el país, i han
inculcado tal odiosidad a los hijos del Perú, que no tienen estas gentes
mayores enemigos”; así, narra el odio de muchas víctimas Rapa Nui hacia los
peruanos a quienes responsabilizaron exclusivamente por los horrores del
tráfico y el terrorífico sufrimiento de los suyos. Uno de los lugares en el que
intentó la explotación a seres humanos traídos con engaños so pretexto de la “falta
de mano de obra”, fue la Hacienda Pátapo, propiedad del millonario chileno José
Tomás Ramos Font. A continuación, la historia.
A la peruana
El 30 de setiembre de 1862, Ramos
Font, recibió licencia del gobierno peruano para introducir colonos de las
islas del pacífico al Perú. Aunque en documentos oficiales hay registro de
solo dos viajes, se conoce que fueron muchos los viajes realizados a las Islas
de Pascua y que los métodos utilizados para el traslado de colonos fueron
absolutamente inmorales. En el artículo de Mery Pérez (2024) titulado “La vez
en que Perú esclavizó a miles de habitantes de la Isla de Pascua y causó un
daño irreparable en su cultura”; se afirma que muy pocos marinos (con ayuda de
intérpretes) explicaban a los polinésicos las condiciones laborales
establecidas en el contrato. Sin embargo, la mayoría de ellos “usaron una
trampa, echando llamativos artefactos en el suelo (de los barcos). Una vez que
los curiosos habitantes de la isla se acercaron a tomar estos ‘regalos’, parte
de la tripulación fuertemente armada los secuestró”. Entre otros, los barcos
peruanos que partieron en 1862 rumbo a la Polinesia con fines esclavistas,
fueron: “Apurímac, Misti, Empresa de Lima, Trujillo, Genara, Bárbara-Gómez,
Adelante, Carolina, Cora, Dolores, Guayas, Guillermo, General Prim, Hermosa,
Honorio, Jorge Zahara, José, Manuelita, Margarita, Mercedes de Wholey, Micaela,
Polinesia, Rosalía, Rosa, Urmeneta, Teresa y el Serpiente Marina". (A.
Schenone, 1965). Destacan dos conocidos oficiales como responsables de dos
embarcaciones: el capitán del buque “Honorio”, Don Aurelio García (quien, si logró
a trasladar esclavos, a través del secuestro, hasta el Perú) y el capitán del “Apurímac”
Don Miguel Grau Seminario (con 28 años de edad) quien no trasladó esclavos por
haber naufragado su embarcación, aunque partió del Callao para tal fin.
A Lambayeque
El bergantín “Ellen Elizabeth”,
propiedad de Ramos Font, fue el primero en llegar a la Polinesia a cargar muy
especialmente colonos para una hacienda que tiene en Lambayeque. Existe un Contrato
de fletamento, firmado entre el capitán Federico Müller y José Tomás Ramos
Font, el 23 de octubre de 1862 en Valparaíso (Chile) para el traslado de
colonos polinésicos hasta el puerto de San José en Lambayeque con el propósito
de usarlos como mano de obra para el cultivo de sus haciendas de Pátapo y
Tulipe. En el lugar, serían entregados a sus agentes, los señores de Solf y
compañía. El contrato era explícito debía traerse a “familias enteras,
escogiendo los matrimonios más jóvenes y jóvenes de ambos sexos que no sean
casados”. La cantidad inicial de colonos sería 150 sin contar niños. El contrato
incluyó una clausula de confidencialidad que prohibía divulgar cualquier hecho
relacionado con los viajes y el pago adicional por traer colonos excediendo el
número oficial de colonos autorizados. Los colonos que llegaron a Perú y, los
que debían llegar a Lambayeque (Pátapo), provenían de las islas Rapa Nui, Famara,
Onotua, Fape, Tusca, Nonuth, Arorai y Nucono.
El “Ellen Elizabeth” partió rumbo a
la Polinesia el 29 de noviembre de 1862. Se dirigió a islas Gilbert, donde secuestró
a 174 «colonos» trasladándolos al puerto de San José (Lambayeque) a donde
arribó el 18 de agosto de 1863. Durante el viaje ocurrieron incidentes
significativos: en la nave, murieron 20 colonos debido al frío y el mal tiempo;
en Lima, la repulsa pública y diplomática por los actos de secuestro y
maltratos contra los polinésicos en el país fueron la presión que obligó al gobierno
de Pezet a derogar la norma que permitió el inhumano tráfico. Al llegar a San
José el “Ellen Elizabet”, el escándalo era mayor. El bergantín estuvo fondeado
en el puerto lambayecano por 04 meses cargando en sus bodegas 154 colonos que
fueron alimentados por el capitán del bergantín (Müller) y los representantes
de Ramos Font en Lambayeque (Solf y compañía). La repulsa social por la mala
alimentación y los maltratos de los que fueron víctima fue inmediato. Müller y
todos los implicados en el secuestro masivo de polinésicos hacia el Perú fueron
enjuiciados sin llegar, ni uno solo de ellos, a ser sentenciados como culpables.
El gobierno, a pedido de la empresa de Ramos y Solf, se hizo cargo de costear
los gastos del viaje de retorno. Fallecieron, durante el retorno, 13 colonos más
llegando a su destino final solo 141 de los 174 que se embarcaron originalmente.
Ya que no pudo cumplir su deseo con respecto a traer polinésicos, Ramos Font
cambió de idea y trajo a Pátapo a esclavos chinos para cumplir sus propósitos.
No fue la única vez que el Puerto de San José recibió embarcaciones con
esclavos polinésicos a bordo. Por el contrario, fue uno de los puertos
preferidos para los traficantes. En los Informes de Cónsules Británicos en el
Perú en el siglo XIX (sintetizados por Heraclio Bonilla) aparece uno en el cual
se afirma que los oficiales a cargo del puerto lambayecano eran corruptos y sus
ilegales actos eran por todos conocidos.
Reflexión final
Existe una naturaleza paradójica en
la memoria humana: es selectiva y a menudo, involuntaria. Recordamos y
olvidamos de maneras que no siempre podemos controlar, lo que añade un elemento
de misterio a su funcionamiento. Jean Paul Richter, afirma “la memoria es el
único paraíso del que no podemos ser expulsados” y, sin embargo, su pérdida es
una tragedia que produce dolor, desesperación y sufrimiento. Por eso, el rol de
la historia (Para beneficio de las personas y sociedades) es el de una fuente
imperecedera de información y conocimiento que causa perplejidad, pero humaniza
por encima de la tragedia, la desesperanza, las derrotas y las victorias. Aprender
de y en ella es, también, hacernos cada vez más sensibles y empáticos a las
necesidades del prójimo y a un compromiso constante de mejora personal y
comunitaria. A lo mejor, un PERDÓN, desde el corazón; un perdón oficial a
quienes han sufrido la inmoral injusticia y oprobio en esta tierra nuestra sea
cada vez más necesario.