sábado, 22 de marzo de 2025

Homo homini lupus: el intento de esclavizar polinésicos en Pátapo (1862 – 1863)

 

                                                                 Polinésicos en Rapa Nui

En Lambayeque se ha estudiado la trata inhumana de esclavos negros africanos, chinos y, además, el maltrato recibido por los ciudadanos japoneses; la persecución terrible contra ciudadanos japoneses, alemanes e italianos durante las décadas de 1930 y 40 en plena segunda guerra mundial y una campaña anti asiática promovida por empresarios y medios de información locales desde la década de 1910 hasta la del 40, por lo menos. Sin embargo, no se ha divulgado la esclavitud de personas polinésicas en las haciendas agrícolas de la costa del Perú en pleno auge económico durante la década de 1860. Entre 1862 y 1863 se intentó traer a la Hacienda Pátapo en Lambayeque (Propiedad del chileno José Tomás Ramos Font) a 174 “colonos” polinésicos sin éxito; Sin embargo, es necesaria la reflexión sobre el tráfico inmoral de polinésicos a nuestro país y el reprobable intento de someterlos en tierras lambayecanas. 

La razón de la esclavitud

En 1862, a personajes como el irlandés Joseph Charles Byrne o el chileno Agustín Edwards Ossandón, el gobierno peruano les otorga licencia para introducir al país «colonos» de ambos sexos desde las, ahora, chilenas Islas de Pascua (Población Rapa Nui), al Suroeste del Pacífico y destinarlos como mano de obra agrícola y al servicio doméstico. Rapa Nui era la zona ideal: se encuentra cerca de la costa, no formaba parte del protectorado de Francia ni tenía la protección de ninguna nación. En la obra “Historia Rapanui: 1722-1966”, de José Miguel Ramírez, se afirma que entre enero y marzo de 1863 las expediciones esclavistas peruanas raptaron y masacraron a una gran cantidad de isleños e incluso incendiaron sus casas. La licencia para importación de polinésicos significó la más inhumana consecuencia del auge y progreso económico que vivía nuestro país. Involucró a marinos, empresarios, financistas… que con los peores y más inmorales ardides lucraron con la vida de cientos de polinésicos trasladándolos desde su lugar de origen a Paita o el Callao y, desde allí, a destinos de tortura, opresión y esclavitud. En “El Faro Militar” (medio de información castrense chileno) aparece la versión del marino Ignacio Gana, quien afirma en una entrevista realizada en los primeros meses de 1870: “De los isleños repatriados sobrevive uno que otro en el país, i han inculcado tal odiosidad a los hijos del Perú, que no tienen estas gentes mayores enemigos”; así, narra el odio de muchas víctimas Rapa Nui hacia los peruanos a quienes responsabilizaron exclusivamente por los horrores del tráfico y el terrorífico sufrimiento de los suyos. Uno de los lugares en el que intentó la explotación a seres humanos traídos con engaños so pretexto de la “falta de mano de obra”, fue la Hacienda Pátapo, propiedad del millonario chileno José Tomás Ramos Font. A continuación, la historia.

A la peruana

El 30 de setiembre de 1862, Ramos Font, recibió licencia del gobierno peruano para introducir colonos de las islas del pacífico al Perú. Aunque en documentos oficiales hay registro de solo dos viajes, se conoce que fueron muchos los viajes realizados a las Islas de Pascua y que los métodos utilizados para el traslado de colonos fueron absolutamente inmorales. En el artículo de Mery Pérez (2024) titulado “La vez en que Perú esclavizó a miles de habitantes de la Isla de Pascua y causó un daño irreparable en su cultura”; se afirma que muy pocos marinos (con ayuda de intérpretes) explicaban a los polinésicos las condiciones laborales establecidas en el contrato. Sin embargo, la mayoría de ellos “usaron una trampa, echando llamativos artefactos en el suelo (de los barcos). Una vez que los curiosos habitantes de la isla se acercaron a tomar estos ‘regalos’, parte de la tripulación fuertemente armada los secuestró”. Entre otros, los barcos peruanos que partieron en 1862 rumbo a la Polinesia con fines esclavistas, fueron: “Apurímac, Misti, Empresa de Lima, Trujillo, Genara, Bárbara-Gómez, Adelante, Carolina, Cora, Dolores, Guayas, Guillermo, General Prim, Hermosa, Honorio, Jorge Zahara, José, Manuelita, Margarita, Mercedes de Wholey, Micaela, Polinesia, Rosalía, Rosa, Urmeneta, Teresa y el Serpiente Marina". (A. Schenone, 1965). Destacan dos conocidos oficiales como responsables de dos embarcaciones: el capitán del buque “Honorio”, Don Aurelio García (quien, si logró a trasladar esclavos, a través del secuestro, hasta el Perú) y el capitán del “Apurímac” Don Miguel Grau Seminario (con 28 años de edad) quien no trasladó esclavos por haber naufragado su embarcación, aunque partió del Callao para tal fin.

 

A Lambayeque

El bergantín “Ellen Elizabeth”, propiedad de Ramos Font, fue el primero en llegar a la Polinesia a cargar muy especialmente colonos para una hacienda que tiene en Lambayeque. Existe un Contrato de fletamento, firmado entre el capitán Federico Müller y José Tomás Ramos Font, el 23 de octubre de 1862 en Valparaíso (Chile) para el traslado de colonos polinésicos hasta el puerto de San José en Lambayeque con el propósito de usarlos como mano de obra para el cultivo de sus haciendas de Pátapo y Tulipe. En el lugar, serían entregados a sus agentes, los señores de Solf y compañía. El contrato era explícito debía traerse a “familias enteras, escogiendo los matrimonios más jóvenes y jóvenes de ambos sexos que no sean casados”. La cantidad inicial de colonos sería 150 sin contar niños. El contrato incluyó una clausula de confidencialidad que prohibía divulgar cualquier hecho relacionado con los viajes y el pago adicional por traer colonos excediendo el número oficial de colonos autorizados. Los colonos que llegaron a Perú y, los que debían llegar a Lambayeque (Pátapo), provenían de las islas Rapa Nui, Famara, Onotua, Fape, Tusca, Nonuth, Arorai y Nucono.

El “Ellen Elizabeth” partió rumbo a la Polinesia el 29 de noviembre de 1862. Se dirigió a islas Gilbert, donde secuestró a 174 «colonos» trasladándolos al puerto de San José (Lambayeque) a donde arribó el 18 de agosto de 1863. Durante el viaje ocurrieron incidentes significativos: en la nave, murieron 20 colonos debido al frío y el mal tiempo; en Lima, la repulsa pública y diplomática por los actos de secuestro y maltratos contra los polinésicos en el país fueron la presión que obligó al gobierno de Pezet a derogar la norma que permitió el inhumano tráfico. Al llegar a San José el “Ellen Elizabet”, el escándalo era mayor. El bergantín estuvo fondeado en el puerto lambayecano por 04 meses cargando en sus bodegas 154 colonos que fueron alimentados por el capitán del bergantín (Müller) y los representantes de Ramos Font en Lambayeque (Solf y compañía). La repulsa social por la mala alimentación y los maltratos de los que fueron víctima fue inmediato. Müller y todos los implicados en el secuestro masivo de polinésicos hacia el Perú fueron enjuiciados sin llegar, ni uno solo de ellos, a ser sentenciados como culpables. El gobierno, a pedido de la empresa de Ramos y Solf, se hizo cargo de costear los gastos del viaje de retorno. Fallecieron, durante el retorno, 13 colonos más llegando a su destino final solo 141 de los 174 que se embarcaron originalmente. Ya que no pudo cumplir su deseo con respecto a traer polinésicos, Ramos Font cambió de idea y trajo a Pátapo a esclavos chinos para cumplir sus propósitos. No fue la única vez que el Puerto de San José recibió embarcaciones con esclavos polinésicos a bordo. Por el contrario, fue uno de los puertos preferidos para los traficantes. En los Informes de Cónsules Británicos en el Perú en el siglo XIX (sintetizados por Heraclio Bonilla) aparece uno en el cual se afirma que los oficiales a cargo del puerto lambayecano eran corruptos y sus ilegales actos eran por todos conocidos.

Reflexión final

Existe una naturaleza paradójica en la memoria humana: es selectiva y a menudo, involuntaria. Recordamos y olvidamos de maneras que no siempre podemos controlar, lo que añade un elemento de misterio a su funcionamiento. Jean Paul Richter, afirma “la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados” y, sin embargo, su pérdida es una tragedia que produce dolor, desesperación y sufrimiento. Por eso, el rol de la historia (Para beneficio de las personas y sociedades) es el de una fuente imperecedera de información y conocimiento que causa perplejidad, pero humaniza por encima de la tragedia, la desesperanza, las derrotas y las victorias. Aprender de y en ella es, también, hacernos cada vez más sensibles y empáticos a las necesidades del prójimo y a un compromiso constante de mejora personal y comunitaria. A lo mejor, un PERDÓN, desde el corazón; un perdón oficial a quienes han sufrido la inmoral injusticia y oprobio en esta tierra nuestra sea cada vez más necesario.