viernes, 29 de mayo de 2009

Chiclayo: aquellas cosas que añoro


De Chiclayo de mi niñez muchas cosas añoro, no lo digo con nostalgia pues el recuerdo vive; cierro los ojos y vuelvo a los tiempos más hermosos, tiempos de gozo, días de aventuras y tradiciones, de panquiteras, banjios, batea en zarza y espesado. Del tiempo recorrido hasta hoy fue mejor el pasado y, aunque Chiclayo es eterno, radica en mi pecho lo tierno, la impronta: Soy cholo de piel cobriza, muy quemada por la brisa de nuestro vecino mar, empezaré a caminar y daré sin parar a cada recuerdo sonrisas.
Casi a las seis de la tarde entre lunes y domingo, anunciaba una señora de estatura baja y descalza, que tenía en su canasta envuelta cual joya de oro, el más rico tesoro de la culinaria chiclayana. Una panquita renegrida por el fuego del tostón, con una life escondida como en el campo el chiroque, se mostraba ante mis ojos con singular coqueteo, buscaba que de el estoque y no un simple toqueteo. Se comía con ají en agua de buen color amarillo, y salía del bolsillo una moneda de a sol, de aquellas blancas, medianas, con la cara del cacique, vale aquel precio y aun más la sabrosa “panquita de life”.
En la casa de Bartola se comía “batea en zarza” y la sala se llenaba con la gente del molino, por cuidar el intestino con una chicha asentaban. Una fuente para tres, era costumbre de aquellos, que en la propiedad de los Piedra a diario laboraban, y entre cucharadas matizaban con un sonido de banjio y buenos valses criollos, yucas , comotes y ají; cuando pases por ahí recuerda bien lo que digo, encontrarás el huequito en el barrio “San Martín”.
No puede quedar rezagado un plato que es la delicia, y aunque en último lugar de a conocer su atributo, jamás quedará de lado, debo tratar ahora de su majestad: el espesado. De color verde el maíz por su mezcla con culantro se sirve en un plato hondo con abundante arroz amarillo, la carne de res en su brillo, lentejas, yucas y ají, no descuiden por ahí poner caballita salada. Es el plato de los lunes según manda la tradición aunque se saborea lo mismo sin importar la ocasión.
No puedo dejar de decir que todos los platos de arriba hasta hoy los puedes probar, pero el sabor es moderno, perdió lo tradicional. Se comía envuelto en el humo o se olía en el ambiente el carbón, se veía a lo lejos la cocina y en la puerta una banderita blanca mostrando una rama verde y ají, indicaba que ahí se cocinaba sabroso y que además podías pedir la yapa o cariñito; hoy Chiclayo no es chiquito, pero conserva su historia, he de darla a conocer hasta que pierda la memoria.

sábado, 16 de mayo de 2009

Algo más sobre huacas y huaqueros


La palabra “huaquero” deriva del término quechua “wak’a” que significa sagrado y, aunque popularmente se usa para designar en nuestro tiempo a los enterramientos prehispánicos, una Wak’a podía ser una piedra, una cueva, un árbol, un cerro, un lago, en general un sitio de significación sagrada.
En nuestra región los restos arqueológicos de este tipo están intimamente vinculados con las tradiciones, costumbres y creencias locales. De manera que mucho antes que cualquier trabajo de indagación arqueológica los pobladores habían tomado conocimiento y posesión del lugar.
Las huacas, según la tradición, son edificaciones de los “gentiles”, antes de la cristianización española. El término “gentiles” proviene del hebreo “goim” o “gojim” que significa gentes o naciones con creencias distintas y por ello “infieles”. El gentil era idólatra (por extensión) y la idolatría no es admisible en la fe cristiana. Sin embargo es notable la manera en que actualmente ejercen influencia sobre la vida cotidiana del poblador de a pie. Hoy en día, cerca de las huacas, hay capillas como “marcando” la actual creencia cristiana de los pobladores. Y, como “Dios todo lo ve”, se deben hacer misas y rezos debido a la acción de los chamanes y huaqueros foráneos que las usan como altar de sus rituales paganos o como botín de su ilegal ocupación.
Desde hace mucho tiempo existe la costumbre de huaquear durante la “semana santa”. El día preferido es viernes santo, se piensa que “Dios está muerto y no ve”; esa es la razón del huaqueo en tales fechas e implica que muchas prácticas y creencias sincréticas continúen vigentes en diversas zonas de la región de Lambayeque. En este sentido, pienso que el sincretismo religioso en nuestra región se fundamenta en la reinterpretación o adscripción de antiguos significados a elementos nuevos; prometo tratar próximamente este tema con la intención de aclarar algunas ideas.
En lugares como Túcume o Sipán, los pobladores que se dedicaban al oficio eran concientes del carácter sagrado de las huacas. Los tucumanos se convirtieron en huaqueros económicos en otras huacas y lugares que no fueran los suyos. El trabajo del huaqueo en las huacas propias, fue una actividad muy ritualizada y de conocimiento comunitario, hoy en día no es realizado en zonas protegidas.
Algunos de los datos empleados en este y otros artículos forman parte de la tradición oral de los pueblos de Lambayeque. El investigador, Arq. Julio César Fernández Alvarado nos dice sobre la tradición oral en su trabajo “Cerros, huacas y encantos de la costa norte lambayecana del Perú”: “La tradición es una parte del folclor, y por ende del saber popular, sin el, no habría la continuidad de lo que hemos heredado del pasado ancestral. Dentro de este enfoque, una parte de la tradición es la fuente oral, la que se encuentra ejemplificada a través de los mitos, leyendas, cuentos entre otros relatos”.