miércoles, 24 de enero de 2018

La Historia del Indio Villasante
Pobladores de Concepción (Huancayo) año 1917
Fotografía disponible en: metodistaperu.blogspot.com

El alférez del ejército Ezequiel Villasante Gonzales falleció, según certificó el Dr. Juan Ugaz (médico titular), en Chiclayo a las 11.30 de la mañana del 4 de setiembre de 1919 víctima de tuberculosis pulmonar en un departamento de pensionistas del Hospital “Las Mercedes”. Era soltero, tenía 26 años y pasó en solitario el tiempo de su internamiento. Sus padres, don Mariano y doña Josefina, y Hortensia, su novia, fueron los últimos en enterarse. Hasta su natal Concepción (Huancayo) no llegaron a tiempo las noticias de la enfermedad, muerte y encierro cruel de su hijo en las frías celdas del cuartel en Lambayeque, que las produjo.
Ezequiel era mestizo, 1,60 m de estatura, cabello negro, nariz aguileña… ¡Cholo! ¡Indio! De acuerdo al infame parecer de la antigua oficialidad elitista, y así se lo hicieron recordar. Despectivamente tratado como el “cholo Ezequiel” o el “indio Villasante”, trascendió con valor rebelándose ante el improperio. No sabemos su argumento a la ofensa, pero inferimos fue ruda, directa, sincera, veraz… Villasante fue un hombre de no escasa cultura. Entre sus objetos personales se encontraron novelas, cuadernos de apuntes, innumerables cartas y una copia de la defensa del juicio que, por su apariencia, fue releída muchas veces. Fue acusado de “Insulto al superior”.
La vergonzosa muerte de Villasante se trató de ocultar. El mayor Carlos Lluncor, del Regimiento de Infantería N° 01 de Lambayeque, fue comisionado junto al Tnte. Manuel Camino Calderón para, en cumplimiento del artículo 27 del Código de Justicia Militar (vigente en aquel tiempo), cumpliesen con dar cristiana sepultura a los restos del Alférez Villasante. No escatimaron en gastos: nicho perpetuo y carroza, una costosa caja mortuoria, 04 coronas florales, el alquiler de un automóvil para el traslado de los oficiales comisionados y 15 misas a ser oficiadas durante el primer mes. Todo por un valor de 160 soles.
Los comisionados informaron a los superiores, ausentes adrede durante el acto, que “(…) vieron sacar el féretro de una de las salas de pensionistas de ese establecimiento, para colocarlo en una carroza de primera clase a la que acompañaron en un automóvil hasta el Panteón nuevo, a donde condujo los restos del malogrado Alférez los que fueron depositados en un nicho perpetuo del cuartel de San Víctor; nicho que fue cerrado y el que lleva por número 196…”. Solo, así murió y fue sepultado Villasante. Sin presencia de su padres y novia. Sin el apoyo de la oficialidad y, mucho menos, de aquel militar sin nombre cuyas palabras de ofensa aún resuenan: ¡Cholo Ezequiel! ¡Indio Villasante! Y que dieron origen a toda esta historia de sufrimiento.

Al enterarse, sus padres vinieron y lloraron a su hijo. Hortensia no pudo venir, o no quiso, o pensó no soportaría ver sus restos, no lo sabemos. De su hijo solo quedaban la tumba fría del cuartel San Víctor y los objetos que, inventariados, fueron entregados a sus progenitores: Una caja corriente con su chapa y llave; un terno de paño nuevo; un par de zapatos de hule con presilla; un sombrero de paño negro; cuatro camisetas; un calzoncillo; dos cuellos; dos corbatas; tres sabanas; tres servilletas; seis pañuelos; útiles de aseo una cajita de lata conteniendo útiles de costura; una carterita con carboncillos de colores; cuatro frascos de remedios; dos cajas conteniendo ampolletas para inyecciones; un gancho de madera para colgar ropa; un block de papel para cartas y veinte sobres; dos novelas; dos cuadernos de apuntes; una copia de la defensa del juicio del extinto; un paquete conteniendo cartas particulares y envuelta en un papel de regalo una medalla de metal con el nombre de Hortensia. A lo mejor y ella fue la persona que logró sus agónicos suspiros y el amor jamás realizado da un corolario triste a la corta vida del cholo, del indio que no soportó el atropello y defendió su dignidad. 

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