miércoles, 16 de agosto de 2017

Japoneses de Lambayeque durante la Segunda Guerra Mundial: Bajo las nieblas de la persecución

Japoneses en Chiclayo a inicios del siglo XX. Pampa de los Japoneses.
Origen: Archivo Fotográfico Uchiyama

El Sr. Oyama tenía en su relojería de Chiclayo una llamativa fotografía del emperador Hirohito; en su juventud fue soldado del ejército japonés y aunque migró junto a su familia hasta la costa del Perú a inicios del siglo XX aquella foto era el signo de su identidad. Junto a su familia lograron prosperidad, Vestía bien y ostentaba objetos de oro. Luego, a causa de su nacionalidad, fue arrestado durante la segunda Guerra Mundial junto a otros ciudadanos alemanes, japoneses e italianos; y tuvo que encargar (para nunca más recuperar) sus bienes entre vecinos y conocidos. Los tomaron prisioneros y los subieron a un ómnibus… se los llevaron a Talara y luego, en barco, a Estados Unidos, a Crystal City (campo de concentración). Iban todos ocultos. Cuando el barco pasó por Panamá los prisioneros percibieron los trabajos de la tripulación para que su infausta carga no sea descubierta. Fue arrestado de madrugada y, en ropa de dormir, subido a la fuerza al ómnibus cuadrado en la calle San José, frente al parque principal, reconoció entre los capturados al maestro Karl Weiss. Lo perdió todo: trabajo, negocios, dinero…dignidad, afectos. Su esposa, peruana de ascendencia japonesa, decidió ir con el llevando también a sus dos hijas. En Cristal City procrearon dos hijos varones. No eran peruanos, japoneses, ni norteamericanos pues dicho gobierno nunca reconoció la existencia del campo de concentración. Al fin de la guerra, apátridas, sin hogar, ni recursos fueron deportados a Japón.
Participaron, como todos, de la reconstrucción japonesa después de la gran guerra; y al cabo de aproximadamente doce años, recibió el llamado de un primo establecido en el Perú que necesitaba brazos para su restaurante. De ese modo, los Oyama retornaron al país, primero a Talara y luego a Chiclayo. Yoshio Oyama, su hijo, hoy radicado en Chiclayo y empresario del rubro ferretero, tenía 16 años cuando vino con su padre. Perú le era desconocido. Cuando piensa en el Japón de la posguerra recuerda no había nada, ni comida por la guerra. ¿Qué comía? Un camote, papa… eso (se) comía. Ahí no había nada, ¡Qué familia! ¡Olvídate! Te da (una) patada, te bota... bien triste. (Es que) todos (están) en misma condición.
Jorge Fernández, en “Recuerdos de vida: testimonios de nikkei en Lambayeque” agrega valiosa información: Cuando el tío de Yoshio se apartó del restaurante para abrir una ferretería, su papá se quedó con aquel negocio. Yoshio recuerda que su padre trabajó hasta una avanzada edad. Cuando le decía que descansara, que no trabajara tanto, él le replicaba que uno, aunque viejo, tiene que seguir luchando y estando en actividad.
Colonia Japonesa en Chiclayo a inicios del siglo XX

Desde su llegada a nuestra tierra, los japoneses han sido siempre ejemplo de vida en comunidad, laboriosidad y justicia. Han legado a nuestra cultura sus valores tradicionales hoy en sincretismo con los nuestros. Tuvieron un colegio: el Colegio japonés de Chiclayo ubicado, con doble frente, entre las calles Vicente de la Vega y Lora y Cordero, en el mismo local que tras ser confiscado por el estado peruano en la década de 1940, sirvió para el funcionamiento del colegio San Pedro y del Jardín de la Infancia hasta tiempos recientes. El local, tras un largo litigio, fue recuperado por la Asociación japonesa de auxilios mutuos en 1998.

El presente artículo, basado en la entrevista realizada por la investigadora chiclayana Priscilla Lee para su trabajo monográfico sobre "Trato a los Japoneses en Lambayeque durante la Segunda Guerra Mundial", es un homenaje a sus vidas, a su lucha y su legado. Nuestra ciudad se siente honrada de tenerlos en su seno. Hoy, como peruanos y descendientes de japoneses, trascienden como supervivientes de un tiempo horrendo y de una persecución que jamás debió ocurrir. En nombre de todas las generaciones de nuestra tierra, por lo que se hizo mal y el bien que no se hizo, por los silencios cómplices y la falta de solidaridad ¡Perdón! Son ustedes un ejemplo que dignifica a nuestra nación.