jueves, 27 de julio de 2017

Agustinos en Saña: Los primeros años del Convento de San Agustín

Convento San Agustín de Saña (Zaña) año 2011

Introducción
La vida de los agustinos en los años iniciales del convento de San Agustín de Zaña (Saña) ha sido relatada por Fray Antonio de la Calancha en su “Crónica moralizada de la orden de San Agustín en el Perú” (1639). El Libro IV - Capítulo XI narra lo ocurrido en el convento entre 1584,  año de su fundación, y 1587 en que fue admitido a la orden en el capítulo de ese año.  Los aspectos tratados en su crónica y que interpretaremos en este artículo son: La fundación del convento de Zaña, los milagros que obró (según de la Calancha) en el pueblo San Nicolás de Tolentino y dos casos criminales.
Se ha contrastado la información de De la Calancha con la del cronista Fray Tomás de Herrera y autores contemporáneos como Enrique Fernández, Antonio Ybot, Sandra Negro y Samuel Amorós. Es importante conocer y reconstruir sobre bases historiográficas la vida cotidiana de la orden agustina en Lambayeque entre los siglos XVI y XXI (con un corte desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX) y los aportes de esta institución religiosa en la educación y cultura del departamento. El documento estudiado nos da aproximaciones relevantes las cuales presento a continuación.
1.     El arribo y el convento
Según Enrique Fernández (2000)[1] en 1550, desde Cádiz, una barcaza con doce frailes agustinos parte hacia Panamá y Perú a petición del rey Carlos V con la aprobación del padre general Fray Jerónimo Seripando y del provincial de Castilla Fray Francisco Serrano. Instalados en Perú, inician su ministerio y en 1560, por gracia del Virrey Francisco de Toledo, reciben cinco pueblos del valle de Pacasmayo, con lo cual llegan a la costa norte. Sobre dichas doctrinas,  Antonio Ybot (1954), nos dice “fundaron cinco doctrinas en las tierras de indios yungas: Pueblo Nuevo, Chepén, Jequetepeque a orillas del río de ese nombre, Mocupe y san Pedro de Lloc, concedidas por el Virrey don Francisco de Toledo a los agustinos como renta para el sostenimiento del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de Pacasmayo situado en las cercanías”[2] extendiéndose hasta Zaña (Saña) a inicios de 1580.
Las características de la villa de Santiago de Miraflores son mencionadas en el texto de de la Calancha en los siguientes términos:
Es zaña una villa siete leguas de Nuestra Señora de Guadalupe, fundose con título de Santiago de Miraflores, nombre que no ha conservado, porque la malicia humana se inclina a nombres burdos que a honrarse con los santos, intitulase comúnmente con este nombre de Zaña, que es el de su valle, aunque en lo judicial, escrituras y despachos, se nombra Santiago. Esta más de cien leguas de Lima hacia el norte junto al mar, y tiene por puerto a Chérrepe, que es furioso y donde siempre se teme peligro. Es cuantioso su comercio por valles y sierras que allí embarcan, y contratan sus comidas y frutos de la tierra, proveyendo a Lima de jabón, corambre (cueros) y azúcar, y a Panamá de harina, de trigo, arroz, maíz y otras semillas. Es valle deleitoso por sus arboledas y río, de buena agua, que dicen nace de un mineral de oro; es corto el valle, y cría gran suma de palmas, que hay copiosas heredades y dátiles excelentes. Es tierra muy caliente y muy enferma, porque la fundaron arrimada a una ciénaga, que del centro brota humedad y salitre, y la bañan poco los aires, cogiendo el río el otro lado. Está en siete grados a esta parte de la línea al Trópico de Capricornio, y tiene por estrellas verticales las mismas que dejamos dichas del pueblo de Nuestra Señora de Guadalupe, y tiene sujeta a Zaña la doctrina de Mocupe (p.853)
La crónica de Fray Tomás de Herrera (1652), al igual que la de Fray Antonio de la Calancha, afirma que “se fundó el convento de Zaña a 5 de octubre de 1584, y fue el fundador el maestro Fray Alonso García, religioso muy observante; y admitiose a la orden en el capítulo del año de 1587, nombrando por primer prior al padre San Juan Bautista…”[3]. El convento, que se mantendría vigente hasta inicios del siglo XVIII, estuvo cerca de conventos de otras órdenes contraviniendo, según Vargas Ugarte “Las normativas (que) establecieron que no debía haber más de un monasterio en un pueblo y su comarca… (Sin embargo, en) Saña, hubo varios monasterios y conventos en un solo lugar…”[4]. Además, de la lectura del “Plano de la ciudad de Santiago de Miraflores de Saña” elaborado después de la Visita pastoral del obispo Baltazar Jaime Martínez Compañón entre 1782 y 1783, se infiere que  debido a las inundaciones de 1720 y 1728, los agustinos, dejaron su iglesia y convento por hallarse en estado ruinoso; de la misma opinión son Negro & Amorós (2015)[5]. Oficialmente, el convento de San Agustín de Zaña, se encontró en la lista de aquellos Conventos suprimidos en territorio de la Provincia Agustina de Ntra. Sra. de Gracia (Perú y Bolivia) el año 1830.
La iglesia y convento de San Agustín, una admirable muestra de la arquitectura gótica colonial en esta parte del continente, “fueron erigidos utilizando la segunda cuadra desde la plaza mayor, camino al norte, ocupando una manzana entera…”[6]
2.     Devoción a San Nicolás de Tolentino
Desde sus primeros años, el convento se convirtió en centro de devoción de San Nicolás de Tolentino, quien “ha llenado la casa de ofrendas y limosnas” (según de la Calancha) en cuya cofradía participó “lo mejor de la villa, y las sirve con ostentación de culto, y con gruesas limosnas “[7]
La intervención del santo fue milagrosa, según un emocionado (o exagerado) de la Calancha, que afirma “viéndose cada día soberanas maravillas, son docenas los cojos, tullidos, ciegos y desahuciados. Ha librado un sinnúmero de mujeres que peligraban sus partos y a niños de quien no se esperaba vida, sanando a otros que padecían enfermedades ocultas” (p. 853). Una aclaración, al decir “exagerado” refiero al estilo del cronista que en esa época no escatimaba en adjetivos para mostrar el actuar milagroso de San Nicolás de Tolentino en Zaña tal como ocurrió en otras partes del Perú como en Huamanga donde, Fray Juan Teodoro Vázquez escribe en su crónica se apreció el actuar milagroso Venerable Siervo de Dios Fray José de Espinosa y Valdivieso.
Fray Antonio de la Calancha dedica un amplio texto para mostrar su propia devoción, y la de los miembros de su orden, a San Nicolás de Tolentino; primer santo agustino canonizado en 1446 y que vivió durante la primera mitad del siglo XIII: "Oh divino Nicolás… ni un hilo quisiste del mundo… tu si eres mejor sol para la religión agustina, que José para el pueblo hebreo, pues mientras te ibas a poner caminando a la muerte, negociaste… de Jesucristo riquezas espirituales para tus hermanos agustinos … y desde que del todo pasaste de esta vida como sol al otro hemisferio de la gloria, no has consentido que tus hermanos pasen necesidad, ni la pobreza los rinda a miserable sujeción, dando tantos vienes a los conventos de tu orden, que las limosnas que en tu nombre nos dan, sustentan a tus hermanos, y tus misas y milagros enriquecen nuestras iglesias. Oh pobre liberal, haciéndote pobre para hacernos ricos” (p. 854).
3.     Dos casos criminales
3.1 la afrenta a un religioso
El documento del cronista de la Calancha relata dos casos criminales, en los que las víctimas fueron religiosos de la Villa. El primer caso criminal es narrado de la siguiente manera:
Un vecino de Zaña, hombre distraído, compadre del corregidor, tenía celos de que un religioso de cierta religión entrase en una casa donde el pretendía ofensas de Dios, deseaba hacerle una gran afrenta; y sabiendo que estaba visitando el religioso a la mujer, se fue el mal hombre al corregidor y negoció con él, que lo sacase con ignominia, y pudo tanto el compadrazgo o el interés que de él recibía, que siendo de día entro a la casa, y sacó al religioso, y lo llevó con toda publicidad a su convento afrentándolo en toda la villa (p. 856)
Las consecuencias de este hecho son para de la Calancha un castigo de Dios a los infractores y en la narración de los efectos de este hecho muestra el estilo narrativo propio de la mentalidad religiosa de la época la cual se muestra más implicada por su condición de religioso. Refiere que quince días después del hecho falleció el cómplice corregidor sin haber recibido los sacramentos. Sobre el asesino del religioso, relata
… el día siguiente por la mañana, oyó el celoso malhechor que de una ventana de su recámara lo llamaban por su nombre: … por haber hecho aquella ofensa al religioso y a su hábito, por daros gusto, estoy condenado, y vos daréis hoy cuenta a Dios. Desapareció la visión, y el hombre muriera allí de espanto, sino le socorriera Dios; fuese luego de rodillas desde su cama hasta el convento, y puesto ante el prelado y ante el religioso, llorando amargamente les pidió perdón, deleitando su culpa con extremos de sumo arrepentimiento, y en presencia de todos refirió la visión del brazo ardiendo, y lo que el corregidor le había dicho, y habiéndole perdonado el prelado, y el ofendido pidió confesión sin salir de su convento, y allí se confesó y recibió el santísimo sacramento, que sea alabado, y vuelto a su cama murió aquella tarde. (p. 856)
Es interesante la relación que de la Calancha hace entre este caso criminal y el destino de los victimarios por haber osado afrentar a un religioso:
Nadie ofenda a los Cristos de Dios… (Ni) y a un sacerdote religioso de la ley de gracia, templo de Jesucristo... (Dios dará sanción) al que destruye la honra y fama de un religioso… que cuando la justicia agravia, ejecuta Dios todo el rigor de la justicia, porque debiendo atender a la justificación, y servir de freno, se hacen cómplices de la maldad, y sirven de espuela. Teman los que hablan, sino quieren hablar cuando hacen temer (p. 857)
4.     El asesinato de un religioso
A continuación la narración del segundo caso criminal:
El otro suceso acaeció en Zaña en un descompuesto, a quien quitó el hábito mi religión, expulsó de la orden, hirióle un marido hablándole en su casa, y corrieron a nuestro convento a pedir confesor; envió el prior a un bonísimo religioso llamado Fray Domingo de Besurtén, hijo de esta provincia y natural de Vizcaya, extremado predicador, y muy estimado en la villa. Corrió llevado de la claridad, y de la obediencia a confesar a los heridos, y pudiera ir muy despacio, porque ella sanó dentro de ocho días, y el no murió en aquellos seis meses, habiendo sanado de la herida. El caritativo padre Fray Domingo corrió a la confesión, ansioso de acudir a la obra de caridad, y un hombre sacrílego padrastro de la mujer, le atravesó las entrañas pasándole el cuerpo con la espada, y el siervo de Dios no le dijo otra venganza, sino ¿Por qué me has muerto? Perdónetelo Dios. Lleváronle al convento, donde habiendo recibido los sacramentos con ansias de devoción, sin hacer acto de venganza, antes perdonando al sacrílego vivió dos días, y murió hecho mártir de la obediencia y de la caridad… (p. 857)
Sobre el terrible destino del victimario, de la Calancha, afirma:
El marido que hirió al sacerdote, amaneció muerto sin confesión; un cuñado del matador que le defendió y vino a Lima, a negociar que la religión perdonase la muerte (cosa que sin escusa hizo el provincial) desembarcando en Chérrepe de un navío suyo, gozolo de llevar el perdón, subió en una excelente mula, y a pocos pasos le arrojó de sí, quedándosele un pie en el estribo, y habiéndole despedazado la mula, lo metió en su casa dividido en pedazos.
Una vez más, de la Calancha expresa en el texto su creencia y, seguramente, la de todos los religiosos de la época sobre el signo sagrado del sacerdocio y las consecuencias que implica afrentar a los religiosos:
Tiemble el secular de perder el respeto al sacerdote, pues castiga Dios con más rigor al que le hace desprecios que al que al mismo Dios  ofende con agravios. confundiéndolos en cuerpo y ánima a los infiernos perdurables, tragando con ellos sus tabernáculos, sus alhajas y sus haciendas; con que dejo declarado, que si sufriere los agravios que le hacen, ha de castigar con tan horribles penas, los desacatos que a sus sacerdotes hiciere… ¡Oh inmensa honra del sacerdocio! Que quiso Cristo más probar que era Dios por ser sacerdote, que no alegar pruebas de que era hijo natural, unigénito y eterno de su eterno Padre infinito Dios, honrándole esta vez con el sacerdocio, y no con su propia divinidad. Pero todo lo dispuso cristo, para que ni se atrevan con agravios al sacerdote, ni dejen de adorar todos al sacerdocio (p. 857)
5.     Conclusiones
La “Crónica moralizada de la orden de San Agustín en el Perú” (1639) de Fray Antonio de la Calancha es un texto histórico que muestra algunos hechos considerados relevantes por el religioso en los tres primeros años de existencia de la Iglesia y convento de San Agustín de Zaña. Su lenguaje es comprensible y típico de los escritos históricos de la época. No profundiza en detalle sobre las ocurrencias al interior o sobre la vida conventual, considerando la sacralidad de las personas de los sacerdotes o religiosos a quienes denomina “cristos”. Su condición de religioso le lleva a citar constantemente figuras bíblicas. No hay referencia alguna a las condiciones de vida del poblador zañero y sus diferentes castas; es posible inferir la opulencia de algunas familias por las referencias que hace en tres ocasiones a las limosnas y donativos alcanzados a través de la cofradía de San Nicolás. El texto brinda una presentación con poco detalle del inicio del ministerio agustino en la actual zona lambayecana. Es de gran importancia indagar en documentos datos que permitan conocer más sobre el aporte de la orden agustina en Lambayeque colonial como parte de la investigación sobre la Historia de la Iglesia lambayecana.




[1] Ver en Perú cristiano (2000) de Enrique Fernández, p.118
[2] Ver en la iglesia y los eclesiasticos españoles en la empresa de indias (1954) de Antonio Ybot León, p. 745.
[3] Ver en Historia del Convento de San Agustín de Salamanca (1652) de Fray Tomás de Herrera, p. 412
[4] Ver en Ensayo de un diccionario de artífices de Rubén Vargas Ugarte, pp. 21-22; Burón, Documentos, p. 41
[5] Ver Opulencia y fatalidad en San Agustín de Saña en el Perú, siglos XVII al presente (2015) de Sandra Negro y Samuel Amorós, p.3 – 4.
[6] Ver en  Opulencia y fatalidad en San Agustín de Saña en el Perú, siglos XVII al presente (2015) de Negro & Amorós, p. 3
[7] Ver en Crónica moralizada de la orden de San Agustín en el Perú (1639) de Fray Antonio de la Calancha, p.853.

lunes, 10 de julio de 2017

Trato a los Chinos en Cayaltí: Sobre las Colinas de Arena

Una Comunidad China en la Costa del Perú
(S/a - S/f)

Según Fernando de Trazegnies (1994) “de manera genérica, no puede decirse sin matices que los chinos estuvieron mal tratados en las haciendas donde cumplieron sus contratas: hay casos de buen trato y casos de mal trato”. Sin embargo, hubo quejas del maltrato recibido por los chinos en muchas haciendas de la costa, lo cual motivó que el 27 de enero de 1885 el Comisionado General chino en el Perú, Ghiu Chi Yeung en carta dirigida al Diario “El Comercio”, manifieste: “¿Por qué es que los chinos se prestan a contratarse para ciertas haciendas y no para otras? Tomen ustedes un intérprete chino y vayan al distrito en que habitan los chinos y encontrarán ustedes que existen listas de las haciendas a donde reciben buen trato y lo contrario, y naturalmente se oponen a contratarse para ser maltratados”.
En 1887, una comisión del gobierno chino integrada por los diplomáticos Moore Chan Fan y Ling Y You y asesorada por el militar peruano, representante del Ministerio de Gobierno, Tte. Crnl. Emilio Escobar y Bedoya; visitó las haciendas del litoral peruano entre ellas las ubicadas en Chiclayo y Lambayeque. Su objetivo fue observar in situ la condición de los trabajadores chinos llegados al Perú desde 1849 bajo el sistema de “contrata” y la de aquellos que habiendo concluido su contrato iniciaba la “recontrata”. En el expediente de archivo sobre estas averiguaciones ubicado en la Biblioteca Nacional no se encuentra la versión de los diplomáticos chinos pero sí la de Emilio Escobar quien afirmó “el resultado general de la inspección ha sido satisfactorio, salvo excepciones que han encontrado remedios conciliadores con intervención de mi autoridad… me felicito que se haya conocido de manera auténtica el estado de prosperidad en que se encuentra la colonia asiática y el buen trato que reciben los individuos de ella…” y sobre lo observado en Cayaltí, mencionó “…la comisión china quedó sumamente complacida del buen trato que reciben sus compatriotas como igualmente el que suscribe, del orden y exactitud en todos los trabajos de la hacienda indicada…”.
Trazegnies afirma que el “buen trato” recibido por los chinos en Cayaltí fue debido a que los señores Aspíllaga “fueron particularmente humanitarios y considerados con sus trabajadores chinos…” aunque reconoce que “el trato era estricto pero ordenado y sujeto a reglas”, lo cual es contradicho por la afirmación del historiador Michael Gonzales en su investigación “La experiencia china en Cayaltí: 1865 – 1900” en la que afirma “la vida en Cayaltí fue dura y muchas veces cruel para los chinos… los Aspíllaga se prepararon bien para la inspección cubriendo todas las cosas e impresionando a los comisionados con sus buenos modales” mientras Humberto Rodríguez Pastor, sostiene que las observaciones favorables de la comisión en Cayaltí se deben a que se entrevistó a “chinos libres” es decir a quienes ya habían concluido su contrata y trabajaban como peones libres o arrendatarios de parcelas.
Los Aspíllaga, expropietarios de Cayaltí
Foto de Cudelio Córdova (s/f)


Perú, el país de las colinas de arena fue el nuevo hogar de los hijos del celeste imperio; así lo vio  Juan de Arona que en “Inmigración en el Perú” (1891) dedicó a los chinos los siguientes versos “No hay donde al chino no le halles/ desde el ensaque del guano/ hasta el cultivo en los valles/ desde el servicio de mano/ hasta el barrido de las calles/ Aún de la plebe es sirviente/y no hay servicio ¿lo oís?/ que él no abarque diligente/ ¿Y la gente del país?/¡Está pensando en ser gente!//”

Lambayeque y Fernando VII: El Fidelismo de los Indios Privilegiados

Retrato de Fernando VII pintado por Goya para
el ayuntamiento de Talavera en 1808 .

Las Cortes de Cádiz fue “la Asamblea constituyente inaugurada en San Fernando el 24 de septiembre de 1810 y posteriormente trasladada a Cádiz hasta 1814 durante la Guerra de la Independencia Española”. En ella representantes de toda España y sus colonias de ultramar trataban de mantener la unidad en torno a la figura del exiliado Rey Fernando VII a quien juraron fidelidad. En la sesión del día 4 de mayo de 1812 ante las Cortes de Cádiz en España, se presentó “una representación (documento/carta) del cabildo, justicia y regimiento de naturales de la ciudad de Lambayeque” fechada 10 de octubre de 1811 dando gracias a las Cortes y por su intermedio al Rey Fernando VII por la eliminación a su favor del tributo indígena que “…pagaban en señal de vasallaje”. Esta fue “la primera vez que los indios habían hablado directamente al soberano” según Faliu (uno de los representantes en las Cortes); otro, el Sr. Guridi y Alcócer pidió se les reconozca como “súbditos” y no como “vasallos”. Propuesta que no se aprobó por oposición del Sr. Faliu.
Pintura de Casado del Alisal sobre el juramento de los
representantes a las Cortes

La carta contiene párrafos interesantes que comparto: “Señor el paternal amor y desvelo con que nuestro incomparable monarca el señor D. Fernando VII y en su real nombre el consejo de regencia, depositario de la soberanía, procura la felicidad de sus vasallos, difundiendo sus gracias sobre todos los de estos reinos, hace al cabildo de naturales de esta capital de Lambayeque el objeto de sus piedades, a ejemplo de los augustos católicos soberanos sus ascendientes, mirando desde esas distancias a sus miserables indios con aquella ternura paternal propia del piadoso corazón de V. M derramando sus beneficios con preferencia a los demás vasallos. Estos conocimientos, señor nuestro amo, llenan a este pobre cabildo y a su comunidad de complacencia; y que nuestra humildad y gracias que damos y exención de tributos con que nos ha distinguido, lleguen a sus oídos, porque no hay bien  que no nos desee, reconociendo que era el único derecho que pagaba la nación en reconocimiento del vasallaje debido a su soberanía y suprema protección, consultando nuestro alivio y que se haga menos molesta una contribución que por sí misma era tan corta; por lo que sumiso y rendido da este miserable cabildo, justicia y regimiento por sí y a nombre de su común las debidas gracias al consejo de regencia que hoy representa a nuestro católico monarca a quien se va a dedicar una misa solemne en acción de gracias el domingo 20 del corriente mes con iluminación de calle; pidiéndole a Dios nuestro señor dilate muchos años la real importantísima persona y el feliz reinado de vuestra majestad para amparo de la nación y demás estos vasallos" ("Diario de sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias - Tomo IV - N°559 - p. 3139)
Algunos párrafos de esta carta llaman la atención considerando que ya por ese tiempo en Lambayeque se habían producido revueltas contra la autoridad colonial: En 1785, se produjo una revuelta de chiclayanos contra los hermanos Juan José y Juan Alejo Martínez y Pinillos, propietarios de la Hacienda Pomalca, por los abusos contra los indígenas de esta tierra a quienes confiscaban ganado y castigaban duramente por, supuestamente, “invadir sus propiedades”. El 15 de enero de 1804, el procurador indígena Clemente Anto, se subleva después de una “larga y persistente actitud de defensa de sus paisanos…” (Figueroa e Idrogo, 2004). Fue apoyado por ex esclavos (zambos, mulatos, morenos) mestizos y plebe (indios forasteros). En 1784, el zambo José Patrocinio Faya (“Geraldo”) fue injustamente acusado de revoltoso y encarcelado. Junto  otros presos, logró escapar y al grito de “¡Viva el rey y muera el mal gobierno, que no hay justicia en Lambayeque!”. En 1779, se produjo una protesta de milicianos “pardos” y “morenos” del Partido de Lambayeque contra los cambios en el régimen de tributación que se inició en 1778.

Habrá que considerar que los autores de la misiva fueron indios privilegiados y acomodados al status quo de la época. Además, el lenguaje usado es propio del fidelismo motivado en el virreinato peruano por Abascal quien propició juramentos de fidelidad en las principales ciudades y dictó un bando enunciando a Fernando VII “Rey y Señor de España y Emperador de las Indias…amor al Rey y la decisión de ser inseparables de su majestad y sus órdenes…”. Los indios privilegiados de Lambayeque mostraron estar de este lado.