jueves, 24 de septiembre de 2015

El interrogatorio al Pueblo y la Verificación de Testimonios de la Primera Aparición del “Divino Niño del Milagro” de Eten, 02 de junio de 1649.

Uno de los aspectos que debió significar un problema para las averiguaciones del Cura de Reque, Vicario y Juez eclesiástico del Partido de Chiclayo, Don Fernando de la Carrera sobre la verdadera ocurrencia de la aparición, fue la lengua común de los concurrentes a la celebración litúrgica que, salvo contados casos, fue la yunga (llamada también muchik). Ante el hecho, la Crónica Franciscana sobre el Milagro Eucarístico de Eten (1649) registra, después del análisis del juez eclesiástico, su decisión para facilitar las indagaciones: “… por cuanto en esta información se han de examinar muchos indios e indias de este dicho pueblo y sin  embargo de ser unos y otros muy ladinos en la lengua española por lo que pudiere suceder y dificultades que se ofrecieren a los testigos, es necesario nombrar intérpretes que se hallen presentes al examen de los dichos indios e indias. Por el presente oficio de la justicia eclesiástica nombra a Tomás Castel residente en el pueblo de Reque, persona entendida en la lengua materna de estos valles y a Nicolás Chiccul, natural así mismo de dicho pueblo de Reque por intérpretes de esta causa y mandó se les notifique y parezcan ante su majestad a aceptar y jurar como son obligados y estando presentes los susodichos. Dijeron que aceptaban y aceptaron el nombramiento de intérpretes que en ellos se hace y juraron a Dios y a la cruz en forma de derecho de usar el dicho, oficio y cargo bien y fielmente a su leal saber y entender, y a la conclusión del dicho juramento dijeron sí juro y amén, y lo firmaron de sus nombres con el dicho señor Vicario: Don Fernando de la Carrera, Tomas Castel, Nicolás Chiccul ante mi Iñigo de  Sarabia notario público” (Folio 35, CMEE[1]).
Se puede apreciar que esta solución, nombrar como intérpretes o lenguas a Tomás Castel y Nicolás Chiscul,  fue pensada previamente por el Juez eclesiástico y que, en el documento, se formalizaba la decisión. Se infiere que la estrategia para el tratamiento analítico del hecho a investigar se gestó con anticipación y cada paso dado respondió a una planificación convencional para casos similares de acuerdo a las disposiciones eclesiásticas vigentes en la época.
Un hecho a considerar es que Don Fernando de la carrera ya había publicado en 1644 la obra “El arte de la lengua yunga de los valles de Trujillo” por lo cual sabía de la importancia de conocer el significado de los términos utilizados por los aborígenes en el marco de su labor evangelizadora y, específicamente en este hecho, para esclarecer el evento religioso materia de su estudio. También, algún tiempo antes se había publicado “Ritvale, Sev Manvale Pervanvm”, obra sobre la lengua yunga realizada por Don Luis Jerónimo de Oré en 1607. Según José Antonio Salas García, los textos “son de tipo teológico, por haber sido escritos por sacerdotes para adoctrinar a la población en su propia lengua”[2] (Salas, 2001). A su vez, los textos antes referidos (los de oré y Daza) respondieron al emitido por el Tercer Concilio Limense de 1584 denominado “Doctrina Cristiana para instrucción de los indios y de las demás personas”. El mismo Salas afirma “El orden en el que aparecen escritos es el mismo que el de la Doctrina Christiana de 1584, aun cuando De la Carrera añada algunos más, también de tipo religioso” (Ibídem).
Así, cuando rindieron su testimonio Don Andrés Neciosup, Sacristán Mayor de la Iglesia de Eten; Don pablo Quinocial, alcalde ordinario de Eten; Don Fabián Chancafe, alcalde ordinario de Eten; y el pueblo presente en el acto; lo hicieron ante Don Fernando de la Carrera y los dos traductores o lenguas.
Un dato importante que aporta la crónica es el referido al interrogatorio realizado a los pobladores asistentes al acto litúrgico. El cura De la Carrera, acompañado por el notario Iñigo de Sarabia y los intérpretes o lenguas, ingresó a la Iglesia mientras Fray Jerónimo de Silba Manrique adoctrinaba al pueblo “por ser viernes de los señalados por las Reales ordenanzas sinodales y concilios provinciales para que los naturales oigan doctrina los dichos días, sean instruidos en la ley evangélica y en los misterios de nuestra santa fe” (Folio 40, CMEE)
El acto de interrogatorio ha quedado registrado en los siguientes términos: “(De la Carrera) fue preguntando a las indias e indios por voz de los dichos interpretes qué es lo que vieron en la Hostia Consagrada, el miércoles víspera del Corpus pasado desde este presente mes y año qué efecto causó en sus ánimos y corazones lo que vieron y todos unánimes y conformes, dijeron a una voz que el dicho miércoles cuando el dicho Padre Vicario quería encerrar al Señor después de dichas las vísperas del Corpus vieron por sus ojos en la Hostia Consagrada que estaba en el viril puesto encima del Sagrario a un niño de la cintura para arriba con rostro y cuerpo humano y con cabello rubio, que estaba vestido con una vestimenta como morada y que luego que lo vieron se postraron en tierra adorándolo con muy grande gozo y contentamiento espiritual y con notable ternura en sus corazones y así lo dijeron y certificaron por cosa pública y notoria que vieron todos, jurándolo a Dios y a la cruz en forma de derecho y para que coste lo firmó el dicho señor vicario con los intérpretes, don Fernando de la Carrera, Tomas Castel, Nicolás Chiccul ante mi Iñigo de Sarabia notario Publico” (Ibídem)
Se puede apreciar que el interrogatorio no se hizo de manera personal. Las preguntas fueron dirigidas a la asamblea. No se hace referencia a las personas del pueblo que dieron testimonio, pero se resalta el hecho que los testimonios dados en ese momento fueron validados por todos los asistentes.
El proceso continuó con una constatación del lugar donde ocurrieron los hechos, para lo cual la delegación: Juez eclesiástico, notario y testigos (Frailes Antonio Crespo, Diego Valentín de Rojas y Gregorio López de Zúñiga) además del lengua Tomás Castel de Luna; llegó a la Iglesia y en el altar “(pidieron se) ponga al Santísimo Sacramento, en la parte y lugar que estaba cuando se apareció el niño para ver si teniendo el mismo adorno y las mismas luces que entonces tenía, pudo algún reflejo o alguna vislumbre dando a las vidrieras del Viril causara a la vista naturalmente aquella aparición” (Folio 41, CEMM).
Por indicaciones del Padre De la Carrera “(se ubicó) el Santísimo Sacramento en su viril con sus rayos encima del Sagrario adornado con seis velas de cera encendidas y siete rostros de Ángeles que caían a las espaldas del Señor y abía (había) puestas cuatro luces y bultos de Santa Maria Magdalena y de San Pedro y de san Andrés y de san Francisco y habiendo concurrido a este acto muchas personas del pueblo después de haber adorado al Señor, el dicho señor vicario anduvo por todas partes viendo si alguna luz u otro accidente podía causar algún reflejo en el dicho viril de manera que apareciese en forma de niño como dicen los testigos y hechas muchas diligencias así por aparte del señor Vicario como de los testigos referidos no pareció que fuese natural la aparición que los dichos testigos antes caso raro y admirable en que nuestro Señor quiso manifestar su grandeza dignándose de que los hombres le viesen con ojos corporales y el dicho Padre Vicario que presente estuvo certificó que es la misma Hostia Consagrada que actualmente está en el viril lo que entonces causó aquella aparición que los testigos refieren y el dicho señor vicario lo firmó con el dicho Padre Vicario y testigos” (Ibídem)
Entonces, se ubicaron todos los objetos sagrados en el mismo lugar que tuvieron el día que se produjo el evento y se buscó en distintos lugares de la Iglesia aberturas que permitan el paso de luz u objetos que produzcan reflejo. El acto realizado muestra el deseo de comprobar que el hecho fuera realmente extraordinario, milagroso y no el resultado de una experiencia física que haya pasado desapercibida o de alguna psicológica colectiva resultado de la intensa devoción de los pobladores. La conclusión fue que la aparición se produjo pues  no encontraron explicaciones convencionales, normales, a la luz del conocimiento humano. Así, Don Fernando De la Carrera declaró “que en cuanto puede y a lugar de derecho guiado de la sustancia de estos autos declaraba y declaró que la dicha aparición del Señor fue real y verdadera como certifican los testigos en sus posiciones por ser como son personas de todo crédito y de las más capaces de este dicho pueblo, y particularmente el Padre Predicador Fraile Jerónimo de Silba Manrique Cura y Vicario de él” (Folio 42, CMEE)





[1] CMEE: Crónica del Milagro Eucarístico de Eten.
[2] Ver “El Ave María en idioma Muchik” de José Antonio Salas García, disponible en file:///C:/Documents%20and%20Settings/ccabrejos/Mis%20documentos/Downloads/Dialnet-ElAveMariaEnIdiomaMochica-4070472.pdf