R. Warren
ha trabajado este importante tema. Restaurar las relaciones interpersonales es
importante. En cuanto dependa de nosotros, debemos vivir en paz con todos. Leo
habitualmente un texto que comparto, en síntesis: “… si tienen algún estímulo
en su unión, si en ella alguna vez encontraron consuelo, si fueron capaces de
experimentar compañerismo, si percibieron el afecto entrañable… ¡alégrense!
Fueron capaces de tener un mismo pensamiento, un mismo parecer, una sola alma y
un solo corazón…sin embargo, nunca olviden su humanidad imperfecta: tenemos
pies de barro y somos inconstantes…los tiempos de alegría son el mejor motivo
para el perdón y la restauración…”. En las bienaventuranzas no se dice:
“Dichosos los que aman la paz” o “Dichosos los que son pacíficos”, sino
“Dichosos los que TRABAJAN por la
paz”; es decir, quienes saben resolver conflictos. Ya que la pacificación es
una tarea difícil, es muy complicado hallar pacificadores, lo común es dar
solución a los conflictos sin el esfuerzo que implica la restauración.
San
Agustín, dijo: “Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices…”. La búsqueda de la
felicidad es una tarea relacionada con el prójimo, por tanto, el compañerismo
(que implica ser pacificadores) es una habilidad que debemos desarrollar. Sobre
esto, R. Warren, dijo: “… por desgracia, a la mayoría de nosotros, nunca se nos
enseñó como resolver conflictos”. El mismo Warren refiere que “Trabajar
por la paz no es evitar los conflictos. Huir de los problemas, aparentar que no
existen o tener miedo de hablar de ellos es cobardía…Trabajar por la paz no es
apaciguar; siempre cediendo, dejándonos pisar y permitiendo que los demás nos
pasen por encima…”
Pienso que
no debemos temer al conflicto. A veces es necesitamos provocarlos, otras
evitarlos, pero siempre resolverlos. Ceder es una muestra de madurez. Nuestra
posición debe ser firme en contra de la inmoralidad, la ilegalidad, el
desprecio contra los demás, la premeditación del mal… pero la caridad que
comprende la imperfección y se alista para corregir y, luego, seguir caminando,
engrandece, ennoblece y es muestra de sabiduría.
En orden,
sugiero los siguientes pasos para restaurar el compañerismo: Habla, primero, con la persona: sin
intermediarios. Oír muchas voces, antes
de ir con la persona que debes, o comentar con otros nuestro dolor, enojo o
inseguridad, nos expone a la decepción y la amargura. Toma la iniciativa siempre: No importa quien ofendió o quien fue el
ofendido. El primer paso lo da quien es más valiente y tiene más amor. No
esperes por la otra persona. Restaurar el compañerismo es más importante que la
propia oración: “Si entras en tu lugar de adoración y, al presentar tu ofrenda,
recuerdas de pronto que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda, ve
directamente a donde se encuentra tu amigo y hagan las paces. Entonces, y sólo
entonces, vuelve y relaciónate con Dios”. Sé
comprensivo: usa tus oídos más que tu boca. San Pablo, dijo: “Cada uno debe
velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los
demás”. Pienso que antes de la solución está la misericordia. Ataca el problema, no a la persona:
buscar un culpable nunca es buen punto de inicio. Recuerda “La respuesta amable
calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego… Eviten las palabras
dañinas, usen sólo palabras constructivas, que sirvan para edificación y
sostén, para que lo que digan haga bien a quienes escuchan”. Creo que también
debemos evitar el sarcasmo y no ser ásperos. Coopera tanto como puedas: la paz siempre tiene un precio: nuestro
orgullo. Por amor al compañerismo es posible hacer compromisos, dialogar y
cambiar actitudes. El bien siempre vence al mal, esto ocurre cuando se obra con
amor. El orden correcto es
Reconciliación y Solución: no a la inversa. No es realista esperar que
estemos de acuerdo en todo. Creo que si es posible discutir y debatir en un
espíritu de armonía. La reconciliación consiste en enterrar el arma, no el tema
de discusión.
Esforcémonos
para vivir en paz unos con otros. Después, volvamos con nuestras ofrendas.