La acción ciudadana de fiscalizar a
quienes ostentan el poder delegado en democracia es una actividad permanente. Las
formas son distintas, todas ellas
válidas: la conversación sobre temas de gestión local entre los ciudadanos de a
pie, la polémica entre oficialistas y opositores, la discrepancia, la
participación en medios periodísticos y redes sociales, la conformación de
colectivos ciudadanos… todo es permitido, respaldado y protegido por la ley, el
sentido común y la propia razón.
Sin embargo, debe considerarse en
este sano ejercicio, la evaluación adecuada de las coyunturas. Una cosa es
fiscalizar a un gobierno corrupto, denunciar con pruebas el hurto, el
despilfarro y las malas prácticas gubernamentales surgidas del deseo de
enriquecerse de manera ilícita; y otra es hacerlo con un gobierno deficiente, mediocre,
carente de planes y cuyo líder da muestras, cada vez más frecuentes, de
propiciar el culto a su personalidad, rodeándose solo de personas que asienten,
aceptan y reverencian su presencia y disposiciones. Gente con capacidad limitada,
incapaces de proponer sin un oráculo (imperfecto) técnicos serviles, a lo mejor
desempleados del pasado cuyo único objetivo es no perder el puesto de trabajo
logrado, de seguro con poco conocimiento y muchas loas. El tiempo ha cambiado
y, por lo tanto, la forma de fiscalizar debe renovarse.
Como todos he tenido que reflexionar
sobre lo que es mejor para nuestra ciudad y región. He notado, y salta a la
vista, que hoy ostentan el poder líderes que lograron un triunfo electoral que
les brindó, a lo sumo, no más del 25% del respaldo popular. No cuentan con un
plan de gobierno y el que tienen es inservible por ser, aparentemente, copia,
calco o plagio de otros ajenos a nuestra realidad. No cuentan con un equipo de gobierno
técnico y éticamente probo para el desempeño de la función pública. Se habla
mucho y se hace poco. Se pide plazos y no se muestra eficacia. Se gobierna con
pocos y las otras voces se tildan de enemigas y faltas de representatividad. No
nos consta, en este momento, la existencia de casos de corrupción; sin embargo,
pienso que el sistema sigue siendo corrupto y habrá que estar atentos para
evitar que hechos similares al del anterior gobierno municipal se repitan.
Hoy la fiscalización no puede
constituirse en un permanente ataque. La razón se debe elevar como una lumbrera
para dar paso al conocimiento particular e interdisciplinario. Hoy fiscalizar
no significa (por el momento) salir a la calle o hacer plantones y vigilias. Hoy,
para una nueva coyuntura, fiscalizar implica reunir a las mejores inteligencias
de la ciudad y la región. Profesionales y técnicos capaces, los hay, dispuestos
a dar su tiempo y esfuerzo para crear un plan de desarrollo de la ciudad y la
región del cual surjan las propuestas técnicas para interpelar a los planes
mediocres, preñados de insuficiencia, que así considero han presentado los
gobiernos local y regional. Se necesita mentes lúcidas capaces de convocar a
los mejores hijos de nuestra tierra. Se necesitan respuestas a la problemática
diversa, especialmente en el campo cultural y educativo, espacio considerado,
en otras realidades como el más importante y relegado, en la nuestra, solo a
documentos de tipo enunciativo.
Hoy la fiscalización debe surgir de
una propuesta. Es el tiempo de la reflexión y el pensamiento. Hoy el aporte
debe ser ideológico y, luego de proponer, fiscalizar significa velar por una
política ciudadana de control que, alimentada por una propuesta seria pueda
contrastar acciones y políticas de gobierno, gastos, pertinencia y resultados.
Sin dejar de lado la opinión
permanente sobre los actos diarios de los gobiernos mencionados, invoco a los
líderes ciudadanos a proponer espacios para la gestación de un plan con
acciones de corto, mediano y largo plazo que sea socializado con la sociedad
civil, presentado a las autoridades (para que no piensen que es un buen negocio
debilitarlas) y defendido de la improvisación, la irresponsabilidad y el insano
deseo de figuración.