Es correcto afirmar que “la globalización
afecta las categorías básicas de nuestra percepción de la realidad en cuanto
trastoca la relación tiempo espacio y la reinventa…” (Hopenhayn, 1999). La
aceleración del Tiempo que ahora se mide
por la velocidad de la luz y la contracción de las distancias y los espacios
que ahora son más virtuales que físicos, son dos muestras de dicha reinvención.
Otra es la novedosa circulación del dinero y las imágenes. Grandes cantidades
de dinero e imágenes de diversos tipos, tamaños, formas y color; circulan “sin
límites de espacio y en un tiempo infinitesimal”. Esta nueva realidad influye
en las personas y sus culturas. Hay
quienes no pueden (por haber sido insertados o capacitados en el manejo de las
herramientas tecnológicas de este tiempo), aunque deseen, moverse, producir,
intercambiar o comunicar alguna manifestación de su cultura a la misma
velocidad y en los espacios (ahora
virtuales) donde circula de ordinario el conocimiento, la información y las
evidencias de las manifestaciones culturales. Esta, relega a la periferia del
espacio cultural desterritorializado, a todos aquellos que por razones
educativas, económicas, religiosas, políticas o
sociales desconocen los accesos a este nuevo espacio. Mientras se
afianza con aquellos que, por las mismas razones, tienen acceso sin
restricciones al espacio en el que se logra (de facto) desarrollo y progreso.
La Desterritorialización que trae consigo la actual globalización es excluyente
y marginadora en cuanto las instituciones que norman la vida social y cultural
(la principal es el estado) no tomen
medidas que permitan acceder al espacio virtual a todos sin diferencia y en
igualdad de condiciones. Los espacios material y virtual no son, en apariencia,
complementarios; implican posiciones ideológicas irreconciliables, en cuanto a
la pertinencia de su uso y la necesidad de su existencia. Las posiciones
neutras al respecto tienen un aire romántico y soñador. Estimo que uno de los
dos espacios terminará absorbiendo al otro y, al final, serán las cosas (lo
material) menos bello, importante y necesario que aquello que circula en el
espacio virtual aunque no esté al alcance de nuestras manos.
El nuevo panorama en nuestra región y país
muestra a los integrados y excluidos del espacio virtual desterritorializado
como personas reestratificadas, reubicadas en los niveles que impone el
territorio virtual merced al grado de accesibilidad del sujeto. Estas son,
también, nuevas categorías sociales, pues la interacción humana se realiza en
un porcentaje cada vez mayor en las redes sociales que gestan nuevas formas
comunicacionales y códigos lingüísticos usuales para unos e incomprensibles
para otros. Son cada vez más las personas que no soportan vivir sin tecnología
que los conecte con dicho espacio. Las tecnologías que nos conectan con el
espacio virtual son todas y cada una extensiones de nuestros sentidos a grado
tal que muchos se sienten incompetentes al prescindir de ellas. Una nueva
distinción surge, la división joven – adulto, pues a mayor edad habrá menor
posibilidad de acceso. La obsolescencia ha pasado de ser un término que
califica a las máquinas en desuso al que califica, también, a las personas sin
acceso y por lo tanto, improductivas e ineficaces. Esto implica, entonces, la
minimización de la dignidad humana, en general, para la “elevación” del homo
tecnológicus, en particular.
“La reorganización de los escenarios
culturales y los cruces constantes de las identidades exigen preguntarse de
otro modo por los órdenes que sistematizan las relaciones materiales y
simbólicas de los grupos” (García, 1990) hoy somos testigos de la
descentralización de las empresas, la simultaneidad planetaria de la
información, la adecuación de ciertos saberes e imágenes internacionales a los
conocimientos y hábitos de cada pueblo, el uso de satélites y computadoras en
la difusión cultural…la persona de hoy está siendo inducida a ser de un lugar y
de todos a la vez, a saber lo suyo y lo de otros independientemente de quien
sea o de la pertinencia de dicho saber, a conocer y comportarme de acuerdo a mi
cultura y de acuerdo a la de otros al mismo tiempo.
Este es el tiempo del hombre máquina, aquel
de quien se piensa puede “funcionar” con tal velocidad que sepa de todo y los transmita en el mínimo
tiempo posible. Aquel que de no acceder al espacio virtual desterritorializado
de la cultura será considerado inútil, viejo u obsoleto.