viernes, 23 de enero de 2015

Museo y Educación


Los museos surgen a finales del siglo XVIII como espacios de saber disciplinario que permitan adquisición de conocimientos específicos. “En este sentido, el museo se ha presentado tradicionalmente como un poderoso aparato discursivo capaz de establecer un conjunto de valores y creencias que ha afectado a la manera de concebirse la creación cultural, su exhibición y recepción” (Olivar & Coca, 2014).
Es innegable la vocación pedagógica, educativa, del Museo; sin embargo, la educación ocupó siempre un rol accesorio, irrelevante, subsidiario. No se gestó, desde antiguo, políticas pertinentes de puesta en valor que incluyan la selección, exhibición y difusión del patrimonio guardando relación con las necesidades educativas de nuestra población (niños y jóvenes en especial) en torno a los temas museísticos eje. En nuestra realidad, el divorcio entre Museo y Educación viene siendo superado gracias al diálogo científico propiciado en estos últimos tiempos. Se esta logrando que no sean solo instituciones atractivas visualmente; ahora también reproducen experiencias culturales haciendo uso, por ejemplo, de la empatía histórica para lograrlo. Aunque sigue vigente la interrogante ¿La Educación se ha convertido en una prioridad para los Museos o es utilizada como una estrategia para mejorar el discurso o aumentar el número de visitantes? El Museo “ha cobrado una mayor importancia, concebido como la principal vía de intermediación entre el público y la creación cultural exhibida…” (Meszaros, 2007; Agirre & Arriaga, 2013)
La Educación debía proporcionarnos herramientas para descifrar los contenidos políticos, sociales e ideológicos subyacentes del contexto y de las manifestaciones culturales expuestas, más allá del discurso propuesto por la propia institución.
En este sentido, deseo referirme a las experiencias museográficas suscitadas en Lambayeque con el “Museo Escolar de la Independencia y la república”, proyecto liderado por el Mestro Julio Fonseca Rivera; y el “Museo Etnográfico Hans Heinrich Bruning”, realizado en la IE “Pedro Ruiz Gallo” y liderado, entre otros, por el Maestro David Ayasta Vallejos. Ambos museos surgen de una necesidad educativa y se realizan, más que en la satisfacción visual por la calidad de las muestras o la escucha pasiva de un discurso o significancia institucional, en dotar a los visitantes de los medios que les permitan imaginar, recrear, empalizar, experimentar… de acuerdo a un contexto pertinentemente presentado y que concluye en la adquisición de conocimientos significativos.
Además, aunque he presentado a los actuales líderes de ambos proyectos; las experiencias educativas, que son siempre comunitarias, se han gestado, la primera, con la participación de docentes, padres de familia y estudiantes de la IE. “27 de Diciembre”, mientras que la segunda tuvo un equipo de inicio integrado por los maestros Blanca Chancafe, Susana Arraiza, Gladys Delgado, Adela Nuñez, Glenny Lucumi, Mabel Bravo, Zarelia Villalobos, Martha Altamirano, Elvis Ramirez, Angel Cordova ,Freddy Zuñe, Raul Vásquez , Eduardo Cumpa y David Ayasta.

Ambas experiencias, museístico – educativas, forjan identidad a partir de una comprensión cabal de nuestra cultura, de manera integral, sin sesgos, y permitiendo a los visitantes la construcción de su interpretación sobre la temática propuesta, sin alejarse del conocimiento científico existente, pero no siempre repetitivo del discurso explicativo propuesto por la institución.
Propongo, a partir de las buenas prácticas mencionadas en párrafos anteriores, la instalación en cada Museo de la Región de equipos educativos, integrados por pedagogos de diversas especialidades indispensables para la presentación y puesta en valor de los recursos museísticos.

Estoy de acuerdo con Layuno (1997) quien propone, a partir de la educación, la creación dinámica de nuevas formas producción y percepción del hecho cultural. “la finalidad de la práctica educativa no está destinada a la transmisión de los contenidos del museo, sino que debe reorientar su labor hacia una concepción crítica de la propia actividad educativa, vinculada con la naturaleza de las prácticas culturales con las que debe trabajar”