sábado, 27 de junio de 2015

¿Qué es el Perú?



Hay formas diversas de interpretar el Perú y su situación. A lo largo de la historia, diversos pensadores juzgaron las diversas coyunturas y emitieron conceptos melancólicos, románticos, negativos, pesimistas, realistas, espiritualistas, entre otros. Particularmente, mi comprensión visión es propositiva: realista pero esperanzada. Estimo que la crítica negativa sin labor reconstructiva es dañina; lamentablemente, el negativismo es común y contagioso. A continuación presento algunos conceptos extraídos de la obra “prolegómenos para una nueva peruanidad” (2015) del filósofo Francisco Reluz Barturen.
De manera melancólica, José de la Riva Agüero, diría en la segunda década del siglo XX “a cada paso que damos en estas tierras lucientes y calladas, surge en la paz del campo un lejano recuerdo histórico, feroz y fúnebre como un cráter extinto…” luego, añade “…el Perú ha sido siempre el país de las vicisitudes trágicas”. Según Reluz, Riva Agüero “asume con sentido trágico los acontecimientos históricos del país… (Pero expresa) confianza en el progreso del país a través de una íntegra vivencia moral de la clase política sustentada en ideas sólidas”.
En el epílogo de “Peruanidad”, en la década de 1940, Víctor Andrés Belaunde, afirma “la peruanidad es una síntesis comenzada pero no concluida. El destino del Perú es continuar realizando esa síntesis. Ello da un sentido primaveral a nuestra historia. Todo lo que conspira contra esa síntesis es condenable por ser contrario a nuestra clara vocación”. Para Belaunde, el Perú es una síntesis viviente, un país no acabado.
En los años 20, para José Carlos Mariátegui, “el Perú es todavía una nacionalidad en formación, lo están construyendo sobre los inertes estratos indígenas, los aluviones de la civilización occidental”. Mariátegui resalta la idiosincrasia pasadista y sin visión de futuro, junto a la pereza mental, incapaz de analizar y solucionar sus propios problemas.
Según Víctor Raúl haya de la Torre, en carta dirigida a Rabindranath Tagore, en agosto de 1924 “el Perú es una república trágico – cómica con manchas de sangre y de ridículo…ridículo de los políticos vestidos de frac…”. Considera la negativa actuación de los líderes políticos que históricamente causaron “…las peores desgracias del Perú republicano, o las están suscitando…” (Reluz, 2015).
Luís Alberto Sánchez, afirma “…para mí es un país paradójico, donde coexisten anacrónicamente todos los estados, o estadios, sociales; todos los paisajes, todas las estructuras, todas las pasiones y casi todas las ideas…” califica al Perú como un país en adolescencia complicada, indica el mal del desconocimiento de los peruanos sobre el Perú, de sus valores, de sus riquezas, de sus personas.
En las décadas de los 70 y 80, Alberto Flores Galindo, afirma que el Perú no es una nación, carece de identidad pues esta no se ha construido, solo se ha pensado. Sostiene “el Perú pareciera ser un país disgregado. La imagen de un país al bode del abismo, donde todo amenaza con arruinarse… país a la deriva… país aluviónico. Hasta se lo ha calificado de abortivo…”. Percibe al Perú como un país en crisis permanente, donde existe sensación de desgobierno y desorden.
Javier Pulgar Vidal, también en la cuarta parte final del siglo XX, indica “Mi patria, el Perú, tiene un nombre que significa abundancia. Su edad se pierde en los milenios de la prehistoria, más allá de los 20 mil años; su riqueza se basa en la biodiversidad vegetal, animal y humana”. Manifiesta una valoración positiva de nuestra patria, del mestizaje y sus recursos diversos.
Francisco Reluz Barturen, invoca a un cambio de mentalidad “para que cambie nuestro entorno social contextual, pues la manera de pensar deviene en una manera de actuar…” pienso, como Reluz, que “los peruanos somos creativos, imaginativos e innovadores pero estas cualidades sin educación integral y conciencia nacional de recto amor a la patria, conduce a la viveza criolla y a la mediocridad nacional”. Para definir al Perú se necesita mentes lúcidas y educadas.

Ética y Política




“A la ética le ocurre lo que la estatura, al peso o al color, que no se puede vivir sin ellos”. Todos tenemos una estatura moral, somos constitutivamente, morales y no existen los seres amorales, situados más allá del bien y del mal. Así como se cultivan la inteligencia y habilidades connaturales, se cultiva la capacidad moral y podemos hacerla fecunda o estéril de acuerdo a nuestras decisiones.
La política implica el buen gobierno de las ciudades. En cuanto se trata de proteger, en general, el bien común, la confianza debe ser la base de las relaciones entre gobernantes y gobernados. Una relación política basada en la confianza no es utópica, es normal (o debe serlo). Esta relación de base ética evita amargura, dolor, despilfarro, conflictos, rencores, venganza y también ineficiencia. La ética abarata y la inmoralidad encarece. La ética reúne, vincula, relaciona, comparte; la inmoralidad divide, impone, daña, perjudica.
Resulta, entonces, importante sustituir en los procesos políticos la retórica barata y el clientelismo, por la verdad, la rectitud y la confianza que solo se genera “desde adentro” y no “hacia fuera”. Se necesita liderazgos coherentes, capaces de generar confianza; Profesionales dispuestos a hacer política poniendo al alcance de todos los beneficios de sus talentos, para evitar el empirismo; intelectuales dispuestos a generar reflexiones que nutran de riqueza ideológica y filosófica la conducción de los líderes. 
Es desalentador interpretar las medias palabras de los personajes públicos; percibir, en la actual coyuntura, gobernantes sin talla de líder mostrando desprecio por el bien común y preocupados en su imagen pública, de vez en cuando ligada a escándalos propios de su ignorancia. Es por ellos que George Bernard Shaw, mencionó La política es el paraíso de los charlatanes”.
Un político de escasa talla moral es “una bestia salvaje soltada a este mundo” (Albert Comús) “es como una retórica sofista, como una retórica sin escrúpulos, la cual maneja un discurso que busca persuadir para engañar, no para conocer la verdad… en realidad, la política es una actividad al servicio del poder, por eso es que no hay bien común, pero sí hay desigualdades e injusticias” (Fernando Cubas). Al político de hoy le preocupa llegar al poder, conservarlo y perpetuarse; actúa con astucia y no con prudencia.
La política, afirma Cubas, debería tener una visión más clásica, donde las personas sean un ejemplo de virtudes, que tengan el conocimiento y la capacitación necesaria. El bien político deber ser el fruto de una deliberación conjunta, del diálogo, es decir, de la acción. Consideremos que Democracia es “el predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado”.
Un alto grado de responsabilidad de la actual situación de las entidades de gobierno está en los mismos electores, preocupados por la elocuencia, la promesa, la dádiva, la simpatía y encandilados por la retórica mal usada. Habrá que cuidar de analizar propuestas, evitar el clientelismo y dejar de lado las pasiones y los fanatismos a cambio del orden, la paz social y el progreso. La ciudadanía debe ser seriamente educada en temas cívicos y electorales.
Estimo que el actual momento histórico demanda una decidida participación de los intelectuales, profesionales, artistas, universitarios y, en general, de todos aquellos que tradicionalmente nos desvinculamos por comodidad y somos culpables, por nuestra permisividad y desinterés, del actual deterioro de la función pública, especialmente a nivel local. Bien haríamos en constituir espacios de reflexión histórica, filosófica, sociológica, artística… que luego pasen a la acción, en este caso, política. No es tiempo de forjar “nuevas religiones” sino de proponer ideas concretas e interesarse por ejecutarlas. Procuremos que, de estas reflexiones, resulten líderes de tal talla moral que permitan una relación de confianza entre gobernantes y ciudadanos. El momento del cambio es hoy.