sábado, 27 de septiembre de 2014

La Política de Pinocho

Sería excelente que aquellos que gobiernan o aspiran a gobernar fueran como Pinocho; que ese recordado y simpático muñeco de madera, que aún vive dentro de nuestra infantil memoria, fuera el responsable de proponer planes de gobierno de la ciudad y la región, porque así sabríamos que lo que dice no es verdad, porque le crecería la nariz con cada mentira.

Curioso fenómeno el de la mentira en política que, por relación, afecta todos los ámbitos de la sociedad. Es cierto, su práctica cotidiana está salpicada de falacias, de las que no se salvan ni las “propuestas” de hoy, que son actualidad, ni las de ayer, que constituyen su historia. Las historias de vida de los personajes que aspiran a ser gobernantes deben, por exigencia de ellos mismos (o para “respaldar” su eficacia), mostrar a líderes “iluminados”, y terminan salpicadas de leyendas e imaginación con las que se llenan los huecos de sus propias carencias intelectuales y profesionales.

Mucha información que recibimos en sus propuestas, y damos por cierta, ha sido manipulada por razones de búsqueda de popularidad o de propaganda. La política que es un organismo vivo termina siendo atacado con mucha frecuencia por el virus de la mentira. En el país, región y ciudad, en las actuales, anteriores o, a lo mejor, en las futuras gestiones se puede apreciar esta lamentable realidad. Es cierto, hay 104 sinónimos de mentira pero solo 39 de verdad. En política, la separación entre verdad y mentira se ha vuelto casi imposible.


Los personajes más famosos de la historia de la humanidad no se salvan de los rumores, el mito y las fabulas. Sin embargo, nuestra fauna política huye del rumor sin darse cuenta que preguntar e indagar sobre ellos no debe significar un peligro; claro está, a no ser que tengan algo que ocultar. Allí donde no llega el conocimiento se acomoda la leyenda, el tópico y ya puedes llamarte Napoleón,  Einstein o Jesucristo pero te alcanzará la tergiversación, mucho más si aspiras a gobernar.

Salvador Espriu decía: “La verdad es como una estrella que estalla y de la que cada uno tenemos una parte”. Marie France Cyr afirmó:” la triste verdad es que la mayoría de la gente prefiere sus ilusiones a la realidad…la verdad es que todos nos mentimos a nosotros mismos”. No es malo pensar que no hay nada inmutable. En términos mortales, temporales, terrenos, no hay nada absoluto, ni la verdad, mucho menos en política, al menos en la política que experimentamos día a día y que se aproxima a un zoológico con el respeto que merece el reino respectivo     . Adentrarse por la vía de la política, tal como está siendo concebida, es un viaje por la zona de las mentiras, unas perduran y otras no, pero todas están ahí, cuando no se convierten en mitos y leyendas, aún más irrebatibles, por su carácter que la realidad. La propuesta política se convirtió hace un tiempo en una corta historia que se cuenta con mil mentiras.

Un sutil velo separa la verdad de la mentira y, a veces, somos nosotros mismos quienes no queremos descorrerlo. Por eso preferimos quedarnos con la versión que nos cuentan, aunque se sustente en bases de barro en lugar de sólidos cimientos. La llave para abrir esta puerta puede estar en la curiosidad, en la incómoda incertidumbre.


Nada es blanco o negro, la política tiene matices y colores. Sería bonito que la política la hiciera Pinocho, pero no es posible. Cuestionarse no es de débiles, sino de subversivos, es el antídoto contra la arrogancia y el dogma. La verdad absoluta, en la historia, en la ciencia, en la política, en la vida, queda para los otros: para los Pinochos profesionales, a quienes, por mucho que embauquen, mientan o falseen, no les crecerá nunca la nariz. 

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