sábado, 24 de diciembre de 2011

La Locura de Santiago Oyola "El Príncipe Azul" de Chiclayo

La "Revista Centenaria" (18 de abril de 1935) publicada por la Empresa Editora Centenario, contando con la Dirección de Federico Echeandía y José Bracamonte, y la Redacción de la sección literaria e histórica del siempre recordado poeta, historiador y tradicionalista Nicanor de la Fuente "Nixa"; contiene un singular artículo dedicado al periodista, dibujante y poeta Santiago Oyola, hombre de letras de la segunda década del siglo XX. "Nixa" tituló al artículo "¡Oh, la Felicidad de los que Perdieron la Conciencia" y, en él, expresa su tristeza por la pérdida de la razón de Oyola, su amigo y antiguo compañero de trabajo. Santiago Oyola, refiere "Nixa", "ha sido un hombre bueno. Romántico... ahora, Santiago Oyola está loco. Ha perdido la razón".
Santiago Oyola se crió en el seno de una familia modesta y, desde muy joven se dedicó a la lectura y la investigación. Se le veía casi siempre acompañado de densos libros de leyes, pretendía alcanzar una matrícula universitaria "esperando alcanzar una profesión que lo independizara en la vida". Era un hombre felizmente casado, su esposa era natural de Catacaos (Piura) y padre de tres hijos. Escribió, en 1925, el poemario "Azul del Trópico" y, más tarde, "Rumores de Ondina" obra que contenía todas sus crónicas y producción periodística. Escribió usando el seudónimo de "El Príncipe Azul".
Trabajó en diversos medios periodísticos de la época. Lo curioso del caso es que, siendo cronista de "El Tiempo" de Chiclayo, gustó de escribir sobre la pérdida de la razón haciendo recurrente dicho tema en sus artículos. El 8 de abril de 1925, Oyola escribió "Los que en realidad o en apariencia han perdido la razón, son a veces, más felices que los propios seres de conciencia". Cuando le tocó escribir sobre las lluvias e inundaciones en Chiclayo, una vez más toca el tema: "Las lluvias eran torrenciales y la idea de la inundación alcanzaba en nuestras atormentadas mentes las proporciones de un fantasma, y los felices locos caminaban desarrollando su favorito tema, ajenos a cuanto palpitaba en el mundo exterior". Un par de artículos suyos fueron "Escenas Callejeras" ( en él se refiere a los orates que deambulaban por Chiclayo) y "Los Locos Populares" (una continuación del primero).
¿Cuál fue la causa de su locura? nadie lo sabe. "Nixa" sospecha que fue a causa de "la lectura serena, tranquila, meditativa, inofensiva (que) acechaba sus pasos". Lo cierto es que desde finales del 25 se le veía "ostentando una densa melena, una corbata de lazo, cadavérico, mal vestido y envuelto en la nostalgia de su propia barba. (se creía) una mentalidad superior llamada a grandes realizaciones dentro del desenvolvimiento intelectual del país". Cada día se le veía buscando con obsesión y con ansia un editorque le publique uno de los muchos libros cuyos borradores originales andaba bajo el brazo,  o a cualquier complaciente persona dispuesta a escuchar sus versos y atender su lectura. Quería ser escuchado y encontraba deleite leyendo en alta voz sus creaciones incomprensibles para todos.
Santiago Oyola es un Chiclayano que como muchos otros deb ser saludado. Nadie supo de su destino y su muerte. Quedó en el recuerdo como uno de los "locos populares". Como un hombre que perdió la razón. Sin embargo, "Nixa" se encargó de guardar su obra y dejarla grabada en la historia.


El Inicio de la Acción Evangelizadora de la Orden Agustina en el Perú Según la Crónica de Fray Juan Teodoro Vázquez: La Obra del Venerable Siervo de Dios José de Espinosa y Valdivieso (III Parte)

1.- Hagiografía de Fray José de Espinosa

1.5.- Quinto momento: La muerte de Fray José de Espinosa

A pesar de la dureza mostrada por los naturales para recibir el mensaje de los evangelizadores sin el premio de la dádiva material, la doctrina crecía cada vez más por obra de Dios. Ya no solo eran Espinosa, Hurtado y Celis; habían también otros sacerdotes que, guiados por el Espíritu Santo, llegaban hasta tales solitarias tierras prefiriendo conseguir el tesoro de las almas.

Sin embargo, tan delicada misión pasaría cuenta a Espinosa, a la fecha habían pasado catorce años desde su llegada a la zona del Marañón; Vázquez comenta “acabose como la antorcha, no solo porque en el fin fue la mayor llamarada de virtudes, sino porque en ella, física y realmente, se apagó de repente, la luz hermana de su vida”.

Salió de la montaña y se dirigió a la doctrina de Tambo donde el Padre Dionisio de Oré le recibió en su casa. El motivo de su viaje fue solicitar limosna para su obra misionera. Habiendo sido invitado a dormir se dirigió Fray José a la habitación asignada y mientras escribía una carta, entregó el alma al Señor. “fue de repente mas no improvisa su muerte, pues desde el momento que trocó las vanidades por los abatimientos; las delicadezas y aseos por las maceraciones y groserías del traje; los engaños del mundo por los caminos del cielo; y, en fin, la vida de fraile relajado, por la de apostólico misionero, no hizo otra cosa en todos los instantes del tiempo sino prevenir el tránsito de aquel estrecho, donde fracasan tantos bajeles racionales…llevaba siempre sacrificada la vida a los golpes de la muerte, no pasando hora del día y de la noche, en que no juzgase que lo asaltaba, o ya en las flechas de los bárbaros, o ya en las garras de las fieras, o ya, en fin, en los continuos riesgos de ahogos, tempestades y despeñaderos”.

Tiempo después, la madre de Fray José de Espinosa, recibió a un hidalgo que llegó a la ciudad capital procedente de Huanta. Dicho caballero narró dos prodigios o milagros con los que Dios se había glorificado a través de su siervo.

El primero consistió en la resurrección de un indígena. Sí, habiendo llegado a una tierra extraña fue recibido por un grupo de naturales que lo amenazaron con quitarle la vida si no decía las razones de su ingreso a sus tierras. Dijo el Siervo que quería su bien y alejarlos del fuego del infierno. Pidiendo prueba de lo dicho le solicitaron y consiguieron la resurrección de un natural muerto después que pidiera Fray Espinosa veinticuatro horas para orar.

El segundo milagro fue observado directamente por el hidalgo por haber ocurrido en su propia casa. Narró que estando en lejanos caminos, encontró al fraile extenuado y casi desfallecido por una fiebre que le atacaba. A pesar de su negativa le acomodó en su caballo y trasladó a su casa, donde días después con medicina y buena alimentación logró restablecer la salud del religioso. Tenía el hidalgo dos hijos, un niño alegre y juguetón y una niña que había nacido tullida y siempre era sentada en un rincón de la sala. No lo sabía el fraile y quiso un día brindarle un bizcochuelo, la llamó pero la niña no se acercó. Le comunicaron, entonces, la condición física de la niña ante lo que el sacerdote, arrebatado luego de un soberano impulso, dijo: “¡Aunque estés, niña baldada, levántate en Nombre de Jesús y ven acá a recibir este agasajo!”. La criatura se levantó en el acto y corrió al encuentro del siervo de Dios.

Su cuerpo fue depositado en la iglesia parroquial del pueblo de Huanta. Inspirado por la heroicidad de Fray José de Espinosa, el cronista Juan Teodoro Vázquez le dedica las siguientes sentidas palabras: “¡Oh felicísimo padre y hermano mío! Sin temeridad puedo decir que fue tu instantánea muerte una dilatada y venturosa vida, pues pusiste como infalible medio para lograrla una continuada muerte en la fuga del mundo y sus halagos, en el quebranto de todos tus apetitos y pasiones, en el degüello de tu amor propio y tus aplausos, y, en la persecución rígida e incansable de tu cuerpo… goza feliz la corona que supiste merecer, venciendo tantas batallas, y, pues la reducción de estos infelices bárbaros te tuvo tantas fatigas de costo, clama al Señor y pide los atienda, misericordioso, difundiendo en sus ministros, aquel espíritu valiente, con que a ti te pasó, del descanso a los afanes, y, desde la vida religiosa, al apostólico empleo”.