viernes, 16 de septiembre de 2011

Primero Paisano que Dios

     Don Cristóbal Pesantes y Bracamonte era un antiguo lambayecano, ciudadano adinerado y notable quien, para abril del año 1743, cumplía con una antigua tradición familiar. Es, en adelante, personaje principal de nuestra historia.

     Abril era el tiempo del señor, el pueblo se impuso normas y nadie las trasgredía. Todos vestían de negro, el trabajo era prohibido, nadie podía jugar ni hacer ruidos, las conversaciones eran en voz baja… eran días de luto, fervor y fe.

     Fueron los ritos de Semana Santa tan sagrados como vistosos y cargados de pompa y competencia entre los adinerados del pueblo. Cada familia notable debía hacerse cargo, por herencia, de celebrar las procesiones de tan magna fecha o al menos “vestir” o arreglar una de las andas. A Don Cristóbal le correspondía la procesión más vistosa, trabajosa y costosa de todas: “La Cena del Señor”.

     El anda de “La Cena”, hecha de madera de faique y algarrobo, llevaba hasta quince imágenes (Jesús, los Apóstoles, María Magdalena, Santa María Virgen) tenía incrustaciones y guarniciones de plata labrada, era “vestida” en dos semanas (al menos) y necesitaba de no menos de treinta cargadores para el largo y lento recorrido por todas las calles de la ciudad.

     El jueves Santo de 1743, a las tres de mañana, el anda ingresaba a la Iglesia, significando con ello el fin de la procesión. Por obligación, el vecino responsable debía hacerse cargo de desvestir o desarreglar el anda colocando cada una de las imágenes usadas en su respectivo altar. Don Cristóbal Pesantes vigilaba de cerca, acompañado por su paisano, amigo de infancia y pariente Don Diego Vigil del Castillo, tan esforzada labor. El peso de la responsabilidad lo tuvieron, en la práctica, los empleados de Don Cristóbal y los fieles devotos que voluntariamente se ofrecían a tal labor.

     Casi al amanecer, los esfuerzos parecían infructuosos. El anda estaba prácticamente igual, faltaban manos y, mientras tanto, Don Cristóbal y su amigo Don Diego, conversaban animosamente sentados frente a quienes sudaban la gota gorda en homenaje al “Amo” o “Padre Eterno”.

     Uno de los devotos acercándose a Don Cristóbal insinuó:

     - ¿Es posible que su Merced disponga las manos de Don Diego para desvestir la sagrada imagen de nuestro Señor?

       A lo que Don Cristóbal de Pesantes, sin dudar, respondió:

    - ¡Habrase visto tamaña insolencia! En la casa del cielo primero Dios y después paisano. Pero en esta casa terrena ¡Primero paisano que Dios!