viernes, 20 de mayo de 2011

El paso de Castilla por Olmos y los dolores del Señor Alcalde

“Firruñap” (publicación que circuló en Chiclayo y Ferreñafe) contiene en su edición Nº24 – Año II del 30 de octubre de 1965 el artículo titulado “Una anécdota de Castilla”. El artículo, aparecido en la página 5, es firmado por A.O.A y puede ser leído en el Archivo Regional de Lambayeque como parte de la Colección “Nixa” – Revista Nº5. A continuación alcanzo una breve reseña de la ocurrencia.

Ramón castilla inició su tercer gobierno derrocando al conservador Don Rufino Echenique en la Batalla de “La Palma” (1855). Desde Arequipa los conservadores llamaron al general Manuel Ignacio de Vivanco para que, contando con el apoyo de gran parte de la escuadra peruana, hiciera frente y derrocara a Ramón Castilla y Marquesado.

Desde el inicio la suerte no acompañó a los vivanquistas “la sedición vivanquista se pronunció en Arequipa en octubre del 56 y la misma repercutió en los departamentos del norte y sur del Perú. El general Vivanco con sus tropas y el apoyo de la escuadra se dirigió a Trujillo y se posesionó de dicha ciudad durante varios días, mientras que los sediciosos sostenían continuos encuentros con las fuerzas del orden que llegaron desde Lima para batirlos, teniendo Vivanco que emprender viaje más al norte porque sus tropas habían sufrido muchas bajas en Trujillo y sus alrededores, llegando a Lambayeque donde estableció su vivac y perseguido por Layzeca nuevamente abandonó esta última capital y marchó a Piura donde debía reembarcarse en Paita, en cuyo puerto varios buques de guerra lo esperaban para seguir viaje al sur, hasta Islay, como así sucedió”.

Conociendo los fracasos de Vivanco, en Lima, Ramón Castilla decide dejar el gobierno en manos de un Consejo de Estado para venir con su ejército al norte y cercar a las tropas rebeldes. Partió del Callao, desembarcó en Pacasmayo y, conociendo la ruta seguida por los rebeldes de Vivanco, cruzó por Chiclayo y Lambayeque; luego “siguió apresuradamente su marcha hacia el norte llegando al pueblo de Olmos que tiene por patrono a Santo Domingo de Guzmán, después de haber sufrido sus tropas muchos contratiempos debido a que los puentes de los caminos habían sido destruidos por los revolucionarios a fin de no ser copados por los enemigos que les pisaban el poncho”. Vivanco pasó por Olmos dos días antes que Castilla.

Cuando en Olmos, los vecinos y autoridades supieron que Castilla pasaría por el lugar, no dudaron en organizar un acto de bienvenida para manifestar al tarapaqueño su apoyo y respaldo en tan apremiante situación “toda vez que ese distrito era castillista cien por cien”.

Se preparó un programa que incluía el discurso de parabién “que leería bien repasado” el Sr. Alcalde así como otros discursos de vecinos notables y comuneros. Se acordó recibir al presidente a una legua de camino para acompañarlo hasta el pueblo y, al salir, acompañarlo nuevamente una legua hacia el norte. “Todas las autoridades y notables del pueblo olmano, vestidos de parada, montados en briosos caballos debidamente enjaezados, salieron del pueblo en numerosa caravana y dieron alcance al jefe de estado y sus generales y todos avanzaban aceleradamente hasta las goteras de la ciudad. Eran las 2 de la tarde. Las tropas hallábanse cansadas y hambrientas”.

Cuando la caravana se detuvo para el descanso y almuerzo de la tropa y Castilla discutía con sus generales la mejor forma de cercar a los vivanquistas, el Sr. Alcalde de Olmos puesto frente al jefe de estado y haciendo una reverencia (como solicitando permiso) sacó de su saco el discurso de parabién escrito en varias hojas de papel con buena caligrafía. Castilla notado la largura que tendría la alocución, dijo al alcalde con mucho ingenio y cortesía: “Señor Alcalde, doy por oído su discurso de salutación al Presidente de la República que le retribuye con agradecimiento el saludo a este pueblo laborioso y trabajador, pero dada la misión que llevo no me es posible visitar la ciudad y más bien vería con satisfacción que Ud. Y sus acompañantes ayudaran a mis soldados a acarrear chamizos, mucha leñita para prender lumbre y preparar el rancho a mis tropas que hasta este momento están sin almorzar”.

Ante el pedido del presidente, no quedó al alcalde y sus acompañantes más remedio que bajar de sus enjaezados corceles y amontonar chamizos para prender el fuego y preparar el rancho que luego se sirvió el hambriento regimiento gubernamental y que compartieron el alcalde olmano y su comitiva.

Culminado el almuerzo y sin perder el tiempo, Castilla y su tropa continuaron viaje rumbo al norte a la caza de las tropas de Vivanco. Mientras los ilustres olmanos retornaron a su pueblo para contar a los suyos del apuro de Castilla que no permitió leer el discurso. Se dice que por varios días varios de ellos permanecieron “en cama (mientras) frotaban sus cuerpos con árnica fuertecita por los dolores que sentían en la cintura originados al acarrear chamizos de por aquí y de por allá”. El más quejoso fue el Señor alcalde cuyos “ayes” provocaban más de una sonrisa. La gente presume que su discurso tuvo el mismo destino de los chamizos para el rancho de la tropa.