lunes, 2 de mayo de 2011

Lambayeque Colonial en Semana Santa

El actual fervor del pueblo cristiano de nuestra región refleja la condición piadosa de una multitud de creyentes que reunidos en torno a la persona de Cristo le manifiesta su amor y gratitud por su sacrificio y entrega en pro de nuestra salvación. De los actos religiosos son los de Semana Santa los más conmovedores y entrañables.

Durante la colonia la vivencia de aquellos actos era distinta. La semana de conmemoración de la vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo era conocida como “Semana de Dolores”. El acto primero era la conformación de una “comisión eclesiástica” encargada de recolectar fondos económicos entre los fieles, casa por casa, diciendo: “para el Santo Monumento”. Tal comisión la conformaban un clérigo y dos ayudantes; uno que llevaba la bandeja donde nuestros paisanos pondrían su contribución y otro que llevaba un parasol (sombrilla) para la protección del eclesiástico.

El “Domingo de Ramos” después de la bendición de las palmas y ramas, salía la imagen del Señor sobre una burra. La procesión era conocida como la del “Señor del borriquito” y la burra era separada el resto del tiempo solo para ese uso y como tal era llamada la “burra del Señor”. La “burra del Señor” era tenida por sagrada “nadie podía tocarlas ni negarles el alimento que sabían ellas mismas pedir. Que sabían pedir porque se presentaban en las casas, golpeando el suelo, exigiendo el tributo alimenticio del vecindario… raro es hoy el pueblo del Perú que conserve su burra del Señor a la cual los chiquillos aprendieron a respetar y cuidar”

La celebración de los “Oficios” de los días jueves y viernes santo era multitudinaria y se iniciaban con el descubrimiento o develación de los monumentos. Los personajes bíblicos eran representados con figurines o tallas (judíos, apóstoles, romanos y el mismo Señor Jesucristo). Según su participación en la Historia Sagrada tales figurines o tallas tenían aspecto sufriente, maligno o ridículo. Por ejemplo, Judas Iscariote era representado con la cara encendida “un ají colorado en la boca y una talega en la mano izquierda conteniendo treinta monedas, precio por el que vendió a su maestro”. Cuando las imágenes salían en procesión, las personas recriminaban vehementemente “cual si fueran los verdaderos verdugos que atormentaron y crucificaron al Salvador”.

En jueves santo se ponía en libertad a los reos por delitos leves. También se pensaba que el día de la muerte del Señor los pecados no eran registrados pues el Señor no veía el mal que se hacía.

Una imagen de Cristo yaciente salía en procesión el viernes y las familias notables enviaban a sus criadas con zahumadores de plata. Las criadas llegaban muy bien vestidas pues las procesiones eran momento de competencia entre las familias “Es interesante, dicen los crónicos, contemplar una procesión acompañada por zahumadoras deslumbrantes en pedrería, ricas en telas, ostentosas en lujo” El sábado se celebraba la “Misa de Gloria” y, ese mismo día, a las doce de la noche en punto se quemaba en las pulperías a Judas. El cronista del siglo XIX Don Ismael Portal comenta la supervivencia de las costumbres que narro al menos en la primera mitad del siglo XIX.

El historiador José Manuel Valega en sus “Aspectos Sociológicos y Costumbristas” publicado en “Historia General de los Peruanos” (tomo II – 1975) indica sobre las procesiones que “daban ocasión al elemento juvenil a exhibirse, admirarse y conocerse. Se creía en aquella época, y los decires familiares lo comprueban, que las chicas sacaban novio de la procesión, atribuyendo a los santos la virtud de resolver la grave y tan delicada cuestión entre las gentes conservadoras de la clase media. Y si los santos daban asidero al conocimiento de la gente, si del conocimiento se llegaba al compromiso y a los esponsales, y si la ingenuidad virreinal asentaba la creencia en que matrimonio y mortaja del cielo baja, hay que admitir, por tradición de los beneficiarios, el interés social en mantener tales festividades como auspiciadoras de la gran ley de la multiplicación de la especie”.

Pude apreciar, pues soy hombre del siglo pasado, desde fines de la década de los años 60 que en tales fechas las ciudades de nuestra región se silenciaban en señal de luto. Las mujeres ancianas vestían de negro. Los niños no podíamos jugar en las calles. Se evitaban las señales de alegría. Los trastes no se lavaban. Los negocios cerraban y, en general, la vida urbana descansaba con Cristo. La tradición popular decía: “no rías pues te burlas del Señor”. En aquel tiempo la señal de radio emitida en las radios “Heróica”, “Delcar” o “Chiclayo” música sacra o clásica, mientras en el único canal de televisión (canal 4) la señal, que se recibía solo a partir del mediodía, emitía la Eucaristía celebrada por el Padre Juan Thomis Stack y en ella la representación del ingreso triunfal de nuestro Señor Jesucristo a Jerusalen.

Felizmente y todavía se cumple con la piadosa tradición de recorrer los siete monumentos. Algunos siguen haciendo los “velatorios” (velar al Señor durante la vigilia Pascual). Las imágenes de los santos se cubren o se retiran. Las flores desaparecen en tales días. Es innegable el ambiente de recogimiento y meditación.