sábado, 1 de enero de 2011

Apuntes Sobre El Inicio de la Evangelización en Lambayeque

Jefrey Klaiber, Sacerdote y Doctor en Historia, en su obra “La Iglesia en el Perú” (PUCP – 1996) aporta una idea que, pienso, indica la importancia del estudio que presento: “Es preciso plantear la idea fundamental de que, en buena medida, la Iglesia en el Perú, como en cualquier otra parte del mundo católico, ha sido influida, moldeada y condicionada por el medio social en el que existe. La Iglesia no vive aislada de la sociedad donde actúa. Aunque parece elemental afirmarlo, es necesario enfatizar el hecho de que hay una relación de influencia mutua entre la sociedad y la Iglesia”.
La Iglesia Peruana, gestada desde el comienzo de la colonización española por misioneros como Fray Juan de los Santos (acompañante de Pizarro y Almagro), inició con singular dedicación y fidelidad la nada fácil tarea de la evangelización en el “nuevo mundo”. Se enfrentaron a profundas diferencias geográficas, culturales y atmosféricas; llevando el mensaje de Cristo a cada caserío y pueblo de nuestro vasto territorio.
La labor evangelizadora en la sociedad colonial tuvo que hacer frente a relaciones de tipo vertical. Klaiber refiere en su obra a Lyle McAlister quien afirma “(en América colonial) había indios, castas, nobles, soldados, sacerdotes, mercaderes y juristas, pero no había ciudadanos”. Los misioneros fueron, en su mayoría, defensores de la fe y de los derechos humanos. Se ha discutido mucho sobre los errores y los métodos empleados por algunos religiosos e instituciones eclesiales del tiempo colonial; sin embargo es innegable el aporte de los primeros evangelizadores en la difusión del cristianismo que profesamos, hasta llegar a la construcción del original “sincretismo religioso” que particulariza la creencia de nuestra gente.
No pretendo hacer historia de todo el proceso de la evangelización en el Perú. Mi aporte será presentar el inicio del trabajo evangelizador en la Región de Lambayeque, para lo cual me basaré en la “Crónica de la Provincia de los Doce Apóstoles del Perú” (1651) del Sacerdote Diego Córdova y Salinas; en la obra de Teodoro Rivero Ayllón titulada “Lambayeque: Sol, flores y leyendas” (1976); además de los escritos de Don Fernando de la Carrera, Bernardo Sartolo y Ernst Middendorf.
Menciona en su crónica, Don Diego Córdova, sobre los responsables de la evangelización en esta parte del territorio peruano: “Iban varones preclarísimos resplandeciendo en religión y santidad… Y como otros apóstoles, con indecibles penalidades, hambre, sed y pobreza, corrían de unas en otras provincias… expuestos a perder las vidas, les derribaban los templos, ídolos y huacas de los demonios, que adoraban ciegos. Ponían sobre las puntas de los montes y de los cerros cruces grandes y arrimados a ellas, predicaban desde aquellas cátedras a innumerables gentes que acudían a oírlos. De estos doce apóstoles varones no es posible hacer memoria por menos, así por ser muchos, como porque nuestros antepasados pusieron todo su estudio en las obras y muy poco o ninguno en los escritos y memorias siendo sin duda muy copiosos los frutos que la Iglesia católica copió de la semilla de la palabra de Dios, que sembraron”. La primera Orden Religiosa en el Perú y Lambayeque fue la Franciscana. Sobre ellos, Felipe Guamán Poma de Ayala, menciona: “Los reverendos padres de la Orden de San Francisco son todos santos y muy cristianos, de gran obediencia, humildad y bondad y de gran caridad para los pobres de cristo. Son amados y protegidos en todo el mundo y honrados en el cielo. Con su amor y bondad ellos atraen a todos, ricos y pobres, igualmente, pero en forma especial a los indios. Jamás se ha escuchado queja alguna o desagrado contra estos benditos frailes. Confesarse con ellos es una gloria, porque el pecador se arrepiente con tal amor y bondad,… porque, cuando se anuncia que viene un franciscano, todos vienen a besar su mano”.
Indica Rivero Ayllón “En 1559 estaba ya autorizada y asegurada la fundación de la Iglesia y del primer convento bajo amorosa advocación de Santa maría del Valle de Chiclayo… la adoctrinación o evangelización de estas tierras la inician los discípulos de il poverello de Asís”. Pero la evangelización de los pueblos de nuestra región se había iniciado algún tiempo antes. En 1533 viene desde Cajamarca, a pie, un sacerdote franciscano “ganoso de decir la Palabra de Cristo entre los indios de Cinto y Collique”; el primer evangelizador de nuestra tierra fue el Padre Alonso de Escarcena, uno de los llamados por Córdova y Salinas “Doce Apóstoles de San Francisco”. La ruta del Padre Escarcena incluyó, posteriormente, los pueblos de Huanchaco y Mansiche (Trujillo); a dichos lugares llegó desde Chiclayo “a pie y descalzo, siguiendo el camino de la orilla del mar”. Chiclayo fue, según Córdova y Salinas, el segundo lugar del Perú donde se escucha el mensaje del Evangelio; el primer lugar había sido Cajamarca.
Refiere Rivero Ayllón “largo y penoso fue el esfuerzo de los primeros catequizadores para imponer la nueva religión. Los indios se aferraban a sus antiguas y ancestrales creencias. Como sucede en México, en Guatemala, en Colombia, los españoles van derruyendo acá templos indios para levantar, con la cruz del iluminado galileo, Iglesias cristianas. Sobre los escombros de los adoratorios aborígenes, cabe las ruinas de las viejas huacas, se edifican los templos de la nueva religión. Pronto la voz alegre de las campanas, convoca a los fieles para el culto, y eleva en vuelo místico las almas a la hora del Angelus…”
El Sacerdote Fernando de la Carrera, conciente de las dificultades idiomáticas, escribió el “Arte de la lengua yunga” para salvar las debilidades sobre el vocabulario y la gramática del idioma hablado por “mas de 40 mil personas desde el Corregimiento de Trujillo hasta los de Piura y Cajamarca”. Un apunte sobre la lengua yunga; Ernst Middendorf, en la obra “Las lenguas aborígenes del Perú” comentó a fines del siglo XIX sobre el estado de la misma lo siguiente: “los jóvenes empiezan ahora a avergonzarse de su propio idioma, se sirven frente a extraños solamente del castellano, y hablan su lengua nativa solo entre los suyos, mezclando, cada vez más, palabras castellanas”. Por ello no es raro y lamentable que sea una lengua muerta.
El Sacerdote Fernando de la Carrera narra en sus textos sus penurias en la evangelización y para hacer entender a los aborígenes del pueblo de San Martín de Reque en idioma castellano las verdades del Evangelio. Comenta Rivero: “Llenos los ojos de lágrimas, le dijo un día el viejo cacique de Reque, Don Mateo Millón: ¿Qué quiere vuestra merced, si nos hablan en lengua castennana? Aunque la entendamos no es más que lo necesario para hablar con los españoles”
En Zaña, la “Pequeña Potosí” o “Sevilla Peruana”, desde su fundación en 1563, destacó el fruto de la evangelización en notables Iglesias y conventos como “San Francisco”, “La Merced”, “San Agustín”, “Santa Ana”, “San Juan de Dios”, “Santa Lucía”, etc. Además, desde aquella villa, la presencia preclara de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, tan venerada por todos los lambayecanos, fortalece nuestro cristianismo.
El Padre Bernardo Sartolo en “Vida admirable y muerte prodigiosa de Nicolás de Ayllón” hace referencia a la vida de servicio de este aborigen lambayecano, nacido en Eten con el nombre de Nicolás Puicón Xailón, a quien el Padre Juan de Ayllón (misionero franciscano) diera su apellido y protección. Aunque no fue canonizado y su causa no prosperó en tiempos coloniales, la población de Lima (ciudad en la que radicó y ejerció la actividad de sastre). La vida de Nicolás de Ayllón es fruto de la obra evangelizadora en nuestra tierra lambayecana.
Un hecho singular ocurre en el pueblo de Eten, cuando en el instante mismo de la consagración de la hostia, el 2 de junio de 1649, apareció el Niño Jesús; según testimonio del Vicario Don Jerónimo de Silva Manrique, el guardián Marcos López, el español Domingo Martínez, los vecinos Andrés Neciosup, Fabián Chancafe, Antonio Crespo y Tomás Reluz; todos ellos recogidos por el Sacerdote Fernando de la Carrera, quien envió el informe correspondiente. Tres meses y medio se repite el prodigio y, desde aquella fecha, a Eten se le conoce como la “Tercera ciudad Eucarística del Mundo”.
Para terminar, un hecho que merece quedar solo en la anécdota: A Zaña, de fines del siglo XIX, llegó por muy breve tiempo Doña Catalina de Eruso, conocida como la “Monja Alférez”. Rivero Ayllón dice sobre el hecho. “Zaña albergará caprichos y desenfados de la Monja Alférez, cuyos escándalos motivan su excomunión por parte del Obispo de Trujillo, Fray Jaime de Mimbela…” Este personaje, vestía de hombre, como un militar, y se comportaba de manera contraria a lo que, socialmente, se solicitaba de una dama. Durante su juventud fue internada en el Convento de las Dominicas de San Sebastián sin llegar a recibir los hábitos de la Orden. Por su comportamiento extraño y escandaloso fue rechazada por la población zañera. La fe de la gente de la villa no se vió perjudicada por la presencia de este personaje.