sábado, 24 de diciembre de 2011

El Inicio de la Acción Evangelizadora de la Orden Agustina en el Perú Según la Crónica de Fray Juan Teodoro Vázquez: La Obra del Venerable Siervo de Dios José de Espinosa y Valdivieso (III Parte)

1.- Hagiografía de Fray José de Espinosa

1.5.- Quinto momento: La muerte de Fray José de Espinosa

A pesar de la dureza mostrada por los naturales para recibir el mensaje de los evangelizadores sin el premio de la dádiva material, la doctrina crecía cada vez más por obra de Dios. Ya no solo eran Espinosa, Hurtado y Celis; habían también otros sacerdotes que, guiados por el Espíritu Santo, llegaban hasta tales solitarias tierras prefiriendo conseguir el tesoro de las almas.

Sin embargo, tan delicada misión pasaría cuenta a Espinosa, a la fecha habían pasado catorce años desde su llegada a la zona del Marañón; Vázquez comenta “acabose como la antorcha, no solo porque en el fin fue la mayor llamarada de virtudes, sino porque en ella, física y realmente, se apagó de repente, la luz hermana de su vida”.

Salió de la montaña y se dirigió a la doctrina de Tambo donde el Padre Dionisio de Oré le recibió en su casa. El motivo de su viaje fue solicitar limosna para su obra misionera. Habiendo sido invitado a dormir se dirigió Fray José a la habitación asignada y mientras escribía una carta, entregó el alma al Señor. “fue de repente mas no improvisa su muerte, pues desde el momento que trocó las vanidades por los abatimientos; las delicadezas y aseos por las maceraciones y groserías del traje; los engaños del mundo por los caminos del cielo; y, en fin, la vida de fraile relajado, por la de apostólico misionero, no hizo otra cosa en todos los instantes del tiempo sino prevenir el tránsito de aquel estrecho, donde fracasan tantos bajeles racionales…llevaba siempre sacrificada la vida a los golpes de la muerte, no pasando hora del día y de la noche, en que no juzgase que lo asaltaba, o ya en las flechas de los bárbaros, o ya en las garras de las fieras, o ya, en fin, en los continuos riesgos de ahogos, tempestades y despeñaderos”.

Tiempo después, la madre de Fray José de Espinosa, recibió a un hidalgo que llegó a la ciudad capital procedente de Huanta. Dicho caballero narró dos prodigios o milagros con los que Dios se había glorificado a través de su siervo.

El primero consistió en la resurrección de un indígena. Sí, habiendo llegado a una tierra extraña fue recibido por un grupo de naturales que lo amenazaron con quitarle la vida si no decía las razones de su ingreso a sus tierras. Dijo el Siervo que quería su bien y alejarlos del fuego del infierno. Pidiendo prueba de lo dicho le solicitaron y consiguieron la resurrección de un natural muerto después que pidiera Fray Espinosa veinticuatro horas para orar.

El segundo milagro fue observado directamente por el hidalgo por haber ocurrido en su propia casa. Narró que estando en lejanos caminos, encontró al fraile extenuado y casi desfallecido por una fiebre que le atacaba. A pesar de su negativa le acomodó en su caballo y trasladó a su casa, donde días después con medicina y buena alimentación logró restablecer la salud del religioso. Tenía el hidalgo dos hijos, un niño alegre y juguetón y una niña que había nacido tullida y siempre era sentada en un rincón de la sala. No lo sabía el fraile y quiso un día brindarle un bizcochuelo, la llamó pero la niña no se acercó. Le comunicaron, entonces, la condición física de la niña ante lo que el sacerdote, arrebatado luego de un soberano impulso, dijo: “¡Aunque estés, niña baldada, levántate en Nombre de Jesús y ven acá a recibir este agasajo!”. La criatura se levantó en el acto y corrió al encuentro del siervo de Dios.

Su cuerpo fue depositado en la iglesia parroquial del pueblo de Huanta. Inspirado por la heroicidad de Fray José de Espinosa, el cronista Juan Teodoro Vázquez le dedica las siguientes sentidas palabras: “¡Oh felicísimo padre y hermano mío! Sin temeridad puedo decir que fue tu instantánea muerte una dilatada y venturosa vida, pues pusiste como infalible medio para lograrla una continuada muerte en la fuga del mundo y sus halagos, en el quebranto de todos tus apetitos y pasiones, en el degüello de tu amor propio y tus aplausos, y, en la persecución rígida e incansable de tu cuerpo… goza feliz la corona que supiste merecer, venciendo tantas batallas, y, pues la reducción de estos infelices bárbaros te tuvo tantas fatigas de costo, clama al Señor y pide los atienda, misericordioso, difundiendo en sus ministros, aquel espíritu valiente, con que a ti te pasó, del descanso a los afanes, y, desde la vida religiosa, al apostólico empleo”.















No hay comentarios: