jueves, 10 de junio de 2010

“Los Polvos de la Condesa”: Historia del descubrimiento de las propiedades curativas de la quina.

El español Javier Rodríguez Coria, en una pintoresca nota de divulgación publicada en Barcelona (Revista de Historia CLIO – enero del 2010) nos dice “En la época del virreinato del Perú, los indígenas guardaban un secreto que ya conocían desde los principios del Imperio Inca. Los colonizadores españoles les podían arrebatar oro y piedras preciosas, pero el secreto de la “corteza mágica”, no estaban dispuestos a que fuera conocido por los invasores...”. Además En “Lambayeque y sus hombres” (Salazar Plaza – 1935) se registra “La raza blanca tuvo que luchar contra el paludismo y la malaria en la costa, principalmente en la costa norte, hasta que en 1635 se descubrió la quina cuya corteza es un poderoso febrífugo, que era conocida ya tiempos atrás por los indios”. En aquellos tiempos estas enfermedades y las consecuentes “fiebres tercianas” eran temidas y hasta comunes.
En la Real farmacopea española de 1640 se define a la quina como la “corteza desecada de cinchona pubescens vhal (cinchona succirubra pavon), o de sus variedades o de sus híbridos” y en la farmacopea londinense, en 1677, como la “cortex peruanus”. Los indígenas la llamaban chuccu cara (corteza para el escalofrío) yurac chuccu (árbol para el escalofrío) o quinquina (corteza de cortezas) haciendo referencia a sus propiedades curativas. Además hay información sobre dichas propiedades en la “Crónica Moralizada de la Orden de San Agustín” del agustino Antonio de la Calancha (Segundo tomo – 1653) así como de la historia que se narra a continuación
El Rey Felipe IV de España (“Rey Planeta”) envía en 1629 a Luís Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, “Conde de Chichón”, como virrey del Perú. El Virrey viajó su segunda esposa, Francisca Enríquez de Rivera, la “Condesa de Chichón”, quien lo acompañó hasta el final de su gestión en 1639. Estando de viaje en Loja (actual provincia ecuatoriana) Doña Francisca enfermó de paludismo en 1635 y una sirvienta suya fue descubierta mezclando en sus bebidas unos polvos que supusieron eran veneno. El padre de la criada, temeroso del castigo, intervino al desvelar las propiedades curativas de la quina. Enterado el corregidor de Loja, Juan López de Cañizares, informó a los jesuitas y éstos llevaron la quina a Roma y, desde allí, se difundió por todo el mundo.
Sobre la narración anterior, la obra “Historia de los Medicamentos” (Colombia – 1998) del Dr. Alfredo Jácome Roca, miembro de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, incluye un artículo titulado “La Quina vino de América” donde se contradice la versión de Antonio de la Calancha, nos dice “Definitivamente hay un error histórico en cuanto a la esposa de este Conde, ya que la primera esposa, Ana de Osorio, murió en España antes de su viaje al Perú, y la segunda esposa, Francisca Enríquez de Rivera, que sí lo acompaño a América, gozó de muy buena salud; no tuvo pues que acudir al uso de la corteza de quina, y además, jamás regresó a España pues cuando viajaba de regreso a la península, falleció en Cartagena en 1641. Pero de allí resultó que por un tiempo esta medicina fue denominada “los polvos de la condesa”.
El nuevo medicamento fue conocido como “Polvos de la condesa” (en honor a Dona Francisca) “Polvos de los jesuitas” (pues fueron ellos quienes los llevaron a Roma) o “Polvos del Cardenal” (ya que en Roma los introdujo el Cardenal Juan de Lugo)
En 1735 el francés Charles de la Condamine, identificó en el Perú el primer árbol de quina. En 1742, Carl Von Linné o Carlos Linneo la llama “cinchona” en honor a la Condesa.
La investigación de Jácome Roca agrega “Los jesuitas y el Vaticano mismo resultaron muy importantes para la promoción de la quina; los jesuitas a menudo la regalaron, los comerciantes la vendieron y los reyes de España lo obsequiaron a los poderosos de la tierra, pues el paludismo no respetaba la posición social. Un jesuita, el Cardenal y filósofo Juan de Lugo la dio a conocer al médico del Papa Inocencio X, gustó mucho allá y más tarde consiguió no sólo el respaldo de la Iglesia, sino que apareció una Cédula Romana con instrucciones para su uso. Por esto la droga se llamó “Corteza de los jesuitas” o “del Cardenal”. En regiones no partidarias de Roma como en Inglaterra, pensaban que se trataba de un complot papal. Cromwell, por ejemplo, prefirió morir de malaria, antes de ingerir el “polvo del demonio”. Sin embargo fue en la Farmacopea londinense donde se hizo reconocimiento por primera vez a la quina, poniéndola en la lista como “Cortex peruana”.
Algunos datos adicionales. El boticario Robert Talbor, la usó como remedio secreto (finales del XVII) y con ella curó al rey Carlos II. En público Talbor condenaba el uso de estos polvos de quina, pero luego vendió los derechos de su remedio secreto a Luis XIV de Francia para el tratamiento de su hijo enfermo; cuando después de la muerte de Talbor se analizaron los polvos, resultaron ser de Cinchona.
En 1735 el francés Charles de la Condamine, identificó en el Perú el primer árbol de quina. En 1742, Carl Von Linné o Carlos Linneo la llama “cinchona” en honor a la Condesa.
Algo es muy cierto, en tierras americanas se descubrieron tal cantidad de drogas que los clásicos textos europeos debieron ser actualizados. Por ejemplo “De Materia Médica” o “Los Materiales de la Medicina” del griego Pedanio Dioscórides Anazarbeo (40 – 90 dc) fue actualizado con los textos “Discursos” y “Compendio de plantas” de Pietro Andrea Gregorio Mattioli (1540 y 1571 respectivamente). Otras obra importante sobre las drogas americanas son “Coloquio de simples y drogas de India” (1563) del portugués García da Orta, “Tratado de las drogas y medicinas de las Indias Orientales” de Cristóbal Acosta (1578) e “Historia Medicinal de las Cosas que se traen de las Indias Occidentales” del sevillano Nicolás Bautista Monardes (1580)