viernes, 8 de octubre de 2010

Divrsidad Linguística, una aproximación histórica

Se puede inferir, de la lectura del capítulo 11 del libro del Génesis, que la fuerza y unidad en la antigua Babel radicaba en la unidad idiomática. La fuerza de ese vínculo los llenó de soberbia gestando la idea de construir una inmensa torre que les permitiera alcanzar el cielo. Fue el castigo divino “el origen de la diversidad lingüística según la tradición judeocristiana”.
La diversidad cultural y, especialmente la lingüística, es un signo de los actuales tiempos. La realidad multicultural muestra formas particulares de interpretarla que van desde el diálogo intercultural y la aplicación de políticas pluriculturales por parte de las instituciones, hasta la interpretación vertical (de arriba hacia abajo) y homogenizadora que minimiza las manifestaciones y valores de los grupos étnicos minoritarios.
Desde el inicio de la colonización española hubo versiones que destacaban la diversidad idiomática en esta parte del mundo. El sacerdote jesuita José de Acosta, en su obra “Historia natural y moral de indias” (1588), indicó que en nuestro país existía “una verdadera selva de idiomas”. Más adelante el Inca Garcilaso de la Vega, en “Comentarios Reales de los Incas” (1609), añade “cada provincia, cada nación, y en muchas partes cada pueblo, tenía su lengua por sí diferente de sus vecinos”. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en su obra “Historia general y natural de las indias, islas y tierra firme del mar océano”, al referirse al Perú indica que “en cada provincia hay una lengua y un traje diferente.
Actualmente ¿Cuántas lenguas hablamos los peruanos? ¿Qué datos aportar acerca de aquellas que se extinguieron a lo largo de nuestra historia? ¿Podemos afirmar nuestra identidad de espaldas a la diversidad lingüística y cultural?
Roberto Zariquiey, maestro de la Pontificia Universidad Católica del Perú, poeta, Doctor en lenguas nativas, autor de los poemarios “Lo torpe” (2001) y “tratado de arqueología peruana” (2006); es autor de la investigación “Lenguas en el Perú: Hacia una relectura de Babel” publicada en “Chasqui” (Boletín cultural del Ministerio de Relaciones Exteriores. Año 2, Nº 04, Junio del 2004) y nos hace una aclaración necesaria: “Los conceptos de lengua, dialecto y familia lingüística pueden ser un poco oscuros. Intentemos aclararlos recurriendo a nuestra lengua: el habla de Buenos Aires, la de Lima y la de Madrid vendrían a ser dialectos del español, que, a su vez, constituye una lengua, al lado de otras con las que está emparentada: el portugués, el francés y el italiano, por ejemplo. Finalmente, todas estas lenguas forman parte de la misma familia, la familia románica, que agrupa a todas aquellas lenguas que provienen del latín”.
Mientras Zariquey reconoce en nuestra Amazonía, la existencia de 39 ó 40 lenguas agrupadas en 16 familias lingüísticas; INDEPA (Instituto Nacional de Desarrollo de los Pueblos Andinos, Amazónicos y Afro peruanos) en su informe 2010 reconoce la existencia de 68 lenguas en 16 familias lingüísticas. ¿Cuánto sabemos los peruanos sobre esta realidad lingüística diversa y sobre el modo de vida de sus hablantes? Refiere Zariquey “Cada una de estas lenguas forma parte de un entramado cultural diferente y único. La selva no es un territorio homogéneo y tampoco los indígenas que la habitan son todos iguales. Cada pueblo tiene sus propias prácticas y creencias; cada uno posee una historia particular; y cada etnia se relaciona a su manera con la cultura nacional”. Sin lugar a dudas, la falta de conocimiento sobre esta realidad abona en nuestra indiferencia. Las familias lingüísticas del Perú son: Arawak, Aru, Cahuapana, Romance, Harakmbut, Huitoto, Jíbaro, Pano, Peba – Yagua, Quechua, Tacana, Tucano, Tupi – Guaraní, Uro – Chipaya, Zaparo y una más sin clasificación hablada por doce mil personas de las etnias Aguano, DuuXugu, Kacha – Edze y Walingos… ¿Sorprendidos por los nombres?
En “El miniche: Un idioma que se extingue” (1996) Michael Luke Gibson refiere que Según Peter Laderman “los jesuitas tradujeron fragmentos del canon cristiano a unas 150 lenguas indígenas de la Amazonía peruana, de las cuales en la actualidad sobreviven sólo unas 60”.
“The Ethnologue: Languages of the World” es, junto a “Linguasphere Register”, uno de los inventarios más detallados de idiomas existentes y señala que: “existen más de 25 variedades de quechua en Perú. De hecho son 4 los grupos principales en que se divide el quechua (Quechua I, Quechua IIA, Quechua IIB y Quechua IIC)” y sobre el aymara “es la tercera lengua del país por número de hablantes… Predomina en el sur del país, en los departamentos de Puno, Moquegua y Tacna”.
Cuando pensamos en el mundo andino no reparamos en una realidad lingüística similar a la amazónica pues hemos registrado únicamente al quechua y el aymara. Los pueblos quechua y aymara tienen historias, costumbres, tradiciones y conocimientos diferentes. Entre ambas realidades diversas la más conocida es la quechua. Evitar la minimización del aymara es una tarea necesaria. Así lo demuestra el hecho que en el “Registro Etnográfico del INC” existe un proyecto denominado “Salvaguardia Cultural Aymara” (incluida en la lista del Patrimonio Inmaterial de la UNESCO) que enuncia: “Este proyecto fue diseñado por tres países: Bolivia, Chile y Perú; por compartir poblaciones aymaras dentro de su territorio para desarrollarse en ámbitos que abarcan la música tradicional, diversidad lingüística, tradiciones orales, textilería, así como las diversas técnicas y conocimientos agrícolas”. Es bueno indicar que este proyecto está registrado en la lista de “Buenas prácticas de salvaguardia” de UNESCO.
Según Zariqyuey: “considerar lenguas al quechua y al aymara es de por sí problemático, ya que ambas realidades idiomáticas poseen variedades de habla que guardan tantas diferencias entre sí como las que podrían tener el francés y el español”. Añade: “Por ejemplo, un quechua hablante cusqueño no solo posee una variedad muy distinta a la de un hablante de Ancash, sino que, además, ambos poseen prácticas culturales y festivas propias. Algo similar ocurre con el aymara, lengua que, a diferencia de lo que usualmente creemos, no solo se habla en el altiplano, sino también en Tacna y en la sierra de Lima (bajo la denominación de jaqaru, que en lengua aymara quiere decir “lengua del hombre”). Nuevamente, un aymara hablante de Puno y otro de la sierra de Lima (específicamente, del pueblo de Tupe) poseen variedades y usos culturales sorprendentemente diferentes”.
Por otra parte, tenemos conocimiento de la existencia pasada de muchas lenguas hoy extinguidas. Dicha presencia fue registrada por cronistas en tiempos de la conquista, así como por lingüistas y etnógrafos en estudios diversos iniciados durante el siglo XIX.
El investigador piurano Reynaldo Moya Espinosa, aporte: “Guamán Poma al enumerar los idiomas que existían en el imperio Incaico, menciona los siguientes: Aymara, Puquina, Cunti, YUNGA, Quichiua, Inga, Uanca, Chinchaysuyo, Yauyo, Andesuyo, Condesuyo, Collasuyo, Cañari, Ca llampi y Quito… Luis Valcárcel en su monumental obra “Historia del Perú Antiguo”, da los siguientes idiomas que se hablaban en el Imperio: el Quechua, Aymara, Puquina, Mochica o Yunga, el Sec, el Quingnam, el Culli, la lengua pescadora, el Chumbivilca, el Lupaca, el Tampu, el Kauki o Jake zuru y el Uru”.
En la costa norte del Perú dicha variedad se manifiesta, particularmente, en la toponimia. Moya Espinosa aporta datos muy interesantes:
 
· Algunos cronistas, bajo la común denominación de Yunga, comprenden a todos los idiomas existentes en la costa norte del Perú.
· Para Valcárcel el Muchic fue el cuarto idioma en importancia y se hablaba desde Lambayeque hasta las proximidades de Lima. El Sec se hablaba de Piura hacia el norte; el Quingnam, “en un pequeño sector de la costa norte, lo mismo que la pescadora, en tanto que el Culli lo fue en el Callejón de Huailas”.
· El cronista Gutiérrez de Santa Clara al referirse a los yungas, expresa que se hallaban muchos idiomas, pero que Tupac Inca Yupanqui, al conquistar la región impuso como oficial el Quechua, sobre todo entra los hijos de los curacas y de los grandes señores, que estaban destinados a servir al Inca.
· Cieza de León es uno de los que aseguran que los yungas no pudieron aprender el quechua. Lo que sucedió en realidad, es que los mochicas no quisieron usar el quechua, símbolo de la opresión Inca.
· El Padre Calancha, dice que el Chimú logró hacer tributaria toda la región comprendida desde Paita y Tumbes hasta Paramonga e introducir su lengua natural que se hablaba en Trujillo, y que era el quingnam, la que se generalizó entre los valles de Pacasmayo hasta Lima. Los demás valles norteños hasta Motupe hablaban el muchic, aún cuando eso escribía Calancha en 1650, había otra hablada en la zona de Olmos y siempre según el mismo cronista, también el Sec. Al idioma llamado “la pescadora” lo calificaba de bárbaro, desabrido y gutural.
· Contemporáneamente con el Padre Calancha, el Padre Fernando de la Carrera y Daza, cura Lambayecano, en 1644 hizo una gramática, llamada “Arte de la lengua Yunga”, en la que consideraba a la lengua de los costa norte como una sola con diferencia locales.
· El Obispo de Trujillo, Martínez Compañón y Bujanda, al hacer una relación de lenguas y dialectos de su diócesis y un vocabulario breve de los mismos, menciona al Culli o Culle que se hablaba en Huamachuco y otro dialecto en Sechura, que posiblemente fue el Sec.
· En 1864, Spruce hace una recolección de 37 palabras de la lengua de los tallanes. Luego en 1892 el arqueólogo e historiador Ernest Middendorf, se traslada a Eten, puerto en donde aún se hablaba Muchic, hizo un estudio más científico de esta lengua. Muy de lamentar fue la perdida de los cilindros de cera en los que Bruning grabó numerosas palabras mochicas.
· En 1944 el chiclayano Jorge Cevallos Quiñónez, realizó otro estudio, logró reunir 1504 voces de los idiomas de la costa norte, basado en los trabajos de La Carrera, Middendorf y de Paul Rivet. Coincidiendo con el Padre Calancha, asegura que el Quingnam era originario del valle de Chimor y de ahí se extendió a toda la comarca.

Zariquey, al respecto, añade “En el altiplano, hay también lenguas que han dejado de ser habladas. Dos son los casos más saltantes: el del puquina, que fue considerada lengua general por los españoles, y la del ch’imu, la antigua lengua de los uros. Los uros peruanos han perdido su lengua; pero todavía conservan su identidad y se diferencian de los aimaras, aunque hablen el idioma de estos últimos”.
Sobre la amazonía sugiere: “la cuestión de la extinción de lenguas es bastante más compleja. En estos momentos, la gran mayoría de grupos étnicos está entrando en un claro proceso de castellanización, cuyo resultado es indefectiblemente la pérdida de las lenguas indígenas. Ya hay muchas que han sucumbido y, probablemente, el caso más triste sea el del cocama cocamilla, ya que esta lengua, antes de la llegada de los españoles, fue un idioma panamazónico y tuvo mucha importancia social y política. Cada día, el retroceso de estas tradiciones idiomáticas es más claro e inminente y, por ello, si no queremos que se sigan perdiendo, es necesario asumir una verdadera política lingüística de rescate, revitalización y mantenimiento de todas esas tradiciones que cada día son arrojadas al silencio”.
La realidad de nuestro país es también plurilingüe. Hoy se puede hablar del trato poco horizontal que reciben las lenguas habladas en la actualidad lo cual permite que, por ejemplo, el castellano sea más valorado por ser la más hablada (90% de la población) mientras el quechua, aymara y lenguas amazónicas no reciban la misma atención y sean merecedoras de la exclusión administrativa por parte del estado (que no las usa para fines administrativos y jurídicos) o del desprecio de un sector de la sociedad que las ridiculiza o minimiza.
La diversidad lingüística no es signo de atraso, ni obstáculo para el desarrollo, la homogenización de los individuos no es solución en nuestro país. El problema no es la diversidad, el problema es nuestra forma de tratarla.