jueves, 24 de junio de 2010

El Origen de los Libros

El célebre poeta nicaragüense Rubén Darío dijo: “El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor”. Nada más cercano a la verdad. Dista mucho, el libro, de ser un simple “conjunto de varias hojas unidas que sirven de soporte para un texto manuscrito o impreso” (Emile Littré).
El libro es la ventana del mundo, la compañía ideal, el depositario del silencio sabio y creador, del drama, la alegría, la pasión y el conocimiento humano. En un tiempo en que la revolución digital está a punto de cambiar la definición del libro y la impresión y el empastado tienden a convertirse en tareas innecesarias, surge una pregunta necesaria ¿Cuál será el destino del libro y la lectura? El presente artículo apunta a esa reflexión; aventurémonos en un recorrido imaginario por el tiempo y los espacios en los cuales se gestó el inicio del proceso de la evolución del libro. Conozcamos a nuestra “antorcha del pensamiento” en su momento original.
De una cosa estoy convencido: Fue por necesidad. El artículo “Crónica de la muerte anunciada del libro” de la escritora María Gabriela Muñoz (Revista “Muy interesante” N° 291 – año 2009) y estudios de otros investigadores, nos dan valiosa información sobre el origen histórico del libro.
Desde el inicio fueron tres las grandes necesidades del ser humano: comunicarnos (con otros y con lo divino) conocer e interpretar el mundo y hacer perdurar aquellas ideas o la información que se considera importante. Cuando hace 9000 años se desarrolla adecuadamente el sistema fonador (pulmones, lengua, garganta y paladar) la palabra hablada surge y suple la necesidad de comunicar ideas, sensaciones, anhelos, etc. El deseo de conocer e interpretar el mundo se logra mediante la interacción del ser humano con su medio circundante y con sus pares. La necesidad de hacer perdurar la información genera sistemas de registro como consecuencia de la revolución agrícola y el subsiguiente intercambio comercial que aceleró el proceso.
Emmanuel Anati, paleontólogo italiano, reconoce en las inquietudes artísticas del ser humano, que permitieron el arte rupestre, el origen de una primitiva forma de lenguaje escrito. Además, defiende la existencia de una sintaxis primitiva y universal. El profesor Anati, catedrático de la Universidad de Leche, categoriza los gráficos en “pictogramas” representaciones de objetos, personas y animales; en “ideogramas” representaciones de conceptos colectivos plasmados en signos repetitivos; y los “psicodramas” que incluyen las inquietudes humanas, emociones, sentimientos y anhelos. Anati ha logrado registrar pinturas rupestres medio millar de cuevas y grutas de todo el mundo.
Los primeros signos escritos surgen en Mesopotamia con los sumerios; Sobre tablillas de arcilla se realizaron trazos pictográficos. Más adelante, los fenicios crean el primer alfabeto de 22 signos como consecuencia de sus actividades de intercambio comercial y luego los griegos le añaden las vocales y ordenan la escritura de derecha a izquierda. Con la evolución de la escritura surge el libro. El material usado con posterioridad a la arcilla fue el papiro egipcio.
En “Historia del libro” Albert Labarre dice: “El libro de papiro se presentaba bajo la forma de un rollo constituido por hojas pegadas unas a continuación de otras frecuentemente hasta sumar veinte. La longitud promedio era de seis por diez metros”.
El siglo III, el papiro pierde popularidad debido a la disposición del Rey Eumenes II de Pérgamo, quien cansado de pagar en exceso por aquel material decidió reemplazarlo por piel de animales como cabra, chivo, asno, etc. Este nuevo material sería conocido como pergamino.
Los romanos usaron ambos materiales: el papiro enrollado en tubos y el pergamino doblado en varias partes. Este último es el antecedente directo del libro actual. Un dato importante, el libro manuscrito más antiguo de la historia de la humanidad es el “Sutra del diamante”, texto budista que data del año 868 y descubierto a inicios del siglo XX por el británico de origen austrohúngaro Marc Aurel Stein en la expedición a las “cuevas de Mogao” o “cueva de los diez mil budas” en China.
Es bueno acotar que el papel fue inventado en China el siglo II por Tsai Lun. El invento pasó a Corea, Japón, Asia central, Persia e India. Europa sabrá del papel recién en el siglo X pero en el siglo XII el Emperador del sacro Imperio Romano Germánico Federico II prohibió su uso declarando que no tendrían validez los documentos escritos en dicho material.
Durante la Edad Media, el pensamiento teocéntrico de la época permitió que la Iglesia Católica se constituya en la institución responsable del cuidado y producción de los textos escritos. La labor fue encomendada a tres personajes: Escribas (escritores del texto) iluminadores (dibujantes) y armarius (supervisor experimentado del trabajo). Los libros se hacían en el scriptorium (taller) donde, además, eran encuadernados y empastados con madera. Aquellos libros, por su tamaño (en promedio 35 por 35 cm) y peso, debían ser colocados en un lugar de manera permanentemente; su lectura era solo de pie. El siglo XII el papel llega a Europa de mano de los árabes. El material se pone de moda. Mucho antes de la imprenta ya existían planchas de madera que luego de ser entintadas servían para prensar el papel o pergamino (xilografía). Con el auge de las universidades la demanda de libros fue mayor y la imprenta de Gutenber (1440) cobra importancia. Los libros ser hicieron más pequeños y fáciles de transportar y guardar. En 1499 había más de 2500 imprentas en distintas ciudades de Europa.

 









sábado, 19 de junio de 2010

Piratas en Lambayeque: El saqueo de Edward Davis en 1686

En el trabajo del historiador Teodoro Hampe Martínez “Un capítulo de historia regional peruana: la ciudad de Zaña y su entorno ante la inundación (1720)” se narra, en la evolución histórica del pueblo de Zaña, el saqueo de la ciudad el año 1686 por el pirata inglés Edward Davis e indica los motivos que hacían de Zaña una plaza preciada para delincuentes y corsarios de la época. A continuación brindo una breve narración del hecho.
Zaña, en el siglo XVII, se había convertido en un lugar de notable desarrollo socio-económico y era admirada por quienes venían de afuera, y escuchaban con frecuencia el nombre de este lugar, conocido también como la “Sevilla del Perú” o “Potosí pequeño” su fama permitió que fuera un punto codiciado por los piratas y corsarios que atacaron con frecuencia las costas del Mar del Sur (Océano Pacífico) durante el siglo XVII.
Se sabe que expediciones holandesas e inglesas, recorrieron el litoral del Pacífico durante ese siglo, obligando a la realización de notables obras defensivas; las más destacadas de ellas las fortificaciones del Callao, Lima y Trujillo y el mejoramiento del resguardo militar en la armada del Mar del Sur. A pesar de esto no siempre se logró evitar los ataques. Lo que es peor muchas veces los piratas y corsarios conseguían el apoyo de la población negra; aunque esto no ocurrió en Zaña donde uno de los dos ingleses fallecidos fue ajusticiado por un negro.
Edward Davis, acompañado de un grupo de 200 expedicionarios, anclaron en el Puerto de Chérrepe (Punto extremo sur de nuestra Región, en la desembocadura del Río Zaña y punto de comunicación marítima con el exterior) el 3 de Marzo de 1686. Todos ellos descendieron en la costa a bordo de siete canoas.
La defensa de la ciudad fue liderada por Don Luís Venegas Osorio quien tuvo innumerables problemas para captar hombres de pelea pues la mayoría de ellos se encontraban realizando trabajos de defensa ribereña por el aumento del caudal de los ríos debido al Fenómeno “El Niño“. Reunió 300 caballos y mulas para evacuar a los religiosos, armas y municiones; además distribuyó centinelas en diversas partes de la ciudad.
Según un documento de la British Library (Ms. Additional, 13964) en Zaña había "gran confusión y llanto de mujeres y niños, que ocasionaba mayor confusión, y fueron cogiendo la vereda de los montes, sin más atención que salvar a sus personas". La resistencia fue débil. En el ataque a Zaña murieron dos ingleses. “Los piratas se apoderaron de la ciudad, saquearon las iglesias y casas y acumularon un botín de 300,000 pesos en plata, joyas y ropa”. El Virrey Melchor Navarra y Rocafull, Duque de la Palata, quien gobernó el virreinato peruano entre 1681 y 1689; fue quien fortificó las ciudades de Lima y Trujillo por el temor a los ataques de piratas y en una carte fechada el 7 de abril de 1686 indica que “los ingleses no profanaron iglesias, templos e imágenes, pero hicieron irreverencias...” esto último en alusión al ataque contra algunas doncellas de la ciudad. Refiere que el ingreso de los ingleses a la ciudad resultó muy sencillo pues no se les cortó el paso a través del puente de Zaña y tampoco se les atacó al volver a la costa. Esta información es refrendada por el profesor Peter T. Bradley, de la Universidad de Newcastle.
Con los aportes de “Fundación de la Villa de Santiago de Miraflores de Zaña. Un modelo hispano de planificación urbana” del historiador Lorenzo Huertas Vallejos y de “Acta original de la ruina de Zaña” de Alfonso Samamé Rodríguez podemos confirmar que Los piratas castigaron cruelmente a muchas familias, incautaron sus riquezas y mancillaron el honor de algunas doncellas. Las desgracias ocurridas en Zaña: El saqueo de Edgar Davis, los terremotos e inundaciones que la afectaron han sido consideradas por la sabiduría popular, expresada en sus tradiciones, como una especie de castigo divino a consecuencia de su forma de vida libertina y mundana que le valió, también, el apelativo de "capital disipada del norte del Perú".

jueves, 10 de junio de 2010

“Los Polvos de la Condesa”: Historia del descubrimiento de las propiedades curativas de la quina.

El español Javier Rodríguez Coria, en una pintoresca nota de divulgación publicada en Barcelona (Revista de Historia CLIO – enero del 2010) nos dice “En la época del virreinato del Perú, los indígenas guardaban un secreto que ya conocían desde los principios del Imperio Inca. Los colonizadores españoles les podían arrebatar oro y piedras preciosas, pero el secreto de la “corteza mágica”, no estaban dispuestos a que fuera conocido por los invasores...”. Además En “Lambayeque y sus hombres” (Salazar Plaza – 1935) se registra “La raza blanca tuvo que luchar contra el paludismo y la malaria en la costa, principalmente en la costa norte, hasta que en 1635 se descubrió la quina cuya corteza es un poderoso febrífugo, que era conocida ya tiempos atrás por los indios”. En aquellos tiempos estas enfermedades y las consecuentes “fiebres tercianas” eran temidas y hasta comunes.
En la Real farmacopea española de 1640 se define a la quina como la “corteza desecada de cinchona pubescens vhal (cinchona succirubra pavon), o de sus variedades o de sus híbridos” y en la farmacopea londinense, en 1677, como la “cortex peruanus”. Los indígenas la llamaban chuccu cara (corteza para el escalofrío) yurac chuccu (árbol para el escalofrío) o quinquina (corteza de cortezas) haciendo referencia a sus propiedades curativas. Además hay información sobre dichas propiedades en la “Crónica Moralizada de la Orden de San Agustín” del agustino Antonio de la Calancha (Segundo tomo – 1653) así como de la historia que se narra a continuación
El Rey Felipe IV de España (“Rey Planeta”) envía en 1629 a Luís Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, “Conde de Chichón”, como virrey del Perú. El Virrey viajó su segunda esposa, Francisca Enríquez de Rivera, la “Condesa de Chichón”, quien lo acompañó hasta el final de su gestión en 1639. Estando de viaje en Loja (actual provincia ecuatoriana) Doña Francisca enfermó de paludismo en 1635 y una sirvienta suya fue descubierta mezclando en sus bebidas unos polvos que supusieron eran veneno. El padre de la criada, temeroso del castigo, intervino al desvelar las propiedades curativas de la quina. Enterado el corregidor de Loja, Juan López de Cañizares, informó a los jesuitas y éstos llevaron la quina a Roma y, desde allí, se difundió por todo el mundo.
Sobre la narración anterior, la obra “Historia de los Medicamentos” (Colombia – 1998) del Dr. Alfredo Jácome Roca, miembro de la Academia Nacional de Medicina de Colombia, incluye un artículo titulado “La Quina vino de América” donde se contradice la versión de Antonio de la Calancha, nos dice “Definitivamente hay un error histórico en cuanto a la esposa de este Conde, ya que la primera esposa, Ana de Osorio, murió en España antes de su viaje al Perú, y la segunda esposa, Francisca Enríquez de Rivera, que sí lo acompaño a América, gozó de muy buena salud; no tuvo pues que acudir al uso de la corteza de quina, y además, jamás regresó a España pues cuando viajaba de regreso a la península, falleció en Cartagena en 1641. Pero de allí resultó que por un tiempo esta medicina fue denominada “los polvos de la condesa”.
El nuevo medicamento fue conocido como “Polvos de la condesa” (en honor a Dona Francisca) “Polvos de los jesuitas” (pues fueron ellos quienes los llevaron a Roma) o “Polvos del Cardenal” (ya que en Roma los introdujo el Cardenal Juan de Lugo)
En 1735 el francés Charles de la Condamine, identificó en el Perú el primer árbol de quina. En 1742, Carl Von Linné o Carlos Linneo la llama “cinchona” en honor a la Condesa.
La investigación de Jácome Roca agrega “Los jesuitas y el Vaticano mismo resultaron muy importantes para la promoción de la quina; los jesuitas a menudo la regalaron, los comerciantes la vendieron y los reyes de España lo obsequiaron a los poderosos de la tierra, pues el paludismo no respetaba la posición social. Un jesuita, el Cardenal y filósofo Juan de Lugo la dio a conocer al médico del Papa Inocencio X, gustó mucho allá y más tarde consiguió no sólo el respaldo de la Iglesia, sino que apareció una Cédula Romana con instrucciones para su uso. Por esto la droga se llamó “Corteza de los jesuitas” o “del Cardenal”. En regiones no partidarias de Roma como en Inglaterra, pensaban que se trataba de un complot papal. Cromwell, por ejemplo, prefirió morir de malaria, antes de ingerir el “polvo del demonio”. Sin embargo fue en la Farmacopea londinense donde se hizo reconocimiento por primera vez a la quina, poniéndola en la lista como “Cortex peruana”.
Algunos datos adicionales. El boticario Robert Talbor, la usó como remedio secreto (finales del XVII) y con ella curó al rey Carlos II. En público Talbor condenaba el uso de estos polvos de quina, pero luego vendió los derechos de su remedio secreto a Luis XIV de Francia para el tratamiento de su hijo enfermo; cuando después de la muerte de Talbor se analizaron los polvos, resultaron ser de Cinchona.
En 1735 el francés Charles de la Condamine, identificó en el Perú el primer árbol de quina. En 1742, Carl Von Linné o Carlos Linneo la llama “cinchona” en honor a la Condesa.
Algo es muy cierto, en tierras americanas se descubrieron tal cantidad de drogas que los clásicos textos europeos debieron ser actualizados. Por ejemplo “De Materia Médica” o “Los Materiales de la Medicina” del griego Pedanio Dioscórides Anazarbeo (40 – 90 dc) fue actualizado con los textos “Discursos” y “Compendio de plantas” de Pietro Andrea Gregorio Mattioli (1540 y 1571 respectivamente). Otras obra importante sobre las drogas americanas son “Coloquio de simples y drogas de India” (1563) del portugués García da Orta, “Tratado de las drogas y medicinas de las Indias Orientales” de Cristóbal Acosta (1578) e “Historia Medicinal de las Cosas que se traen de las Indias Occidentales” del sevillano Nicolás Bautista Monardes (1580)