viernes, 2 de abril de 2010

En Dios, la muerte es vida


¡Jesús ha resucitado! ¡Vive y por siempre Reinará! La Cruz del Gólgota sigue erguida pero está vacía como la Tumba. La piedra del sepulcro ha sido removida, pero aún falta remover el corazón de tu pueblo, corazón endurecido y temeroso, corazón de este tiempo que busca el encierro en sí mismo, que impide ver al prójimo donde tú decidiste también vivir.
Cristo amado, eres el Verbo de Dios, ¡Eres Vida!, eres el destino dispuesto para el hombre: Cristo Rey, Vida que nunca muere. Mientras otros existen, quienes te amamos vivimos; pues en el mundo lo menos frecuente es vivir. En medio del mundo, la muerte espera tan sólo reclinada, dormitando. Pero tú la haces despertar, las elevas en tu resurrección y la haces vida eterna en el lugar que nos tienes prometido.
Nada acaba con tu muerte, el fin de tu cuerpo carnal no es la última palabra. Produce, a lo mucho, la primera pregunta. En este tiempo en que se cree a tan pocos, en el que abundan las dudas y las negaciones, es cuando más se necesita la fe en ti, Jesús vivo. Hay muchos como Tomás, escépticos, incrédulos, realistas o pesimistas; son aquellos que desconfían aunque todo vaya bien. Santo Tomás es, como los hombres modernos, un positivista, un existencialista que no cree más que en lo que toca, porque no quiere vivir de ilusiones; un pesimista audaz que no duda en enfrentarse con el mal, pero que no se atreve a creer en la dicha. Para él, y para otros muchos, lo peor es siempre lo más seguro. Para ellos la vida acaba con la muerte.
Por ellos y por mí, de lo más profundo de mi corazón, con la mente elevada a tu Espíritu, de rodillas, en paz y abandonado en tu gracia te digo “¡Señor mío y Dios mío!” aunque no vea he creído. Me invade la dicha que inspira tu eternidad, que también es mía, me mueve esa esperanza y me alienta a caminar por este mundo. Tu vida venció a mi muerte, tu Gloria es la corona merecida por tu sacrificio y entrega sin límites, tu amor victorioso reina y vence el egoísmo destructivo, tu resurrección configura la vida nueva de ilusión, confianza y gracia. ¿Por qué contentarme con vivir a rastras cuando siento el anhelo de volar? La vida de cada hombre es un camino hacia Dios, es caminar hacia sí mismo.
Por amar tu vida debo proclamar mi respeto por la vida humana desde el momento de la concepción, por los derechos de cada persona, en especial del derecho a vivir. Omar Khayyan (poeta persa) dijo: “Entre la fe y la incredulidad, un soplo. Entre la certeza y la duda, un soplo. Alégrate en este soplo presente donde vives, pues la vida misma está en el soplo que pasa”. Tú mi Dios, eres el soplo de Vida; Tu, Señor, eres el soplo que pasa, el soplo eterno; tu, señor, eres mi Dios viviente y resucitado, Dios y hombre eterno, por quien el género esperanzado reza el cántico teresiano: “¡Ay que larga es esta vida! / ¡Qué duros estos destierros! / ¡Esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida! / Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, / que me muero porque no muero”. En Dios, la muerte es vida.

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