sábado, 27 de febrero de 2010

"Hazme una Cruz sencilla, carpintero"

Señor ¡Quiero una Cruz!, no me place verte frente a mí, percibiendo tu sufrimiento, sin compartirlo. Me conmueve tu amor y me cautiva. Amor de Dios, amor de hombre. Hombre de Cruz, Dios vencedor de la muerte, amante eterno del hombre, creado por el poder de tu Palabra dicha desde el silencio mismo de la nada, salido de su mano que lo sostiene y vivificado por su aliento que le da sed de eternidad.
Tu Cruz, Señor, me recuerda mi identidad y mi dignidad. Tu madero da sentido a mí caminar. La Cruz, que soportó tus brazos abiertos, me enseña a amar a los demás y me recuerda mi destino eterno. Señor, nuestro destino es común: el cielo, la vida eterna.
Quiero, como otro, pedirte: “Hazme una cruz sencilla/ carpintero.../ sin añadidos, ni ornamentos.../ que se vean desnudos los maderos/ desnudos y decididamente rectos/ los brazos en abrazo hacia la tierra/ el astil disparándose a los cielos/ Que no haya un solo adorno/ que distraiga este gesto/ este equilibrio humano/ de los dos mandamientos.../ sencilla, sencilla.../ hazme una cruz sencilla, carpintero” (“Una Cruz sencilla” – León Felipe).
Veo en la Cruz un símbolo radical. La verdadera cátedra, desde la que Cristo predica la gran lección de su vida, pasión y muerte. Veo el resumen de toda teología que me habla de Dios, del misterio de la salvación de Cristo y de la vida cristiana. La cruz es todo un discurso que me presenta a un Dios trascendente, pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor; un Cristo que es Juez y Señor, pero a la vez es siervo que ha querido llegar a la total entrega de si mismo, como imagen plástica del amor y de la condescendencia de Dios.
Lope de Vega, al verte en una imagen, meditó en tu sufrimiento y se preguntó “¿Quién es aquel Caballero/ herido por tantas partes/ que está de expirar tan cerca/ y no le socorre nadie?/ “Jesús Nazareno”, dice/ aquel rótulo notable/ ¡Ay Dios, que tan dulce nombre no promete muerte infame!/ Después del nombre y la patria/ Rey dice más adelante/ pues si es rey/ ¿cuándo de espinas han usado coronarse?” (“A Cristo en la Cruz”, verso 1).
La cruz es el signo de la fe que ilumina nuestra vida, nos da esperanza, nos enseña el camino, nos asegura la victoria de Cristo, a través de la renuncia a sí mismo, y nos compromete a seguir el mismo estilo de vida para llegar a la nueva experiencia del resucitado.
Cerraré mis ojos para verte y diré “¿Cómo era aquel rostro?/ Mira bien/ componlo tú/ ¿A quién se parece?/ ¿A quién te recuerda?/ La Luz entra/ por los cabellos manchados de sangre/ y te ofrecen un espejo/ ¡Mira bien!... ¿No ves cómo llora?/ ¿No eres tú?... ¿No eres tú mismo?/ ¡Es el hombre!/ El hombre hecho Dios/ ¡Qué consuelo!/ No me entendéis.../ ¿Por qué estoy alegre?/ No sé.../ tal vez porque me gusta más así/ el hombre hecho Dios/ que el Dios hecho hombre” (“El Cristo de Velásquez” – León Felipe).







lunes, 15 de febrero de 2010

"El Paseo del Santo": La Devoción a Santo Toribio de Mogrovejo


El Distrito de Tayabamba se encuentra en la Provincia de Pataz de la Región La Libertad. La zona, geográficamente encantadora, guarda entre sus más caros recuerdos el de la presencia de Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo. La memoria popular incluye al Santo Patrón de este pueblo en sus tradiciones e historias, lo han convertido en el icono principal de su fe y lo celebran como Patrón, con profunda devoción, durante el mes de abril desde hace muchos años.

Durante la colonia, Pataz fue un Partido compuesto por Collay, Pataz y cajamarquilla. Tayabamba era un pequeño centro poblado cuyos habitantes se dedicaban a la minería y a la agricultura. Las minas de Pahuarchuco y la Caldera, así como la represa que se encuentra en las alturas de los caseríos de Queros y Allauca (conocida hoy como Laguna de Gochapita) son una muestra de su sapiencia en ambas actividades.

No pretendo narrar los detalles de toda la festividad, pero deseo centrarme en un acto denominado “El Paseo del Santo”, hecho que me parece tan significativo como anecdótico.

Cuentan los pobladores que Santo Toribio hizo en Tayabamba muchas obras de caridad precisamente en el lugar donde se erigió “La Capilla de la Caridad” por lo que al continuar su viaje a Collay fue acompañado por muchos de los pobladores del lugar hasta un pequeño caserío llamado Pegoy.

En “El Paseo del Santo” se recuerda la bienvenida de los pobladores de Collay al primer Arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo. Los pobladores de Collay y Tayabamba mandaron a preparar una imagen del Santo pero luego entraron en disputa por la efige. Al no ponerse de acuerdo decidieron partirla en dos. La cabeza se quedó en Collay y el cuerpo se fue a Tayabamba. Ahora tiene un rostro nuevo y está en el altar mayor del Templo.

En Collay nunca hicieron nuevo cuerpo para la cabeza del Santo, en cambio, hicieron otra imagen de poco más de medio metro de altura a la que atavían con un sombrero negro y un fino poncho blanco con delicadas líneas celestes. Delante de la imagen se encuentra un toro y, cargada en andas, recorre desde el 24 de abril el camino de Collay a Pegoy; la misma vía usada por el santo durante su tránsito por la zona.

Durante ese viaje, se dice, la mula que trasladaba el equipaje del Santo fue devorada por un puma. Santo Toribio indignado, pidió la presencia de aquel animal. Después de reprocharle por su maldad le ordenó cargar el equipaje hasta llegar a su destino.

El toro a los pies de la pequeña imagen del Santo representa el obsequio que hiciera el cacique de Chiquiacocha. Al no poder llevarlo, Santo Toribio dejó el animal al cuidado del mismo cacique. El animal escapó y fue hallado en una cueva en Huanapampa. No quiso salir, por lo que periódicamente se le llevaba sal y cebada, regalos por los que el toro retribuía con oro. Un comerciante de la zona se percató del hecho; quiso lazarlo en la cueva hasta que el animal dio un bramido tan fuerte que las rocas del cerro se desprendieron sepultando al comerciante y al toro al interior del cerro. Hasta hoy, muchos afirman ver por las noches al toro con oro sobre su lomo paseando por las trigales de Santo Toribio.

A propósito, el Santo es propietario de una parcela de trigo sembrada cada año por los mayordomos de su fiesta. Con la cosecha se puede solventar parte de los gastos de la celebración.